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OBSERVACIONES EN EL CONVENTO
El sol se escondía detrás del campanario; era muy temprano, el patio del claustro aún estaba sombrío, pero se adivinaban reflejos, aquí y allá, de pequeños rayos de sol sobre los altos cipreses; el abad, el hermano Tomas, nos ha convocado a todos en la capilla, y nos dará razón, sobre el sínodo celebrado el día anterior. La capilla, estaba presidida por una gran cruz, donde permanece clavado, un hermoso Cristo de rostro bondadoso y apacible; cuya cabeza, inclinada hacia su hombro derecho, esta coronada de espina, y tanto su armonioso rostro, como su costado, sus manos y pies, están llenos de cuajarones de sangre seca.
El facistol está colocado delante del altar, y desde allí, el hermano Tomas se dirigirá a nosotros.
El sínodo, cónclave, o concilio celebrado, en realidad no era tal, puesto que el tema:
Han pasado varios meses, desde que Benjamín abandonó el convento, pese a todo, el recuerdo del joven permanecía vivo, y nos llegaba involuntariamente a la cabeza. Recuerdo con una cierta y molesta nostalgia, como, a lo largo del día, el muchacho se cruzaba con el abad, cinco o seis veces, y rehuía su mirada, pero la sentía pesar sobre él, presintiendo la cólera que el hermano Tomas iba almacenando, y ya muy al final de su periodo de permanencia, adivinaba que su estancia en el convento no podía durar en el tiempo, la calma amenazadora del hermano Tomas, presagiaba que le llegaría la invitación, de que dejase la orden; y no es que le causara quebranto moral, dejar aquel mundo reducido, enclaustrado, pequeño y un poco cobarde ante cualquier pensamiento distinto; que se encontraba indefenso, y diría más, amenazado, por todas las ideas nuevas, que no estuviesen trazadas por la orden; pero la soberbia clasista innata, que le llegaba desde la cuna al hermano Benjamín, le impedía ser feliz por este acontecimiento, que deseaba, que anhelaba, pero que hubiese preferido dejarlo por voluntad propia, y de esta manera, y como siempre, tratar de imponer su propio criterio. Benjamín encontraba siempre el placer, en lo prohibido, en lo no escrito, en lo no vivido. Todo lo contrario del pensamiento profundo, y las experiencias vividas, del hermano Tomas, donde la base de toda su existencia, de todas sus acciones, de todos los documentos, que leía, y hacia leer a sus hermanos, era el espíritu de la orden, la justicia, y el amor por un criterio moral; que bajo su dirección, siempre quiso, y en gran parte había conseguido, e implantado en su convento, todo dentro de un orden jerárquico, claramente construido y marcado.
Pero algo había sucedido; aparentemente todo seguía igual, antes y después de la marcha de Benjamín, sin embargo, para el hermano Tomas todo era distinto, pues aunque nada cambie, si uno cambia, cambia todo, y había ideas que habían penetrado, que se habían colado, infiltrado a pesar de su terca y fuerte resistencia, y saqueado su cabeza… dañándola. Su interior, su calma heredada a través de siglo, se había visto perturbada, no podía perdonar, a un joven e ignorante lego que hubiese influido y derribado, la estructura mental, que tantos años le había costado construir, mimando cada uno de sus pensamientos, cada una de sus ideas, encaminándola al gran espíritu de la orden. Había concebido su vida de tal suerte, que la proyectaba, no para gozarla, sino para seguir vivo después de la muerte. Entonces, fue cuando tomó la resolución, creyendo, que debería separar la dañina cizaña, de los convencimiento de la orden, decidió invitar a Benjamín, a abandonar el convento, pese al perjuicio económico que esto causaría, pues los grandes donativos de su familia, quedaron inmediatamente cancelados.
Creyó en su debilidad, o tal vez gracias a ella, que era lo más beneficioso para mantener la calma, y la unidad de criterio, dentro de la orden. Si todos opinan, pensaba el hermano Tomas, la jerarquía se ve seriamente dañada, perdiéndose, la apacible autoridad, que la misma concede. No podía permitirlo, ni tolerarlo, podía servir de equivocado ejemplo, para los demás legos.
Pese a todos estos desagradables acontecimientos, mientras estuvo con nosotros, Benjamín pensó que de estas soledades tenía que crear una experiencia. Había conseguido tener nuevos oídos para una nueva música; nuevos ojos, para horizontes más lejanos; nueva conciencia, para verdades, hasta ese momento, mudas, en su íntimo sentir y la voluntad de adaptarlo todo a su conveniencia, a su manera de ser, a su desarrollo, a su placer, puesto que él concebía la vida no como un desplacer, sino al contrario, pensaba que todo lo creado, todo lo existente, y todo lo que experimentamos, está en la función de darnos felicidad y alegría, pues, a pesar de los concienzudos pensamientos, de todos los estudiosos de la filosofía, y de la insondable teología, él pensaba que era lo máximo a que podíamos aspirar los hombres; su corta edad, le privaba de la experiencia, del conocimiento, y de la sabiduría necesaria, que le condujese a elucubrar: que en la vida le llegaran, podemos pensar, casi con ninguna duda, sinsabores, que modularan y cambiaran sus pensamientos.
Su compromiso perezoso con la orden, pese a todo lo que creía, pese a todo su desdén, ya le había influido y aportado, mucho más, de lo que él mismo era sabedor; imperceptiblemente había cambiado su carácter, su ser, aportándole armas de defensa, que le servirán muy grandemente, para vencer los obstáculos, que el convivir diario le traerá. Necesitará conservar sus propias fuerzas y su propio entusiasmo; pero seguramente tendrá que prescindir de esta absoluta libertad, que cree poseer, pensando… equivocadamente, que el convento se la restringe, y probablemente en ningún sitio, a lo largo de su esperanzada vida, la podrá disfrutar, ni de la misma manera, ni con la misma pasión, ni con la misma profundidad, que aquí la ha gozado, pero cuando llegue a esto, ya será tarde y la habrá perdido.
En nuestra orden franciscana hemos sido y somos bastante valerosos; hemos entregado muchos hermanos a
Nosotros, habíamos decidido nuestra vida, mediante un profundo acto de fe, que ahondando en nuestro pensamiento, no era otra cosa, que cerrar los ojos ante nosotros mismos, por una vez y para siempre, no admitiendo, más ideas que las nuestras, no pensando en evolucionar, ya que tenemos claros nuestros conceptos, y elaboramos etiquetas, sobre lo que es bueno y lo que es malo, lo hemos decidido nosotros, por íntima voluntad, por íntima reflexión. No tenemos dudas, puesto que poseemos la verdad, que nos llega por designio divino, la fe ahuyenta las dudas. Pero Benjamín pensaba, que el espacio del convento, no era lo bastante grande, para llenar su vida, no tenía más fe, que su profunda fe en la vida. Podemos apenarnos y sentir compasión por él, pero no sería juicioso cambiarlo, porque es fatalmente imposible. No sería novedoso decir: que a veces, muchas veces, desde laderas muy distintas, también se puede subir a la cima, a la cumbre. Debemos aceptar, que nuestros valores, que tanto nos llenan, y a tantos ha influido, no son considerados ya por todos, como indiscutible moneda, sino que los consideran, como simple y venerable metal.
Posiblemente nos hemos convertidos, en autómatas del deber, que realizamos, honesta y honorablemente nuestro trabajo, pero sin la pasión y alegría, que se le debe a un proyecto como el nuestro. Y sin duda esto es un síntoma de decadencia, y puestos a dudar, y a no saber, ni siquiera sabemos lo que Dios piensa de nosotros. Benjamín, en su ignorante inocencia, en su frescura, en su aturdimiento, había desatado un huracán, en nuestros corazones, que soplaba muy fuertemente, oscureciendo nuestros pensamientos.
Desde esta pequeña habitación, mi celda, mi solitario hogar, donde el portazo de una ventana es suficiente, para alterar profundamente, su tranquilidad, mi paz; carente de risas, y calor humano, pero que me satisface, y me llena el espíritu de energías, tranquilizadoras, amigas, y positivas, escribo estas observaciones, con limpieza de espíritu. Mañana será otro día, que traerá, nuevos alicientes, nuevas vivencias.
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