Un joven discípulo, llamado Lung Tan, visitó al Maestro Tao Wu.
-Maestro, en el lugar de donde vengo nunca pensé que fueras tú quien dirigía mi formación animando mis aspiraciones, en lugar de ser yo. ¡Es tanta la distancia y tan pocas las ocasiones que tengo de venir a presentarte mis respetos!
-Donde quiera que estés no hay un solo momento en el que yo no te lleve en mis brazos, cerca de mi corazón.
-No entiendo, le respondió el monje Lung Tan. Yo soy responsable de mis acciones.
-Cuando me envías tu té, lo recibo; cuando me traes tu arroz, lo acepto y cuando te inclinas saludándome, respondo con una inclinación de cabeza. ¿Crees que yo no formo parte de tus aspiraciones allí donde estés? ¿Qué no te siento en mis pulsos, en el estremecimiento de la piel cuando sopla la brisa?
Lung Tan guardó silencio reflexionando. Él había seguido siempre las palabras del Maestro: no se retiró a ningún templo y siguió el Camino a través de la vida cotidiana, al vestirse, al comer, al estar de pie o al pasearse. Creyó en las palabras del Maestro cuando le confió que el Camino no puede encontrarse fuera del mundo ordinario. “Cuando exprimir naranjas, exprimir naranjas; cuando llueve, te mojas o te resguardas. No hay más”. Pero en su cabeza seguía debatiendo acerca de
-Quienes se realizan, cuando despiertan, no tienen la menor duda de si están despiertos o no. Continúan respirando y van al baño.
Tras oír esto, el joven Lung Tan alcanzó
-Y ahora, ¿qué debo hacer para ser coherente con este estado?
- No cuesta nada hacerlo - respondió con una gran sonrisa el Maestro. -Sigue la naturaleza de tu verdadero yo. Adáptate a las circunstancias, ellas son las mensajeras del Cielo, y no te preocupes por sus efectos. Actúa con sencillez sin preocuparte de analizar si tus acciones son sabias o ignorantes. ¿Qué más da? Deja obrar al corazón y limpia tu mente. Eso es todo.
-Y ahora, Maestro, ¿cómo regresar al lugar de dónde vengo?-, dijo el joven Lung Tan, postrándose ante el Maestrocon un brillo en sus ojos.
- Vuelve a casa, y no dejes de enviar té y arroz para contento de este anciano. ¡Ah! Casi se me olvidaba, en los tiempos de ocio no dejes de viajar por los Cuatro Mares como una nube flotante.
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Autor: José Carlos García Fajardo
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