“Música: Las vibraciones en el aire son el aliento divino hablando con alma de hombre. La música es el lenguaje de Dios”.
Esta frase se atribuye a Beethoven. La película Copying Beethoven, de 2006, dirigida por Agnieszka Holland, la recoge en la única escena en la que el compositor (Ed Harris) se sienta para conversar sosegadamente con la copista de sus partituras (Diane Kruger). El pianista y escritor Cyril Scott lo explicó de manera semejante: “la melodía es el grito del hombre a Dios; la armonía es la respuesta de Dios al hombre” –La música: su influencia secreta a través de los tiempos (Editorial Orión; México D.F., 1968)-.
Que la música es el lenguaje divino y, por tanto, el de nuestro Yo Verdadero, lo he aprendido, sentido, reído, llorado y absorbido de la mano, sobre todo, de Johann Sebastian Bach, mi compositor predilecto muy por encima del resto. Sus 1127 obras me acompañan cada día del año. Y en ellas he ido descubriendo una honda espiritualidad -a veces oculta, siempre imposible de expresar con palabras- que ha contribuido más que cualquier texto a mi despertar interior, la Resurrección en Vida.
No es casualidad que Bach y Beethoven coincidieran en dirigir el trabajo musical de los últimos años de sus respectivas vidas al “arte de la fuga”, que llegaron a estimar cual modalidad musical suprema y exquisita. Se basa en la denomina escritura contrapuntística. Y percibo, como ellos y gracias a ellos, que se sitúa más allá de la tridimensionalidad –alto, ancho y largo- de la que se percatan nuestros sentidos físicos. Este tipo de escritura musical alcanzó su cima, sin duda, en la genialidad de las obras finales de Bach, especialmente en la inacabada El Arte de la fuga (BWV 1080) y en la Ofrenda musical (BWV 1079). En ésta, la mención “buscad y hallaréis” revela el esoterismo de un Bach volcado hacia la tradición medieval, donde el contrapunto era tarea de iniciados, no accesible a todos los oídos. A esas alturas de su vida, Bach había “encontrado” e intentaba reflejar en sus composiciones la belleza y la trascendencia del encuentro.
Ya en buena parte de sus partituras previas había utilizado la música para sintetizar la búsqueda por el ser humano de su linaje divino. Lo hizo, por ejemplo, en tres breves composiciones:
+En la Cantata del despertar de los sueños (BWV 645) representa el proceso de búsqueda a través de una serie constante de notas básicas que se repiten en desarrollo, mientras el fondo musical se hace cada vez más rítmico y complejo. Constata, de este modo, la perfección lograda por las experiencias que vamos acumulando a lo largo de la cadena de vidas físicas que conforman nuestra encarnación en el plano humano.
http://www.youtube.com/watch?v=7om3-9HbdNY
+Es en este marco en el que el ser humano, por fin, encuentra. Y lo hace desde su interior, no puede ser de otra forma, y en sagrada soledad. Por lo primero, Bach usa un instrumento, el cello, de profunda tonalidad; por lo segundo, elige la sobriedad de una “suite para solo”. Así nació Suite de cello solo nº1 (BWV 1007), de espectacular sencillez y hermosura.
(http://www.youtube.com/watch?v=LU_QR_FTt3E&feature=related)
+Por fin, tras el encuentro, sólo existen paz y felicidad perfectas. Lo que el músico simbolizó en dos violines cuyas dulces notas van conjugándose hasta hacerse finalmente una, en un proceso que es prolongado, pero no demasiado cuando el telón de fondo es la eternidad: II Largo, ma non tanto del Concierto para dos violines (BWV 1043).
(http://www.youtube.com/watch?v=TSgqycHJQrU)
Os invito a escucharlas –es conveniente hacerlo en el orden expuesto- en este domingo de ecuador agosteño.
(Si alguien prefiere versiones “modernas” de obras de Bach, puede disfrutar de la mencionada Cantata del despertar de los sueños en la voz de Sissel;
http://www.youtube.com/watch?v=Cb7uu-Hkq0E&feature=related
Y en la de Celtic Woman, del Jesu, Joy of Man’s Desiring, título del décimo movimiento de la cantata Herz und Mund und Tat und Leben -BWV 147-.
Esta frase se atribuye a Beethoven. La película Copying Beethoven, de 2006, dirigida por Agnieszka Holland, la recoge en la única escena en la que el compositor (Ed Harris) se sienta para conversar sosegadamente con la copista de sus partituras (Diane Kruger). El pianista y escritor Cyril Scott lo explicó de manera semejante: “la melodía es el grito del hombre a Dios; la armonía es la respuesta de Dios al hombre” –La música: su influencia secreta a través de los tiempos (Editorial Orión; México D.F., 1968)-.
Que la música es el lenguaje divino y, por tanto, el de nuestro Yo Verdadero, lo he aprendido, sentido, reído, llorado y absorbido de la mano, sobre todo, de Johann Sebastian Bach, mi compositor predilecto muy por encima del resto. Sus 1127 obras me acompañan cada día del año. Y en ellas he ido descubriendo una honda espiritualidad -a veces oculta, siempre imposible de expresar con palabras- que ha contribuido más que cualquier texto a mi despertar interior, la Resurrección en Vida.
No es casualidad que Bach y Beethoven coincidieran en dirigir el trabajo musical de los últimos años de sus respectivas vidas al “arte de la fuga”, que llegaron a estimar cual modalidad musical suprema y exquisita. Se basa en la denomina escritura contrapuntística. Y percibo, como ellos y gracias a ellos, que se sitúa más allá de la tridimensionalidad –alto, ancho y largo- de la que se percatan nuestros sentidos físicos. Este tipo de escritura musical alcanzó su cima, sin duda, en la genialidad de las obras finales de Bach, especialmente en la inacabada El Arte de la fuga (BWV 1080) y en la Ofrenda musical (BWV 1079). En ésta, la mención “buscad y hallaréis” revela el esoterismo de un Bach volcado hacia la tradición medieval, donde el contrapunto era tarea de iniciados, no accesible a todos los oídos. A esas alturas de su vida, Bach había “encontrado” e intentaba reflejar en sus composiciones la belleza y la trascendencia del encuentro.
Ya en buena parte de sus partituras previas había utilizado la música para sintetizar la búsqueda por el ser humano de su linaje divino. Lo hizo, por ejemplo, en tres breves composiciones:
+En la Cantata del despertar de los sueños (BWV 645) representa el proceso de búsqueda a través de una serie constante de notas básicas que se repiten en desarrollo, mientras el fondo musical se hace cada vez más rítmico y complejo. Constata, de este modo, la perfección lograda por las experiencias que vamos acumulando a lo largo de la cadena de vidas físicas que conforman nuestra encarnación en el plano humano.
http://www.youtube.com/watch?v=7om3-9HbdNY
+Es en este marco en el que el ser humano, por fin, encuentra. Y lo hace desde su interior, no puede ser de otra forma, y en sagrada soledad. Por lo primero, Bach usa un instrumento, el cello, de profunda tonalidad; por lo segundo, elige la sobriedad de una “suite para solo”. Así nació Suite de cello solo nº1 (BWV 1007), de espectacular sencillez y hermosura.
(http://www.youtube.com/watch?v=LU_QR_FTt3E&feature=related)
+Por fin, tras el encuentro, sólo existen paz y felicidad perfectas. Lo que el músico simbolizó en dos violines cuyas dulces notas van conjugándose hasta hacerse finalmente una, en un proceso que es prolongado, pero no demasiado cuando el telón de fondo es la eternidad: II Largo, ma non tanto del Concierto para dos violines (BWV 1043).
(http://www.youtube.com/watch?v=TSgqycHJQrU)
Os invito a escucharlas –es conveniente hacerlo en el orden expuesto- en este domingo de ecuador agosteño.
(Si alguien prefiere versiones “modernas” de obras de Bach, puede disfrutar de la mencionada Cantata del despertar de los sueños en la voz de Sissel;
http://www.youtube.com/watch?v=Cb7uu-Hkq0E&feature=related
Y en la de Celtic Woman, del Jesu, Joy of Man’s Desiring, título del décimo movimiento de la cantata Herz und Mund und Tat und Leben -BWV 147-.
¡Feliz domingo!
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