1. Santa Claus (ver entrada del 23 de diciembre)
2. El árbol de Navidad (ver entrada del 23 de diciembre)
3. El belén (ver entrada del 24 de diciembre)
4. La estrella (ver entrada del 24 de diciembre)
5. Los villancicos (ver entrada del 24 de diciembre)
6. El nacimiento de Jesús: ¿el 25 de diciembre? (ver entrada del 25 de diciembre)
7. El linaje davídico de Jesús (ver entrada del 26 de diciembre)
8. María Magdalena y la descendencia de Jesús (ver entrada del 27 de diciembre)
9. El Día de los Santos Inocentes (ver entrada del 28 de diciembre)
10. El “pueblo elegido”
Como telón de fondo de la Navidad y del nacimiento de Jesús se encuentra el pueblo de Israel y su teórica condición de “pueblo elegido” por Dios. ¿De dónde procede esta idea?. El asunto no sólo es interesante por sí, sino que, además, ofrece pistas importantes para entender mejor el linaje davídico de Jesús, al que se ha dedicado otra entrada en esta misma serie.
Efectivamente, a lo largo de los siglos, Israel se ha considerado el “pueblo elegido”. Tal convencimiento tiene su base en la singularidad de su historia remota, basada en un nomadismo, en gran medida obligado, que le permitió añadir a la sabiduría proveniente de su propia cultura la procedente de diversas civilizaciones que, por distintos caminos, habían bebido, a su vez, de un discernimiento ancestral sobre el origen y la naturaleza de cuanto existe. De este modo, sus gentes tuvieron la oportunidad de acceder como pocos a los “secretos de Dios”, que vertieron en muy diferentes tradiciones orales, textos y corrientes de pensamiento, dando lugar, entre otras cosas, a la admirable Cábala.
De forma sumamente sintética, hay que rememorar el momento, allá por el año 1.800 a.c., en que Abraham partió de Ur, en Caldea, para iniciar un prolongado periplo en el que participaron después sus descendientes, entre ellos Isaac, Jacob -que adoptó el nombre de Israel- y la docena de vástagos de éste, que llegaron al centro del Egipto de entonces alrededor del 1.650 a.c.. Allí permanecieron 400 años, tiempo sobrado para contrastar los saberes de sus ancestros con los del floreciente Imperio de los faraones, que durante su denominado periodo Medio (2.000 - 1.780 a.c.) se había expandido por el Próximo Oriente, conquistado Palestina bajo el mando de Sesostris III.
En la tierra de las pirámides, los judíos conocieron las enseñanzas de Hermes y la profunda erudición de la que surgieron documentos como El Kybalión y el complejo mundo religioso egipcio. Accedieron, así, al Dios de la Sabiduría, la Identidad Universal, una mente infinita y eterna que es sostén de todo lo que existe y de la que todo surge a través de un colosal proceso de creación mental. Proceso que genera, igualmente, una enorme cadena de vibraciones de cuyas interferencias y solapamientos surgen los mundos, por lo que detrás de estos y de cuantas cosas y objetos lo pueblan hay una misma arquitectura geométrica que emana de esa base vibratoria esencial y que sustenta los principios herméticos.
Moisés, como el conjunto de los israelitas, supo de todo ello gracias a los egipcios y tuvo una especial capacidad para adaptar estos saberes a las costumbres y creencias hebreas. Bajo su dirección, el pueblo israelita inició el éxodo en 1.250 a.c., en tiempos de Ramsés II, conformándose en un seno, como elemento de diferenciación frente a Egipto, donde el faraón unificaba el poder político y religioso, dos dinastías paralelas e íntimamente entrelazadas: la de Aarón, el sumo sacerdote, a la que se confía el conocimiento místico y la influencia religiosa; y la que se llamará con el tiempo davídica, que se corresponde con la realeza y asume el poder político. Esta división de dinastías jugará un importante papel en tiempos de Cristo y explicará, como se verá, la especial relación entre Jesús y Juan el Bautista.
El primer monarca israelita, como tal, fue Saúl, de la casa de Benjamín -antes Josué, ya en la Tierra Prometida, había sucedido a Moisés-, aunque mucho mayor fue la impronta tanto del segundo soberano, David, de la tribu de Judá, como de su hijo Salomón. El paso del trono de la casa de Benjamín a la de Judá hizo que se arrastraran durante siglos problemas de legitimidad que en la época de Jesús, perteneciente a la estirpe de David, se intentarán resolver, como también se ha examinado otra entrada de esta serie, mediante su enlace matrimonial con María Magdalena, del linaje de Benjamín.
El reinado de David duró 40 años, aproximadamente entre 1.010 y 970 a.c., y sirvió para conquistar Jerusalén, capital hasta entonces de los Jebuseos. Salomón, por su parte, fue el rey sabio que edificó el primer Templo de Jerusalén, donde guardó el Arca de la Alianza que Dios ordenó construir a Moisés. Y dio muestras siempre de una alta tolerancia religiosa, permitiendo el culto a otros dioses (Primero de los Reyes, 11, 4-10), como la femenina Astarte, coincidente con la divinidad egipcia Isis, lo que es una prueba más de la interconexión de la fe judía de entonces con el misticismo egipcio.
Posteriormente, el reino gozó momentos de esplendor, como el vivido durante el gobierno de Jeroboam II (784 a 744 a.c.), pero terminó partiéndose en dos, con Israel al norte y Judá al sur. El reino de Israel casi se extingue con la toma de Samaria por parte de los asirios, mientras que el de Judá contó con reinados como el de Ezequías (715 a 689 a.c.), que restableció el culto a Moisés abandonado por su padre Acaz. Mas la división los debilitó y fue decisiva para que el rey caldeo Nabucodonosor II (684 a 582 a.c.) los conquistara, tomando Jerusalén en dos ocasiones -la primera, en 597 a.c.; y la segunda, en 587 a.c.,que fue unida a la destrucción del Templo y la Diáspora (dispersión)-, deportando al pueblo a judío a Babilonia.
Así, los israelitas se vieron forzados a conocer de manera directa las ricas culturas mesopotámica, sumeria, hitita y asiria y sus sistemas de creencias, incorporando a la tradición hebrea bastante de sus doctrinas y ritos -el Jardín del Edén, la Torre de Babel (el zigurat “E-Temen-an-Ki”, de siete pisos, construido durante el reinado de Nabucodonosor II), el Diluvio Universal,...-. De hecho, es muy probable que la idea de la preeminencia de un dios masculino surgiera entre los judíos durante el cautiverio en Babilonia -la mayoría de los libros que componen la Biblia se elaboraron en esta época-. Igualmente, de estas décadas deriva el concepto de un Mesías, un gran rey y líder que liberará al pueblo judío, lo unificará y lo engrandecerá.
En 538 a.c., Ciro II, rey persa que se había anexionado Babilonia un año antes, promulgó un edicto por el que se autoriza el retorno de los judíos a sus tierras, donde construyeron el segundo Templo. No obstante, la independencia política y religiosa no dura demasiado, pues en 332 a.c. se produce la conquista por parte de Alejandro Magno, moriría 9 años más tarde, lo que intensificó la presencia del pensamiento clásico griego en el mundo hebreo. A este respecto, una fecha en discusión es el año 210 a.c., cuando presumiblemente la Biblia se traduce al griego mediante el trabajo de 72 sabios a lo largo de 72 días, acontecimiento de contenido legendario, así lo relata Aristeo, que permite pensar en traducciones parciales finalmente recopiladas bajo el nombre de Versión de los Setenta, asumida por el cristianismo.
Tras la dominación griega, se suceden liberaciones y nuevas conquistas. Ya en 197 a.c., Antíoco III de Siria somete Judea y le reconoce, a través de una carta, el estatuto teocrático, si bien su hijo, el seléucida Antíoco IV Epifanio, abrogó la carta y se empeñó en helenizar al pueblo hebreo, profanando el Templo y dedicándolo a Zeus. Esto provocó una sublevación armada encabezada por la familia de los Macabeos, es decir, el sacerdote Matatías y sus cinco hijos.
En 142 a.c., el último superviviente de ellos, Simón Macabeo, consiguió del seléucida Demetrio II Nicator el reconocimiento de la independencia judía. A partir de este momento, la función de Sumo Sacerdote vuelve a convertirse en hereditaria, creandose la dinastía asmonea. No obstante, el hijo de Simón, Juan Hircano I, acumuló (134 a 104 a.c.) el liderazgo religioso y político, intentando reconstruir el reinado de Salomón. Esta doble condición de jefe político y espiritual la mantuvieron tanto su hijo Aristóbulo I Filelenos, que sólo gobernó unos pocos meses, como el hermano de éste, Alejandro Janeas, durante cuyo mandato (103 a 76 a.c.) sostuvo una encarnizada lucha contra los fariseos. Tras su muerte, le sucedió su esposa, Salomé Alejandra (76 a 67 a.c.).
Entre tantas convulsiones, un número indefinido de judíos, caracterizados por su espiritualidad y sabiduría, se retiró, aproximadamente en el año 140 a.c., a la soledad del desierto de Qumrán, a orillas del Mar Muerto. Allí fundaron la secta de los esenios, auténticos precursores del cristianismo, como demuestran los manuscritos que redactaron a partir de 70 a.c., algunos de los cuales fueron casualmente encontrados, como más adelante se reseñará, en 1947. El denominado gnosticismo impregnó sus ideas y obras. Se volverá después sobre todo ello.
En el año 67 a.c., Aristóbulo II (67 a.c. a 63 a.c.) hereda el trono de su madre Salomé, entrando en conflicto con su hermano Hircano II, de lo que sacarán provecho los romanos, que por medio de Pompeyo conquistaron Jerusalén e incorporaron Israel a su imperio en 63 a.c.. Los romanos confirmaron inmediatamente a Hircano II como Sumo Sacerdote. Y, lustros después, proclamaron a un intendente suyo como soberano de Judea, Herodes I El Grande (37 a 4 a.c.), en confrontación con Asmoneo Antígono, que fue ejecutado.
Herodes conformó un gobierno prorromano que se esmeró en eliminar a los descendientes de la dinastía asmonea, helenizar las ciudades y embellecer Jerusalén -hizo reconstruir el Templo (un millar de carros y 10.000 obreros, trabajando entre los años 20 y 10 a.c.) y edificó monumentos como la fortaleza de Antonia- , ordenando la famosa “masacre de los inocentes”. Precisamente, durante el mandato de Herodes I nació Jesús en Galilea.
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