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¿QUÉ SE QUIERE DECIR CON “EL HOMBRE VERDADERO”?
Los hombres verdaderos de antaño no tenían miedo
cuando se encontraban solos en sus puntos de vista.
Nada de grandes logros. Nada de planes.
Si fracasaban, nada de dolor.
Nada de autocomplacencia en caso de éxito.
Escalaban farallones, siempre sin vértigo;
se sumergían en las aguas, jamás se mojaban,
caminaban a través del fuego y no se quemaban.
Así su conocimiento llegaba
hasta el Tao.
Los hombres verdaderos de antaño
dormían sin sueños,
despertaban sin preocupaciones.
Su comida era sencilla.
Respiraban profundamente.
Los hombres verdaderos respiran desde sus talones.
Otros respiran con sus gargantas,
medio estrangulados. En las disputas
arrojan argumentos
como si vomitaran.
Donde las fuentes de las pasiones
yacen profundas,
los arroyos celestiales
pronto se secan.
Los hombres verdaderos de antaño
no conocían la pasión por la vida,
ni el miedo a la muerte.
Su aparición carecía de alegría,
su salida, más allá,
se producía sin resistencia.
Fácil viene, fácil se va.
No olvidaban de dónde,
ni preguntaban a dónde,
ni caminaban inflexiblemente hacia adelante
luchando a todo lo largo de su vida.
Tomaban la vida como venía,
sin preocupación;
y se iban, allá.
¡Allá!
No tenían intención de combatir el Tao.
No intentaban, motu propio,
ayudar al Tao.
Ésos son los que llamamos hombres verdaderos.
Mentes libres, pensamientos desaparecidos.
Frentes despejadas, rostros serenos.
¿Eran frescos? No más frescos que el otoño.
¿Eran cálidos? No más que la primavera.
Todo lo que salía de ellos
salía tranquilamente, como las cuatro estaciones
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Autor: Thomas Merton
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