Desconsuelo y lagrimas por l@s haitian@s
El dolor de millones de haitian@s me parte el corazón en millones de trozos. De hecho, han tenido que pasar varios días desde la tragedia para que haya podido sentarme a escribir sobre ella. Simplemente, no podía; los sentimientos me desbordaban. Aún ahora me cuesta trabajo.
Con cierta asiduidad imparto clases sobre desarrollo local en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo, en República Dominicana, nación que comparte con Haití la isla llamada
Éste es uno de los factores, desde luego no el único, que explican que Haití sea el Estado más pobre de América Latina, algo que he podido comprobar directamente en las distintas visitas que he realizado a su capital, Puerto Príncipe, y a zonas rurales de su geografía. En la propia República Dominicana es fácil constatar la miseria del país vecino: decenas de miles de mujeres haitianas –muchas cercanas al límite de la mayoría de edad legal y, aún así, ya madres (normalmente, “madres solteras”)- ejercen la prostitución en los enclaves turísticos dominicanos, muy frecuentados, por cierto, por españoles, que por un puñado de euros disponen a su antojo de la compañía y los cuerpos de las jóvenes.
Antes de que Haití vuelva a caer en el olvido
El terrible terremoto sufrido ha colocado a Haití en la cabecera de las noticias y en la mente y el corazón de casi tod@s. Ahora bien, dentro de pocos días volverá a caer en el más absoluto olvido. Ya pasó recientemente con otras catástrofes que el país ha padecido. Y antes de que esto suceda, el dolor que me sacude me impulsa escribir estas líneas con lágrimas en los ojos y con un objetivo único: sacudir nuestras consciencias para que no admitamos la falaz teoría de los desastres naturales. Sí, esa interpretación de los hechos que nos dictan en los informativos, difunden los organismos internacionales –incluso bastantes ONG´s- y conviene a nuestra tranquilidad interior, llevándonos a pensar ¡qué desdichados son, que mala suerte tienen; cuanto más pobres, más desafortunados; ayudémosles enviando dinero, comida, medicinas,...!. Pero la teoría de los desastres naturales es una gran mentira, otra más de la visión y el sistema imperante.
Dicho sintéticamente para enfocar las reflexiones que siguen: no hay desastres naturales, sino fenómenos naturales (terremotos, tsunamis, huracanes, erupciones volcánicas, lluvias torrenciales, sequías, deslizamientos de tierra,…) que se convierten en desastres debido a la mano del ser humano. Una mano que no es invisible, sino que pertenece a gente y a intereses económicos y de poder concretos. Y somos cómplices de esta gente y sus intereses si nos limitamos a sentirnos tristes y solidarios ante la tragedia. La tristeza y la solidaridad son, sin duda, expresión de sentimiento y de Amor, pero no bastan, no son suficientes.
Quizá a algun@s os parezca extraña esta afirmación de que no existen los desastres naturales. Pero sé muy bien que es así. Lo aprendí especialmente en el año 2006, cuando desde el Centro Internacional de Formación de Naciones Unidas (CIF-OIT) en Turín (Italia), me solicitaron que evaluara determinadas experiencias de desarrollo local centradas en la reconstrucción después de los desastres y prevención de otros nuevos acometidas en Nicaragua (Matagalpa y Río Grande) e Indonesia (Banda Aceh y Aceh Besar), tras los dramas sufridos por estos territorios debido al huracán Mitch (1998) y al devastador tsunami de diciembre de 2004, respectivamente. Y el examen de ambos casos condujo a la misma conclusión, que posteriormente he confirmado con otros estudios, acerca de que no hay desastres naturales, sino fenómenos naturales que se transforman en desastres por causa de la mano humana
Para l@s interesad@s en conocer con detalle los resultados del análisis sobre los dos casos citados y el artículo en el que resumí los mismos (Disaster risk reduction: good practices, good policies), fueron publicados en
El impacto de los desastres
Haití es el último eslabón de una inmensa cadena de desastres que se hunden en la historia. Su mayor exponente, en tiempos recientes, lo constituyen los 220.000 fallecidos por el mencionado tsunami de 2004.
El balance de los desastres en las últimas décadas es terrible: las personas afectadas por término medio cada año ascienden a 250.000.000; las victimas mortales anuales, casi 60.000; y las pérdidas materiales se cuantifican en cerca de 40.000 millones de euros al año.
Para colmo, oteando el horizonte venidero, la situación irá a peor. Naciones Unidas ha realizado proyecciones en las que estima que para el año 2050 los desastres se llevarán por delante cada año 100.000 vidas; y provocarán perdidas por casi 200.000 millones de euros anuales.
Con todo, el verdadero impacto va incluso más allá de los referidos. Sus consecuencias se extienden a la salud física y mental de las personas afectadas; a las economías, los medios de subsistencia y la producción de la población local; a las familias que pierden quienes generan el sustento diario; y a los países con bajo Índice de Desarrollo Humano, que tienen poca o casi ninguna posibilidad de recuperarse después de un desastre. Tampoco suele considerase el impacto ocasionado por los llamados pequeños desastres, que puede aumentar drásticamente las cifras señaladas.
¿Cómo es posible que el mundo y la Humanidad, a pesar de contar con grandes recursos y avances científico-técnicos, en vez de avanzar en la reducción del riesgo, retroceda a pasos alarmantes y no pueda siquiera proteger la vida de sus ciudadanos?. Volveremos más tarde a esta pregunta. Pero antes es preciso que nos detengamos en el impacto más sustantivo que todo lo expuesto genera: dolor; dolor de cientos de millones de personas
Dolor y nueva consciencia
Para profundizar en el asunto, conviene que recordemos una vez más en el Blog (ayer se volvió a hacer, en la entrada titulada Cumbre europea del medio ambiente: otro fracaso anunciado) la manera en que la nueva consciencia contempla y afronta el dolor. Una nueva consciencia que tiene en el Amor Incondicional uno de sus grandes fundamentos, siendo precisamente este Amor el que nos impulsa a movilizar
+Ante quien padece el dolor, movilizaremos
+Ante quien causa el dolor, movilizaremos
+Ante la situación o el hecho mismo que ocasiona el dolor, movilizaremos
+En nosotros mismo, movilizaremos
Hago y hago ahora
Aplicando lo anterior al caso concreto de lo ocurrido en Haití, hay que poner especialmente el acento en dos de las cuatro dimensiones expuestas: la movilización de
En lo relativo a lo primero, el trabajo que hay que acometer en el ahora es obvio: es el momento de la solidaridad. Con dinero, alimentos o medicinas, con oraciones o meditaciones que envíen energía de Amor a las personas que están padeciendo, o con lo que cada uno pueda y quiera. Y es momento de la búsqueda y el rescate a contrarreloj de supervivientes, de prestar atención sanitaria urgente a tantos heridos, de proveer refugio y alimento a millones de damnificados y de instalar equipos de agua y saneamiento antes de que surja la epidemia.
Pero esto, siendo importantísimo, no es suficiente. Igualmente, hay que movilizar la compasión ante la situación o el hecho mismo que ocasiona el dolor para evidenciar y denunciar abiertamente aquello que lo motiva, la sinrazón que lo provoca.
Y de esta sinrazón no debemos responsabilizar a
Enunciado brevemente, Haití es una víctima más del colonialismo y de la subordinación de los territorios y sus habitantes a intereses políticos y, sobre todo, económicos y financieros externos. Así el Estado haitiano se caracteriza por unas estructuras políticas e institucionales tan frágiles como corruptas; y por una violencia e inestabilidad política y social que han imperado a lo largo de sus 206 años de historia. ¿Responsables de ello?. En primera persona, los delirios de grandeza y la crueldad de sus propios caudillos, como la sanguinaria saga de F. Duvalier, Papa Doc, y sus criminales Tonton Macoutes, que duró tres décadas, desde
Y mientras las sucesivas crisis gubernamentales se dilucidaban entre las intrigas de los servicios secretos estadounidenses y los machetazos de los residentes, la pobreza y el hambre se han hecho dueñas del país, que ocupa el puesto 150 (entre 177 países) por Índice de Desarrollo Humano (IDH). Podría extenderme al respecto, pero creo que basta con estos datos: la esperanza de vida es de 52 años; 250.000 niños viven en régimen de semiesclavitud en “hogares” donde han sido entregados por sus familias, que subsisten en pobreza extrema; el ingreso promedio apenas supera los 300 euros anuales; el 72% de la población sobrevive como puede con menos de un euro al día; el desempleo juvenil llega a cotas por arriba del 80%; la insoportable inflación, que en 2008 disparó el precio de los alimentos; y los ingresos por sus exportaciones de manufacturas, café, aceites y mango son casi una propina ante la deuda externa que acumula el país.
Con este telón de fondo, se explican una serie de hechos que son determinantes para que los fenómenos naturales se conviertan con tanta facilidad en Haití en enormes desastres. Por brevedad, hay que destacar cuatro. Por una lado, la migración salvaje desde los ámbitos rurales a los urbanos (botón de muestra es el “dumping” que fuerza a los campesinos a abandonar sus campos de arroz en Artibonite), particularmente hacia Puerto Príncipe (donde reside cerca del 50% de la población total), lo que deriva en un brutal hacinamiento en los distritos suburbiales de la capital, como Cité Soleil o Martissant, en los que se producido la mayor parte de las víctimas del terremoto. Por otro, la destrucción ecológica del territorio, destacando una deforestación que ha arrasado el 98% de los bosques, lo que aumenta enormemente la vulnerabilidad de la población antes deslizamientos y movimientos de tierra, lluvias o sequías, etcétera. En tercer lugar, la ínfima calidad y nula previsión ante seísmos de las construcciones –por llamarlas de algún modo-, lo que multiplica extraordinariamente los daños humanos y materiales en caso de terremoto. Y, por fin, la carencia de servicios sanitarios, que no cubren las necesidades más básicas de la población, y la endeblez de las infraestructuras, como las hidráulicas, lo que dificulta, cuando no impide, la atención a los heridos e incrementa notablemente el riesgo de epidemias tras el desastre.
Disminuir el riesgo de desastres
Llegados a este punto, es momento de retomar la pregunta que se dejó abierta anteriormente: ¿cómo es posible que el mundo y la Humanidad, a pesar de contar con grandes recursos y avances científico-técnicos, en vez de avanzar en la reducción del riesgo, retroceda a pasos alarmantes y no pueda siquiera proteger la vida de sus ciudadanos?. A lo que hay que unir esta otra: ¿por qué son siempre los más pobres los que sufren las peores consecuencias de los desastres?. Con casos como el de Haití sobre la mesa (o Nicaragua, o Indonesia,...), la respuesta a estos interrogantes es obvia: lo uno y lo otro se deben al colosal desatino del modelo económico y productivo imperante, a la primacía de los intereses económicos, financieros y geopolíticos de unos pocos y al alocado e insostenible ritmo de depredación del hábitat ecológico y de los recursos naturales. Todo lo cual lanza exponencialmente el riesgo de que los fenómenos naturales deriven en desastres colectivos; y de que estos se ceben, precisamente, en lo más pobres de la sociedad y el planeta.
El riesgo de desastres es un proceso acumulativo en el cual se combinan tanto amenazas naturales o antrópicas con acciones humanas que crean las condiciones de vulnerabilidad. Los desastres son producto de una mezcla compleja de acciones ligadas a factores económicos, sociales, culturales, ambientales y políticos-administrativos que están relacionados a procesos inadecuados de desarrollo, a programas de ajuste estructural y proyectos de inversión económica que no contemplan el costo social ni ambiental de sus acciones.
Si bien es cierto que el impacto de los desastres es mayor en los países pobres, especialmente aquellos con un bajo IDH, la responsabilidad de la reducción y también de la generación del riesgo, no responde sólo a patrones locales o nacionales, sino también a patrones supranacionales e incluso globales como es el caso de las políticas de la globalización económica, el calentamiento global del planeta, el cambio climático, la desertificación y la degradación ambiental.
La realidad, las experiencias locales, la sabiduría de las comunidades y el conocimiento científico nos ha demostrado que la mayoría de los desastres se pueden evitar y que estos no son naturales, sino que las amenazas pueden serlo. Son los factores de vulnerabilidad que nosotros mismos generamos, junto con las amenazas y la falta de capacidades y mal manejo del riesgo, las causas que ocasionan el desastre. Muchas veces, un desarrollo inadecuado fortalece los peligros o construye nuevas amenazas.
No son las personas el problema, sino la solución y el principal recurso con que cuentan los países en desarrollo. Demostrado está que la comunidad local y las personas del territorio, ante situaciones de emergencia, son la primera línea de defensa y la base de la reconstrucción. Múltiples ejemplos en África, Asia o América Latina pueden ratificar esta afirmación.
Por otra parte, la ayuda externa no siempre es la adecuada o no está adaptada necesariamente a las necesidades reales de un país o localidad después de un desastre y responden más a la oferta de las mismas instituciones financieras que a las necesidades de los afectados.
Muchas poblaciones que viven en economías de subsistencia no tienen alternativas que les permita vivir sin contribuir al agotamiento de los recursos naturales locales y, por ende, generar factores de vulnerabilidad en sus territorios. Lamentablemente ésta es la fuente de supervivencia de cerca de un tercio de la población mundial. Sin embargo, el mayor problema no radica en el desgaste de los medios de supervivencia de la población menos favorecida: los Estados, las instituciones financieras internacionales y las grandes corporaciones trasnacionales, en el intento de generar ingresos y ganancias económicas a corto plazo, promueven megaproyectos o proyectos de desarrollo que no contemplan e incluyen el factor riesgo en su implementación, ni tampoco prevén la generación de nuevas vulnerabilidades o amenazas en sus proyectos. Para nada tienen en cuenta un principio que debería ser básico en todo proceso social: el crecimiento económico y productivo no puede ser a cualquier precio, ni situarse por encima del desarrollo humano sostenible, el ambiente y la vida de las personas.
Habría que plantear un doble objetivo: la reducción de la vulnerabilidad existente (acumulada por procesos históricos a través de la implementación de practicas insostenibles de desarrollo); y la promoción de procesos que impidan la construcción de condiciones que generen nuevos escenarios de riesgos en el futuro. Se debe actuar sobre las causas estructurales del desarrollo que generaron el riesgo y no sólo sobre sus síntomas, como ha sido la tendencia predominante.
Los Estados y la comunidad internacional deberían confiar y promover mucho más el fortalecimiento de las capacidades locales, la participación de todos los sectores; potenciar el uso de los recursos endógenos de los países, de los territorios y comunidades; y basar la reducción del riesgo de desastres en su propia realidad, considerando el ambiente, el hábitat natural y a las personas como los principales recursos para llevar adelante los procesos.
Las experiencias nos indican que la clave para prevenir, mitigar y, en el mejor de los casos, evitar el impacto de los desastres, es en primera instancia reducir el riesgo antes que este ocurra. En caso de la ocurrencia de un evento potencialmente destructor, una buena preparación garantiza una rápida, efectiva y apropiada reconstrucción.
La reconstrucción puede considerarse como una ventana de oportunidades y uno de los mejores momentos para introducir el tema de reducción de riesgo de desastres en la planificación del desarrollo sostenible y para promover estrategias proactivas y permanentes que permitan consolidar sociedades más seguras. Debería ser enfocada hacia el fortalecimiento de las capacidades de los actores clave del desarrollo local y de las comunidades afectadas, pero también hacia el mejoramiento de la calidad de vida, la reducción de la pobreza, la creación de fuentes de empleos dignos y de desarrollo socioeconómico, así como garantizar en el futuro, el mayor grado de seguridad para los bienes, los medios de subsistencia y especialmente, la vida de las personas.
Y para que todo esta sea posible y factible, una nueva consciencia ha de brotar de
Hola, Emilio.
ResponderEliminarTe escribo este Comentario desde República Dominicana, cerca de la frontera con Haití, para agradecerte tu escrito. Todo queda dicho en él. No hay más que decir. Lo estoy difundiendo entre mis contactos
Ojalá la Nueva Consciencia de la que hablas, y en la que también yo confío, brote pronto en la Humanidad. Mientras, seguiremos llorando ante tanto dolor, quizá acelerando así la Nueva Consciencia.
Un fraternal saludo.
Belinda
Desgraciadamente,mientras el mundo este bajo el poder de los "codiciosos" esto y mucho más seguira ocurriendo.
ResponderEliminarCreo que el diagnóstico está hecho, pero la curación de estos males no la veo muy cercana.
ResponderEliminarLos países de América Latina están en problemas y Haití es la máxima expresión de la pobreza que tenemos en cada uno de los países.
La moraleja de la fábula, creo que se puede aplicar: ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Estoy muy conmovida, desde el extremo sur de América del Sur, Argentina.
A la Universidad de Córdoba asistían estudiantes haitianos en mi época universitaria, creo que siguen haciéndolo y en otras ciudades de Argentina.
Saludos desde el centro de Argentina.
Hola Emilio!
ResponderEliminarPerdona que no te dejé comentario cuando vine por aquí, de hecho recién veo por primera vez tu CV en el perfil, simplemente me llegó en un mail de otra lista tu escrito y me vine aquí para leerlo "in situ". Claro, era obvio que no pertenecía a un aficionado, pero no me fijé. Está escrito con excelencia y conocimiento del tema. A mí me dejó pensando y mucho.
Yo creo que la Nueva Conciencia está más avanzada de lo que parece, y de a poco se va colando en algunas áreas gubernamentales de los distintos países como ya lo ha hecho en áreas más permeables. Se que tal vez suene muy optimista pero esto es lo que yo experimento.
Y creo que cada uno debe ayudar desde el lugar que ocupa dentro de la sociedad. A veces con un escrito (este tuyo, por qué no?), tal vez un hecho artístico, ayuda humanitaria, concientización, desde las ONG, lo que fuera. El que puede aportar dinero es lo que pone, y el que no que encuentre un camino creativo que signifique. Debemos abandonar la idea de que porque nuestro aporte sea más pequeño que un grano de mostaza no vale la pena. Si todos ponemos nuestro grano seguramente lo valdrá.
Pienso que esa es la parte positiva de la comunicación de este mundo globalizado (la negativa ya la conocemos bien, verdad?) y hay que explotarlo.
También creo en la responsabilidad de los pueblos por su presente y futuro más que en aistencialismo que se espera de otros. Y me parece que lo complejo (pero también un excelente desafío por cierto) es lograr un equilibrio. No esperar que toda ayuda nos venga de afuera (me refiero a los paises emergentes) y tomar responsabilidad en lo que nos compete.
Gracias por dejar un comentario en mi Blog! Nos estamos leyendo...
Gracias Belinda, Mirta y Abril (también al anónimo) por vuestros comentarios.
ResponderEliminarCoincido con Abril acerca de que la nueva consciencia ya empieza a fraguar, aunque aún no contemplemos sus formas concretas.
En los próximos días voy a intentar reflejar en el Blog algunas aportaciones que ya corren al respecto por la Red.
Un abrazo.
Emilio, que alegría encontrar a un hermano de viaje que desde su corazón transmiter y toca otros corazones como el mio esta mañana de enero.
ResponderEliminarSoy Aurora de Málaga. Tengo también un blog al que voy definiendo poco a poco con subidas y bajadas.
Me gustaría mucho contactar contigo personalmente.Soy terapeuta , monintora de diversas técnicas de autoconoconocimiento y locutora de radio.Aunque esto último lo dejé cansada del "sistema".
Ahora retomo con un programa que comienza el viernes en Prensa FM, una emisora local que se puede oir por internet también.
Se llama "PLaneta Libre" en honor a una pelicula que me toco el alma y de la que tenemos mucho que aprender.Voy a dar otra visión del mundo, mejor dicho, "vamos" porque cuento con la ayuda valiosisisima de Diana, gracias a la cual acabo de conocer tu blog, y de otras personas que irán llegando,-espero que tu seas una de ellas-.
Mi blog se llama:www.sinefectosecundario.com. Echalé un vistazo para "sentirme". Hay un archivo de audio grabado por mí con un texto de Cayetano Arroyo, un ser excepcional que la vida puso en el camino de mis despertar.Lo encontrarás en la categoria: "cayetano arroyo" y la entrada:"Si deseas llegar a ser tu mismo".Quizá te guste escucharlo y publicarlo en tu blog si asi lo deseas. Tienes mi permiso.
Emilio;Gracias por todo lo que das.Te abrazo.
La parte que no entiendo es la de perdonar al que ocasiona el daño.Porque si es una persona u organizacion con malas intenciones,no le das con tu perdon la posibilidad de volver a dañar?En todocaso,perdon espiritual,pero memoria para recordar que puede volver a suceder.
ResponderEliminarY ademàs,la desigualdad que hay en elmundo que es economica principalmente y de esa derivan todas las demàs,no tendrìa que modificar la conciencia de los màs ricos y poderosos? A los paìses que son potencia,noles da un poco de culpa tener tanto poder y buena calidad de vida mientras que hay tantos sumergidos en la pobreza?
Soy mèdica y no economista, pero me pregunto hasta que punto la pobreza de una parte del mundo no esta provocada por la riqueza de la otra parte?El analisis que hiciste parece profundo y serio, te felicito.
Pero meparece que le faltan la dimension autocritica,viniendo de un europeo , que no es latinoamericano y no vive esta realidad y a partir de ahi una propuesta economica de un orden diferente a nivel mundial, mas equitativo.