El noble señor Naoshige estaba muy orgulloso por la destreza y contundencia de su sobrino, un joven guerrero, y así se lo manifestó al venerable Shoun, uno de sus más viejos samuráis:
-Nadie puede resistirse ante la fuerza y el vigor del joven Katsushige. Es admirable para su edad. Desafía incluso a los compañeros mayores que él.
El anciano Shoun inclinó la cabeza con respeto y puso su rodilla y su puño derechos en el suelo, mientras con la izquierda apretaba la empuñadura de su espada.
-Si me lo permitís- le dijo -estoy dispuesto a luchar con él y apuesto mi vida a que lograré vencerlo, sin desenvainar.
-Maestro Shoun, sois un espejo para todos los jóvenes samuráis. ¿No teméis que, por vuestra edad venerable, el encuentro pueda resultar contraproducente ante la fogosidad del joven Katsushige?
-Dejad al Cielo que se exprese en el camino de la espada, noble Naoshige, y en el camino del viento.
-Sea, pues, como deseáis pero sobre el tatami pondréis a prueba mi veneración y agradecimiento por vuestras enseñanzas y mi admiración por la fuerza e ímpetu de mi sobrino.
Aquella misma noche tuvo lugar el encuentro en el patio del castillo ante la presencia de un gran número de samuráis. A pesar del silencio y de la contención del momento, algunos se preguntaban si el viejo Shoun no había ido demasiado lejos en su desafío al joven erigido en paladín de los impacientes samuráis.
Una vez efectuado el saludo a los antepasados, inclinándose ante el tatami, al noble señor Naoshige en medio de su Corte y el mutuo saludo de los contendientes, el joven y poderoso Kasushige desenvainó una de las espadas y se lanzó al ataque con todas sus fuerzas. Su frágil adversario lo esquivó con un leve movimiento que lo mantuvo en su puesto mientras el joven evitaba dar con su cuerpo en el suelo. De nuevo, se abalanzó sobre el anciano Shoun con una fuerza y una fogosidad que hicieron brotar un murmullo en la noche. El viejo samurái aprovechó el impulso de su oponente y se deslizó en su estela ante el asombro general. Se diría un paso del kabuki o quizás del teatro. No. Nadie había visto el movimiento del maestro, ni conocían que, en su madurez, se había iniciado en el camino del Taichí Chuán.
Una y otra vez el joven Katsushige se levantó y se volvió a arrojar sobre su enemigo con ambas espadas desenvainadas y en posición de ataque. El Maestro Shoun continuó sin desenvainar las suyas deslizándose con los pasos de la nube sin nombre y de las crines del caballo. Parecía detener el aire y abrir espacios de vacío en donde se precipitaba su oponente. Al final, se diría que el Maestro iba indicando al joven samurái sus movimientos y éste le seguía dócil pero furioso en la senda que trazaba el anciano.
Llegó un momento en el que la misma luna se detuvo para contemplar la suave danza del venerable anciano y la lucha indómita del joven samurái. En el rostro de uno, brillaba el sudor; en el del otro, una amable serenidad que infundía respeto. Finalmente, el joven perdió el control hasta dar de bruces contra el suelo clavándose en el muslo su propia espada.
El anciano le ayudó a levantarse para que pudieran ambos inclinarse ante el noble señor Naoshige, ante los antepasados y finalmente, ante ellos mismos para ratificar la expresión del Cielo.
Cuando el señor Naoshige ponía sobre sus hombros el blanco cendal de la victoria escuchó casi en un susurro:
-Sentirse orgulloso de su fuerza cuando aún no se domina la fogosidad es como vanagloriarse públicamente de sus defectos.
-Pero has vencido, venerado Shoun.
-No, mi señor, hemos salvado a un buen samurái.
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Autor: José Carlos García Fajardo
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