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NUEVO DÍA Y NUEVAS REFLEXIONES EN EL CONVENTO
El abad mayor de la universidad de Sevilla, el beneficiado Alonso Gómez, que además de otros múltiples cargos, también era beneficiado de la iglesia de San Miguel, fue convocado y asistió como testigo de privilegio en el concilio sinodal. Todos los vicarios y curas del arzobispado emplazados se reunieron en el palacio arzobispal y llegado la hora del día 15 de enero de 1572, desde allí salieron todos acompañando al arzobispo Don Cristóbal de Rojas y Sandoval, encaminándoles hasta la iglesia y la sacristía mayor; se había dispuesto dentro de la misma una tarima de madera en alto sobre el suelo, donde había un sitial y silla pontifical, desde este lugar se leyeron las constituciones, que se traían en un volumen de papeles bien pequeño.
Por el Cabildo asistieron como diputados, el deán don Alonso de Rebenga, don Jerónimo Manrique, arcediano de Ecija, Don Pedro Velez de Guevara, prior, el Doctor Luciano de Negron, el doctor Gil de Ebadilla, don Antonio de Erasso, y el doctor Zumel, canónigos, y Fernando Pérez de Alcedo, racionero entero y todos los demás miembros de la clerecía convocados. Leídas las constituciones y aprobadas “per verbum placent” con una y única sección se acabó el sínodo; entre los asistentes, también estaba D. Bernardo de Rojas y Sandoval hermano del arzobispo, enviado por su majestad el Rey, y que mas tarde ostentó el Arzobispado de Toledo y el Cardenalato de España con el titulo de Santa Sabina. En este concilio, los beneficiados han salido gravemente perjudicados en sus privilegios, sin embargo por temor, todos consintieron, aunque serán muchos los pleitos a los que tiene que enfrentarse con éxito el Arzobispo.
El hermano Tomas, ha sido uno de los invitados al concilio, y en el convento estamos esperando sus noticias; se desencadenaba un gran vendaval y soplaba un fuerte viento, lo advertíamos por la inclinación de los cipreses del claustro, y las azaleas que se doblegaban en una sola dirección como si se prosternasen ante el campanario de
Deposité la bujía en el alféizar de la ventana de mi aposento, el hermano Tomas no había regresado y la oscura noche se había adueñado del cielo, mañana nos notificara las deliberaciones a que se ha llegado en el cónclave. Siempre he confiado en la sindéresis, de nuestro representante y su concepción fácil pero esmerada de las cosas. Había allí, en un ángulo, varios libros polvorientos, en mi mesa de escritorio. Miré el mueble con los viejos libros que despertaron mi curiosidad. Éste también era un placer que había perdido y olvidado casi, en los largos años de renuncia, y que me recordaba ahora los años de estudioso con íntima hondura. De pie primero, luego sentado, hoje´´e uno de los libro que contenía muchas narraciones educativas, mezcla curiosa de palabrería magistral y verdadera sabiduría, de pedantería de filisteos y genuino espíritu religioso. Hallarme delante de los libros, meter en ellos la mano buscando pescar aquí y allá conocimientos, era un placer olvidado, pues mi promoción a responsabilidades mas alta, dentro de la jerarquía, habían ocupado todo el espacio de mi tiempo; ahora observo que cada promoción a cargos mas altos dentro de la jerarquía, no eran pasos hacia una mayor libertad, sino al contrario se había convertido en una mayor subordinación a la disciplina y la responsabilidad. Mientras trataba de penetrar en el alma del libro con una mezcla de respeto y diversión, cayó ante mis ojos, una cita, que saludé, sonriendo con un gesto, como si me hubiera sido enviada justamente para este día: “la espera y la paciencia son los instrumentos mas poderoso de los hombres sabios”. La acepté de buena gana y cerré el libro. Fue la primera vez que tuve tal idea y por cierto no creí entonces, mientras vencía las grandes tareas de mi asimilación en los cargos y el viento hinchaba mis velas, no creí, lo confieso, muy íntimamente en la posibilidad de que yo también sería un día una persona mayor y estaría cansado de la labor y de la vida; no creía que un día podría encontrarme apabullado y confundido ante la tarea de sacar de la manga ideas renovadas para transmitírselas a los nuevos hermanos. Recordaba, cuando después de una desilusión, una disputa, una excitación, me refugiaba en la meditación, al comienzo esto fue para mí un bienestar, una distensión, un respirar hondo, un retorno a energías buenas y amigas. Yo deseaba conquistar el mundo, comprenderlo, obligarlo también a comprenderme, quería afirmarlo y posiblemente renovarlo y mejorarlo, quería, en fin, fundir y conciliar en mi persona todo el espíritu religioso del fundador de mi orden, Francisco de Asís, y estos pensamientos me reunían con los buenos espíritus de mi juventud. En resumen deseaba convertir nuestros principios, en sangre y carne en los jóvenes legos del monasterio.
Meses atrás el hermano Benjamín, fue invitado a abandonar el convento, sus continuos interrogantes, había socavado la fe de muchos condiscípulos, y el hermano Tomas, debido a su profunda fe, empleaba la convicción como un criterio de verdad; no quería estar continuamente planteándose nuevos interrogantes, que sin cesar, este díscolo hermano hacia nacer en su cabeza y en las de sus compañeros. Llegó a pensar, que el chico estaba enfermo. Lo que él denominaba su enfermedad era en el fondo más bien una costumbre, una rebeldía, un defecto de carácter, es decir, un concepto, un modo de vivir, antijerárquico por excelencia, completamente individualista. Se adaptaba a la organización existente sólo hasta donde era necesario para ser simplemente tolerado en
Supimos posteriormente que había encontrado nuevos camaradas que le instruyeron en los placeres del mundo. Ha bebido y, también, frecuentado mujeres públicas; ha experimentado todos los recursos para aturdirse, ha escupido y ridiculizado todo lo decente, todo lo respetable, todo lo ideal. No duró mucho esta crasitud, pero sí lo suficiente para quitarle al final hasta la ultima capa del barniz franciscano, que habíamos tratado de impregnarle, abandonó voluntariamente la seguridad y la paz de espíritu a la que estaba predestinado. Cuando luego, más tarde, vino a despedirse de sus antiguos compañeros y profesores, comprendió que había exagerado y que hubiera necesitado un poco de técnica de la meditación, pero se había vuelto demasiado orgulloso para volver a intentarlo. Su familia lo ha mandado al Nuevo Mundo, sus libertinas ideas, seguramente encontraran refugio en algunas mentes libres, de aquellos parajes. Lo veremos cuando vuelva dentro de varios años. Dios le ayude, y encuentre sosiego su espíritu, poseía el valor de enfrentarse a las cosas prohibidas.
Fuertes ruidos de cerrojos, y el chirrido de las bisagras de los portalones, presagiaban la vuelta de nuestro hermano Tomas, el fuerte viento había amainado, y de nuevo la paz y la quietud se aplomó sobre el convento; mañana nos hará llegar las deliberaciones del concilio, y rezaré antes de dormirme, para que no hayan sido muy gravosa para nuestra congregación; soplé la llama de la bujía que tenia en el alfeizar, todo oscureció y una pequeña hilera de humo salió huyendo rápidamente del pabilo, buscando el techo de mi celda, mañana será otro día, y traerá de nuevo, nuevas ilusiones, nuevos temores.
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