Construir un castillo de naipes requiere
gran habilidad y sangre fría, sobre todo cuando empieza a ser grande y tiene
muchos pisos. Casa naipe que uno trata de poner, es cada vez más difícil
colocarlo y, sobre todo, tiene el peligro de que cualquier error por minúsculo
que sea, puede desencadenar el desastre y tirar por tierra todo el edificio.
Llevo muchos años, no es de ahora ni por
la crisis pandémica que vivimos ahora, que tengo la sensación de que estamos
viviendo en un castillo de naipes, en una “house of card”, y no sólo en alusión
a la total podredumbre de la política, a la que hace referencia la serie de
televisión, sino por la fragilidad exponencial que muestra nuestra occidental y
ya global forma de vivir.
No soy economista, pero sí llego a
comprender el por qué se producen los ciclos económicos habituales de siete
años de vacas gordas y flacas y los grandes ciclos de Kondratiev de entre
setenta y cien años, que suelen terminar con desastres totales, con el
desmoronamiento de correspondiente castillo de naipes económico que el hombre
ha construido a lo largo de su historia, con la correspondiente caída de los
imperios.
Y todo radica en el dinero. El dinero, cómo
se crea, se gestiona y se destruye está detrás de la civilización humana. Y
esto es lo paradójico, mientras la Naturaleza basa su supervivencia en los
recursos naturales, materia y energía física que las plantas y animales
ingieren en mayor o menor medida según su disponibilidad, donde o, hay o no hay
comida, el ser humano se ha inventado el dinero, un recurso virtual, que en
realidad no existe como tal, porque es un sistema de información que le da
valor a las cosas materiales según su valor supuestamente intrínseco, pero
sobre todo, por su valor de cambio, en el “quién da más”.
Una tonelada de trigo es una tonelada de
trigo ayer, hoy y mañana; merma o aumenta según entre o salga el recurso del
silo donde se almacena. Pero un millón de dólares, según quién dé más o menos
se transforma en unos cuantos minutos en medio millón o en millón y medio, sin
que la base material sobre la que supuestamente se sustenta, no se haya
alterado. Así que esa misma tonelada de trigo, sin añadir o quitar un solo
grano, puede pasar de valer 200 dólares a 100 ó 300. Y la vida del ser humano
no se basa en los recursos, sino en el valor económico de esos mismos recursos.
Así que, si en alguna desafortunada operación bursátil de mercado a alguien se
le ocurre hundir el valor de algo, toda la estructura económica que vive de ese
algo se viene abajo, sin que físicamente “nada haya cambiado”, pero ha
sobrevenido la ruina.
Ahora vivimos, a consecuencia (o no,
quien sabe) de la pandemia, lo que los analistas llaman “volatilidad del
mercado”, donde el valor de las cosas pasa de valer “X” a valer “X/10” o
“X*10”, sin que nada físicamente cambie. De modo que si alguien vivía gracias
al comercio de un bien que producía o servía por valor de 10, resulta que si
pasa a valor de 10/10=1 pues está arruinado, sin que su bien se haya
deteriorado o consumido, simplemente la “información sobre su valor” se ha
reducido a la décima parte. Pero si aumente de 10 a 100, resulta que, de la
noche a la mañana, pues va a nadar en la abundancia. O sea, ruina o riqueza
basado en algo, el dinero, que no existe, porque es simplemente el valor que
alguien le da a las cosas. Y nuestro mundo hinca sus cimientos y toda su razón
de ser en eso, ¡¡en absolutamente nada!! Y cuando manejábamos papel moneda, aún
teníamos un papel que ponía que “eso” eran cien dólares, pero ahora, el dinero
es simplemente una cifra puesta en un campo de un registro informático sobre
algo, siendo extremadamente fácil “donde
digo digo, digo Diego”, poner donde pone 100€, poner 10€ o 1000€. Y no pasa
en el mundo real absolutamente nada.
Pensar que nuestra vida, la de mi
familia, la economía de mi empresa, de mi ciudad, de mi país y ¡la del mundo!
Se basa en “eso”, en “absolutamente nada material”, sino en el valor de cambio
que algo que hemos denominado “el mercado” le pone a nuestras cabezas, a
¡¡“nuestras putas cabezas, maldita sea”!! simplemente da pavor.
Por eso estamos todos ahora asustados,
porque a consecuencia de todo este pandemónium sanitario, social y económico,
no sabemos cuánto van a valer nuestras cabezas mañana. No sabemos si no
habiendo añadido ni quitado ni un solo grano de trigo de nuestras despensas,
vamos a poder alimentar a nuestros hijos o no. Y la situación es tan
jodidamente kafkiana, que ni los supuestamente entendidos en la materia tienen
ni la menor idea de lo que va a suceder.
El Gobierno anuncia en sus Reales
decretos que va a liberar, no sé, cien, mil, cien mil, un millón de millones de
euros para hacer frente a la crisis. Pero si con la deuda que tenemos, ¡¡ese
dinero no existe aún, ni tendremos jamás!! ¿Qué nos están vendiendo aparte de
humo? Nada, simplemente nada.
Las diversas teorías económicas y
operadores económicos han tejido en el mundo una extremadamente compleja tela
de araña económica, base de los mercados, de las finanzas y tanto de la macro
como de la microeconomía. Y a cada día que pasa, mi percepción casi
“extrasensorial” de todo esto es que estamos ante una “Hause of card” un
castillo de naipes tan descomunal, que es casi milagroso que no haya colapsado
ya, dada la cantidad de presiones imposibles a la que se ve sometida por los
grandes tiburones del mercado.
Cuando se habla de “crecimiento”, no se
habla de crecimiento de los recursos materiales (que es lo que entiende la
Naturaleza), sino de crecimiento económico, de PIB, del valor de las cosas, de
inflación, etc. O sea, si por crecimiento estamos hablando de que una tonelada
de trigo que ahora vale $200 mañana valga 250, 300 o 600, pues vale, acepto
pulpo como animal de compañía. Lo malo es que ese aumento del valor o del
precio, va acompañado del consumo, de la salvaje explotación de los recursos
naturales. Por eso el crecimiento material y económico, necesariamente tiene un
límite.
Yo no sé si alguien puede predecir qué va
a ser de nuestras vidas tras la pandemia, cómo se van a comportar los mercados
(si es que siguen existiendo), qué va a ser de nuestros trabajos, de nuestros
ahorros, cuando ya hay alguien que quiere acudir al 128 para disponer de ellos “en
aras del bien general”. Pero como la Economía es un simple juego de magia,
nuestros grandes magos ya se las apañarán para hacernos creer que “todo saldrá
bien”, porque no vivimos en el mundo real, sino en una “mátrix” diseñada para
hacernos creer que vivimos en un cuento de hadas o en un infierno, según
convenga[1].
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Autor: José Alfonso Delgado (Doctor en Medicina especializado en Gestión Sanitaria y
en Teoría de Sistemas) (joseadelgado54@gmail.com)
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