-¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? ¿Te puedo echar una mano? ¡Con estos calores...!
-Estoy bien, muchas
gracias. Tengo el coche ahí mismo, pero da gusto encontrarse con gente así,
como tú.
Ella arrancó
satisfecha, pues ya había cumplido. Se había detenido al verme parado junto a
la enorme maleta tomando aire. Me había interpelado sólo por altruismo y ya no
tenía sentido seguir hablando. La respuesta me salió del alma. Nada más lejos
de mí echar flores huecas, sin genuino perfume, ni sentido.
No deberíamos
perder tan fácilmente la fe en la humanidad, ni en su juventud. Las preguntas de
la joven mujer se sucedieron con decisión y sin tregua. Venían para mi asombro
desde un viejo coche que se detuvo a la par de mí. Yo remontaba el día pasado a
pie, con un gran trasto sobre ruedas y evidente esfuerzo, la pequeña rampa
desde la estación de tren de Altsasu al pueblo.
Es muy mala la
costumbre salir de casa con todas las letras, con todos los documentos, correos
y archivos digitales a cuestas. Hay que saber viajar como sentenció el poeta,
"ligeros" y sin pesados “gigas” a cuestas. No se puede ir por el
mundo pegado a un enorme ordenador que impide remontar con agilidad las
cuestas. Podría arramblar con el ordenador pequeñito, pero los ojos están muy
hechos a la pantalla grande, muy mal acostumbrados a tener siempre toda la
información a mano.
Es muy mal
hábito adherirte de por vida a una máquina, porque después resoplarás en los
días de calor tórrido y llamarás la atención de conductores y viandantes. De
cualquier forma, me alegro de haber resoplado. Sí, yo estaba bien. Tan sólo un
poco acalorado. En realidad, me sentía reconfortado en lo interno, cada vez más
convencido de la revolución de las pequeñas cosas, de que son los cotidianos
gestos de humanidad los que en realidad contribuyen a cambiar para bien nuestro
mundo. Yo me sentía bien, feliz de constatar que hay una juventud que no tiene
prisa para llegar a ningún lugar, que se detiene en su camino las veces que
haga falta para asistir a quien lo pueda necesitar, al cabezón, por ejemplo,
que se lleva a todas partes su entera vida a cuestas.
Ella arrancó
desconocedora de que en realidad ya me había quitado el mayor peso, el de
pensar que el humano a la salida de su estación, de su largo letargo
egocentrista no tenía remedio, ni futuro. Estos días están cambiando los mapas
políticos. Colombia, Francia y Andalucía acaparan la atención de los medios.
Nos alegramos cuando nuestros colores ganan apoyo y ascienden.
“El Gobierno
de los nadies y para las nadies” se instalará felizmente en Bogotá.
El país hermano camina a paso firme del miedo a la reconciliación, de la
violencia a la paz. Nos complacemos cuando nos enteramos de que Gustavo
Petro entra decidido a poner coto a una historia de abismales
diferencias sociales, cuando las fuerzas de progreso en Francia
toman más asientos en el Parlamento, cuando la moderación y el equilibrio
ganan adeptos en las filas de los populares…, pero a la postre sabemos que
todo ello carga con importante ficción. Queremos que desde lejanos
despachos transformen un día a día que en realidad nos corresponde mayormente a
nosotros y nosotras transformar.
Más que
nuestra opción política prospere, más que el color del sobre que introduzcamos
en la urna de cristal salga triunfante, es nuestra actitud de vida en medio del
inmenso escenario planetario, son los gestos de ayuda y cooperación sencillos y
diarios, los llamados a ir transformando poco a poco la realidad. A la postre
es nuestra actitud solidaria para con el prójimo la que inaugurará un
escenario local y global más halagüeño.
El “¿Estás
bien…?, la preocupación y vigilancia del otro, el sentimiento de que el otro es
con nosotros y nosotras, de que nos interesa, representa la antítesis de ese
tentador “¡Sálvese quien pueda!” que igualmente cosecha sus adeptos en nuestra
sociedad con fuerte impronta materialista. “¿Estás bien…?” ya sea por el calor
intenso de estos días, la enfermedad, las llamas cercanas, las guerras más
alejadas… El sencillo y elemental “¿Estás bien…?”, ante cualquier azar de la
vida, ya inmediato, ya en apariencia distante, nos vacuna ante el virus más
peligroso y despiadado que jamás hayamos podido llegar a conocer: el
individualismo.
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Autor: Koldo Aldai (koldo@portaldorado.com)
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