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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de la web del Proyecto se puede tener información detallada sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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La
democracia necesita una gestión estratégica de las crisis futuras. Tenemos que
prepararnos para identificar las tendencias y anticipar las soluciones actuando
antes de que sea demasiado tarde.
La crisis de 2008 puso a
prueba nuestros sistemas de prevención y gestión de este tipo de situaciones.
La comisión del Congreso que investiga el origen de la crisis financiera y el
rescate bancario ha dejado de manifiesto que falló casi todo lo que podía
fallar. Los agentes políticos no dejan de agitarse ante la menor irritación,
pero el sistema político en su conjunto es incapaz de identificar, anticiparse
y gobernar crisis como la económico-financiera, la del euro, el Brexit y otras
dinámicas de desintegración europea, la crisis migratoria, el agotamiento de
nuestro modelo territorial o un sistema de pensiones difícilmente sostenible en
su forma actual.
Gobernar bien es
imposible si la política no explora el horizonte y continúa cerrando sus ojos a
los problemas incipientes. Un déficit claro de la política es la cortedad de
miras de sus programas; el tratamiento de los síntomas en vez de la lucha
contra las causas; su dependencia de los electores actuales a costa de las
generaciones futuras; la incapacidad, tanto de los representantes como de los
representados, para enfrentarse a problemas latentes; el irresistible encanto
de las simplificaciones tanto tecnocráticas como populistas… Como sociedad, no
estamos especialmente bien dotados para una gobernanza anticipatoria; la
continua procesión de urgencias diarias nos distrae de los desafíos del largo
plazo; las crisis son muy pocas veces anticipadas y cuando han pasado tampoco
estamos especialmente de acuerdo en cómo interpretarlas o qué debemos aprender
de ellas.
La democracia necesita
una gestión estratégica de las crisis futuras. Sabemos que habrá crisis en
relación con el cambio climático, el capitalismo financiero, las migraciones,
el abastecimiento de energía, el envejecimiento de la población, las guerras y
conflictos, las pandemias… Lo único que nos falta por adivinar es cuándo, cómo
se presentarán y con qué instrumentos es más adecuado hacerles frente. Una
acción más estratégica nos permitiría identificar las tendencias y anticipar
las soluciones, es decir, actuar cuando ya no sea demasiado tarde.
Mejorar la coherencia
estratégica en un sistema que está al vaivén de las crisis urgentes del corto
plazo requiere, de entrada, una mayor y mejor información acerca de los
impactos a largo plazo de las actuales decisiones políticas y sus alternativas,
instrumentos adecuados para medir los riesgos a los que estamos confrontados o
que generamos nosotros mismos y un enfoque holístico o sistémico. Solo así la
política conseguirá pasar del mundo de las reparaciones al de las
configuraciones.
En sistemas dinámicos hay
que introducir el futuro en nuestras planificaciones si es que no quiere uno
verse sorprendido por problemas que irrumpen sin que hayamos realizado ninguna
previsión. Y para anticiparse a las dinámicas desatadas no bastan ni el recurso
a las mejores prácticas —que son siempre las mejores prácticas del pasado— ni a
la experiencia acumulada. La gestión estratégica requiere un ejercicio de
imaginación de los futuros conflictos y crisis. Dado que no tenemos ningún
motivo para suponer que la siguiente crisis será como las anteriores, la
extrapolación de las experiencias pasadas no es suficiente.
Ya se trate de las crisis
financieras globales, desastres ecológicos o problemas de sostenibilidad, la
política siempre llega demasiado tarde, cuando los trabajos de reparación son
más costosos de lo que hubieran sido las medidas profilácticas. Los Gobiernos
se encuentran frecuentemente poco preparados cuando la dinámica de los
acontecimientos indeseados ha comenzado ya a acelerarse, su capacidad de
detectar y responder a los acontecimientos emergentes es reducida y los marcos
regulatorios se han vuelto obsoletos o menos efectivos. No son desafíos que se
resuelvan con la creación de un “gabinete de crisis”, que se constituye cuando
la crisis ya ha tenido lugar y que solo sirven para remediar parte de sus
consecuencias, sino mejorando la capacidad de los Gobiernos de pensar y actuar
estratégicamente en un mundo que está cambiando radicalmente.
Actuar antes, durante y después
de las crisis es difícil porque muchas de ellas no se deben a causalidades
simples sino a realidades intrincadas. Los cambios tienen lugar actualmente de
un modo rápido y complejo; implican muchas interacciones entre diversas
dimensiones de la gobernanza, sin respetar las delimitaciones burocráticas y
jurisdiccionales. No es posible establecer una moratoria y resolverlos por
partes. Lo que parecía una solución estable se transforma en nuevos problemas
que hay que volver a resolver. Todo ello desafía la capacidad adaptativa de
nuestros sistemas de gobierno, que proceden básicamente del nacimiento de la
democracia moderna, el Estado nacional y la revolución industrial: verticales,
jerárquicos, segmentados y mecánicos.
Tenemos que prepararnos
para gobernar un mundo en el que no habrá crisis ocasionales sino que viviremos
en una inestabilidad mayor de la que éramos capaces de gestionar. Necesitamos
una política que sea capaz de entender las interacciones y los fenómenos de
crisis, que se haga cargo de la novedad y del cambio, una política capaz de
reinventarse a sí misma continuamente, que no sea estática, intemporal y
reactiva, sino viva y en transformación.
Y para ello hay que
ampliar los modos de gobierno (clásicamente reducidos a la jerarquía y el mandato)
por otros más propios de las sociedades complejas (cooperación, participación,
deliberación…) y combinarlo con procedimientos de aprendizaje rápido y
capacidad estratégica. No estamos únicamente ante la decisión de cambiar de
políticas, ni mucho menos ante la necesidad de una reforma administrativa; se
trata de pensar y transformar la política o continuar con un sistema diseñado
para un mundo que ya se fue.
Si no hemos podido
anticiparnos a las crisis, ¿estamos siendo al menos capaces de aprender de
ellas? Todo parece indicar que la crisis no ha sido suficientemente aprovechada
para configurar un sistema financiero global estable, con las instituciones y
regulaciones adecuadas. En otros ámbitos como la reforma de las
Administraciones públicas o el tránsito hacia otro modelo productivo ¿estamos
poniendo en marcha las reflexiones necesarias y los correspondientes procesos
de reforma?
Si no somos capaces de
aprovechar crisis como la(s) actual(es) para llevar a cabo las reformas
necesarias, el futuro de nuestras formas de gobierno no es nada prometedor. A
quienes prefieren esperar siempre a tiempos mejores hay que decirles que la
calma, cuando vuelve, casi nunca ha mejorado los problemas.
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Autor: Daniel Innerarity (Catedrático de Filosofía
Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco. Acaba de
publicar el libro Política para perplejos (Galaxia-Gutenberg)
Fuente:
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