Pero ¿dónde encontrar una persona tan enteramente comprometida y tan firmemente anclada en Ser, tan sinceramente transparente y verdadera que ha reducido su yo a nada, por así decir, y tan exquisitamente alimentada y guiada por el amor de Dios? ¿Dónde encontraremos una persona amante rica en experiencia trascendente que tiene conocimiento vivo de su Yo Verdadero y de su linaje divino, así como de la omnipotencia de la omnipotencia del Creador, que lo hace Hijo suyo no ya porque lo haya creado, sino porque es él mismo? ¿Alguien que perciba la unidad de su presencia esencial en todas las cosas y la unicidad de todas ellas en él, tan bien que someta todo su ser a él, en él, y convencido por su gracia de que si no lo hace nunca será totalmente transparente y sincera en su esfuerzo por reducir a nada su propio yo? ¿Dónde está ese ser humano sincero que, llevado de su noble resolución de reducir a nada su propio yo y con el alto deseo de que Dios sea todo en la perfección del amor, merezca experimentar la vigorosa sabiduría y bondad de Dios que le socorre, le ampara y le guarda de sus enemigos de dentro y de fuera? Ese hombre estará ciertamente henchido del amor de Dios y en la plena y final pérdida del yo hasta llegar a nada o menos que nada, si esto fuera posible; y así permanecerá firme y sin que le puedan perturbar ni una actividad febril, ni el trabajo, ni la preocupación por su propio bienestar.
¡Quedaos con vuestras objeciones humanas, gentes de corazón dividido!. Aquí tenéis una persona tan tocada por la gracia que puede entregarse a si misma en un sincero y total olvido de si. No me digáis que está tentando a Dios por alguna elucubración racional. Decís eso, porque vosotros mismos no os atrevéis a hacerlo. No, contentaos con vuestra vocación a la vida activa; ella os llevará a aumenta vuestro grado de consciencia. Pero dejad en paz a estas otras personas. Lo que hacen está por encima de la comprensión de vuestra razón y, por lo mismo, no os debéis extrañar o sorprender por sus palabras y obras.
¡Oh, qué vergüenza!. ¿Hasta cuándo seguiréis oyendo o leyendo esto sin creerlo y aceptarlo?. Me refiero a todo lo que nuestros padres escribieron y hablaron en los tiempos pasados. O estáis tan ciegos que la luz de la revelación interior ya no puede ayudaros a entender lo que leéis, o estáis tan envenenados por una secreta envidia, que sois incapaces de creer que un bien tan grande pueda llegar a vuestros hermanos y no a vosotros. Creedme, si sois sensatos, estaréis vigilando a vuestro enemigo y sus insidias; pues lo que quiere es que confiéis más en vuestra propia razón que en la antigua Sabiduría de nuestros padres verdaderos.
Cuántas veces no habéis leído o escuchado en los santos, sabios y seguros escritos de los padres, que tan pronto como nació Benjamín, su madre, Raquel, murió. Aquí Benjamín representa la contemplación; y Raquel, la razón. Cuando uno está tocado por la gracia de la auténtica contemplación (como lo está él en su noble resolución de reducir su yo a nada, y en su alto deseo de que Ser lo sea todo), en cierto sentido podemos decir que la razón muere. ¿Y no habéis leído y oído esto con frecuencia en las obras de varios autores santos y sabios? ¿Qué es lo que os detiene para creerlo? Y si lo creéis, ¿cómo os atrevéis a dejar que vuestro curioso intelecto divague entre las palabras y obras de Benjamín? Porque Benjamín es figura de todos los que han sido arrebatados por encima de sus sentidos en un éxtasis de amor, y de ellos dice el profeta: «Allí Benjamín, el pequeño, abriendo marcha». Os lo advierto: vigilad para que no lleguéis a imitar a esas madres desgraciadas que mataron a sus hijos apenas nacieron. Velad, no sea que os ocurra que acometáis a toda fuerza con vuestro venablo atrevido contra el poder del Creador y
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