“El caballo uncido al carro forma parte del mismo. El amo del carro es aquel que lo guía sin estar unido a él. Debemos trabajar con todas nuestras fuerzas, pero cuidándonos al mismo tiempo de no perder la libertad de espíritu, porque nuestros actos deben ser, ante todo, la expresión de nuestra libertad: de lo contrario pareceremos ruedas que giran porque una causa externa les obliga a ello.”
Rabindranath Tagore. Filósofo y escritor indio (1861-1941)
“Si las causas no existiesen, todo sería
producido por todo y al azar”
Severo Catalina. Periodista y escritor español (1832-1871)
Tercera jornada. 10:08. Aeródromo de Ís.
Jano dormía
plácidamente. Quizá como nunca lo pudo hacer antes: en paz, quietud y
serenidad. No despertó ni una sola vez durante la noche.
El sol hacia largo rato
que anunció su aparición. Debería haberse despertado varias horas antes
obedeciendo a sus hábitos. Sin embargo, su sueño estaba siendo tremendamente
reparador a muchos niveles de conciencia.
Algo ruidoso y
ensordecedor hizo la función de un despertador enloquecido. Su aullido y
vorágine le espabiló con sobresalto. Sin alarma se incorporó, algo inquieto,
expectante y examinador. Quería no confundir ése ruido que, aún, permanecía en
el ambiente, alejándose, con lo que no quería pensar. ¿Estaría una vez más
cumplido su pensamiento? Su seguridad estaba fuera de cualquier posible
vacilación.
Se puso aceleradamente
el mono de vuelo y las botas negras abrochadas con cordones y hebillas
metálicas. Buscó la gorra que, recordaba, dejó colgada en el perchero de la
entrada. No tenía prisa. Si era lo que creía, volvería.
Una vez en el exterior
miró la manga. El viento había cambiado, por tanto, tuvo que hacerlo por la
dirección opuesta. Por allí tendría que aparecer su regalo.
A lo lejos divisó las
inconfundibles estelas en paralelo, siempre negras, que los motores de un
inconfundible Phantom F-
Efectivamente el reactor
se acercaba majestuoso, manchando y pintando el sendero de descenso que, presto
y cierto, denunciaba sus intenciones. Aún le quedaría unos mil quinientos
metros para llegar a la cabecera de pista.
Las luces de aterrizaje
emergieron al unísono que sus tres ruedas. Sus alas en diedro marcaban su
silueta como la de ningún otro aparato existente. Era, a su juicio, uno de esos
aviones que marcan época y estilo. ¿Cuántas horas de vuelo a bordo de uno de
ellos? Muchas, y muy agradables.
Ver su llegada era, para
él, idéntico a estar en el interior manejando los mandos. No tenía que cerrar
los ojos para imaginar cómo se estaría evolucionando desde la cabina. Desde esa
posición, el rugir esbelto de sus gigantes quemadores de keroseno, no se
escuchaban mientras lo tuviese de frente. El viento reinante, en la distancia,
hizo rizos con las estelas del humo abandonado en su trayectoria.
Estaba deseoso de poder
sentarse en el asiento, meter gases a tope, e ir escalando, subiendo, en un
ángulo superior a los cuarenta y cinco grados hacia el cielo que le esperaba.
Aunque mayor era su querer de compartir los avances y progresos obtenidos. Debería
ser evidente, si no lo era ya, el resultado de sus pensamientos. Ella tendría
que estar orgullosa de él, y de su eficiente trabajo como instructora.
La pista era de un negro singular, diferenciador. Un negro
reluciente. La tierra árida y polvorienta de ayer, yacía sepultada bajo un
perfecto suelo de asfalto bien compactado y nivelado. Las marcas de pintura, a
estrenar, eran relucientes. Ninguna señal de caucho quemado marcaba centímetro
cuadrado alguno. El Phantom sería el primer avión en estrenar sus pensamientos
materializados. También había calculado el alargamiento de la pista en
setecientos metros más, mitad por cada lado; parecer de menor trascendencia
dado que, el margen que existía antes para el aterrizaje y despegue, cumplía
los requisitos sobradamente para éste avión.
El F-
El aparato se elevó
girando y ascendiendo bruscamente a babor. La pirueta dejaba antojadizas
estelas de condensación por el borde exterior de sus planos; chorros blancos
ilustrados tras el fruto vertiginoso del aire al rozar la superficie alar. El
aullido de todos esos caballos de potencia persistía en el espacio. Luego, con
prontitud, enderezó manteniendo rumbo paralelo a la pista, hasta girar muy a lo
lejos y enfilar de nuevo el aterrizaje, que a voluntad del piloto y por un
querer expresado en el pensamiento de Jano, había sido anulado en primera
instancia.
En sólo cinco minutos,
aquel conjunto de metal y fuego que tronaban los cielos, estaba calmado,
templado, tranquilo y desafiante junto al DC-3. Pese a ser aviones de épocas
tan distintas, eran muy similares en envergadura. Uno hecho para el transporte
de personal y material. Otro para el combate cara a cara y el bombardeo de
posiciones enemigas. Ambos, ahora usados, simplemente, para lo más hermoso que
se podía imaginar: volar, disfrutar… ¡ser feliz pilotándolos!
Pal saludó efusivamente al contento y feliz
alumno con un abrazo y un beso en la mejilla. El rubor de Jano no pasó
inadvertido, aunque duró un instante. Un fuerte carraspeo disimuló el tono
encendido de su faz, disponiéndose a mostrar los cambios realizados como señal
indiscutible de la correcta aplicación, aceptación y adaptación de las dos
primeras lecciones de vuelo en su Ser.
- ¿Ves? No ha costado tanto, ¿no?
- Efectivamente – contesto Pal aferrándose a
su brazo con fuerza –, sabía que lo conseguirías. Eres un tipo inteligente,
algo tosco, irascible, petulante y terco, pero saludable. Aunque has de reconocer que has tenido que invertir, en ello, unas
cuantas vidas, o unos cuantos vuelos.
- ¿Qué quieres decir con eso de unas cuantas
vidas? – Indicó al tiempo que la encaminaba hacia el interior de su pequeño
palacio –. ¿Es que he vivido, antes, otras vidas? Explícamelo por favor.
Ella volvía a suministrar
una de sus grandes sonrisas y una mirada cómplice dando saltos al caminar en su
deambular entusiasta.
- ¿Qué
pensabas, que sólo hay una vida? – Rio a carcajadas.
Jano, sorprendido,
iniciaba otra de sus alocadas elucubraciones mentales. No quería dejar de
captar cada matiz de las palabras emanadas de su instructora, a la que ya tenía
en gran aprecio a pesar de todo el tormento por el que le hizo pasar al
principio, según él. Pero no tuvo ocasión de proseguir con sus divagaciones.
- Venga, invítame a una taza de té rojo y
charlamos un poco. No le des vueltas en
la mente a las cosas; deja que todo llegue en su momento – Sugirió subiendo los peldaños hacia el porche
–. Hoy, has de empezar con la tercera lección, de la que estoy segura, no has
echado ni cuenta.
Jano tenía el manual
sobre la mesita de noche. Estuvo tan desbordado el día anterior con sus planes,
que en efecto, no prestó atención a la existencia ni al contenido del mismo.
- De acuerdo, maestra mía, estoy a tu
disposición – manifestó en un deje que denotaba cierta complicidad en la sumisión
–; puedo asegurar que estoy en la mejor disposición para la instrucción. Si el resto de lo que he de aprender es tan
hermoso como esto del pensamiento como motor de lo que se quiere, y que en
realidad sólo es necesario creer al mismo tiempo que lo creas mentalmente para
Ser, y Hacer lo que uno proyecta, supongo que lo que me ha de llegar, será aún
más excelso – Concluyó abriendo la puerta a los aposentos.
- Que no te quepa la menor duda, pilotillo –
Respondió con una sorna agradable, y, por cierto, bien aceptada por su
interlocutor.
Mientras ella
corroboraba, satisfecha, los detalles recién instalados sentada desde una
butaca, él preparaba en la cocina, por primera vez en sus recuerdos, y con sumo
placer, algo para una mujer.
Al ir dando cuenta de
las bebidas servidas, fue relatando con detalles, puntillosos, cada uno de los
eventos del día anterior. ¡Gozaba haciéndolo! Ella le escucha con gran atención
y fervor, mientras con sus manos acariciaba la taza en un gesto incendiario.
Relató incluso las fórmulas aplicadas para el cálculo de estructuras, el cómo
visualizó en la mente que aquello estaría ahí construido para el amanecer del
día siguiente, y cómo esperaba que ella, pilotando un Phantom, llegara hasta
aquí inaugurando su nuevo Ser.
Discurrieron casi dos
horas en tal disposición. Los dos disfrutaron; Jano exponiendo; ella
regocijándose, congratulada del alto nivel de conciencia y felicidad escalado
por su alumno.
Las doce y media sonaron
en el reloj de cuco instalado junto a la entrada. Aquello constituía el aviso
de algo nuevo.
- Bien, pilotillo. ¿Qué te parece si
continuamos con tu instrucción?
- De acuerdo – contestó procurando el mayor
agrado posible –. ¿Qué tengo que hacer ahora? Estoy a tu disposición.
- Pues – dijo abriendo sus manos como si de
ella nada dependiera –, haz lo que
tenías pensado hacer. Simplemente eso. Pero ten en cuenta que antes de hacer,
has de Ser, si no, no es posible Hacer.
- ¿Así de fácil?
- Todo
es fácil, si así lo dispones. Considéralo y postúlalo. Tendrías que estar
haciendo siempre lo que quisieras hacer, ese es el espíritu de las reglas del
vuelo. Es la manera de Ser feliz.
El Cadete se levantó
decidido. No albergaba incertidumbre sobre cuáles eran sus prioridades y
proyectos para ese día. Le ofreció su mano invitándola a seguirle. Ella no la
rehusó asiéndola con fuerza y ternura; recordando antes de abandonar la
estancia que llevase el manual consigo en todo instante.
El Phantom bramaba su
fuego al inicio de la pista con los gases al cien por cien. Revoluciones al
límite. El chequeo pre vuelo revisado. Los frenos anclados fueron soltados de
golpe, y el F4 respondió inmediatamente saliendo raudo y recto sin desviarse de
la línea central. Tras mil metros, Jano inclinó con suavidad, pero con energía,
la palanca de mando hacia delante provocando que la rueda del morro se
agachara; de esa forma el amortiguador respondió impulsando la negra y abultada
nariz del reactor hacia arriba. En sólo dos segundos el tren era accionado para
su recogida. Los posquemadores escupían todo el elixir ardiente que era posible
entre sus entrecortadas, sucias y rojizas aberturas traseras. Subían como un
cohete escalando centenares de pies por segundo. En breves instantes habían
alcanzado los quince mil pies. Jano giró a estribor retirando la palanca de
gases al mínimo, dejando caer en picado la máquina voladora en un flechazo
vertiginoso que apuntaba directamente sobre el centro de la pista de Ís. La aceleración
aumentaba. Pal no decía nada. Él tampoco. Dos buenos pilotos gozaban y
disfrutaban de la excitación del momento. Gozaban
de sí, de su Ser; del ver acercarse la tierra a gran velocidad; de
comprobar cómo aquello que parecía pequeño se hacía grande y lo que era grande
a la vista dejaba de existir conforme su cercanía estrechaba su punto de mira.
A más de quinientos nudos las toneladas de metal que componían el inigualable
pájaro volador caían en un desplome controlando. Estaban rozando el paso de mach
1. Un estallido como el de una explosión anunció el paso de tal magnitud. La
tierra estaba tremendamente cerca y debería recoger si no quería estamparse
contra su mundo recién creado. Así lo hizo: tiró de la palanca hacia atrás. La
mole esbelta pintada de color amarillo desierto obedecía sin rechistar, sin
remilgos, sin oposición, sin negligencia. Su disciplina respondía a la voluntad
del dueño de sus entrañas y actitudes. Aquella maniobra se mantuvo hasta
equilibrarlo a cien pies por encima de Ís. Justo en la vertical, y al pasar
como una exhalación sobre el asfalto que relucía simulando ser cómo un espejo
gigante, alargado, brillante mate por el impacto de los rayos del sol,
introdujo más potencia. El Phantom quebró sus instantes en una soberbia propulsión
de nueva excitación, forzando al avión por encima de los ochocientos nudos.
Mach dos llegaba, quería ser sobrepasado. Un altanero zumbido del aire, como el
quebranto de todo un bosque crujiendo al ser cortado de raíz en cada uno de sus
árboles al mismo tiempo, manifestó el prodigio.
- ¿Cuál es el rumbo a Nairda, navegante?
- Dos ocho nueve – respondió velozmente
Pal –, desde nuestra actual posición.
Giró a babor diez
grados hasta que el indicador de rumbos marcó tal dirección.
- Tiempo estimado de llegada.
- A la actual velocidad, cuatro minutos y
veintitrés segundos.
Durante ése tiempo y en
un vuelo a baja cota se producía el efecto embudo. Sólo podían visualizar los
indicadores del cuadro de mandos y un ángulo, aproximado, de visión externa, de
cuarenta y cinco grados. La exposición panorámica normal de los ojos de ciento
ochenta grados quedaba reducida a ese escaso límite. El radar controlado por
Pal avisaba de los obstáculos que debían ser sorteados al navegar tan bajo. El
vuelo suponía el simulacro de una montaña rusa.
Piloto y navegante, sin
previa instrucción conjunta, estaban desarrollando un vuelo tremendamente bien
cohesionado. Formaban un equipo sólido. Jano rememoró alguno de sus combates
aéreos. Recordó cómo en una de las guerras en las que participó, derribaba a
alguno de sus adversarios. Lo hizo sin usar misiles; los había lanzado todos
sin éxito y sólo le quedaba escupir, esparciendo sus cinco mil cartuchos de
treinta milímetros. Aquel fue un combate de perros. Subiendo y bajando,
haciendo toneles y tirabuzones; apuntando y disparando ráfagas cortas que no
impactaban… hasta que su contrincante cometió un error. Cuando él disparaba, su
oponente parecía tener la certeza de saber hacia dónde girar para evitar los
proyectiles; salvo en la ocasión en que continuó disparando en la misma demora
sin dejarse llevar por los giros desviatorios del caza enemigo. Lo hizo
intuitivamente, ya no le quedaba munición y decidió lanzarla por la amura de babor
como último recurso antes de abandonar el combate y quedarse sin combustible.
Su oponente, esa vez no debió hacer caso a su instinto y se fue derecho hacia
donde la última descarga fue lanzada. Ambos impactaron. El destrozo fue
inmediato y fulminante. Los proyectiles penetraron el núcleo central del motor
reventándolo al instante. Una bola de fuego fue el siguiente cuadro de imagen
que su memoria almacenaba. No hubo paracaídas. El piloto combatiente debió
perecer al instante. Él regreso a su base con la filmación del derribo grabado.
Por ello, recibió la medalla púrpura del Congreso ante la demostración
realizada de valor en combate; algo que, visto desde la actual perspectiva, era
algo realmente efímero, y sin valor añadido.
- Treinta segundos para interceptación de
la radio baliza exterior.
La advertencia le saco
del recuerdo obsoleto. Aquel extracto de su pasado produjo algo de amargor que
no atinaba a digerir y notó que el vuelo se había transformado, de pronto, en
algo no gozoso.
-
Enterado, procedo con maniobra de aproximación. Contacta con la torre de
Nairda, solicita instrucciones, por favor.
Retiró gases al mismo
tiempo que Pal comenzó la comunicación con el control aéreo. Inclinó con
suavidad la palanca de mandos atrás subiendo al F4 hasta alcanzar los mil
ochocientos pies, provocando la disminución de la velocidad hasta los
doscientos nudos.
- F4, aquí torre de Nairda. Viento de quince
nudos por uno siete cero. Autorizado aterrizaje en pista uno seis izquierda. Es
usted el segundo tráfico ¿Ve el primero?
- Torre Nairda, aquí F4, copiado. Veo
tráfico entrante.
Jano entendió que
tendría que alargar algo más su maniobra, debido a la inferior velocidad de la
Cessna 210.
Mientras se alejaba
reconfirmó aquellas imágenes de combate como algo que no quería volver a
experimentar. La sola sensación de estar disfrutando del vuelo, a pasar, en
segundos, a ser ocupado por sentimientos infecundos, produjo la confirmación de
que su interior acusaba el notable cambio de dimensión; de conciencia. Su
raciocinio era inundado por una curiosa iluminación reveladora.
- Cessna 210 dejando libre pista uno seis
izquierda.
A ésa señal el F4 viró
cerradamente en un giro de ciento ochenta grados perfecto, alineando la pista.
Bajó el tren y los flaps, incrementando ligeramente la potencia. Quedaba muy
poco para tomar tierra.
- Ni se te ocurra, pilotillo. Aquí no.
- ¿Por qué no, Pal? ¿Ocurriría algo?
- Simple. Tendrías que haber leído la
tercera lección.
Pretendía pasar a lo
largo de toda la pista a pleno gas con el tren recogido, ascendiendo al final
de la misma y realizando un giro invertido que le depositaría con exactitud al
comienzo mismo de la uno seis izquierda. Hubiese sido una auténtica maniobra de
acrobacia ejecutada con elegancia. Pero no era el momento. Lo captó. Aquello no
procedía sin antes asimilar la tercera parte de su entrenamiento de la cual aún
no tenía conocimiento. Decidió hacer caso a su copiloto, que tan excelentemente
le había conducido hasta una cota que jamás habría imaginado. Sería prudente
seguir sus consejos. Hasta ahora, habían otorgado frutos muy sabrosos.
Depositó el Phantom con
elegancia y majestuosidad, conduciéndolo hasta el parking señalado como se hace
con un dócil cordero en medio de un pastizal verde, jugoso y tierno.
Posdata:
En el artículo del día 1 de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre. III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el 80% de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de esta psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que, con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas (Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su correo profesional: terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es
Para las actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com
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