Es ya casi un tópico considerar el arte contemporáneo como incomprensible sin una aclaración medianamente convincente. Sin embargo, podríamos decir que, por desgracia, el arte de cualquier época tampoco es comprendido por un amplio sector del público. En el fondo surge muy frecuentemente la pregunta del porqué del valor de muchas de sus obras. Para saborear el arte y crecer alimentado por él, al espectador de hoy no le es suficiente una guía. La estética necesita teorías que engloben todos los movimientos artísticos en una única dirección, lejos de la visión compartimentada de cada uno. Porque
El arte es una de las primeras manifestaciones del ser humano como tal, a veces con una complejidad y profundidad abismales para su época, demostrándonos cómo el artista ha sido siempre una singularidad de caracteres intelectuales o espirituales poco común para su tiempo. Gracias a la obra de arte, lo esencial de cualquier momento de nuestra historia sigue estando –siendo- presente. El artista nos regala una mirada no sólo a su tiempo, sino también al nuestro, porque la verdadera obra de arte tiene un significado universal. No obstante, y quizá por ello, su lenguaje ha tratado de ser descifrado de infinitas maneras, mostrando en ocasiones traducciones opuestas. Pero el Arte, siendo esencialmente conciliación de diferencias –sin anularlas e incluso resaltándolas- de una manera armónica, se posa en cada una de ellas mostrándonos un cuerpo diferente y de igual belleza.
No obstante, la singular mirada del artista ha sido, sobre todo desde las vanguardias de finales del siglo XX, confundida con una mirada únicamente novedosa. No en vano, el debate sobre la posible muerte del arte se une con el del fracaso de nuevas tendencias por su única pretensión de buscar la novedad. Si, hasta hace muy poco, lo feo se volvía estético gracias a la maestría de un Velázquez o un Otto Dix, hoy lo bello muere para gloria de su asesino. El arte va perdiendo su profundidad con la misma velocidad que su cuerpo y va camino de convertirse en virtual en todos los sentidos.
No se trata únicamente de conseguir un placer estético coyuntural, sino de que la estética misma penetre en nuestras vidas. La mayor apreciación de
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