Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

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10/11/10

Absolutamente nada

Nos sentimos culpables por estar separados.

La separación inventa el “yo” como entidad que está fuera del mundo.

El “yo” es el juez del mundo.

Por supuesto, ambas cosas, el mundo y el yo, son un invento.

No estás separado del mundo ni el mundo está separado de ti. Queremos estar separados para conseguir un beneficio “propio”. Esto configura una situación absurda: una persona quiere tener vida “propia” y con ello está cercenándose de la vida, puesto que la vida es totalidad y no es patrimonio exclusivo de alguien separado de ella.

Al descubrir este sentimiento de separación, aparece también el sentimiento de culpabilidad. Nos sentimos culpables por estar separados y entonces, echamos la culpa a los demás. Los padres, la sociedad, el mundo, etc.

Todo lo cual refuerza la separación.

El trabajo del ego es, precisamente, el de proyectar la culpa. Por eso, el ego inventa al mundo, para inventarse a sí mismo como juez del mundo.

Lo cómico de todo esto es que no existe tal separación. Es nada más que un mundo imaginario. Por más que quieras imaginarte separado de la vida, eres vida y nada puede separarte de ella puesto que todo es vida. Por lo tanto, no existe tal cosa como “culpa”. ¿Cómo vas a sentirte culpable de una separación que no existe? Además, ¿quién se habría de sentir culpable?

Eso es lo que nos aterra: no somos absolutamente nada. Pero ser absolutamente nada consiste, al mismo tiempo, en ser absolutamente todo.

“Ah, no, pero yo quiero tener mi reducto especial, mi cueva privilegiada, mi mundo separado del mundo”, proclama el ego.

Por eso vive tan mal, el pobre. Está tratando de sostener a toda costa un mundo imaginario, una vida separada, y mientras tanto, mientras se empeña en tales afanes, la vida entera está llevándolo hacia la vida entera, de paseo. En consecuencia, el ego vive sufriendo, porque pretende un mundo separado y no existe manera de que pueda estar separado.

Nos aterra descubrir que inventamos un mundo para beneficio propio (el ego) y que somos sus servidores. Estamos sirviendo a un dios de barro en lugar de servir a la vida, siendo vida.

Pero el ego es tramposo. Para no quedar en descubierto y poner en evidencia que tan sólo es una idea, un ente imaginario, en lugar de aceptar eso, en lugar de admitir que es una fantasía, de inmediato le echa la “culpa” de todo a los demás. Ustedes tienen la culpa de mi sufrimiento, de todo este sentimiento de separación, de toda esta vida.

Es inútil. No existe tal separación. Somos la vida misma. Y si no existe tal separación, tampoco existe el ego. Ni el tuyo ni el de nadie, porque no existe ninguna persona como tal, como ente separado. Simplemente, somos vida. No “esta” vida separada de todas las otras. Queda en claro que no existe más que una sola vida, la totalidad.

Este es el mazazo definitivo para el ego. Quedar al descubierto es como ser una gota de agua que cae en el mar de la inocencia.

El ego es el enemigo declarado de la inocencia. Su existencia imaginaria consiste en culpar a todos y a todo de lo que está pasando en un mundo inventado por el propio ego para sentirse autónomo y separado.

En eso consiste la liberación. En destronar al juez del mundo. Y con eso, desaparecen el juez y el mundo. Sólo queda la vida entregándose a la vida. El amor mismo.

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Enviado por Rosalba Ochoa Barandiaran (irisea77@hotmail.com)

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