Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

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28/5/10

Comparte con nostr@s: “Justicia poética” de Mirta Rodríguez

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JUSTICIA POÉTICA

Leopoldo se encontraba parado, perfectamente planchado dentro de un ambo azul oscuro, la raya de los pantalones impecable, una camisa celeste claro con rayitas finitas del mismo azul que el traje y la corbata, que mostraba pequeñas diagonales color cielo. Olía a Antheus, su perfume favorito. Más se parecía a un modelo publicitario que a un procesado por delito doloso.

Al lado, su abogada, la famosa criminalista Cristina Gómez Villarino, de riguroso Chanel marfil, con blusa de seda negra, zapatos y cartera de ambos colores combinados, envuelta en la fragancia que hizo famosa a Marilyn Monroe, se acomodaba la ajustada pollera disimuladamente.

Ni bien entró la jueza, ambos se sentaron casi al unísono, con el mismo cansancio, la misma avidez de respuestas e idéntica esperanza en la mirada.

Era tiempo de sentencia.

La sala hervía entre periodistas y convidados de piedra. El juicio del año. Era de esperarse.

La magistrada se tomó todo su tiempo para retirar de su portafolios el dictamen final. Lucía extrañamente resplandeciente. Se notaba que había sido una hermosa mujer, rasgos finos, delicados, piel de porcelana que dejaba adivinar su suavidad. Después de un par de minutos de releer los papeles que tenía en sus manos, largas, blancas, dedos finos, sin anillo alguno, uñas pintadas sólo con brillo, sin color, levantó los ojos espectacularmente negros, enormes, custodiados por pestañas arqueadas, espesas, oscuras y fijándolos sobre Leo, comenzó a leer, con parsimonia, casi deleitándose por cada sílaba que pronunciaba-

- “Te condeno, porque me has invadido y me estoy vaciando sin poder frenar esta constante fluidez, sin poder recobrar mis sueños apáticos, mis alas tiesas, mi voz dormida, el aire manso y dulce aunque niebla, aunque invierno, de las tardes leves, de la lluvia que provoca versos, de la noche de mis sábanas. Ese aire ocioso, campestre, ese aire de mujer embelesada”-

En la sala se escuchó un murmullo compacto de tan homogéneo

Ella no hizo caso. Prosiguió leyendo:

-“Te condeno, porque se me ha ido no sé a dónde mi derecho a anquilostoma y ando ahora con la cara al viento y me ven éste, aquél, la vecina, y aunque disimulen –lo sé bien- me van gastando con cada buenos días”-

Cristina sabía a qué se refería su Señoría, Leo también. Y gran parte del público presumía saberlo.

El silencio fue haciéndose tan espeso que el aire de la sala parecía rancio, muy pronto la gran mayoría comenzaría a respirar despaciosamente, con temor a no poder hacerlo nuevamente.

La bella mujer sentada detrás del atril continuó leyendo, con rostro impasible, tan terso que sus arrugas parecían perderse, irse, huir, y casi se hubiera jurado que volvía a tener 23 años….

-“Te condeno porque la mirada hueca con que gastaba mundo se escapó por el iris almendra de tu ojo izquierdo

Y desde tú no hago más que preguntarme,

¿Por dónde se me habrá escapado la rutina? ¿Por qué poro la melancolía, la nostalgia del beso que me floreciera los labios? ¿Dónde están los manotazos al cielo para robarle su azul? ¿La sensación de incompletud al mirarme la palma de la mano vacía, al recontar, evitando, los huecos que sentía dentro?”-

La historia había corrido rápidamente por los pasillos de Tribunales ni bien se supo que Su Señoría Frida Marín Paz había salido sorteada para presidir el proceso de Leopoldo Polendo, famoso play boy imputado en el homicidio pasional de la hija del Ministro de la Corte Suprema de Justicia.

Se hablaba de un romance de juventud entre Leo y la jueza.

Se le atribuía al polista la culpa de la enfermedad que sumió a Frida en una postración de muchos años, causa de un franco y repentino envejecimiento, patentizado en los mechones de cabello blanco que veteaban su hermosa cabellera rojiza.

Todos especularon que ella renunciaría a presidir el tribunal, que por las mismas razones de antigua data se excusaría como la ley autoriza en casos como estos.

Frida no se excusó. Leo no la recusó.

Allí estaba, después de conducir todo el proceso, dictando su sentencia

Su voz, casi exangüe, se levantó ante tanto silencio viscoso, pegajoso, compacto…

-“Te condeno porque viniste y me saqueaste. Porque como a la rueda de mi bicicleta vieja me desinflaste, desenroscándome algún ventrículo y me inyectaste aire naranja, rojo, amarillo; burbujas de sol, de estrellas, de lluvia; olas panzonas, palomas de otoño; días acaramelados, estremecimientos, futuro

Por todo eso, cariño, te condeno a la cadena perpetua de mis brazos”-

Un ohhhhhhhh multiplicado se hizo sentir en toda la sala

Leo no podía dejar de mirar a Frida como hipnotizado. Sentimientos encontrados le llegaban desde lejos, desde treintena de años atrás.

La jueza sonrió, rompió el papel, lo tiró a su papelero.

Y elevando la voz en forma notoria, dijo

- “He cometido un error, acabo de leer un viejo poema mío.” -

Y continuó diciendo con tono uniforme y chato:

-“Ahora, con perdón y permiso de los aquí presentes, leeré la sentencia del sub-examine-

Y levantando un nuevo dictamen, leyó en forma metálica, androide, casi inhumana

“Leopoldo Polendo”….seguidamente leyó los datos personales, un breve resumen de los hechos, una concisa pero detallada memoria de las pruebas, las normas aplicables, y terminó suspirando hondamente primero _“ Por todo lo expuesto, lo condeno a la pena de muerte, por aplicación de inyección letal, en fecha y hora a estipular, en la Penitenciaría de Sausalito, a no más de dos meses a partir de la fecha. Leído que fue……Frida Marín Paz, Juez Interviniente. “ -

Leo se desmayó.

La Dra. Gómez Villarino tuvo un ataque de nervios

Frida salió como si nada hubiera sucedido.

Los que la vieron, juraban que parecía tener 23 años.

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