El gran secreto a voces del universo es que nada es inexplicable. Todo está ante nosotros para que lo contemplemos y descubramos el camino de “vuelta a casa”, para recuperar nuestro “rostro originario”, nuestra “verdadera naturaleza” junto al “viejo anfitrión”. Todas son expresiones del viejo Taoísmo transformado en Chan por el Budismo y que tanto habría de influir en la sabiduría universal, después de su paso por el shintoismo del Japón que lo revistió de la profunda elegancia del Zen.
Así, un día, el Maestro Chan Tsu Hsin paseaba con su buen amigo el poeta Huang Shan Ku. Éste le pidió que lo iniciase en el secreto más misterioso del Camino. Lo dijo con la mejor voluntad de su alma creadora habituada a buscar la naturaleza de las cosas. No como los jóvenes discípulos que siempre andan a la caza de atajos. No existen atajos en el Camino de la auténtica sabiduría. Llámese samadhi, prajna, nirvana, iluminación, santidad, realización, gloria, o cualquier otro de los mil nombres.
El Maestro Tsu Hsin respondió con dulzura a su amigo:
-Confucio no se preocupaba por lo que los adivinos pudieran predecir acerca de su futuro. “Tan sólo estoy seguro –decía-, de que mi destino se desarrolle con arreglo a mi propia voluntad”. En otras palabras, poder hacer lo que quisiera, queriendo lo que hacía. ¿Qué piensas de esto, Huang Shan?-.
Cuando el poeta iba a responder, fue detenido por un gran grito del Maestro que salió directamente de su ki kai tandem, centro de energía situado en el abdomen, bajo el ombligo:
-¡¡¡No!!!-.
El poeta quedó confuso pero no dijo nada y continuaron su paseo.
Al cabo de un tiempo, durante la estación de floración de las moreras, ambos amigos paseaban por la montaña.
-¿No hueles la fragancia de las moreras en flor?-, preguntó el Maestro.
-Por supuesto que sí. Está por todas partes, nos embargan.
-Ya ves, amigo mío, no te oculto nada-.
Al oír esto, el poeta comprendió por sí mismo y besó la mano del Maestro mientras éste se reía al constatar el despertar de su amigo.
-Maestro, tu corazón es tan amoroso como el corazón de un abuelo-.
-¡Anda!-, respondió sonriendo y muy satisfecho el Maestro, -deseo que vuelvas a casa-.
Así, señaló el Camino de regreso al poeta cansado de tanto vagar, sin rumbo.
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Autor: José Carlos García Fajardo
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