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Fechas de publicación en el blog:
+Parte 1: Miércoles 15 de abril de 2020.
+Parte 2: Martes 21 de abril de 2020.
+Parte 3: Martes 28 de abril de 2020.
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Un punto de vista científico-espiritual sobre los virus y las
bacterias
Una perspectiva diferente y complementaria a lo
dicho hasta ahora, nos la dan dos doctores de la Sociedad Antroposófica,
Matthias Girke y Georg Soldner, en un artículo titulado La pandemia del
coronavirus: aspectos y perspectivas, publicado en la sección de medicina
de Goetheanum (Escuela Superior para la Ciencia del Espíritu con sede en
Suiza) el 19/03/2020 y que se puede encontrar en la web de la Sociedad
Antroposófica en España. De su contenido he seleccionado lo siguiente:
“¿De dónde vienen estos nuevos virus y por qué? ¿Fueron creados?
Curiosamente, muchos de los virus se originan en el reino animal, incluyendo el
coronavirus. En nuestro tracto intestinal, también llevamos no sólo bacterias,
sino también innumerables virus que indudablemente son importantes para nuestra
salud de una manera similar a las bacterias intestinales. Finalmente, sabemos
que no sólo nuestras funciones inmunológicas, sino muchas otras áreas del
organismo, incluso nuestro estado mental, están influenciadas por las bacterias
intestinales. Entonces, ¿por qué son los virus del reino animal peligrosos para
los humanos? Actualmente, estamos infligiendo un sufrimiento indecible a los
animales: las crueles matanzas y los experimentos con animales de laboratorio
conducen al dolor, al que está expuesto el indefenso mundo animal. También el
comercio habitual de animales vivos los expone extraordinariamente al estrés. ¿Puede
este sufrimiento tener consecuencias que alteren los virus nativos del
organismo animal?
Esto pone de relieve la dimensión ecológica de esta pandemia. La
globalización ha sido muy fuerte hasta ahora y ha tenido lugar bajo la
influencia de los intereses económicos y del poder político. La pandemia del
coronavirus puede darnos un nuevo sentido de reverencia por la vida -en la que
Albert Schweitzer, Premio Nobel de la Paz en 1952, insistió tanto-, la tan a
menudo olvidada dimensión de lo viviente, en la que, en última instancia, no
hay separación entre un ser vivo y otro y su destino.”
La doctora en Biomedicina Ana María Oliva, a la que ya hicimos
referencia al final del epígrafe 8 del capítulo de Ecología, de la misma manera
explica muy bien en uno de sus vídeos en su canal de Youtube (https://youtu.be/dKgVcBeVONo),
cómo los virus son un sencillo sistema de autopreservación de las especies
animales y vegetales:
“Los virus se activan cuando el terreno es agredido, cuando el
medioambiente se ha intoxicado o se ha agredido de cualquier manera…, cuando el
terreno se desequilibra, nuestro cuerpo pone en marcha una serie de mecanismos,
entre ellos activar internamente virus y bacterias que ya están en nosotros,
movilizando así mecanismos de recuperación del cuerpo y, por otro lado,
haciendo una función tipo telegrama, es decir, los virus, como cadena de
información celular, se van a separar del genoma y van a tomar una porción de
la membrana de la célula, para separarse de ella, con la misión de alertar al
resto de congéneres de nuestra especie de que hay algo nuevo a nivel externo a
lo que hay que adaptarse… El proceso de adaptación es lo que reconocemos como
síntomas sobre la salud que, en algunos casos, pueden ser muy molestos, incluso
mortales si el organismo no tiene la capacidad suficiente para adaptarse”.
Tremendamente interesante e importante lo que esto significa: los
virus y las bacterias son mecanismos reguladores de una Naturaleza inteligente,
para salvar al mayor número de individuos de una especie concreta en respuesta
a los cambios dramáticos que ocurran en sus hábitats correspondientes. Y esto
no se da únicamente en la especie humana y en el resto de especies animales,
sino que también se produce en el reino vegetal, según se desprende de los numerosos
estudios científicos que avalan los mecanismos físico-químicos que se producen
en plantas y árboles de la misma especie y en determinadas zonas donde corren
peligro de agresión o desaparición, para así afrontar con mayor éxito y de
manera conjunta las amenazas que frecuentemente les llegan.
Microbiota y microbioma
Según la ciencia de la biología, la microbiota es el universo
interior de un organismo pluricelular que, aparte de las células, está
compuesto por distintas comunidades de virus, hongos y bacterias. Y al conjunto
de genes de dichos microorganismos que conviven dentro del mismo cuerpo se le
denomina microbioma.
Pues bien, de la misma manera que dentro de un cuerpo biológico -ya
sea una hormiga, un elefante o un humano- existe una microbiota y un microbioma
determinados, es decir, unos ecosistemas de virus, hongos y bacterias
determinados, dentro de los miles o millones de cuerpos biológicos que componen
una misma especie en el planeta, están presentes los mismos microbiotas y
microbiomas que los diferencian del que poseen otras especies. Y esto, de por
sí, es algo maravilloso, puesto que posibilita, de alguna manera, que la propia
Naturaleza intervenga selectivamente en cualquier especie a través de sus
microorganismos específicos para proteger a la especie en sí, cuando hay
necesidad de ello, en base a ciertos peligros o a nuevas necesidades de
adaptación al cambiante medio natural.
En el caso de los seres humanos, los universos de hongos, bacterias
y virus, totalmente específicos para nuestra especie, también cumplen esa
función de preservación de la vida y de la salud, ya sea a nivel individual
como a nivel colectivo, hasta la total recuperación de la homeostasis o
equilibrio ante los posibles cambios del medio interno o externo. Teniendo en cuenta
que, a nivel una especie en concreto, sin los cambios externos la afectan a
nivel de toda la especie y la necesidad de adaptación a las nuevas condiciones
medioambientales son urgentes, entonces la propia especie podrá verse
disminuida en un porcentaje de individuos, generalmente los que no han podido o
sabido adaptarse a las nuevas condiciones medioambientales. Y precisamente, los
nuevos factores medioambientales que suponen una mayor presión, estrés o
peligro para una o varias especies, sirven de disparadores o activadores de la
información codificada en el microbioma interno de los individuos más
expuestos, traspasando, en caso necesario, dicha información a sus congéneres
más cercanos a través de la microbiota -generalmente a través de los virus-.
A diferencia de los hongos y bacterias, los virus no son organismos
vivos porque, a diferencia de los anteriores, no tienen sistemas digestivos o
reproductivos. Los virus son capsulas de proteínas inertes que envuelven
información de ADN o ARN y los organismos los producen para descomponer las
sustancias nocivas que puedan estar presentes en su interior. Posteriormente,
si el cuerpo no puede desechar tales sustancias tóxicas pasarán a intervenir
las bacterias para su total disolución y eliminación. El organismo producirá
mayor cantidad de estos “disolventes” -virus y bacterias- conforme más
intoxicación interna exista hasta que ésta desaparezca y, por tanto, también
dejarían de producirse estos microorganismos defensivos.
La conclusión es que los virus solo pueden activarse y aumentar en
número, cuando el cuerpo intoxicado no puede limpiarse por sí mismo ni con la
ayuda exclusiva de las bacterias. Para protegerse, un organismo biológico puede
almacenar una enorme cantidad de virus diferentes, que permanecerán inactivos
hasta que surge la necesidad de ser activados para propagarse y realizar su
valioso trabajo. Una vez realizado con éxito, el propio cuerpo produce los
anticuerpos necesarios para eliminar la mayoría de virus que ya no son útiles.
Por tanto, ante este sistema perfecto de autorregulación, vacunar a una persona
para invocar la producción de anticuerpos, no es nada recomendable porque
interfiere con los mecanismos naturales de autosanación del propio cuerpo, siendo por tanto las vacunas una
de las armas más peligrosas de la medicina –“un arma de destrucción masiva”,
según el terapeuta y escritor Andreas Moritz-.
Los virus no causan enfermedades ni son el “enemigo” a batir. La
enfermedad nos avisa de algo muy importante que pasa en el cuerpo a través de
unos síntomas determinados que, generalmente, se deben al alto grado de
toxicidad que acumula un determinado organismo. Y si tales síntomas lo
manifiestan a la vez miles o millones de personas en un lugar determinado o en
todo el mundo, es que la especie entera debe adaptarse a los nuevos
requerimientos del medioambiente. En un cuerpo limpio y sano, o en toda una
especie que vive en un medioambiente limpio y sano, no hay necesidad de que se
active ningún virus.
Los virus transmiten información muy importante para preservar las
especies
El neurobiólogo italiano Stéfano Mancuso, Director del Laboratorio
Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia y
autor de numerosos libros al respecto de la inteligencia del reino vegetal,
como son Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal, La nación de las
plantas, El futuro es vegetal, El increíble viaje de las plantas o Verde
brillante, nos desvela que las plantas y los árboles de la misma especie se
avisan entre sí a través de las raíces y de los hongos micorrizas que las unen
bajo tierra, de los peligros que están afectando o acechando a una parte
importante de sus ejemplares, desarrollando de este modo mecanismos de defensa
extraordinarios como, por ejemplo, haciendo crecer espinas en todos ellos,
secretando sustancias químicas en las hojas para cambiar el sabor o aumentando
la toxicidad de las mismas -esto último para ahuyentar a los animales
herbívoros- o emitiendo aromas que atraen a ciertos depredadores para que se
alimenten de las orugas u otros insectos que se están
comiendo en exceso ciertas partes. Inclusive, cuando se inicia un incendio,
todas las plantas y árboles de la zona se comunican entre sí, a través de la
información codificada en los virus, para activar rápidamente los mejores
mecanismos de defensa para estos casos.
El propio Rudolf Steiner, fundador de la Sociedad Antroposófica,
llegó a decir en 1918, en plena crisis de la gripe española y, precisamente,
tras la introducción de las ondas de radio por todo el mundo entre 1917 y 1918,
algo que casa perfectamente con lo explicado anteriormente por la Dra. Ana
María Oliva. Veamos que dijo el Sr. Steiner:
“Los virus son solo la excreción, el desecho de las células que han
sido envenenadas. Son piezas de ADN o ARN con otras proteínas que son
expulsadas de las células”.
Hoy día sabemos que la excreción de los virus desde las células,
tal y como explicó Rudolf Steiner hace un siglo, se debe a la necesidad de
adaptación de los organismos vivos de una misma especie, no solo por envenenamiento
o toxicidad del medio celular, debido principalmente al estrés -ante peligros o
presión demográfica- y a la contaminación externa –tanto física como
electromagnética- que ponen en riesgo la supervivencia de la propia especie,
sino también como proceso natural de evolución de los más sanos y más fuertes
dentro de la misma especie. En este sentido, dentro de la especie humana habría
que considerar en estos momentos históricos como los más sanos y más fuertes a
quienes viven más plenamente y con menos miedos, a quienes cuidan de su cuerpo
físico como un templo sagrado, a quienes son más generosos y atentos con los
demás seres vivos,… en definitiva, a quienes han adquirido un mayor
conocimiento de sí mismos y de la Vida que les envuelve. A los humanos más
egoístas y egocéntricos se les acaba el tiempo, a no ser que se arrepientan y
cambien de actitud. La Madre Tierra conforme avance en su evolución, no
permitirá en los próximos lustros que tales hijos tan potencialmente
destructivos -afortunadamente, una minoría- continúen conviviendo entre
nosotros.
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Autor: Manolo López (Coordinador temático de Ecología del
Proyecto de investigación Consciencia y
Sociedad Distópica)
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