¿El rey de la Creación?
En la gran pirámide de la vida, tras
haber reflexionado sobre las capas inferiores del mundo vegetal y animal y
contemplando cómo se desarrolla el comportamiento de los diferentes sistemas y
subsistemas que hacen de la vida un milagro posible, llegamos al ser humano
como gran rey de la Creación. O eso nos hemos creído o, eso nos han dicho desde
las antiguas religiones y filosofías. Porque no parece existir otra especie que
nos haga sombra ni nos pise los talones.
Un título como este, “El ser humano”,
impresiona de un gran tratado de psicología, sociología o filosofía profunda.
Pero tranquilos que no voy a hacerle la competencia ni a Aristóteles, ni a
Kant, ni a cualesquiera de los grandes maestros del pensamiento humano.
Abordamos aquí el ser humano desde una
reflexión sistémica, es decir, integral. Y no pretendo extenderme demasiado.
En la entrega sobre los subsistemas
encargados de las funciones de producción de energía y síntesis de materia, es
decir, sobre los subsistemas que pueblan la anatomía humana y funcionan según
describe la Fisiología, creo que no es necesario entrar ni ir más allá de lo en
esa entrada está descrito, porque el ser humano es un mamífero, exactamente
igual, a nivel sistémico, que cualquier otro ser vivo del reino animal, sobre
todo del philo de los cordados (los que tienen columna vertebral, los
vertebrados).
Sin embargo, donde sí me voy a detener es
en el sistema de información que rige su vida. El sistema nervioso, central y
periférico, sí que muestra importantes diferencias respectos de nuestros
ancestros. Sin meterme en una exposición sistemática, como lo hice cuando
expliqué el sistema de información en la anterior entrega, y a riesgo de ser
algo caótico, os propongo una serie de reflexiones.
Los transductores de señal interna, que
reciben las señales de nuestro interior, en el plano más somático, funcionan
igual que en el resto de animales. Los de señal externa, que nos permiten
recibir información del exterior también, pero, hemos de ser conscientes de que
nuestra capacidad sensorial no es, precisamente, la más desarrollada dentro del
reino animal. Ya vimos cómo tanto el sentido de la vista, como del olfato, como
del oído, principalmente, los animales nos suelen ganar por auténtica goleada,
es decir, captan un espectro de señales muy superior al hombre. Aunque estudios
recientes empiezan a considerar estos déficits sensoriales de los humanos más
como una leyenda urbana que no es cierta.
Especialmente el olfato nos sorprende, al
haber creído que el perro, por ejemplo, nos supera con creces. Y en la vida
cotidiana, así es, pero estudios recientes, de hace unos pocos años han
demostrado que, por diferenciar, sabemos diferenciar un billón de matices de
olores, cuando creíamos que sólo discriminábamos en torno a 10.000.
La visión del hombre sí que parece ser
superior a la de los animales. La capacidad discriminadora de colores el
ostensiblemente superior. El hombre discrimina alrededor de un millón de
colores. No es así en los animales. Cada especie tiene su visión adaptada a su
capacidad de supervivencia. Y es lógico, la selección natural ha permitido
sobrevivir a aquellas especies que en su hábitat han sabido defenderse mejor de
sus enemigos y acceder mejor al alimento. La simple posición de los ojos,
frontal o lateral, permite en el primer caso la visión estereoscópica en
profundidad y paralaje, pero de 180 grados, mientras la visión lateral impide
el paralaje, pero tiene un ángulo cercano a los 360 grados.
Los reptiles, tienen muy desarrollada la
visión infrarroja, para poder identificar en luz y oscuridad sus presas por la
emisión de calor de sus cuerpos. Las vacas sólo ven matices anaranjados, con lo
que pueden identificar mejor qué es pasto y qué no lo es, lo que les basta y
sobra para su plácida vida. Los peces tienen desarrollada una visión que de
alguna forma elimina la borrosidad de la refracción del agua y, sobre todo,
pueden ver en la oscuridad de las profundidades. Los pájaros tienen una
increíble capacidad para ver a larga distancia, para identificar, por ejemplo,
pequeños roedores o alimentos de pequeño tamaño a gran distancia.
Es decir, todo está adaptado a las
necesidades de supervivencia. En el ser humano, esos refinamientos sensoriales
a tal efecto, no son necesarios, porque tiene una capacidad muy superior para
evaluar la situación, por medios que van mucho más allá de lo que captan los
sentidos, y se llama inteligencia, o la capacidad de captar, retener y asociar
multitud de elementos de información para transformarlos en conocimiento.
En resumen, los sentidos del ser humano
no son ni más ni menos desarrollados que el de los animales, sino que su
desarrollo es el necesario y suficiente como para, con el uso de la
inteligencia, poder sobrevivir, estableciendo procedimientos de ataque y
defensa, capaces de garantizarle la vida.
Manas
En este punto, hemos de dar un salto
cuantitativo y cualitativo que hace que el hombre, el ser humano se diferencie
significativamente del resto de los animales. Me refiero al “manas”, término en
sanscrito referido a la mente, de donde parece proceder el término “humanidad”.
Así que, si aceptamos este origen de la palabra, un ser humano es el que tiene
manas, mente, pero una mente que va más allá de lo concreto, porque los
mamíferos superiores tienen una alta capacidad de pensar para resolver
problemas propios de la supervivencia. Nos referimos aquí a la composición
septenaria del ser humano, con su cuaternario inferior (cuerpo físico,
energético, astral y mente concreta y, la tríada superior, (mente abstracta,
buddhi o sabiduría y Atma o divinidad).
De “manas”, viene humano y humanidad y,
en varios idiomas, supone la etimología de hombre “man” en Inglés, “mann” en
Alemán.
En cualquier caso, y sin entrar en este
tema más propio de la Teosofía que de la Ciencia, lo que sí es cierto es que en
el ser humano se incorpora el pensamiento concreto y abstracto (con mayor o
menos grado de evolución), que es lo que nos ha convertido desde la aparición
del hombre sobre la Tierra, en los reyes de la Creación, o eso nos hemos
creído.
Y esto, dentro del estudio de la visión
sistémica del mundo, incorpora un factor determinante para comprender lo que
explicaremos al tratar los arquetipos de comportamiento en el ser humano y un
concepto fundamental para entender nuestro particular universo, la “complejidad
dinámica”.
Intencionalidad
El sistema de información del ser humano,
tiene los subsistemas asociador, la memoria y el subsistema decisor, que
veíamos en la entrega sobre las Funciones de información, completamente
condicionados con algo que denominaremos “intencionalidad”, que es la capacidad
que tenemos de manejar la información de entrada, en base a objetivos que “no
van orientados” exclusivamente al mantenimiento de la vida, a la supervivencia,
sino a satisfacer nuestro particular interés, a costa de un posible e
innecesario daño a terceros. Es decir, tenemos una programación mental
orientada a “objetivo final”, pudiendo ser este, favorecedor del “estado
estable” del grupo con el que nos relacionamos o no, dañino hacia los demás,
con tal de obtener un particular beneficio, superior al que nos correspondería.
Esta “intencionalidad” ha condicionado la
vida del ser humano sobre la Tierra, para bien y para mal.
En general, todo bucle compensador, que
tiende a alcanzar la estabilidad, se basa en unos objetivos finales en lo que
cuenta, en el ámbito de la Naturaleza, es lo que sistema biológico necesita, de
modo que una vez alcanzado ese objetivo, las variables que intervienen en el
bucle, se estabilizan en un comportamiento razonablemente oscilante, como los
modelos de Lotska y Volterra que vimos en entregas anteriores. El objetivo del
ciclo vital entre zorros y conejos es que ambas especies puedan vivir y sobrevivir,
así que la población de zorros y conejos oscila entre máximos y mínimos que
garantizan la supervivencia de ambas. En este caso el objetivo natural es
“cubrir lo necesario y suficiente” para que todos los elementos que integran el
sistema ecológico puedan mantenerse en un estado estable.
Con la introducción de la inteligencia
humana, se introduce en los mismos ciclos naturales, componentes que
transforman los bucles compensadores (feedback negativos) en reforzadores
(feedback positivos), porque el objetivo final, para el hombre, NO ES conseguir
lo que necesita, sino lo que quiere o desea, lo necesite o no, le sea necesario
y suficiente o no; de modo que con independencia de que en ese objetivo,
extralimite el consumo de recursos, no importa, con tal de satisfacer un deseo,
apetencia o embalamiento emocional. Y si algo en la Naturaleza es
matemáticamente cierto es que los bucles reforzadores se pueden mantener
durante un cierto tiempo, pero a la larga son imposibles de mantener.
Toda la historia del ser humano sobre la
Tierra está plagada de millones de ejemplos en los que los bucles
compensadores, transformados por “intencionalidad” humana en bucles
reforzadores, han llevado inexorablemente al fracaso y en muchas ocasiones a la
extinción de culturas, reinos y civilizaciones.
El cerebro triuno
En 1990, Paul MacLean conocido médico y
neurocientífico estadounidense, planteó una estructura cerebral humana, en la
que se diferenciaba perfectamente como tres capas o sistemas cerebrales, fruto
de la evolución desde los reptiles, los mamíferos y la aparición del Homo
sapiens; el cerebro reptiliano o zona reticular o protoencéfalo, el cerebro
límbico o mesencéfalo, propio de los mamíferos y el cerebro racional o
telencéfalo, específico de los humanos.
El cerebro reticular o reptiliano tiene
funciones primarias propias del instinto de supervivencia, activador de los
mecanismos de ataque y defensa física, la pelea, la búsqueda de alimento, el
impulso sexual, la regulación de la temperatura corporal.
El cerebro límbico de los mamíferos,
aparece con la sangre caliente y la necesidad de protección de las crías, que
en el hombre se manifiesta en los sentimientos y emociones, el dolor, el gozo,
la tristeza, la ternura, el odio, la alegría.
El cerebro cortical o telencéfalo hace
posible el pensamiento concreto y abstracto, el análisis, la creatividad, la
toma de consciencia, la lógica, el razonamiento matemático, la planificación.
Visto desde otra perspectiva, estos temas
se estudian también haciendo referencia a la amígdala cerebral, estructura relacionada
con el cerebro reptiliano, el hipocampo, estructura en forma de caballito de
mar, donde se ha descubierto una especial actividad neurosintética, que crece
al desarrollarse acrtitudes de neutralización de la amígdala y decrece cuando
se pierde esa capacidad. Y la corteza, especialmente prefrontral, zona
fundamental del pensamiento abstracto y concreto.
Pues en el hombre conviven los tres
cerebros, con las tres estructuras. Es como si en una ciudad conviviesen y la
gente utilizara los tranvías tirados por caballos, los eléctricos y los
monorraíles con levitación magnética.
Sin entrar en mayores disquisiciones,
podemos intuir que el comportamiento humano, desde los peores y mejores
instintos hasta las más altas cumbres de la creatividad y de la villanía, están
de alguna forma relacionadas con la interacción entre estas tres estructuras
cerebrales que condicionan nuestro comportamiento.
Dicho esto, podemos decir que, mientras
el sistema reticular y límbico se comportan perfectamente bien en sus
cometidos, pues su programación de objetivo final está orientada a garantizar
la supervivencia individual y del grupo, el telencéfalo, tiene una capacidad de
decisión que va más allá de la simple garantía de la supervivencia, hacia funciones
y habilidades que caracterizan al hombre como ser inteligente. Pero el córtex
tiene por debajo esas estructuras instintivas, que debe aprender a regular y
neutralizar y, si no lo hace, va a entrar en el peligroso bucle “tanto más, cuanto más”, es decir, se va
a ver inclinado al diabólico par “tolerancia – dependencia”, que transforma los
bucles compensadores de la naturaleza, en bucles reforzadores de un
comportamiento que tiende siempre al suicidio individual y colectivo. En la
medida en que es tremendamente fácil para el Homo sapiens pensar que tanto más
tengo, cuanto más quiero y, que el estado de “supuesta” felicidad se asocia a
la satisfacción de los deseos y consiste en satisfacer esos deseos que dependen
de tener y de cada vez tolerar más, es en la medida en que hace su aparición lo
que podríamos denominar “sufrimiento humano”, que ya Gaitama Sidharta Buda y
Lao Tse, identificaron como el eje central de la miseria del hombre,
reconociendo que “algo no funciona bien en el cerebro humano. Y es esa incapacidad
cortical de regular los instintos primarios que general las capas inferiores
del cerebro.
Y dejémoslo aquí, que el discurso no va
de filosofía ética sino de la visión holística del mundo. Sólo quedémonos con
la idea de que la aparición del “manas”, la inteligencia humana, ha generado
una tremenda perturbación en el comportamiento de la Naturaleza, con efectos
positivos o muy positivos, por una parte, pero deletéreos por otra.
Las dos inteligencias
Existe un extendido error general, cuando
hablamos de la inteligencia humana. Es el que surge cuando por “inteligencia”,
nos referimos sólo a la “inteligencia concreta”, la que mide con una elaborada
metodología, el “coeficiente intelectual”, el IQ. Es la que rige el cerebro
izquierdo, el pensamiento concreto, el que muestra las capacidades de cálculo,
de gestión de la incertidumbre, de planificación a corto, medio y largo plazo,
en suma, la que nos permite superar las asignaturas escolares de matemáticas,
física, química y biología; es, en suma, la inteligencia científica y
tecnológica. Gracias a ella, el ser humano ha inventado los ordenadores y ha
llegado a la Luna, pero también ha provocado las guerras y los conflictos, las
desigualdades y el mercado bursátil. Y se mide por el IQ.
Pero existe otra, que no mide el IQ, que
se denomina “inteligencia emocional”. Es la que rige las emociones, los
sentimientos, de la que brota la capacidad de amar o de odiar. Es la
inteligencia abstracta, que rige el cerebro derecho. Fue puesta en valor por el
psicólogo estadounidense Daniel Goleman, en su libro del mismo título, “Inteligencia emocional”, publicado en
1995, que resultó ser un best seller de ventas, y donde los que lo leímos,
pudimos darnos cuenta de cómo habíamos metido la pata hasta el fondo, al
considerar inteligente sólo aquel que superaba los 110 de IQ, cuando el
verdaderamente inteligente es el que sobresale, no por su IQ, sino por su
capacidad de empatía, que en esto se reduce, básicamente la capacidad emocional
del ser humano, en la empatía para con los demás, reconociendo que el interés
de la mayoría puede precisar el sacrificio de la minoría y hasta de uno mismo,
como le dijo el Sr. Spock al Cte. Kirk en la nave Enterprise, en aquella
memorable película de Star Trek. Si uno no es capaz de comprender, de ser
consciente de los límites de su libertad, frente a la de los demás, puede que
su IQ se convierta en una devastadora arma letal, como la Historia ha
demostrado a lo largo de los siglos.
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Autor: José Alfonso Delgado (Doctor en Medicina especializado en Gestión Sanitaria y
en Teoría de Sistemas) (joseadelgado54@gmail.com)
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La publicación de las diferentes entregas de Visión sistémica del mundo se realiza en
este blog, en el contexto del Proyecto Consciencia y Sociedad Distópica, todos los lunes
desde el 20 de enero de 2020.
Se puede tener información detallada sobre los objetivos y contenidos de tal Proyecto
por medio de su web: http://sociedaddistopica.com/
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