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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de la web del Proyecto se puede tener información detallada sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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El exceso de estímulos, informaciones e impulsos modifica
radicalmente la estructura y economía de la atención. Debido a esto, la
percepción queda fragmentada y dispersa. Además, el aumento de carga de trabajo
requiere una particular técnica de administración del tiempo y la atención, que
a su vez repercute en la estructura de esta última. La técnica de
administración del tiempo y la atención multitasking (multiáreas, multitareas…)
no significa un progreso para la civilización. El multitasking no es una
habilidad para la cual esté capacitado únicamente el ser humano tardomoderno de
la sociedad del trabajo y la información. Se trata más bien de una regresión.
En efecto, el multitasking está ampliamente extendido entre los animales
salvajes. Es una técnica de atención imprescindible para la supervivencia en la
selva.
Un animal ocupado en alimentarse ha de dedicarse, a la vez, a otras
tareas. Por ejemplo, ha de mantener a sus enemigos lejos del botín. Debe tener
cuidado constantemente de no ser devorado a su vez mientras se alimenta. Al
mismo tiempo, tiene que vigilar su descendencia y no perder de vista a sus
parejas sexuales. El animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diversas
actividades. De este modo, no se halla capacitado para una inmersión
contemplativa: ni durante la ingestión de alimentos ni durante la cópula. No
puede sumergirse de manera contemplativa en lo que tiene enfrente porque al
mismo tiempo ha de ocuparse del trasfondo.
No solamente el multitasking, sino también actividades como los
juegos de ordenadores suscitan una amplia, pero superficial atención, parecida
al estado de la vigilancia de un animal salvaje. Los recientes desarrollos
sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la sociedad
humana se acerque cada vez más al salvajismo. Mientras tanto, el acoso laboral,
por ejemplo, alcanza dimensiones pandémicas. La preocupación por la buena vida,
que implica también una convivencia exitosa, cede progresivamente a una
preocupación por la supervivencia.
Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la
filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura
requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda. Esta es
reemplazada progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la
hiperatención. Esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de
foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos. Dada, además, su
escasa tolerancia al hastío, tampoco admite aquel aburrimiento profundo que
sería de cierta importancia para un proceso creativo. Walter Benjamin llama al
aburrimiento profundo «el pájaro de sueño que incuba el huevo de la
experiencia». Según él, si el sueño constituye el punto máximo de la relajación
corporal, el aburrimiento profundo corresponde al punto álgido de la relajación
espiritual. La pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya
existente.
Benjamin lamenta que estos nidos del tiempo y el sosiego del pájaro
de sueño desaparezcan progresivamente. Ya no se «teje ni se hila». Expone que
el aburrimiento es «un paño cálido y gris formado por dentro con la seda más
ardiente y coloreada», en el que «nos envolvemos al soñar». En «los arabescos
de su forro nos encontramos entonces en casa». A su parecer, sin relajación se
pierde el «don de la escucha» y la «comunidad que escucha» desaparece. A esta
se le opone diametralmente nuestra comunidad activa. «El don de la escucha» se
basa justo en la capacidad de una profunda y contemplativa atención, a la cual
al ego hiperactivo ya no tiene acceso.
Quien se aburra al caminar y no tolere el hastío, deambulará
inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad. Pero, en cambio,
quien posea una mayor tolerancia para el aburrimiento reconocerá, después de un
rato, que quizás andar, como tal, lo aburre. De este modo, se animará a
inventar un movimiento completamente nuevo. Correr no constituye ningún modo
nuevo de andar, sino un caminar de manera acelerada. La danza o el andar como
si se estuviera flotando, en cambio, consisten en un movimiento del todo
diferente. Únicamente el ser humano es capaz de bailar. A lo mejor, puede que
al andar lo invada un profundo aburrimiento, de modo que, a través de este
ataque de hastío, haya pasado del paso acelerado al paso de baile. En
comparación con el andar lineal y rectilíneo, la danza, con sus movimientos
llenos de arabescos, es un lujo que se sustrae totalmente del principio de
rendimiento.
Con la expresión “vita contemplativa” no debe evocarse aquel mundo
en el que originariamente fue establecida. Está ligada a aquella experiencia
del Ser, según la cual lo Bello y lo Perfecto son invariables e imperecederos y
se sustraen de todo acceso humano. Su carácter fundamental es el asombro sobre
el Ser-Así de las cosas, que está libre de toda factibilidad y procesualidad.
La duda moderna y cartesiana reemplaza al asombro. Sin embargo, la capacidad
contemplativa no se halla necesariamente ligada al Ser imperecedero. Justo lo
flotante, lo poco llamativo y lo volátil se revelan solo ante una atención
profunda y contemplativa. Asimismo, el acceso a lo lato y lo lento queda sujeto
al sosiego contemplativo. Las formas o los estados de duración se sustraen de
la hiperactividad. Paul Cézanne, aquel maestro de la atención profunda y
contemplativa, dijo alguna vez que podía ver el olor de las cosas.
Dicha visualización de los olores requiere una atención profunda.
Durante el estado contemplativo, se sale en cierto modo de sí mismo y se
sumerge en las cosas. Merleau-Ponty describe la mirada contemplativa de Cézanne
sobre el paisaje como un proceso de desprendimiento o desinteriorización. «Al
comienzo, trataba de hacerse una idea de los estratos geológicos. Después, ya
no se movía más de su lugar y se limitaba a mirar, hasta que sus ojos, como
decía Madame Cézanne, se le salían de la cabeza. […] El paisaje, remarcaba él,
se piensa en mí, yo soy su conciencia.» Solo la profunda atención impide «la
versatilidad de los ojos» y origina el recogimiento que es capaz de «cruzar las
manos errantes de la naturaleza». Sin este recogimiento contemplativo, la
mirada vaga inquieta y no lleva nada a expresión. Pero el arte es un «acto de
expresión». Incluso Nietzsche, que reemplazó el Ser por la voluntad, sabe que
la vida humana termina en una hiperactividad mortal, cuando de ella se elimina
todo elemento contemplativo: Por falta de sosiego, nuestra civilización
desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época, se han cotizado más los
activos, es decir, los desasosegados.
Cuéntase, por tanto, entre las correcciones necesarias que deben
hacérsele al carácter de la humanidad, el fortalecimiento en amplia medida del
elemento contemplativo.
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Autor: Byung Chul Han
Fuente: Texto extraído de su libro La Sociedad del Cansancio
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