A partir de lo publicado ayer en el Blog con relación al “Hieros Gamos”, varios de vosotr@s me habéis remitido distintos comentarios que coinciden en señalar como el goce sexual, además de los efectos de índole espiritual recogidos en dicha entrada, también es un gran generador de una energía psíquica que puede ser utilizada de manera “creativa”.
Puedo indicaros al respecto que tales reflexiones enlazan con una de las partes más íntimas de
Efectivamente,
El cerebro humano es un generador inagotable de fuerza cósmica de la calidad más sublimada, que extrae de la energía inferior de la naturaleza bruta. Cualquier ser humano puede hacer de sí mismo un centro de irradiación de virtualidades, de donde nacerán correlaciones y correlaciones, en el transcurso de las edades venideras. Tal es la clave para proyectar y materializar en el mundo visible las formas que su imaginación ha construido en lo invisible, valiéndose de la materia cósmica inerte. Con esta práctica no creamos nada nuevo, sino que usamos los materiales que la naturaleza almacena a su alrededor, la materia prima que durante eones de tiempo ha pasado a través de múltiples formas. No tenemos que preocuparnos más que de escoger la que le convenga y llamarla la existencia objetiva.
Como lo que se acaba de exponer puede sorprender a much@s, conviene subrayar que para
En este mundo invisible están nuestras ideas y pensamientos, que allí perduran como si fuesen positivos seres vivientes. Cada pensamiento del ser humano en el momento de generarse pasa al mundo interior, donde se convierte en una entidad activa por su asociación, quizás fuese mejor escribir fusión, con un Elemental. Sobrevive como una inteligencia activa durante un periodo de tiempo más o menos largo, en función de la intensidad original de la acción cerebral que le dio nacimiento.
Si se trata de un pensamiento con Amor -dentro de esta categoría hay que incluir los que derivan del goce sexual-, se perpetúa como un poder activo y bienhechor; por el contario, un pensamiento sin Amor será fuente productora de actos negativos y dolorosos. Así, los seres humanos, sin darnos cuenta de ello, poblamos sin cesar el ambiente, el espacio que nos rodea de un mundo que nos es propio y donde pululan las creaciones de nuestras fantasías, de nuestros deseos y anhelos, de nuestras pasiones, esperanzas y frustraciones. Esta corriente reobra en proporción a su intensidad dinámica sobre toda organización sensible o nerviosa que se ponga en contacto.
Las personas conscientes de lo anterior manejan esas formas, mientras los demás seres humanos las dejan ir, sin percatarse de su existencia. El agente por medio del cual se actúa sobre estas fuerzas intelectuales es la voluntad. A este respecto, hay que valorar las relaciones sexuales como una gran fuente –ojo, ni la única ni la más importante, pero si significativa- de pensamientos y energía positiva, sobre la que obrar del modo descrito.
Las facultades humanas, por sí mismas, son ajenas al bien y al mal. Su alcance y efectos varían según el impulso de la voluntad. Lo propio absolutamente ocurre con relación a los Elementales. La diferencia que separa a un Mago de un brujo es que el primero sabe bien lo que hace y lo que de ello ha de resultar, mientras que el segundo lo ignora completamente. Lo que hay que ligar con lo expuesto por Blavatsky en su obra Isis sin velo, cuando afirma que el iniciado o adepto está en la antípoda del médium, pues éste es un agente pasivo, instrumento de influencias extrañas, en tanto el iniciado actúa activamente en sí mismo y domina todas las potencias inferiores.
Todo es cuestión de voluntad, de fe, si se desea denominar así. La voluntad es el principio central sobre el que se asienta una parte muy importante de
Para los que deseen profundizar en lo expuesto, aconsejo dos lecturas. Por un lado, una obra sesuda: el Tratado elemental de Ciencia Oculta (Edicomunicación, S.A.; Barcelona, 2002), de Gérard Encausse. Y, por otra, un “divertimento”: Le Diable amoureaux, roman fantastique, de J. Cazotte (la obra fue editada por vez primera en París en 1845; en español, existe una muy cuidada edición de
En cualquier caso, no está de más recordar aquí el prudente consejo que Lovecraft vierte en su obra El caso de Charles Dexter Wrad: “no llame a nadie (...) a quien no pueda reducir”. ¡Es broma!.
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