Durante el tiempo que pasamos en este Planeta, la imagen que
tenemos de la realidad es la que somos capaces de captar con nuestros sentidos.
Por ellos nos forjamos modelos de realidad que nos permiten comprender
hasta cierto punto el Universo que nos rodea.
El concepto “modelo” se puede considerar tanto muy antiguo, como
moderno. Como tal, un modelo es la representación mental o formal de un
sistema. Y un sistema es un conjunto de elementos relacionados entre sí, que
contribuyen a un fin concreto. Estos conceptos fundamentan la Teoría General de
los Sistemas, de donde podemos extraer un principio fundamental. La realidad
está ahí, y nosotros, con nuestros sentidos e inteligencia asociativa, lo único
que podemos extraer de ella es la información necesaria y suficiente como para
elaborar “modelos de realidad” que residen en nuestra mente. Es decir,
manejamos los objetos y nos desplazamos en la matriz espacio temporal, que hace
posible nuestra vida diaria, gracias a la capacidad que tiene el cuerpo y la
mente humana de captar información, procesarla, almacenarla, asociarla con
recuerdos y en función del contraste entre lo que se desea y se conoce, lanzar
decisiones ejecutivas.
La cuestión es que según sea nuestro radio de percepción espacio
temporal, nos forjamos un modelo del mundo distinto. Así, un cabrero que no
salga en toda su vida de su valle de alta montaña, su percepción del mundo no
puede ir más allá de los confines de las cumbres que le han tenido rodeado
desde que nació. El provinciano que a lo máximo a donde se haya desplazado,
haya sido a la capital para hacer una gestión en la Delegación de Hacienda,
puede tener una visión del mundo de hasta cien, doscientos kilómetros a la
redonda. El que no ha salido de España, pero ha ido a veranear en cuarenta y siete
ocasiones a las atestadas playas de Levante, le podemos estirar en su
conocimiento personal del mundo hasta unos mil kilómetros, todo lo más, si
viviendo en León haya ido alguna vez a Almería. Los hay con suerte y han
conseguido sacar los pies del plato, y visitar París en viaje de novios. A
estos les estiramos hasta los dos mil kilómetros. Y los que hemos cruzado el
Charco, nos concedemos el record mundial de los 7.000 Km.
Esto en lo relativo a las distancias.
En lo relativo al tiempo, pues sucede algo similar. El feliz e
indocumentado que sólo conoce la historia de su familia, pues llegará todo lo
más a remontarse cien años atrás hasta su bisabuelo, el pobre que murió de un
reuma al corazón, Dios le tenga en su Gloria. Con un poco más de estudios, llega
a tus oídos lo de los Reyes Católicos, Colón y el Cid Campeador, unos 1000
años, y acaso, el Imperio Romano hace 2000 años.
Y no mucho más nos imaginamos, porque más allá de los diez mil
años, época en la que los hombres vivían en las cavernas, respecto de nuestro
personal horizonte temporal, es demasiado tiempo.
Y en lo relativo a qué modelo nos forjamos, pues también tenemos
diferencias. Supongamos que estamos en el Valle de Ordesa, en los pirineos
oscenses y, habiendo alcanzado la pradera de Soaso, desde donde se tiene una
vista espectacular de Monte Perdido, la contemplan un geólogo, un montañero que
está recorriendo el GR11 (la senda pirenaica), un excursionista cansado, un
poeta y un guarda forestal. El primero estará interesado en los geosinclinales
y capas sedimentarias que las fajas laterales del valle dejan al descubierto;
el segundo, el montañero, se fijará en la ruta a seguir para llegar al refugio
Goriz que está al pie del pico Marboré, por lo que tiene que salvar una pequeña
pared casi vertical para ascender a la meseta base. El tercero, el
excursionista, estará fijándose en dónde hay un lugar cerca de la cascada de la
Cola de Caballo donde tomar el bocadillo y hacer unas fotos. El cuarto, acaso
querrá inspirarse en la contemplación del panorama para echar unos versos, y el
quinto, el guarda, estará preocupado por los residuos que dejan los visitantes
despreocupados del medio ambiente, que él tendrá finalmente que preocuparse de
mandar recoger por los servicios de conservación del Parque Nacional. Es decir,
mismo escenario para cinco modelos distintos de realidad. Mismo escenario, pero
cada cual, según sus intereses se fija en diferentes aspectos descartando
aquellos que no son ni de su interés ni de su incumbencia, de modo que los
modelos de realidad que elaboran pueden ser absolutamente diferente entre unos
y otros. Mutatis mutandi, en la vida cotidiana, esto sucede todos los días a
todas horas; tantos seres humanos que viven objetivamente una misma realidad,
tantos modelos, que nos hacen vivir tantas realidades como seres humanos.
Podríamos concluir con una frase como esta: Una misma realidad, tantos modelos de ella como personas la
observan.
Si tanto en la flecha espacial como en la temporal transformamos
los kilómetros y los años en potencias de diez, tenemos que, a lo sumo, nuestro
mundo abarca 104 Km y 104 años.
Por otra parte, y con independencia del interés o la
intencionalidad con la que elaboramos nuestros modelos, otro factor a tener en
cuenta es la propia capacidad de nuestras mentes para la percepción y
elaboración.
Respecto de la percepción, hemos de reconocer que nuestras
capacidades sensoriales no alcanzan todo el recorrido del espectro de la
realidad. Poniendo como ejemplo el espectro electromagnético, desde el
infrarrojo hasta el ultravioleta y más allá en ambos sentidos, resulta que
nuestros ojos sólo alcanzan a captar el rango de lo visible que abarca una horquilla
entre los 750 nm en que cruza el infrarrojo hasta los 400 nm en que cruza al
ultravioleta. Con ello nos perdemos de realidad lo que va desde los 750 nm
hasta más allá de frecuencias de 100.000 m en el que se mueven radiofrecuencias
de ultra baja frecuencia. En el otro extremo la cosa se reduce hasta el
femtometro de los rayos cósmicos. Total, que en un espectro que va desde
frecuencias de 10-5 hasta 107 metros nuestro ojo es capaz
de observar un rango de frecuencias de 350 nanometros; es decir, apenas nada en
relación al todo. De modo que hasta que los científicos no comenzaron a
descubrir con la ayuda de aparatos dotados de esas capacidades los márgenes
casi infinitos del espectro visible, creíamos que todo lo que existe es lo que
vemos con el ojo desnudo. Otro tanto podemos decir del oído y del olfato o del
tacto. En este sentido los animales tienen los sentidos bastante más
desarrollados que nosotros.
En tiempos antiguos, la distancia de la Luna, el Sol y las
estrellas a la Tierra se creía era más o menos de veinte kilómetros. Esto es lo
que nos permite ver e intuir la mirada y la imaginación desnuda.
En el Medievo la idea de la Creación era una Tierra plana, rodeada
de una cúpula celestial (Bóveda celeste) de donde colgaban las luminarias,
estrellas, el Sol y la Luna y unas cosas raras que se movían de forma errática
por lo que los griegos las llamaban planetas. Sin embargo, estos científicos
griegos ya en la antigüedad sospechaban que esta visión de la Creación, no era
correcta. Los navegantes veían cómo el cielo nocturno cambiaba según se
navegase hacia el Norte o hacia el Sur. Alguien pensó que la Tierra podría no
ser plana sino cilíndrica. Eratóstenes estaba convencido de que la Tierra era
redonda, lo demostró y calculó su diámetro a partir de la triangulación de las
sombras entre Alejandría y Assuan en el solsticio de verano, concluyendo que
era el equivalente en kilómetros de unos 12.000. Y tras observar los eclipses
de Luna, calculó que, a juzgar por la sombra de la Tierra sobre la Luna, esta
debería estar a unos 300.000 Km más o menos de la Tierra. Y Aristarco de Samos
(310 – 239 AC) propuso por primera vez en la Historia el modelo heliocéntrico
del Sistema Solar, colocando al Sol y no a la Tierra en el centro del sistema,
o sea, del universo conocido. Aristarco argumentó que el Sol, la Luna, y la
Tierra forman un triángulo recto en el momento del cuarto creciente o
menguante. Estimaba que el ángulo (opuesto al cateto mayor) era de 87°. Usó una
correcta geometría, pero datos de observación inexactos, Aristarco concluyó
erróneamente que el Sol estaba 20 veces más lejos que la Luna. El Sol está
realmente 390 veces más lejos. Y que era 20 veces más grande que la Luna,
cuando en realidad es 390 veces mayor. Unos 2000 años más tarde, más o menos,
Copérnico redescubre las teorías de Aristarco.
En potencias de diez, Aristarco concibió un Universo entre 6 y 7
órdenes de magnitud (en Kilómetros). Pero tras ese fugaz rayo de lucidez
humana, la civilización retornó a una idea del Cosmos mucho más doméstica de 3
potencias (mil kilómetros), aunque la facilidad de paso entre el Este y Oeste
en Eurasia, hizo desde bastante antiguo, que el Mediterráneo y la India fuesen
viejos conocidos.
En estos órdenes de magnitud el cielo estrellado de la noche es
algo muy extraño, pero salvo alguna mente calenturienta nadie se preguntaba qué
había allí.
Es lo que se podía ver con la mirada desnuda.
Desde el punto de vista objetivo, es indudable, que la Ciencia ha
desarrollado un descomunal avance en el conocimiento del mundo visible y
tangible. El interesante libro “Potencias de diez” de Philips Morrison nos describe cómo en potencias de diez, podemos
recorrer el Universo conocido desde 10-16 a 10+26 órdenes
de magnitud. Siendo 100,
equivalente a un metro. Es decir, el Universo conocido discurre a través de 42
órdenes de magnitud, desde los quarks del núcleo atómico hasta los confines del
Universo conocido, es decir, la inquietante mirada al pasado profundo, hace
15.000 millones de años luz.
El proceso de ampliación de los órdenes de magnitud, desde los
simples 103 y 10-3 de la más remota antigüedad hasta los
42 órdenes de magnitud actuales ha supuesto un ir pasando nuestro conocimiento
de la realidad visible, desde la espesa nube del desconocer a la clara nitidez
del conocimiento. Todo lo que reside en la luz del conocimiento, decimos que se
entiende, que es comprensible, explicable, y descansamos tranquilos, pues hemos
conseguido desentrañar poco a poco los misterios de la Naturaleza. Todo lo que
está en la nube del desconocer, está envuelto en misterio y temor.
El deseo de saber qué hay más allá de lo que ven nuestros ojos y
comprende nuestra inteligencia ha estimulado la imaginación de los seres
humanos desde los tiempos de la remota antigüedad. Magia, espiritismo, religión
y demás ciencias esotéricas han tratado de abordar el contenido de esa nube,
cuyo espesor ha ido reduciéndose en la medida en que la Ciencia ha ido
descubriendo cada vez más misterios, y los órdenes de magnitud han ido
ampliándose hasta llegar a los 42 actuales.
Como todo tiene sus pros y sus contras, aquellas iniciativas
humanas que han basado su utilidad en el desconocimiento de las gentes, han
visto con malos ojos el avance de la Ciencia, de modo que a cada avance en el
conocimiento del Universo o de la Historia, cada ampliación de los órdenes de
magnitud, que hacía retroceder el espesor de la nube del desconocer, siempre había
doctos entendidos en lo esotérico que criticaban a los científicos por su
atrevimiento, hasta el punto de perseguirles y si venía el caso, condenarles a
muerte por decir tonterías científicas que contradecían las sabias doctrinas de
los grandes maestros de la antigüedad. En una película sobre Champolión que vi
hace tiempo, me sorprendió la actitud de un influyente maestro en Francia, no
sé qué título tendría, que estaba muy preocupado por el riesgo de que el
arqueólogo descifrador de la piedra Rosetta, al poder comprender la escritura
egipcia, llegase a la conclusión de que documentos o construcciones egipcias,
fuesen anteriores al año 2500 antes de Cristo, porque esta fecha era la que se
declaraba como la más probable para la creación del mundo. Para los judíos
ultraortodoxos el mundo según el Génesis se creó en la semana del 1 al 7 de
octubre, domingo (Sabbat para ellos), del año 3761 a. C, que es cuando comienza su calendario.
Pero esto ha sido siempre así; parece haber más miedo en el
conocimiento que en la ignorancia; acaso porque con ello se caen como castillos
de naipes creencias sin ningún fundamento, salvo el simbólico.
Pero, estando como estamos en un momento histórico donde nos
situamos a las puertas de que los maestros de Wu Li (Física en Chino) resuelvan
el juicio entre relatividad y mecánica cuántica para tocar ya casi con la yema
de los dedos la “teoría de la Gran unificación” y conseguir entender por fin
qué es la Gravedad Universal, cuando la tecnología es capaz de llevar a cabo
auténticas brujerías en ingeniería de todo tipo, y la Física profundizar en las
intimidades más interiores de la materia con, como por ejemplo, la detección del bosón de Higgs o de las ondas
gravitacionales, los humanos nos creemos
capaces de casi todo, desde destruir el Planeta hasta convertirlo en un Mundo
Feliz, pero… la Nube del Desconocer sigue estando ahí, delante de nuestros
ojos, desafiante; tan desafiante como desde el principio de los tiempos.
En esencia, la Nube del desconocer apenas se ha reducido desde que
el anónimo autor la definió como todo aquello que desconocemos sobre nuestra
existencia. Y uno se pregunta si la ampliación en 42 órdenes de magnitud,
nuestro conocimiento del Universo ha servido realmente para disminuir de un
modo significativo esa nube. Por una parte, esta expansión del conocimiento
disminuye la nube, pero por otra la aumenta, al poner al hombre al borde de lo
ilimitado, no ya por la parte del mundo espiritual y trascendente (todo lo que
escapa a nuestra percepción “visible”), sino por el propio Cosmos. Vivíamos muy
a gusto con una bóveda celeste de 17 Km de altura. Ahora, que tiene 1026
metros (casi imposible de imaginar semejante magnitud…), se nos plantean muchos
más enigmas de los que resuelve esta eclosión del espacio.
El ser humano se ha de incardinar en esta tela de araña espacio
temporal que es el Universo, un Universo cada vez más extraño, donde cada vez
nos sentimos más pequeños, y donde el único consuelo que nos queda es el principio
antrópico, aquel que
dice más o menos que para que nosotros, los humanos, estemos aquí y nos
interroguemos sobre el Universo, la Creación se ha tenido que desarrollar
exactamente como lo ha hecho. Una fuerza nuclear fuerte (la que mantiene unido
el núcleo de los átomos), una millonésima más débil, y el Cosmos no sería lo
que es; ni nosotros tampoco. Hemos de tomar, además, consciencia de
“individuos”, seres supuestamente indivisibles, que
nos relacionamos con el mundo exterior con el que tenemos que, por una parte,
integrarnos y por otra competir por unos recursos escasos.
El acervo cultural de la Humanidad ha estructurado el conocimiento
que podemos tener de “todo lo que existe” (aparentemente) en las
diferentes materias y disciplinas académicas que todos estudiamos en el colegio
y en las que luego nos especializamos en el ambiente universitario y
profesional. Para lo que nos ocupa, el conjunto de disciplinas se suele dividir
en dos grandes grupos, las ciencias y las letras. Las ciencias se ocupan
de la investigación y el conocimiento de todo lo positivo, de todo lo tangible
y que se puede observar, medir y experimentar. Fundamentan todo en el método
científico y en la duda metódica de Descartes. Las letras constituyen un
conjunto de áreas de conocimiento en relación a lo intangible más
cercano a la intuición, a la apreciación subjetiva, y aunque tiene o trata de
tener métodos de razonamiento lo más aproximados a la lógica, emerge de entre
sus cuerpos de conocimiento, algo parecido a ideas y percepciones fruto de la reflexión
heurística, de la meditación. Las artes, el Derecho y la Filosofía forman parte
de este conjunto de saber humano. Y luego están las teologías, que se
basan en percepciones sobre lo inefable, lo sobrenatural, supuestamente
basadas en especulaciones sobre temas a los que los conocimientos exactos no
han podido llegar, y que apela más a las tradiciones en muchos casos
ancestrales, y a lo que se denomina revelación, más que a la razón. Se podría
decir, con Bertrand Russell, que entre Ciencia y Teología está la Filosofía
como entidad de sabiduría humana, que se cuestiona lo intangible sin acudir a
la revelación divina, dado que la veracidad de esas revelaciones está
reconocida o no, según se profese una fe u otra.
En cualquiera de los casos, ante los ojos sorprendidos del ser
humano que contempla este mundo, éste trata de encontrarle descripción y
explicación a las cosas. Con la Ciencia ha conseguido sorprendentes avances,
pero hay otros temas a los que la demostración científica no ha podido llegar.
Bertrand Russell plantea una serie de preguntas que desde la antigüedad han
preocupado al hombre pensador:
¿Está dividido el mundo
en espíritu y materia? Y suponiendo que así sea, ¿qué es espíritu y qué es
materia? ¿Está el espíritu sometido a la materia o se encuentra poseído por
fuerzas independientes? ¿Tiene el Universo unidad o finalidad? ¿Está
evolucionando hacia una meta? ¿Existen realmente leyes de la Naturaleza, o
creemos solamente en ellas por nuestra innata tendencia al orden? ¿Es el hombre
lo que le parece al astrónomo, a saber: un minúsculo conjunto de carbono y
agua, moviéndose impotente en un planeta diminuto dentro de una descomunal
galaxia, ¿diminuta a su vez dentro del descomunal Universo ¿O es lo que le
parece a Hamlet? ¿Acaso las dos cosas a la vez? ¿Existe una noble manera de
vivir y otra baja? ¿O son igualmente todos los modos de vida igualmente
fútiles? Si hubiera un modo noble de vida ¿en qué consiste y cómo lo
realizaremos? ¿Debe ser eterno lo bueno para merecer una valoración, o vale la
pena buscarlo, incluso en el caso de que el Universo se moviera inexorablemente
hacia la muerte? ¿Existe la Sabiduría o lo que parece tal es solamente un
último refinamiento de la locura?
Bertrand
Russell, Historia de la Filosofía, Introducción
La Filosofía ha tratado de dar, no digo respuesta, pero sí al menos
un enfoque razonablemente sensato como para aliviar en cierto modo la angustia
vital que produce en el corazón humano tener estas y otras muchas preguntas de
similar calado, sin respuesta. En este sentido, quiero hacer aquí una
puntualización que creo es sumamente importante para evitar el confusionismo
sobre las referencias que a lo largo de este libro se hacen tanto a la teología
y filosofía occidental, y especialmente cristiana, como a las filosofías
orientales.
Pero entre estas altas disciplinas científicas y
filosófico-metafísicas que nos transportan desde lo casi infinitamente pequeño
hasta los confines del Cosmos, por una parte, y por otra las filosofías y
teologías que tratan de introducirnos en el mundo de lo sutil, además del mundo
físico, está “nuestro pequeño mundo”. Es el mundo que ven nuestros ojos
y procesa nuestro pensamiento, donde se sitúan por un lado yo y mi pensamiento,
y por otro, todo lo observado que es ajeno a mí. El pensamiento teje lo que
consideramos “nuestra vida” dentro de la matriz del tiempo y del espacio.
En nuestro pequeño mundo se desarrolla el 95% de nuestra vida,
empeñados en sobrevivir, y en escalar la pirámide del bienestar, a ser posible.
En nuestro pequeño mundo nos levantamos por las mañanas,
desayunamos, vamos a trabajar o a tratar de buscar un empleo, colaboramos en
nuestra empresa a sacar el negocio adelante, tratando de hacer bien nuestra
tarea, nos casamos, formamos una familia, tenemos hijos, pagamos los recibos y
la hipoteca del piso, vamos al hipermercado una vez por semana, y tenemos una
noche de pasión (más o menos) con nuestra pareja, de vez en cuando. Ah, y en
vacaciones, o bien nos vamos a la playa a tostarnos, o a la montaña para
respirar aire puro, o nos vamos a hacer un viaje por los Alpes, o quietos en
casa, porque la extra no da para más.
Mientras estamos enredados en nuestros asuntos, que dos galaxias
colisionen, o que el acelerador CERN de partículas subatómicas haya generado
una nueva generación de hadrones, como que nos importa bastante poco. Y que un
filósofo nos hable de Filosofía perenne, va a ser que no nos interesa
demasiado, si al subir a casa en el buzón encontramos un requerimiento de
Hacienda.
En el fondo, realmente para nosotros, “todo lo que existe” es
nuestra propia vida, y cómo poder sobrevivir a las sucesivas crisis que se
suceden periódicamente. Lo demás, las galaxias por un lado, las partículas
subatómicas por otro y las teorías nihilistas de Nietzsche o los tratados de
hermenéutica bizantina por otro, si no me ayudan a pagar a Hacienda, como que
no me resultan ni útiles ni necesario su conocimiento.
En resumen, al referirme a “todo lo que existe”, me quiero
referir a todo lo que llena mi vida, lo que me mueve, me motiva a levantarme
por las mañanas, lo que genera mis apegos, mis ilusiones y mis preocupaciones;
y en el fondo, lo que da sentido a mi existencia, que son mis pequeñas cosas y
a lo mejor también, las preguntas trascendentes, de dónde venimos y a dónde
vamos; y cosas así.
Que el Universo tenga 42 o 5 potencias de diez es algo que a mi
pequeño mundo no le afecta lo más mínimo, y a mi cuenta corriente ya ni
digamos… O a lo mejor sí que me interesa; depende de si me da por pensar, o soy
totalmente pragmático y utilitarista.
El planteamiento pragmático y utilitario, es tan práctico y útil
para hacerse un hueco en este mundo, como simple y generalizado en la población
mundial. Es lo que podríamos denominar, lo que interesa al común de las
gentes. Porque decir “todo lo que existe” desde esta perspectiva, es aludir
al “Mito o alegoría de la caverna” de Platón, que refleja en su libro
“La República”. Este mito describe, en cierto modo, cómo el ser humano vive su
propia realidad y se engaña a sí mismo (no intencionadamente). En este caso, el
hombre no es capaz de ver más allá de lo que está "delante de sus propios
ojos", por lo que la realidad en la que vive o cree vivir, no es en
absoluto real. Sólo aquel que es capaz de deshacerse de todo lo que le impide
ver más allá, el que es capaz de ver no sólo lo que está a su alrededor, sino
lo que rodea a los demás, lo que es el mundo, no sólo su mundo, esa persona se
percatará de cómo es la auténtica realidad. Platón refiere el conocimiento de
primera instancia al que procede del mundo sensible (conocido a través de los
sentidos) mientras que el otro, que procede del uso de la razón, es el mundo
inteligible. El mundo que está detrás de todo lo que existe es otro bien
distinto al que la mente puede tener acceso. Es la maquinaria de un reloj del
que sólo podemos ver las manillas.
Recomiendo que veáis este interesante vídeo sobre las potencias de
diez.
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Autor: José
Alfonso Delgado (Doctor en Medicina especializado en Gestión Sanitaria y
en Teoría de Sistemas) (joseadelgado54@gmail.com)
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La publicación de las
diferentes entregas de Visión sistémica del mundo se
realiza en
este blog, en el contexto
del Proyecto Consciencia y Sociedad Distópica, todos los
lunes
desde el 20 de enero de 2020.
Se puede tener información detallada sobre los
objetivos y contenidos de tal Proyecto
por medio de su web: http://sociedaddistopica.com/
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