Tu Yo Verdadero obra en dos sentidos: por un lado, tu mente y cuerpo aprenden la paciencia cuando no lo has activado; y, por otro, te robusteces con el alimento generoso y vivificador que te proporciona con su activación. Te modela así por medio de ambos, hasta hacerte gozosamente dócil y tan suavemente plegable que pueda conducirte finalmente a la perfección espiritual y a la unión con su voluntad, que es el amor perfecto. Entonces estarás tan dispuesto y a punto para abandonar todo sentimiento de consuelo cuando él lo considere mejor, como a gozarlos sin cesar.
Además, tu amor se hace perfecto. Podrás contemplar a tu Yo Verdadero y su amor y te convertirás en una sola cosa con él por su amor, experimentándole desnudamente en el ápice soberano de tu espíritu. Aquí, totalmente despojado del yo y vestido de nada más que de él, le experimentarás tal cual es, desnudo de todos los adornos de los deleites sensibles, aunque sean los placeres más suaves y sublimes de
La mente, finalmente, que ve y experimenta a Dios tal cual es no está separada de él, sino tan unida a él como el propio Ser, que, como sabemos, es uno en esencia y naturaleza. Pues así como Dios es uno con su Ser, pues son una y la misma cosa por naturaleza, de la misma manera, el espíritu que ve y experimenta a Dios constata como su Ser es uno con aquel a quien ve y experimenta.
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