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Fechas de publicación en el blog:
+Parte 1: Miércoles 15 de abril de 2020.
+Parte 2: Martes 21 de abril de 2020.
+Parte 3: Martes 28 de abril de 2020.
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En relación al COVID-19, estamos asistiendo a un fenómeno global
muy beneficioso para los ecosistemas naturales del planeta, sobre todo, en los
lugares donde de manera persistente se venían observando un incremento
progresivo de la polución del aire y la contaminación de la tierra y las aguas.
Esto, de manera global, nunca antes se había dado en la historia reciente de la
Humanidad y esperemos, en relación a estos efectos beneficiosos, que se sigan
manteniendo a partir de que finalicen los periodos de confinamiento social.
Un respiro para la Naturaleza
Como botón de muestra de tales
efectos beneficiosos, un artículo de 25/03/2020 publicado en la web de National
Geographic con el título El planeta, el principal beneficiado por el
coronavirus, afirma que la Vida Natural está renaciendo ahora en las
grandes ciudades paralizadas por la alerta sanitaria. Las aves ocupan las
calles, los canales de Venecia dejan ver los peces en sus aguas cristalinas, la
vegetación y los animales empiezan a colonizar los espacios urbanos
temporalmente no transitados, los delfines se acercan a las costas, etcétera,
etcétera, etcétera. Estos son simplemente unos cambios iniciales que nos están
ofreciendo la idea de un horizonte de ciudades más verdes y más amables con sus
habitantes.
Pero lo más impactante, que merece la pena subrayar, es el hecho de
que muchos medios se han hecho eco de la impresionante caída de los valores de
contaminación del aire en tan solo dos semanas desde que empezó el
confinamiento social en las grandes ciudades. La calidad y pureza del aire ha
mejorado extraordinariamente en todas ellas y, desde el espacio, se ha podido
observar un desplome considerable de los niveles de contaminación atmosférica
sobre las principales ciudades de Europa, respecto a las mismas fechas del año
anterior, como son los casos de Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla, en
España, de París o Lyon, en Francia, y de Roma, Milán o Nápoles, en Italia.
Es cierto que, en tiempos pretéritos, han existido otras pandemias
mucho más letales y de proporciones más épicas a nivel mundial, que la del
COVID-19, en razón al número de habitantes a nivel mundial, como fueron la
famosa peste negra de mediados del siglo XIV o la gripe española de 1918-1919, pero
la polución y contaminación en aquellas épocas, así como la destrucción
medioambiental, no eran, ni de lejos, tan acusadas como lo son actualmente.
Básicamente, la industria y los transportes basados en los combustibles
fósiles, la agricultura y la ganadería intensivas, la obsolescencia programada
de los vehículos, electrodomésticos y otras tecnologías, más una población
cuatro veces mayor que hace un siglo -1.825 millones de habitantes en 1918
versus 7.700 millones en 2020- marcan una diferencia muy importante en el
potencial de destrucción medioambiental por acción directa de la mano del
hombre.
Indiscutiblemente, los efectos indeseables de esta crisis sanitaria
a nivel de salud pública y los que lleva aparejados en relación a la economía y
las finanzas, pueden llegar a ser calamitosos en términos de vidas humanas. Un
mayor o menor número de pérdidas en este sentido, dependerá principalmente del
nivel de Consciencia de las distintas poblaciones y culturas que conforman
nuestra Humanidad. No obstante, en lo que a la ecología se refiere, los efectos
han sido y siguen siendo muy deseables, por cuanto la Vida Planetaria en
general ha experimentado un importante “respiro” que le ha permitido disfrutar
de unas mejores condiciones medioambientales para poder recuperarse y
manifestarse, hasta que nosotros, los humanos, le volvamos a poner coto, … o
quizás no. Ya veremos.
Las enfermedades infecciosas y el efecto de dilución
Según se desprende de un artículo científico publicado el
26/11/2019 en National Geographic, titulado La deforestación da lugar
a más enfermedades infecciosas en humanos, las grandes pérdidas de masa
forestal en todo el planeta durante las últimas décadas están favoreciendo el
cambio climático y la pérdida de biodiversidad, provocándose de este modo la
propagación y extensión de todo tipo de enfermedades infecciosas. Los sistemas
agroalimentarios industriales y, en especial, la agricultura y ganadería
intensivas, son actualmente las principales causas de deforestación. Y no solo
la pérdida de biomasa está favoreciendo la aparición de agentes infecciosos,
sino también el elevado estrés y sufrimiento al que estamos sometiendo a los
distintos reinos de la Naturaleza, en especial, al reino animal y, más
concretamente, a los animales de granja.
Y, aunque el aumento de las temperaturas por el cambio climático
podría disminuir la transmisión de algunas enfermedades infecciosas, por otro
lado, están aumentando en mayor medida a través de los mosquitos u otros
vectores de propagación del reino animal. Además, también está más que
demostrado que la contaminación atmosférica y la electromagnética pueden
aumentar la gravedad de algunas enfermedades infecciosas, sobre todo las
respiratorias.
Otro dato bien demostrado a nivel de salud pública, es el de la
baja incidencia de enfermedades infecciosas para el ser humano en los lugares
donde hay una gran biodiversidad, gracias al fenómeno natural conocido como
“efecto de dilución”. Este efecto natural viene muy bien explicado en la Revista
de divulgación científica Oikos, publicada por el Instituto de Ecología
de la Universidad Nacional Autónoma de México:
“Cuando un ecosistema está intacto y sin
perturbar, todas las especies de ese ecosistema están presentes, incluidos los
patógenos; éstos, sin embargo, están diluidos gracias a la gran
diversidad de especies presentes. Cuando el ecosistema se perturba, unas pocas
especies se pueden volver extremadamente abundantes y, cuando eso sucede, sus
patógenos también se vuelven extremadamente abundantes. Esto facilita la aparición
de brotes de enfermedades. El efecto de dilución es, entonces,
la respuesta que tienen los ecosistemas bien conservados de diluir a los
patógenos siendo nuestra mejor defensa ante las enfermedades infecciosas
emergentes.”
Esto significa que una gran biodiversidad teje, de
alguna manera, una red compleja de vida que permite reducir la transmisión de
enfermedades infecciosas. Por tanto, debemos comprender que los complejos y
variados ecosistemas naturales están cumpliendo muchos servicios que protegen
el mantenimiento de la Vida en general y de los seres humanos en particular… y
de forma totalmente gratuita.
Veamos ahora, aunque sea muy brevemente, cuáles
son las consecuencias de los sistemas ganaderos industriales en relación a las
enfermedades infecciosas. Estos sistemas intensivos favorecen la aparición y
propagación de brotes infecciosos que, en la inmensa
mayoría de los casos, solo ocurre entre los animales de la misma especie,
aunque también, en raras ocasiones -de manera natural o intencionada-, puedan
transmitirse a los humanos. Por ejemplo, los virus de la gripe aviar -H5N1- transmitidos por
aves acuáticas, parece ser que pasaron a las granjas industriales de
gallináceas donde, “al parecer”, mutaron y se hicieron más virulentos.
Otro ejemplo muy interesante, para el caso que nos ocupa, y que más
adelante se abundará en cómo actúan los virus naturales para la preservación de
las especies, es el caso del brote del virus de Nipah -Malasia, 1998- que se
debió a la instalación de granjas porcinas intensivas junto a unos bosques
tropicales en proceso de deforestación y que servían de hábitats, entre otras
muchas especies, a unos murciélagos que, ante el estrés, desarrollaron dicho
virus. Los animales porcinos, también tremendamente estresados y hacinados, con
sus defensas inmunológicas muy bajas, quedaron muy expuestos al mencionado
patógeno y, finalmente, fueron contagiados. Pues, entonces, algo muy similar
debe ocurrir con los seres humanos, cada vez más expuestos en las zonas
urbanas, con escasa biodiversidad, con elevada polución atmosférica y una
creciente contaminación electromagnética que, unido a un alto nivel de estrés,
sedentarismo, deficiente alimentación, aguas envasadas o muy tratadas, escasas
o excesivas medidas de higiene, poca luz solar, etcétera. Todo ello, genera un
caldo de cultivo ideal para la continua aparición de enfermedades infecciosas,
víricas o bacterianas. No obstante, hay que decir que éstas tienen su porqué y
para qué e, indudablemente, son mecanismos naturales muy beneficiosos para la
preservación de la vida de todas y cada una de las especies de este planeta,
incluida la nuestra, como ahora veremos.
Pero antes, veamos un ejemplo de ciudad altamente densificada y
contaminada como es el caso de Wuhan, la ciudad china donde supuestamente se
originó la pandemia del COVID-19. Pasó de ser una ciudad de unos 2 millones de
habitantes a inicios de los años 80, a tener actualmente unos 8 millones. Este
crecimiento se concentró principalmente en la década de los 90, en la
que nació una gran área metropolitana invadiendo zonas rurales y
naturales de bosques y lagos. La gran área metropolitana de Wuhan,
similar en tamaño a Londres, atrajo a millones de familias campesinas con una
cultura estrechamente relacionada con la naturaleza. Estas prácticas
culturales, que incluyen, por ejemplo, el consumo de ciertos animales
silvestres, favorecen la zoonosis y la propagación de las infecciones mucho más
rápido que en los núcleos urbanos más reducidos o de culturas alimenticias más
vegetarianas. Por tanto, de Wuhan al resto del mundo, en un escenario
capitalista-globalista como en el que vivimos, es fácil de entender la alta
incidencia de propagación del coronavirus, independientemente de que se haya
favorecido de manera interesada su expansión global, sumándole a todo ello la
implementación obligatoria de medidas internacionales a nivel político,
policial y militar, ciertamente desproporcionadas, para su control sanitario.
Esto, lo que ha provocado es un efecto cascada de miedo y pánico
generalizado, no solo por el virus, sino también por sus consecuencias
económicas y sociales, afectando especialmente a los miles de millones de
personas más vulnerables, viéndose así reducidas sus barreras inmunológicas y
disminuidas sus posibilidades de supervivencia.
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Autor: Manolo López (Coordinador temático de Ecología del
Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad
Distópica)
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