Hoy, 8 de diciembre, mientras la Iglesia católica celebra la Inmaculada Concepción de María, los budistas de todo el mundo conmemoran el Día de la Iluminación de Budha.
Según narra la Tradición, Sidharta Gautama (Budha) se retiró a los jardines de Bodh Gaya y se sentó bajo una higuera a meditar hasta que alcanzase la iluminación. Así permaneció durante cuarenta y nueve días hasta que el 8 de diciembre, cuando Venus brillaba en el firmamento, alcanzó la iluminación, o “budheidad”, y exclamó: “¡todos los seres son Budha!”, comprendiendo que todos están iluminados, pero que no son conscientes de ello por vivir atados a los apegos.
Nacido hacia el 560 a.c., en una región fronteriza entre India y Nepal, su padre era rey del clan de los sakyas, de donde le vendría el sobrenombre de Sakyamuni. Aunque personaje histórico, su infancia se ha mitificado y nos ha llegado envuelta en leyendas, como las de los demás fundadores de religiones. Vivió en una época en la que, en el espacio de un siglo, serían contemporáneos separados entre sí por millares de kilómetros y surgidos en culturas diferentes: Lao-Tsé y Confucio, en China; Heráclito, Pitágoras y Sócrates, en Grecia; Zoroastro, en Persia; el profeta jaín Mahavira, en India; y de los grandes profetas de Israel. Su padre rodeó al príncipe de todos los lujos sin permitirle salir del palacio. Se casó a los dieciséis años y tuvo un hijo al que llamó Rahula.
Pero un día, Sidharta salió y vio pasar a un anciano encorvado, después a un enfermo y, finalmente, vio un cadáver envuelto en un sudario. A sus preguntas, respondió su fiel Channa: “es la vida, mi señor”. Profundamente impresionado, regresaba al palacio cuando descubrió a un “sadhu”, santón errante, con la serena expresión de su rostro y tomó la determinación de abandonar la vida que llevaba y acompañar a los santones en su búsqueda de la Verdad que permanece. Abandonó el palacio con Channa, cortó sus cabellos y cambió sus vestidos por los de un mendigo a quien regaló el caballo y, durante siete años, practicó la meditación en la aspereza del ascetismo. Pero no encontró la felicidad y abandonó a los ascetas después de haber oído a un pescador que recomendaba a su hijo, refiriéndose a las cuerdas del laúd: “ni tan tenso que se rompa ni tan flojo que no suene".
Budha, o “el plenamente consciente”, tenía 35 años cuando aquel 8 de diciembre tuvo lugar su nirvana. Y hasta su muerte, a los ochenta años, viajó por el noreste de la India enseñando el camino, dharma, estableciendo comunidades de monjes, “shanga”, y viviendo la compasión por todos los seres. Antes de morir, reunió a sus monjes y les rogó que no se afligieran porque la “decadencia es inherente a todas las cosas compuestas” y les urgió para “que fueran diligentes para alcanzar su despertar”. Buda mostró el dharma a todo aquel que encontraba, sin importarle su estado o condición social, hombre o mujer, rechazaba el sistema de las castas. Cuando le preguntaban por los dioses o por la vida después de la muerte, les remitía a sus propias experiencias, advirtiéndoles de que no aceptasen doctrinas porque las propusiera una autoridad o las avalase la costumbre.
Como nos recuerda José Carlos García Fajardo (Budismo: iluminación y sabiduría), Buda no escribió nada. Enseñó el dharma utilizando un sistema que escapa al razonamiento y basado en la práctica Sus enseñanzas se recogieron en los aforismos del Dhammapada. Surgieron varias escuelas: el Theravada, o "Doctrina de los Ancianos" que se extendió a Ceilán, Birmania y Tailandia; y el Mahayana o "Gran vehículo" que se extendió por Tíbet, China y Japón.
Buda jamás admitió tener ningún don especial, ni inspiración divina o ser enviado de Dios para fundar religión alguna. Y nos legó una doctrina basada en conocimientos científicos cuyas fuentes ignoramos. De hecho, advertía a sus oyentes de que no aceptasen sus palabras ciegamente sino que las contrastase con la ineludible experiencia personal. Conocida es su expresión “venid y vedlo por vosotros mismos”, que los maestros Zen transformarán en “¿cómo te voy a contar el sabor de una taza de té?”. Se trata de una revolución de la consciencia al trascender el sentido individual del yo. Este cambio radical en la percepción es la única curación del sufrimiento que padecemos y que causamos a los demás. El despertar significa plenitud, felicidad y gozo.
Para Buda la causa de nuestra penuria radica en la ignorancia o percepción equivocada de la realidad y llama a trascender este sentido de existencia aislada y descubrir la libertad y felicidad del nirvana. Una mente clarificada por la meditación ve las cosas como son en realidad. En el "Sermón de las flores", cuando le preguntaron por la naturaleza del nirvana, cogió una flor y permaneció en silencio. Sólo su discípulo Ananda sonrió y Buda le entregó el manto, el cuenco y el bastón. Cuando le preguntaron por la causa de la alegría de sus discípulos, respondió "No se arrepienten de su pasado, ni se obsesionan con el futuro. Viven en el presente y por eso están radiantes de felicidad".
En la actualidad, el budismo enseña que el camino a la Verdad es un viaje hacia el interior de uno mismo; todos poseemos la naturaleza de Buda en lo más profundo y el sentido de la vida consiste en despertar a la auténtica realidad. Señala A. Shearer que el género humano es único en cuanto a su capacidad de infelicidad. Es como si nos hubieran herido con una flecha envenenada pero, antes de aceptar ayuda, nos debatimos razonando sobre quién la ha disparado, en qué dirección vino y de qué material está hecha. La actitud budista es arrancarse inmediatamente la flecha. Aceptamos las limitaciones y adversidades como algo consubstancial a la vida mientras nos enajenamos buscando satisfacciones en el trabajo, las relaciones sociales o en los sentidos. Es como un preso que pintase de purpurina los barrotes de su celda, pero sigue privado de libertad.
Pocas cosas me hacen tan feliz como poder compartir lo que he aprendido con los maestros y con los sabios que han iluminado mi camino.
ResponderEliminarPor si os sirviera de algo para poder compartirlo con otras personas, en mi web www.garciafajardo.org y en www.ccs.org.es hay una serie de reflexiones sobre las grandes tradiciones de la humanidad. Podéis utilizarlo todo o parte o como queráis. Las cosas no son de su dueño, sino del que las necesita.
Me inclino ante el misterio que os habita.
J C Gª Fajardo
Muchas gracias, José Carlos.
ResponderEliminarCon Amor.
e
Realmente no resulta curioso que una fiesta tan solemne e importante para la iglesia Católica Romana "caiga" el mismo dia que la iluminación de Buda!. Las conexiones entre Budismo y Catolicismo Romano son increibles.
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