Una abrumadora cantidad de seguidores del Blog me habéis escrito tras la publicación, el pasado lunes 21 de diciembre, de la entrada El fracaso de Copenhague impulsa la nueva consciencia animándome a que siga insertando reflexiones acerca de esa nueva consciencia y la oportunidad que la crisis abre para su expansión.
En este orden he publicado ya tres entradas en los últimos días: Todo, Unidad y Amor, Crisis para una nueva consciencia y un nuevo mundo (ambas del 22 de diciembre) y Más sobre la nueva consciencia (del 23 de diciembre). La segunda de ellas incluía una entrevista con Jordi Pigen, del que los amigos del Centro de Colaboraciones Sociales y de Espiritualidad y Política han coincidido en enviarme un breve artículo, titulado La crisis del ego, que encaja de lleno en las reflexiones que venimos desarrollando. Este es su contenido:
Lo que ha entrado en crisis no es solo el neoliberalismo, ni siquiera el capitalismo. Podríamos decir que ha entrado en crisis el economicismo, la visión del mundo que considera la economía como el elemento clave de la sociedad y el bienestar material como clave de la autorrealización humana. El economicismo es común al capitalismo y el marxismo, y durante mucho tiempo a la mayoría de nosotros nos pareció de sentido común —pero hubiera sido considerado un disparate o una aberración por la mayoría de las culturas que nos han precedido, que generalmente veían la clave de su universo en elementos más intangibles, culturales, religiosos o éticos.
En el fondo, sin embargo, no sólo ha entrado en crisis el economicismo, porque la crisis actual es sistémica y no sólo económica. Tiene una clara dimensión ecológica (pérdida de biodiversidad, destrucción de ecosistemas, caos climático), pero también hay crisis desde hace tiempo en la vida cultural, social y personal. La sociedad, los valores, los empleos y hasta las relaciones de pareja se han ido volviendo cada vez menos sólidos y más líquidos, en la acertada expresión del sociólogo Zygmunt Bauman. Disminuyen las certezas y crece la incertidumbre en múltiples ámbitos, incluso en las teorías científicas que en vez de volverse cada vez más simples y generales se vuelven más parciales y complicadas.
Vivimos una crisis sistémica, que habíamos conseguido ignorar porque el crecimiento de la economía nos hechizaba con sus cifras sonrientes y porque los goces o promesas del consumo sobornaban nuestra conciencia. Pero el espejismo del crecimiento económico ilimitado se desvanece y de repente nos damos cuenta de que no podemos seguir ignorando la crisis ecológica, la crisis de valores, la crisis cultural. Tenemos cantidades ingentes de información, centenares de teorías y muchas respuestas, pero la mayoría sirven de muy poco ante las nuevas preguntas. Lo que ha entrado en crisis es toda la visión moderna del mundo, que de repente se nos aparece obsoleta y pide urgentemente ser reemplazada por una visión transmoderna, más fluida, holística y participativa.
Una visión del mundo no es una simple manera de ver las cosas. Determina nuestros valores, dicta los criterios para nuestras acciones, impregna nuestra experiencia de lo que somos y hacemos. En el fondo podríamos decir que lo que finalmente ha entrado en crisis es el ego moderno, toda una forma de estar en el mundo basada en un complejo de creencias que inconscientemente compartíamos. Por ejemplo, que el ser humano es radicalmente diferente y superior al resto del universo. O que cada ser humano es también radicalmente diferente de los demás, contra los que ha de competir para prosperar. O que el universo es básicamente inerte y se rige por leyes puramente mecánicas y cuantificables. El ego moderno se siente como un fragmento aislado en un universo hostil, y de su miedo interior nace su necesidad de certeza y seguridad, de objetivar y cuantificar, de clasificar y codificar, de competir y consumir.
Pero el ego moderno no puede ser sustituido por un ego transmoderno, porque no hay tal cosa. La crisis nos invita (o nos acabará obligando) a ir más allá del ego y a descubrir que nuestra identidad es en el fondo relacional, que no estamos aislados sino que cada persona y cada ser es una ola en un océano de relaciones en el que todos participamos y en el que también fluyen la sociedad, la naturaleza y el cosmos.
Por ello la crisis no solo es una oportunidad para avanzar hacia economías y sociedades que sean más justas, sostenibles y plenamente humanas. También es una alarma que ha saltado porque ya es hora de despertar. Porque la economía global era como un gigante sonámbulo, que avanzaba a grandes zancadas sin saber a dónde iba, sin saber lo que estrujaba bajo sus pies, inmerso en las ensoñaciones de una visión del mundo caduca. Por ello la crisis es como una vigorizante ducha fría. Una oportunidad para despertar.
Me parece muy bueno el análisis. El día que los humanos nos sintamos como Uno, nopodrá haber injusticias; las hay porque nuestro yo, pequeño,pugna pr ser grande, fuera de su verdadera esencia que es Ser.
ResponderEliminarGracias Emilio por difundir el artículo y por la cita, un abrazo fraterno de Cristóbal
ResponderEliminarA mi me gustaría creer realmente que el mundo va a cambiar para mejor, pero no puedo. Si no hubiese habido una gran crisis económica a nivel mundial no creo que nuestros poderosos se hubiesen planteado nada. De hecho, cuando esto pase y la economía se recupere, todo seguirá su curso, se seguirá destruyendo el medio ambiente, los valores seguiran en crisis, las injusticias seguirán siendo... No creo que los grandes poderes del mundo se preocupen de nuestro bienestar real. Quieren tenernos entretenidos, más o menos bien alimentados, que tengamos un trabajito y que causemos los menos problemas posibles.Por eso tenemos que buscar nuestra propia liberación interior.Un abrazo.
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