Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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22/3/19

Sufrimiento, felicidad... transformación interna


 Comenzaré por el hecho bien conocido de que son muchas las personas que sufren y lo pasan mal, por unos motivos u otros. También las que, sin vivir situaciones de sufrimiento como tal, se sienten vacías, como si su vida no tuviera demasiado sentido o no le sacaran el suficiente partido en términos de realización personal. La causa de ello es simple y ha sido puesta de manifiesto por los sabios y sabias de todas las épocas y culturas: la identificación con nuestro yo físico, emocional y mental –para entendernos, me gusta llamarlo el “coche” y es perecedero, pues está destinado a morir- y el olvido de nuestro ser más hondo, íntimo y verdadero –siguiendo el símil, podemos denominarlo “Conductor” y es imperecedero, pues nunca morirá-, que encarna en un “coche” para vivenciar la experiencia humana.

Esta diferenciación entre “Conductor” y “coche” se halla en todas las tradiciones espirituales. Por ejemplo, en el cristianismo, Pablo de Tarso (san Pablo) afirma en su Primera Carta a los Tesalonicenses que “el ser humano no es cuerpo, alma y espíritu”. El cuerpo –con sus componentes físico, emocional y mental- es el “coche”. Y el “Conductor”, la dimensión álmico-espiritual. En los Yoga-Sutras de Patanjali, que se transmitían ya de boca a oído hace casi 2.500 años, se domina “Adviya” a la amnesia e ignorancia sobre nuestra esencia y auténtica naturaleza. Y “Asmita” al egoísmo derivado de la identificación del ser humano con la apariencia de sí mismo, con el coche, que en su ignorancia es lo único que reconoce.

Y cuando empezamos a percibir el “Conductor” que somos, nos transformamos y la vida se transforma con nosotros, haciéndose más completa y genuina: nos va inundado la paz y la confianza; nos centramos cada vez más en el momento presente, el aquí-ahora, y dejamos de dar bandazos mentales y emocionales entre el pasado y el futuro; comenzamos a percatarnos de que no hay casualidades y que todo tiene un sentido profundo, un porqué y un para qué en clave de nuestro crecimiento personal y desarrollo en consciencia; nos damos cuenta de que no hay problemas, sino experiencias-oportunidades que están en nuestra vida para impulsar ese crecimiento y ese desarrollo; descubrimos que lo auténticamente importante en la vida no es el “qué” (qué pasa, qué deja de pasar…), sino el “cómo” vivimos el “qué”, sea lo que sea; etcétera.

        Y si he hablado de sufrimiento, igualmente quiero referirme a la felicidad, que es anhelada por la totalidad de los seres humanos y todos la buscan. Y este es el “quid” de la cuestión: que la “buscan”; y la “buscan” fuera. Fuera de sí mismos, en las cosas que les rodean, en las personas… Sin embargo, la felicidad no está fuera, sino que, como tantos maestros han enseñado, se halla en nuestro interior, ya que es el Estado Natural de nuestro Ser. Buscando fuera, jamás la hallaremos, limitándonos a vivir ratos de bienestar e, inevitablemente, otros de malestar. Así anda la gente… Solo cuando nos percatamos del “Conductor” que somos, la felicidad va emergiendo y llenado nuestro día a día. Y esto no es una quimera.

La felicidad que así se vive es lo que las tradiciones orientales llaman “Ananda”: Felicidad incausada fruto del Estado Natural de nuestro Ser. Cuando por la práctica del Yoga dejamos de identificarnos con el coche y paramos toda agitación mental, que oscurece la presencia del Conductor, nos instalamos en nuestra naturaleza esencial que es Felicidad (Yoga-Sutras 1-3), manifestación de nuestra íntima naturaleza y, por tanto, estable, duradera y que se basta a sí misma. Siempre ha habido hombres y mujeres en todas las épocas y culturas, la mayoría personas insignes, que lo ha vivido, lo han atestiguado y nos lo han trasmitido como hermoso legado.

        De estas personas insignes se ha dicho que eran seres espirituales. Pero todos, sin excepción, somos seres espirituales y atesoramos la divinidad en nuestro interior. Por eso, Juan de la Cruz escribió que “el más perfecto grado de perfección a que en esta vida se puede llegar es la transformación en Dios”. Lo único que pasa es unos se dan cuenta y otros no. En este sentido, se puede calificar de espiritual a la persona que se percata del “Conductor” que es y vive en coherencia y consciencia con ello. Lo que llamamos transformación se dirige precisamente a esta toma de consciencia.

Una transformación que es interna (auto-transformación) o no lo es. Y la transformación interna es la llave que abre la puerta de la transformación externa. Ya lo señaló Platón. Y más modernamente lo aseveró Gandhi con la frase que se le atribuye: “ojos nuevos para un mundo nuevo”. A partir de esto, la transformación no es algo que ocurra de pronto, sino que es un proceso. De ahí que se haga referencia a un camino o un sendero. Y este sendero, retomando lo compartido anteriormente, no está fuera de ti, sino que está en ti y eres tú mismo.

Por eso, para recorrerlo, es imprescindible darse cuenta de que el punto de parida eres tú tal como actualmente eres, lo que exige que te observes (auto-observación) sin sentimientos de culpa y sin auto-engaños. Y puestos en marcha a partir de ahí, avanzar en el sendero sin prisas, pero sin pausa, en un proceso de paulatino conocimiento de uno mismo, creciente equilibrio y armonía emocional y mental y expansión de la mente abstracta, que es el nivel de nuestro plano mental capacitado para plantearse las cuestiones transcendentes y comprender, entender, ver y vivir la vida.

        En este punto, conviene recordar que en nuestro plano mental, junto a la mente abstracta, hay otro nivel, el inferior, conocido como mente concreta, que es válido para ocuparnos de las cosas corrientes del día a día, del sota, caballo y rey de lo material y cotidiano. Y solemos tener la mente concreta llena de sistemas de creencias que nos han inculcado en la familia, el colegio, las amistades, los medios de comunicación, la sociedad… Aunque no lo percibamos, estos sistemas de creencias funcionan a modo de programas informáticos que influyen, cuando no dominan, nuestras vidas. Y el contenido de la mayoría de ellos se caracteriza por una visión egóica y egocéntrica de la vida, el olvido de lo que realmente somos (“Conductor”) y la identificación con nuestra parte material (“coche”). Esto provoca el miedo a la muerte, lo que origina, a su vez, miedo a la vida e incentiva esa desconfianza hacia ella que está presente en tantas personas y les causa tanto sufrimiento.

Pero la muerte no existe, es solo un fantasma de la imaginación humana. La vida, siendo una, tiene, metafóricamente expresado, dos habitaciones: la de la vida física y la del plano de luz (el Cielo del cristianismo, el Devachán de los orientales…). Y entre ambas habitaciones hay un espacio intermedio, llamado frecuentemente “tránsito”, que recorremos al desencarnar tras el fallecimiento físico. Durante el tránsito (el “purgatorio” cristiano) se van diluyendo los componentes emocionales y mentales que hemos acumulado a lo largo de la vida material, un proceso que, dependiendo de cada cual, durará más o menos en función de lo densificados y cargados que tengamos esos componentes (cuando lo están sumamente, por una vida llena de egoísmo y daño a los demás, el tránsito se convierte en el célebre “infierno”, el “avichi” oriental).

Y tras el tránsito, se accede al plano de luz, donde el alma integra en consciencia las experiencias de la última vida y se prepara para vivir una nueva, otra encarnación, con el perfil necesario para desplegar nuevas experiencias que le permitan crecer en auto-consciencia. Por esto, la percepción de la vida en el plano humano como una cadena de vidas se hallan en todas las tradiciones espirituales serias, incluido el cristianismo. En este, la reencarnación fue suprimida en el II Concilio de Constantinopla, en el año 553. Y más que una esperanza, supone la certeza acerca de la vida más allá de muerte y de que el avance en el sendero de auto-transformación y auto-conciencia de despliega y se desenvuelve en diferentes vidas, cada una con sus propias características y experiencias.

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Autor: Emilio Carrillo
Fuente: Prólogo del libro Un viaje al corazón, de Sami Osorio
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