Concha Redondo nos envía un artículo de Juan Rubio Fernández publicado por la revista El Ciervo y titulado El miedo de la Iglesia al futuro. En el entendimiento de que tal miedo no sólo lastra el trabajo y la evolución espiritual de la Iglesia católica, sino también de otros credos y de muchas personas, se reproducen seguidamente sus contenidos.
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El miedo anida en la Iglesia desde la misma tarde de Viernes Santo. No es nuevo en el corazón de los creyentes. Ya en los inicios, cuando amanecía un estilo de vida nueva, estaban los discípulos encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos temiendo correr la misma suerte del Maestro. Sin embargo, el miedo que más los atrapaba en aquella oscura estancia no era el externo, sino el interior. Era el miedo del corazón, a la desesperanza, el miedo a sentirse fracasados en un abismo de incertidumbre. La última vez que habían visto al Señor había sido colgado en la cruz y abandonado de todos. La esperanza se había puesto a prueba pero ellos intentaban levantar el vuelo. No había datos para una esperanza viva. Sí tenían, sin embargo, una profunda razón para la esperanza: la promesa de la resurrección.
Jesús se hace presente y disipa el miedo diciéndoles: “Soy yo. No temáis”. Que no tiemble vuestro corazón. Y, convencidos de esta presencia nueva y vivificadora salieron a la calle, abrieron las ventanas al mundo, las mismas que después han cerrado en muchas páginas oscuras de la historia de la Iglesia, por haberle faltado esa inmensa confianza en las palabras del Señor. El miedo desapareció del corazón de los once. El miedo quedó desalojado de aquellas mujeres pioneras de la evangelización y nunca más entró en la vida de los que, camino de Emaús, iban magullando el desaliento. No hay lugar para el miedo.
No es nuevo en la Iglesia, como no es nuevo el antídoto contra él: saber bien de Quién nos hemos fiado. En la Iglesia no se ha desterrado el miedo aún y quedan vestigios de su poder enervante que se muestra de muchas formas, pero también en el temor profundo a las reformas necesarias y urgentes que eviten tener que sonrojarnos ante el mundo.
Hay muchas tempestades que han sido sembradas por vientos de miedo y hay muchos lodos que se han formado de tanto polvo que por miedo no se limpió a tiempo. Las recientes tempestades en la Iglesia con motivo de los escandalosos casos de pederastia han tenido en ese miedo de antaño su caldo de cultivo como otras realidades eclesiales que necesitan revisión.
Hay miedo a hablar de otros muchos temas como el celibato, el ministerio de las mujeres, los lacerantes temas de la bioética, los simples cambios litúrgicos que nos devuelvan un sacrum más vivo, la situación de las parejas divorciadas o la forma de ejercer el poder en la Iglesia, de nombrar obispos, de incorporar el laicado vivo, de reformar la vida religiosa, de hacer un planteamiento más abierto de la cultura, la ciencia, la vida sociopolítica.
Y con ese miedo es con el que sale a la palestra, defendiéndose siempre de todo y proponiendo la verdad de forma silenciosa. En una mano el tridente y en otra el escudo. ¡Bonita manera la de salir a la arena¡ ¿No es mejor salir con las manos abiertas y la mente clara para gritar a todo el que quiera oírlo que el evangelio es una muy buena noticia y que, sentados alrededor de una mesa tenemos mucho que compartir y mucho en lo que trabajar. La mejor defensa no es un buen ataque en la Iglesia. No es ese el estilo del Maestro. La mejor defensa es la que hace crecer espacios para el diálogo constructivo, la propuesta sana y dignificadora y la tarea compartida.
La Iglesia ha de depurar sus mecanismos internos de cara al exterior: una falta de información por miedo, hace crecer el bulo y la sospecha. Una acusación desmedida y férrea hace crecer el miedo entre los hermanos que se sienten perseguidos y atacados. ¡Cuándo se darán cuenta de que el enemigo a batir no es el de la propia casa! El enemigo a batir tiene un rostro distinto.
Hoy el miedo sigue colándose entre los hermanos. Me resisto a creer en una Iglesia en la que, por miedo, hay veces que se miente y se silencia la verdad. Hay mucho miedo cómplice que entumece la labor profética en la Iglesia: miedo a disentir, incluso en cosas pequeñas; miedo a los delatores y censores, cosecha abundante últimamente. Miedo a que no te den prebendas, que te quiten las que ya tienes o que te manden al ostracismo borrando tu nombre de la mesa de invitados, esa mesa en la que se cuece el futuro.
¡Pobres gentes! Al miedo lo llaman ahora prudencia y mesura. Cuando anida en el interior de los cristianos produce efectos pésimos. El miedo entumece ideas y tiene profundo olor a naftalina. He visto a gentes llorar amargamente porque el miedo a mostrarse como son y a decir lo que piensan los tiene entumecidos y temen perder lo que tanto sudor les costó. El miedo es natural en el prudente, y el vencerlo es lo valiente, decía Alonso de Ercilla.
Cuando hay miedo es que faltan muchas cosas en la vida eclesial: confianza, empatía, frescura, amistad, verdad, perdón, corrección fraterna. El miedo anida en mitras, sotanas, capelos, cátedras, editoriales, hábitos, claustros, asociaciones y conventos. Es libre y universal. Paraliza y oculta la esperanza.
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AMIGA CONCHA ES UN ARTICULO IMPACTANTE PARA LOS CREYENTES. EL MIEDO LO DESTRUYE CASI TODO, Y MUCHO MAS LA FE, NO ES POSIBLE TENERLA CON MIEDO. CREO QUE ESE MIEDO ES LO QUE NOS IMPIDE SER FELICES.
ResponderEliminarLA FE Y EL MIEDO ES COMO EL ACEITE Y EL AGUA, SON INCOMPATIBLE, NO PUEDEN MEZCLARSE, SE TIENE UNO O SE TIENE LA OTRA.
UN ABRAZO JOSE MANUEL
Completamente de acuerdo, pero interiorizando un poco, no es dificil salir del miedo y lo dice una que, por naturaleza, es miedosa. Un abrazo
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con ese escrito, Concha. El miedo es lo opuesto a la confianza y al Amor, y cuando se es limpio e inocente y no hay nada que temer, no hay lugar para el miedo. Me gustaría saber la opinión de la alta jerarquía a ese escrito lleno de valentía. Yo creo que estamos llegando a un tiempo en el que ya nada permanecerá oculto por más tiempo, y todo saldrá a la luz: tanto "la mierda" -que siempre termina flotando- como la Verdad.
ResponderEliminar"Cosas veredes, amigo Sancho..."