===============================================
El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de la web del Proyecto se puede tener información detallada sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
http://sociedaddistopica.com/
===============================================
===============================================
Recientemente leí mi
Tesis Doctoral. Este era el título de una de sus versiones. Por supuesto no
gustó y fue censurado. También las ideas que allí se planteaban o que querían
poner el acento en este tipo de cuestiones. La disidencia e independencia
intelectual no siempre es posible. Al menos que seas codependiente de las
instituciones que albergan y protegen el conocimiento y sepas camuflarte o
adherirte a sus causas. El estar por fin separado de las instituciones y poder
ser crítico con ellas me permitirá hablar más abiertamente de asuntos
importantes que nos afectan a todos. Lo paradójico es que, tras esa censura,
las propias Naciones Unidas son las que plantean ideas de corte parecido,
poniendo el acento en la alarma mundial que padecemos. Véanse los Objetivos
para el desarrollo sostenible:
https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/
Es desesperante y
frustrante gritar para advertir sobre lo que parece irreparable. Muchos pueden
pensar que no hay marcha atrás, que estamos navegando felices hacia el iceberg
que lo hará estallar todo por los aires. A veces el optimismo y el navegar
contra corriente resultan parecerse a esos ídolos caídos. Al principio nos
parecían felices soñadores, luego pasan de golpe a convertirse en seres
narcisistas y egocéntricos. Los ídolos caen en cuanto adentramos la perspectiva
a otros lugares menos fantasiosos.
Muchos ya están cansados
de pregonar o de potenciar esa engorrosa necesidad de tener que aportar
argumentos suficientes sobre lo que está pasando. Ya no se trata de explicar
que el mundo se está agotando. Más bien estamos en el punto de tener que
decidir drásticamente si deseamos ser partícipes o no de su destrucción. Esto
encierra una especie de radicalidad exponencial que nos acercaría más a la
hipocresía extrema o a la decisión de cambiar para siempre nuestras vidas.
Lo primero es sencillo,
solo tenemos que fingir que no pasa nada. Podemos lavar nuestras consciencias
con depósitos enteros de buenas intenciones diarias. Reciclar algún plástico,
bajar el consumo de grasa animal, comprar productos bio o hacer algún donativo
a proyectos alternativos. Todo eso en esa gran fiesta bucólica en la que todo
es posible gracias al fingir que todo está bien.
Pero la segunda opción es
compleja. Requiere radicalidad y cambiar los fundamentos profundos de nuestras
vidas. Y a eso no estamos dispuestos. Nadie está dispuesto a deconstruirse de
repente, a no ser que haya tenido un arrebato de locura, o en el mejor de los
casos, algún tipo de iluminación que le lleve hasta las puertas de la mismísima
lucidez. ¿Quién dejaría hoy día el pescar peces para lanzarse a la compleja
tarea de pescar almas? Elegir entre un mundo distópico o un ilusionante mundo
utópico en el que albergar algún tipo de esperanza futura, esa es la cuestión.
Lo primero podría parecer hipócrita y lo segundo, ingenuo.
Sería imposible imaginar
que de repente las ciudades se despoblaran. Sería igualmente imposible imaginar
que de repente, al menos la mitad de la población renunciara a los requisitos
de consumo que hasta la fecha poseemos. Sería imposible imaginar que una gran
parte de la humanidad decidiera abandonar el círculo vicioso de la ciudad
-trabajo-consumo-más trabajo-más consumo- para albergar algún tipo de
alternativa más natural, más en acorde con la naturaleza, y siempre, ante una
tendencia decrecionista, donde menos es más y donde las cosas empiezan a
cambiarse por las experiencias. La simplicidad voluntaria como camino alejados
del crecimiento que nos inculcan desde los estamentos.
La patogénesis de la
enfermedad que padece el planeta es bien clara: nosotros mismos confrontados a
nuestra avaricia. Nos hemos convertido en una plaga que está envenenando todo
cuanto tocamos. Ya somos más de siete mil millones de habitantes con deseos de
crecer y crecer y crecer sin darnos cuenta de que vivimos en un planeta finito.
Fingimos, en nuestra personal hipocresía, que todo está bien. Pero estamos
incubando dentro de nosotros el final de los tiempos. Las alarmas crecen, el
mundo está enfermo y no hay doctores suficientes capaces de diagnosticar y
curar el cáncer que padecemos. El sistema doctrinal del que somos esclavos no
nos permite ver con sinceridad y valentía lo que está ocurriendo. Tampoco nos
permite actuar en consecuencia. Faltan grandes dosis de locura o lucidez. Tanto
da cuando de lo que se trata es de salvar el mundo, y de paso, a nosotros
mismos.
¿Cómo cambiar de
paradigma? Por más que agito a mi alrededor nada cambia. Casi me cuesta una
vida y un poco de locura el cambiarme a mí mismo. Sí, es cierto, me vine a
vivir a los bosques y vivo en una pequeña cabaña de madera. Una locura. Pero
insuficiente.
===============================================
Autor: Javier León (Antropólogo, editor y promotor del Proyecto O´Couso,
su Tesis Doctoral versó sobre "Antropología de las comunidades utópicas”)
su Tesis Doctoral versó sobre "Antropología de las comunidades utópicas”)
===============================================
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.