Ahora, para satisfacer tu orgulloso intelecto, cantaré las alabanzas de la actividad contemplativa. Créeme, si un contemplativo tuviera lengua y palabras para expresar su experiencia, todos los sabios quedarían mudos ante su sabiduría. Sí, porque en comparación, todo el conocimiento humano junto aparecería como simple ignorancia. No te sorprendas, pues, si mi desmañada y humana lengua no acierta a explicar su valor de manera adecuada. Y no quiera Dios que la experiencia misma degenere tanto que tenga que adaptarse a los estrechos limites del lenguaje humano. ¡No, no es posible y nunca lo será!. Lo que podemos decir de ella no es ella, sino sólo sobre ella. No obstante, puesto que no podemos decir lo que es, tratemos de describirla, para confusión de todos los intelectos soberbios, especialmente del tuyo, que es la razón verdadera por la que escribo esto ahora.
Comenzaré haciéndote una pregunta. Dime, ¿cuál es la sustancia de la perfección última del ser humano y cuáles son los frutos de esta perfección?. Contestaré por ti. La más alta perfección de la persona es encontrar su esencia divina, activar su Verdadero Yo y sentirse que Es, fusionado en
Estos frutos son las virtudes que deben abundar en toda persona perfecta. Ahora bien, si estudias cuidadosamente la naturaleza de la obra contemplativa y consideras después la esencia y la manifestación de cada virtud por separado, descubrirás que todas las virtudes se encuentran clara y distintamente contenidas en la contemplación misma, no deterioradas por una voluntad retorcida o egoísta.
No mencionaré aquí ninguna virtud particular, ya que no es necesario. Bastará con decir que la obra contemplativa, cuando es auténtica, es la nube del no-saber, el amor secreto plantado hondamente en un corazón indiviso, el Arca de
Hay más todavía. Es lo que te enseña a olvidar y repudiar tu mismo yo, según la exigencia del Evangelio: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. Jesús fue delante de nosotros porque este era su destino por naturaleza; nosotros vamos en pos de él por la gracia del Cuerpo Crístico que su vida y obra amplió para nosotros. Su naturaleza divina tiene una categoría superior en dignidad que la gracia, y la gracia la tiene más alta que nuestra naturaleza humana. En estas palabras nos enseña que podemos seguirle al monte de la perfección tal como se experimenta en la contemplación, sólo a condición de que él nos llame primero y nos conduzca allí por la gracia de la inmersión en el Cuerpo Crístico y
Esta es la verdad absoluta. Y quiero que entiendas (y otros como tú que puedan leer esto) una cosa muy claramente. Aunque yo te he animado a seguir el camino de la contemplación con simplicidad y rectitud, estoy seguro, no obstante, sin duda o miedo a equivocarme, tu Ser Profundo, independientemente de todas las técnicas, ha de ser siempre el agente principal de toda contemplación. Es él quien ha de despertar en ti este don por la gracia. Y lo que tú y otros como tú habéis de procurar es haceros completamente receptivos, consintiendo su divina acción en las profundidades de vuestro espíritu. El consentimiento pasivo y la perseverancia que aportáis a la obra es, sin embargo, una actitud específicamente activa. Pues por la unicidad de tu deseo, dirigido en anhelo constante hacia Dios, te abres continuamente a su acción. Todo ello, sin embargo, lo aprenderás por ti mismo a través de la experiencia y de la comprensión de la sabiduría espiritual.
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