El cuento de la bella durmiente
Si nos damos cuenta, el Evangelio, la vida y el mensaje de Jesús,
es todo menos teología, en el sentido de que lo que Jesús hace no es
explicarnos a Dios, lo que sólo es ciencia al alcance de los muy ilustrados,
sino que todo lo que hace es vivir como un aldeano de lo más normal; gasta el
90% de su vida aquí en el más absoluto ostracismo, junto a su padre, ejerciendo
el humilde oficio de carpintero y, sólo en los tres últimos años, se convierte
en un cuentacuentos, sobre cómo es ese lejano Reino de su Padre y de cómo
podríamos llegar a él. No habla de grandes filosofías, ni de pensamientos
retorcidos de comprender, sino de un simple estilo de vida, propio de personas
de buena voluntad y de sincero corazón. Es aquello de que en realidad el
Evangelio (y por extensión, la Biblia), no es una Teología para el hombre, sino
una antropología para Dios o, un “como le digo yo a estos, de qué va el Reino
de los Cielos” para que me entiendan.
Y para aclararnos las cosas, se pasa todo el tiempo contándonos
cuentos, que llama el Evangelio “parábolas”, para explicarnos cómo es ese Reino
de su Padre a donde nos invita a ir. Son historias sencillas, tomadas de la
vida diaria, que todos conocen, como las tareas del campo, de los sembradores,
de los ganaderos, de los empleados de un viñedo, de la relación entre padres e
hijos despechados.
La palabra parábola tiene un doble significado, el primero como el relato de un acontecimiento ficticio que
permite transmitir un mensaje de contenido
moral a través de una analogía, una comparación o una similitud, que es en el
sentido que refiere el evangelio, pero por otra parte es una conocida función
matemática, donde curiosamente, se produce un crecimiento paretiano, parecido
al 80/20, es decir, al principio, la rama crece rápidamente para
progresivamente suavizarse hasta terminar siendo asintóticamente horizontal.
Queriéndole ver los tres pies al gato, relacionando ambos significados, parece
como que, al principio, el cuento se entiende bien, la mente lo comprende, lo
suficiente como para quedar satisfecha de la explicación, pero si uno trata de
profundizar en cualquiera de las parábolas de Jesús, es como si fuese avanzando
en profundidad y se viera ante un abismo de sabiduría inalcanzable por la
mente.
Llega un momento, en el
proceso de comprensión de esos aparentes cuentos casi infantiles, en los que la
mente no puede ir más allá, cuando la literalidad del texto se acaba y se
vislumbra que, tras ese relato, se oculta nada menos que el Infinito, el
Misterio. Pero para acceder a esas profundidades, que la mente considera ya
algo parecido a ralladas mentales, es necesario saltar de la fase de aprender
el contenido a la de ser conscientes del contenido. Hace falta que “la bella
durmiente” comience a despertar.
Y volvemos a la historia de
Marta y María. Tan atareada está Marta en sus pensamientos, que no acierta a ir
más allá de la literalidad de las palabras de Jesús, pero María, simplemente se
queda embobada escuchándole. Ese “embobamiento” es el que genera el salto hacia
el Misterio, hacia la rama asintótica de la parábola, hacia el Infinito. Pero
Marta se cabrea porque María no le ayuda en las tareas domésticas.
Pero por lo general, tenemos
el alma dormida, tenemos a “la bella durmiente” dulcemente esperando en el
sueño de los justos, a que venga el príncipe azul a despertarla con un beso.
Este cuento popular es perfecto para explicar el Reino de los Cielos. Se podría
decir algo así como:
“El Reino de los
Cielos es como unos reyes que tras larga esterilidad tienen una niña. Al
cumplir el año, celebran una fiesta a la que invitan a siete hadas buenas y
madrinas, que otorgan a la niña dones y virtudes. Pero una bruja malvada, que
quiso competir con el Rey el poder y, no fue invitada al banquete, jura
venganza y sentencia el conocido maleficio de la rueca envenenada, que al
pincharse el dedo la princesa morirá. No obstante, las hadas buenas, tratando
de neutralizar el maleficio, consiguen reducirlo a un largo sueño, del que la
bella despertará con un beso del príncipe azul. Y etc., etc.”
Si queremos completar el
cuento de la bella durmiente con el de Blancanieves y la bruja, o con el de
Cenicienta, pues vale. Todo vale con tal de “darnos cuenta”, “tomar
consciencia” de que no tenemos un alma, sino que somos esa alma, que la bruja
maléfica, la madrastra, y demás personajes malignos tratan de dejar “fuera de
juego”.
Es decir, las parábolas de
Jesús, los cuentos de la niñez, las fábulas tradicionales hablan siempre de una
chica, un malo y el héroe al rescate de la chica… más o menos.
En el fondo, con todas las
formas posibles de describir el proceso de la redención, todo al final se
reduce a describir un proceso en el que “la chica” (el alma) ha de salir de un
estado en el que le ha dejado “algo” o “alguien” para, con el amparo de buena
gente, salir de ese mal sueño, mientras el amante príncipe le agarra de la mano
y la lleva consigo. El Cantar de los Cantares lo describe magistralmente.
Siempre es así, al final,
chico conoce a chica, la rescata de su mala vida, la toma por esposa y terminan
viviendo felices en el Palacio (Castillo Interior) del Reino (de los Cielos) y,
lo de comer perdices, lo dejo al gusto de cada cual…
Digamos que la “prota” de la
peli es siempre “la chica”. Es una mujer, que el Príncipe toma por esposa. Mutatis
mutandi, diríamos que estamos hablando del alma, un alma que es femenina.
Para mí, que alma no sé muy bien si tiene sexo, porque en singular decimos “el alma”,
pero en plural decimos “las almas”. Es como el mar y la mar. Pues con el debido
respeto a los hombres, creo que sí, nuestra alma es femenina. A San Juan de la
Cruz, no le dolieron prendas declarar la feminidad del alma y hablar de “la
amada en el Amado transformada”.
Así que al final, va a
resultar que la “vida interior” es una “love story”, una historia de amor entre
el chico y la chica. Y la mente, que a veces hace el papel de madrina, otra de
madrastra y otra de necesaria colaboradora de la bruja, está muy cómoda
teniendo a la bella durmiendo y temiendo que venga el príncipe a despertarla.
Reconozco que esta
perspectiva de la vida espiritual, muy cercana, por no decir idéntica a lo que
en la vida diaria es el enamoramiento de un chico y una chica, rompe moldes
litúrgicos hasta hacerlos añicos, pero justamente es a lo que vino Jesús, a
romper moldes, a destrozar el arquetipo de Dios allí arriba inaccesible y con
un mal genio que lo flipas, así que tienes que estar continuamente con
solemnidades, no sea que se enfade.
La relación del alma con
Dios, de verdad de la buena, no está en las celebraciones litúrgicas, donde
adoramos a Jesucristo Nuestro Señor (bueno, eso también). Está en lo escondido
de nuestro cuarto, de nuestra alcoba donde la pareja de novios (Jesús hombre y
el alma “la chica”, establecen en bata y zapatillas (o desnudos) esa relación
de amistad con Aquel que sabemos nos ama. Es casi sensual, pero es la única
forma de verle el sentido profundo al Cántico Espiritual o al Cantar de los
Cantares.
El Príncipe Azul
En los referidos cuentos populares de la Bella durmiente,
Cenicienta o Blancanieves, siempre aparece la figura del Príncipe Azul que
rescatará a la Princesa venida a menos de las garras de la bruja, la madrastra
o del malévolo personaje que la tiene recluida o esclavizada. O como los
clásicos guiones de Hollywood, donde el bueno mata al malo y se casa con la
chica.
El concepto épico de lucha del bien contra el mal y
salvación de la víctima inocente es inherente a la sabiduría humana y se repite
en muchas de las epopeyas de la antigüedad, como el Gilgamesh (el texto más
antiguo del mundo) o el Bhagavad Gita o el mito de Prometheus. La epopeya de la
redención descrita en la Biblia, en ambos testamentos no es una excepción.
Describe básicamente lo mismo. Porque el ser humano, en toda cultura, pueblo y
nación ha experimentado exactamente lo mismo y su relación con la divinidad ha
sido también muy similar, de modo que los pueblos lo han expresado de forma más
o menos también similar.
De ahí que la figura de la Trinidad, de alguna forma es
una constante en la historia de la Humanidad, un Dios trascendente creador, un
Dios encarnado y un Dios inmanente, íntimo del corazón humano y luego, el malo
de la peli, el demonio, Satán, Ahriman, etc.
En la tradición cristiana, el héroe, el Príncipe Azul que
viene en rescate de su amada es Jesús y, es aquí lo importante y trascendental;
Dios, que se da cuenta del sufrimiento de los hombres, decide encarnarse,
hacerse uno como nosotros, para enseñarnos cómo salir del atolladero en el que
nuestra pobre naturaleza se ha metido, engañada con los cuentos de sirenas del
maligno de pretender ser como dioses.
Gran epopeya esta, que ha extasiado a todas las
generaciones de seres humanos que en el mundo han sido. Y aquí está lo
importante, que nos hemos quedado todos con la versión épica y dramática del
relato, con la gloriosa epopeya, centrada en los heroicos lances de nuestro
salvador, que efectivamente sucedieron y celebramos en nuestras litúrgicas
solemnidades; pero apenas reparamos en la versión lírica del relato, el que
acontece en el interior de cada uno de nosotros, de cada bella durmiente, de
cada cenicienta, de cada chica abandonada a su suerte. No se trata de ignorar los
relatos épico y dramático, sino de incluir el relato lírico en el contexto.
Si sólo nos quedamos con el relato épico, vemos la
epopeya desde la perspectiva del Dios creador, al que tenemos que adorar con
ritos elaborados de modo permanente, para no encender su ira contra nosotros
(versión veterotestamentaria) e incluir en el manifiesto litúrgico al héroe (hijo
de un dios y una humana) salvador nuestro (versión neotestamentaria). Aunque no
completa, porque en esta, se incluye ese Dios inmanente que desde Pentecostés
habita en lo más profundo de cada uno de nosotros. Y el Dios inmanente no actúa
con actos heroicos, sino en la intimidad de cada ser humano, ya que es el
artífice del despertar de la Bella durmiente, del alma dormida, de cada uno de
nosotros.
Así que estamos todos tan flipados con la versión heroica
de los acontecimientos, con las ceremonias y liturgias donde se despliegan todo
tipo de para-fernalias (etimológicamente “lo que va parejo a la dote”) y
oropeles que, realmente o descuidamos o ni siquiera conocemos el contenido de
la dote, el escenario donde realmente se produce la gran epopeya, en “la
vida interior” de cada alma que es la auténtica dote que Dios
entrega al alma, al entregarnos a su hijo, Jesús de Nazareth.
Así que el mollar de todo esto, donde realmente se
produce el milagro de la Gran Epopeya Universal de la Salvación es en la
intimidad de cada ser humano. A ver, de hacer el bien, ya se encarga la
justicia de los hombres y la Ética, perfectamente comprensible por la mente,
así que, para comprender y practicar los dos primeros componentes del Amor, el
eros y la philias, no hace falta la gran Epopeya de la Salvación; si los seres
humanos fuéramos menos necios, nos la podríamos apañar solitos (de aquella
manera). Pero resulta, pequeño detalle, que el Amor tiene un tercer componente,
absolutamente fundamental, que es el agapé, o donación total y, eso, no es
alcanzable por el ser humano. Y con fastuosos ritos de adoración, sacrificios y
holocaustos, alcanzar el tercer grado del Amor, no es posible. Y por mucho que
nos lo expliquen, hay algo en la naturaleza humana que nos lo hace imposible.
Así que sólo le ha quedado a Dios una forma de enseñarnos cómo alcanzar el
tercer grado del Amor, el agapé, la donación total, el Amor extremo,
enviándonos a su hijo, haciéndose Él mismo, uno de nosotros.
Por eso los místicos se quedan más con la humanidad
carnal (Física) de Jesús de Nazareth y de María que con la omnipotencia sublime
del Pantócrator o de la Virgen coronada como Reina de todo lo creado. Porque es
esa humanidad de ambos, ese “como nosotros” la que nos enseña realmente a amar
y a sentirnos amados.
Porque el alma es una humilde chica (con todo lo dura y
fuerte que la mente pueda parecer) que sólo añora que la quieran (como “Anna
Scott”, Julia Roberts, le pide a “William Thacker”, Hugh Grant, en la peli “Notting Hill”) y, en
especial, ese chico de sus sueños que la coja de la mano y la haga suya. Y
vive dormida, esperando un beso.
Así que más allá de todas las historias que nos han
contado, Jesús es, para esa niña, su príncipe azul que, con ese beso, la
despertará y la hará suya. Y está dispuesto a amarla y defenderla hasta la
muerte y, bien que dio su vida por su amada. Y es así como el tercer grado del
Amor hará morada en esa niña ilusionada.
Así que sí, Jesús en ese proceso de rescate del alma, va
a utilizar las herramientas básicas y esenciales que los seres humanos
conocemos y utilizamos para salir de nosotros mismos hacia los demás, el simple
amor humano, inherente a nuestra física naturaleza que todos hemos utilizado
cuando hemos vivido esa alucinante experiencia de “chico conoce a chica” y se
enamoran apasionadamente, y ambos lo dan todo para vivir la más maravillosa
historia de ¡amor humano!, donde el cuerpo, la mente alma y el corazón, al
unísono vibran hasta un éxtasis que no tenemos que imaginar, sino que vivimos
con toda plenitud cuando nos enamoramos, hasta ser capaces de pronunciar el
sagrado juramento del agapé: “en las alegrías y en las penas, en la salud y
en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza”. Por eso el matrimonio es
un sacramento, porque expresa lo más sagrado del ser humano, el amor
hombre-mujer y los místicos lo elevan a su equivalente espiritual con Dios, con
Jesús, el “matrimonio espiritual”.
Así que, para imaginar la vida interior del alma,
no tenemos que pensar en cosas raras, ni complejas teologías, sino recordar o
imaginar nuestros lances amorosos para imaginarnos esa historia de amor, ese
“love story” del alma con el Jesús humano, que ya habrá momento de adorar
solemnemente al Pantócrator. Y ser conscientes de que, en la vida de amor, se
cumplirán las tres fases, el romance, la desilusión y el júbilo, clímax este
último que se alcanza cuando comprendemos y somos conscientes de que el amor
NO ES un sentimiento, sino una decisión, la voluntad de amar, o la voluntad
transformada en amor.
Comprender esto, nos lo pone muy fácil. Ignorarlo, lo
hace imposible.
Maryam
En hebreo Maryam es, posiblemente en la Biblia y, por
supuesto en los evangelios, el nombre femenino por excelencia. Destacan las
cuatro Marías, María, la madre de Jesús, María la Magdalena, María, hermana de
Lázaro y Marta y María la de Cleofás.
A las que me quiero referir aquí son a las tres Marías,
la Magdalena, la hermana de Marta, y la de Cleofás como referentes del alma en
su relación con Jesús. Son las tres mujeres que, en mi opinión, mostraron su
amor apasionado por Jesús. Mucho les fue perdonado y total fue su entrega al
Maestro. María Magdalena, es considerada por Juan Pablo II, como la “apóstol de
los apóstoles”, gran maestra de la Iglesia y seguidora total de Jesús.
Tras ser exorcizada por Jesús y lograr abandonar su
lamentable vida, vivió una vida plenamente entregada a Él. Creo que su amor por
Él fue completo, simplemente se enamoró en el sentido literal de la palabra,
tanto que hay leyendas que atribuyen en ellos una relación amorosa que, aunque
ella así lo sintiera, pronto supo darse cuenta de que, el componente erótico no
podía entrar en juego, aunque ella sí lo sintiera.
Pero quiero hacer hincapié aquí en su modelo de amor puro
a Jesús, en esa mutua relación de amor sublime, el mismo, y esto es lo
importante, que el que experimenta el alma humana, la de cada uno de nosotros,
cuando se ve llamada por Dios, a seguir el camino de perfección, a entrar en el
castillo interior, a vivir la vida interior.
María Magdalena, desde varias fuentes bíblicas y
apócrifas, parece que arranca de una vida de pecado, acaso dedicada a la
prostitución y poseída de siete demonios que, a punto del suicidio, encontró a
Jesús, le quitó los demonios y, profundamente agradecida, escenifica el pasaje
de la mujer pecadora que entrando en casa de un fariseo que había invitado a
comer a Jesús, le lava los pies con sus cabellos y los enjuga con un vaso de
caro perfume. Igual que María la de Lázaro, que también escenifica el mismo
pasaje días antes de la Pasión.
Así que ambas muestran ese apasionado amor y
agradecimiento al Maestro. Por eso las traigo aquí, para completar la
escenificación del amor íntimo y apasionado del alma con Dios encarnado en
Jesús.
La relación del alma con Dios puede ser imaginada o
vivida por cada persona de forma completamente distinta. Entiendo que este
enfoque de amor apasionado donde el sexo de ambos es determinante del impulso
amoroso del alma, acaso no sea doctrinalmente aceptado como correcto y, también
pueda ser correcto un amor de entrega viril al jefe máximo por quien dar la
vida, al estilo ignaciano. No sé, son formas que han de adecuarse a la
personalidad de cada cual.
Creo que nadie, ni los más grandes teólogos, puede
pontificar a este respecto, porque no se trata de sentar doctrina, sino de
vivir una experiencia de amor. Y en este sentido, podemos estar entrando en el
terreno de las estrecheces sociales de épocas pretéritas, donde la expresión del
amor entre prometidos e, incluso entre esposos, tenían que ajustarse a
estrictas normas sociales de moralidad.
Sobre la para-fernalia, se puede impartir toda la
doctrina que se quiera, dado que es la expresión comunitaria de alabanza a
Dios, pero sobre la “fernalia”, sobre “la dote”, nadie puede entrar a impartir
doctrina. Es como mi madre me explicó cuando me casé, al decirme que, en la
relación de alcoba, dentro de ella, nadie tiene derecho a entrometerse y “toda
expresión de amor es válida”. Pues yo digo lo mismo; sobre liturgias y rituales
e, incluso doctrina, se puede pontificar todo lo que sea menester, pero en lo
escondido, en el interior de la celda o de la alcoba, donde se cuece la
relación intimísima del alma con Dios, NADIE tiene derecho a meterse. Así que
la vivencia del amor apasionado del alma con Jesús ha de ser libre y, no hay
normas, todo vale para expresar el amor entrambos, que diría mi madre.
Así que, si alguien quiere vivir su amor a Dios, como la
fidelidad de un soldado ignaciano a su General, hasta dar la última gota de su
sangre, bendito sea. Y si alguien quiere vivir la experiencia del Cantar de los
Cantares, pues también bendito sea.
Así que, en este asunto, no estamos ante un tema sobre el
que cuanto más se estudie y se sepa, mejor, sino ante una experiencia cuanto
mayor y más profundamente vivida, mejor; así impresione de heterodoxa por los
exégetas y hermeneutas. Eso a Jesús y al alma, a esa pareja de enamorados, creo
que les dará igual.
La vida interior,
que es de lo que van esta serie, sólo tiene sentido si se vive como experiencia
de amor casi físico, porque en ella Marta, la hermana de María, nuestra mente,
no tiene nada que decir; es más, es un estorbo, como estorbo es la madre de la
novia que quiere entrometerse en sus relaciones con el novio, poniendo cotos y
líneas rojas en todo aquello que no sea socialmente correcto (religiosa o
doctrinalmente correcto), indicando qué se puede y qué no se puede hacer,
incluso generando escrúpulos absurdos, inundando de pecado lo que son las
bellas expresiones del amor entre enamorados.
En el amor al Jesús encarnado, el alma no puede imponerse
trabas ni obstáculos. Aunque estos obstáculos existen y son imponentes. Unos
son inherentes a la propia naturaleza humana y otros, son inherentes a lo que
Juan Ruiz, autor de “los cuatro acuerdos”, denomina el sueño del Planeta, o lo
que la educación e ideales del grupo social en el que crecemos nos ha impuesto.
Ese sueño del Planeta no cabe duda de que, bien intencionado, está diseñado
para conducirnos por el buen camino, como las flechas amarillas del Camino de
Santiago, pero eso vale en todo lo relacionado con nuestra relación
comunitaria, hasta que “chico conoce a chica” y entonces la cosa cambia
totalmente.
Y cuando eso sucede y alguien saca los pies del plato,
trastoca todas las normas impuestas y, o bien se la acepta a regañadientes o se
le condena a la hoguera. Lo primero sucedió con Santa Teresita de Liseux y lo
segundo casi sucede con Santa Teresa de Jesús. Ambas fueron rompedoras,
heterodoxas, niñas terribles. La primera cayó en gracia a los papas y la
canonizaron en seguida y a la segunda casi la excomulgan. Y todo por expresar
su particular forma de vivir ese amor apasionado que rompía, por no decir,
hacía añicos, “el sueño del Planeta”, de la Iglesia.
Así que no se enfaden vuesas mercedes si les parece
escandaloso decir que, en la relación del alma, de María con Jesús, simplemente
no hay reglas, salvo las que el Esposo imponga en el proceso de purificación
del alma que, con ellas, ya va el alma servida, como veremos en todo el proceso
del romance (enamoramiento), desilusión (sequedades y noches oscuras) y júbilo
(el gozo supremo del Amor de Dios).
María ha escogido la mejor parte y “el sueño del Planeta”
no se la va a quitar.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física
de la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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