Vivir en agradecimiento es "modus vivendi” que puede tener principio, pero preferentemente no fin. No se trata tanto de un propósito a renovar con la salida de cada sol brillante, sino de un anclaje profundo, de un estar permanente, sobre todo cuando el cielo oscuro y la tierra empapada. No es tanto un anhelo matutino con la oración en tus labios, no es lanzarte en cada amanecer un exigente reto de agradecimiento; es una permanencia que no expira, un abono ilimitado, un enraizamiento inamovible. Es una forma de estar en el mundo, de relacionarte con tus hermanos en la Tierra, por supuesto con la entera Creación. Hablamos una forma de vivir con el corazón henchido, no arrugado.
Nuestro
corazón arrugado puede hacerse con muchas teorías y catecismos, ya de nueva o
antigua era, ya ante los santos habituales, ya ante los gurús de más reciente
desembarco. La doctrina sola no colma corazones. Vivir en agradecimiento y no
en la queja o en la reivindicación constante es lo que marca la mayor y
definitiva diferencia entre vida profana y vida espiritual. Sobre todo
reivindicarnos a nosotros mismos como constructores de nuestro mañana, como
hacedores de nuestro propio futuro.
A
veces reivindicar ante otros cuando la causa es a todas luces justa, pero sobre
todo reivindicarnos a nosotros mismos como hijos e hijas de Dios; sobre todo
sentirnos imbuidos de desconocidas facultades, de desmesurado poder para
sobreponernos a las dificultades, para triunfar en los diferentes campos de
experimentación y probación; sobre todo reencontrarnos facultados para salir
victoriosos de la verdadera batalla, del reto de vencer a quien en nuestro
interior se resiste a tornar sólo una alma rendida, clavada siempre de
rodillas, infinitamente agradecida.
Apuntar estas cosas no sale gratis, reclaman el compromiso constante, exigen la prueba al término de la palabra. No es posible teclear en las nubes, para después pisar entre el barro, jugar a ras de tierra. Redactar máximas elevadas impone techos de permanente cristal, pero ya no hay vuelta atrás. Combatir la queja exigirá desterrar el lamento a presentes y a futuros. Ya no podemos garabatear sino lo que reclama esa alma tantas veces tirana, tantas ocasiones feliz, incomprensible, permanentemente severa.
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Autor: Koldo Aldai (koldo@portaldorado.com)
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