Todas las
tradiciones espirituales y mayoría de las escuelas filosóficas enseñan que en
el ser humano conviven una parte imperecedera –podría denominarse la esencia o,
de forma más coloquial el “Conductor”- y otra perecedera –la apariencia o,
siguiendo el mismo símil, el “coche”-, siendo esta segunda el vehículo en el
que encarna la primera para vivenciar la experiencia humana a través de una
cadena de vidas o reencarnaciones que permiten al alma evolucionar en
auto-consciencia.
Así, por
ejemplo, el cristianismo considera que el Conductor engloba al alma y al
espíritu y el coche es el cuerpo con todo lo que conlleva. Igualmente, grandes
filósofos como Pitágoras, Platón o Marco Aurelio incluyen dos componentes –psike
y pneuma- en la parte en lo imperecedero y al cuerpo (lo físico, emocional y
mental) en la perecedera.
Especial
atención merece a este respecto la milenaria tradición que muestra la
constitución septenaria del ser humano, donde lo imperecedero configura el
llamado Yo o Trinario Superior, constituido por el Espíritu (Átma), el Alma
Universal (Buddhi) y el cuerpo causal (campo energético de mente abstracta donde
se halla el alma individual y las relaciones de causa-efecto que pasan de una
vida a otra); mientras que lo perecedero constituye el Cuaternario inferior,
que integra el cuerpo físico denso, el cuerpo físico etérico, el ámbito emocional
y el aspecto mental derivado de la mente concreta, todo lo cual está asociado a
la personalidad y al pequeño yo.
También
son numerosas las corrientes espirituales y filosóficas que recuerdan que, lógicamente,
existe una comunicación entre el Conductor y el coche, entre el Yo Superior y
el pequeño yo de cada cual. Y que, como se deriva de lo expuesto, el punto de
conexión entre ambos se sitúa en el plano mental, pues su nivel superior o
mente abstracta opera en interacción con el Yo Superior, mientras que su nivel
inferior o mente concreta se integra en la esfera del yo y la personalidad. Por
tanto, entre ambos niveles del plano mental existe una especie de puente o
canal destinado a establecer entre ellos una comunicación recíproca y constante
que actúa también y sobre todo como punto de conexión entre las partes
imperecedera y perecedera del ser humano.
Que tal
puente –denominado en sánscrito antakarana-
sea diminuto y atorado o amplio y fluido depende tanto de que la mente concreta
se mantenga sosegada y a nuestro servicio –no nosotros al servicio de ella- como
del grado de desarrollo de la mente abstracta: cuando esta, por su uso
cotidiano, se expande y, a la par, la mente concreta se armoniza, el punto de
conexión crece y se abre como una flor (figuradamente, tradiciones muy arcaicas
hablan de un cáliz), permitiendo que el Yo Superior “llueva” de forma natural y
cada vez más constante sobre el pequeño yo: así, las cualidades innatas
álmicas, búddhicas y átmicas empiezan a aparecer y, poco a poco, se van
asentando en nuestra vida diaria, modificando nuestros pensamientos, emociones,
conductas y comportamientos y potenciando la toma de consciencia sobre nuestra
Naturaleza Divina y el recuerdo de la misma.
La mente
concreta empieza a verse afectada, de tal forma que en esta empiezan a aparecer
pensamientos de mayor calidad, de una frecuencia vibratoria más elevada.
También nos damos cuenta de que empiezan a tener más presencia en nosotros las
emociones de alta gama. De forma natural, nuestros pensamientos, emociones,
inclinaciones, preferencias, gustos y comportamientos se van sutilizando
progresivamente. Incluso el cuerpo físico se ve beneficiado.
Algo muy
importante que se experimenta es una sensación cada vez mayor de gracia, término cristiano que incluye la
bienaventuranza, la paz interior, la tranquilidad y el sosiego; esta sensación
es, concretamente, una de las grandes aportaciones de Buddhi o el alma
universal. Y por parte del alma humana, que está alojada en el cuerpo causal,
van llegando una serie de cualidades que tienen que ver con la bondad, la
compasión, el altruismo, la cooperación, la solidaridad, la generosidad, el
compartir. Todo nuestro mundo emocional y mental, egoico, va diluyéndose como
consecuencia de la presencia, de la fuerza, de lo que realmente somos, que
llega a nosotros a través de antahkarana.
La lluvia
que se está describiendo impulsa, igualmente, la confianza en la vida. La mente
abstracta, como sí tiene la capacidad de ver la vida, nos muestra que esta
merece nuestra confianza, lo cual nunca es posible desde la mente concreta. Y cuando
nos damos cuenta de que vale la pena confiar en la vida, desaparecen nuestros
comportamientos basados en el instinto de conservación, y no solo eso, sino
que, además, pasamos a vivir la vida de una forma radicalmente distinta.
Sabemos, siempre desde la mente abstracta, que todo lo que la vida nos presenta
está en función de nuestro crecimiento personal, de nuestro desarrollo en
consciencia y de nuestra evolución espiritual.
Otro gran
regalo que nos brinda la «lluvia» que cae desde el Yo Superior es, en términos
sánscritos, viveka. La traducción más
correcta al castellano es ‘discernimiento’. Aprendemos a discernir lo que es
real de lo que no lo es, pero no intelectualmente, sino como una plena certeza.
Gracias al desarrollo de la mente abstracta y a la influencia directa de
nuestro Ser, pasamos a sentir como verdades las realidades espirituales de las
que antes habíamos oído hablar, o sobre las que habíamos leído. Tal vez
habíamos querido creerlas, pero hasta que no llega el discernimiento no pasan
de ser meras creencias, actos de fe. Con la llegada del discernimiento, sin
embargo, se asientan en nosotros como vivencias y certezas.
Ahora
bien, en la situación en la que se encuentran la mayoría de la gente, antakarana
permanece estrecho y obstruido por los muchos pensamientos incontrolados y
perturbaciones generados por la mente concreta, así como por la escasa
utilización de la mente abstracta o su uso deficiente –ocurre cuando nuestro
centramiento en lo transcendente lo hacemos con fines egóicos o egocéntricos-.
En este orden, el Yoga consiste en inhibir las modificaciones de la mente –las
turbulencias emocionales y mentales-, además de contribuir a la expansión de la
mente abstracta, que es la capacitada para abordar las cuestiones
transcendentes que van más allá del sota, caballo y rey de lo material y comprender,
entender, ver y vivir la vida.
Por
tanto, el desarrollo de la mente abstracta es un componente fundamental dentro
del objetivo que es el conocimiento de uno mismo, y requiere dedicación. No
basta con prestarle atención un ratito un día dado, sino que hay que cultivarla
todos los días, desde lo espiritual, lo filosófico y lo científico y
relacionándonos perseverantemente con las grandes preguntas de transcendentes
del tipo ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿qué es la vida?, ¿qué es
la muerte?, ¿qué es la divinidad?, ¿qué es la existencia?, ¿qué es el universo?
Y un amplio etcétera. Podemos hacerlo por medio de leer libros, ver
documentales o asistir a talleres o charlas que aborden esas temáticas. Todo lo
que tiene que ver con la ciencia (la física, las matemáticas, etc.) en cuanto
herramienta de conocimiento fomenta la mente abstracta, y también lo hacen en
cierta medida las películas de ciencia ficción, que nos llevan a pensar más
allá del sota, caballo y rey de las actividades materiales. La música clásica y
el ajedrez son otros ámbitos en los que la mente abstracta se ve estimulada.
Desde
tiempos antiguos se nos enseñó la importancia que tienen las tertulias para
desarrollar la parte más noble del ser humano. Actualmente están muy en desuso,
pero te animo a que fomentes un espacio de este tipo. Por ejemplo, puedes
reunirte regularmente con un grupo de personas de mentalidad suficientemente
afín. Como sugerencia, podéis poneros de acuerdo en leer en vuestras casas un
capítulo de un determinado libro de filosofía o espiritualidad, y hacer una
puesta en común cuando os encontréis. En cada ocasión, una persona distinta
puede hacer una pequeña presentación del capítulo para abrir el coloquio. Esta
es una forma maravillosa, amigable y divertida de desarrollar la mente
abstracta.
En este
proceso y en esta dinámica de expansión de la mente abstracta para impulsar la
apertura de antakarana, el papel de la duda es importante. Ahora bien, hay que
diferenciar entre la duda pasiva y la duda activa. La duda pasiva es la que nos
paraliza, la que nos frustra, la que nos detiene en nuestro proceso de
crecimiento. En cambio, la duda activa es la que nos lleva a hacernos
preguntas, a indagar, a querer aprender, a querer saber, a querer discernir
para seguir avanzando de la mejor manera posible. La duda activa nos impulsa en
el proceso de búsqueda y es muy importante en el desarrollo de la mente
abstracta. Quien no tiene ninguna duda sin haber desarrollado formas superiores
de entrar en contacto con el conocimiento está, en realidad, abducido o
robotizado, y no cuenta con el necesario espacio de libertad interior
imprescindible para desarrollar las capacidades de pensamiento y percepción más
elevadas.
Y además
de los comportamientos y actividades mencionados hasta aquí, en varios de los
cuales la duda tiene su papel, contribuyen al desarrollo de la mente abstracta
prácticas espirituales ancestrales que afortunadamente se han puesto de moda en
Occidente, a veces vestidas con otros nombres: el silencio, la respiración
consciente, la práctica del ahora, la atención plena (más conocida hoy como
mindfulness), la concentración y la meditación. Todas ellas se encuentra íntimamente
relacionadas con el denominado Yoga interno o superior y sus tres grandes
etapas que conforman Samyama (la genuina meditación): Dharana (concentración),
Dhyana (contemplación) y Samadhi (fusión con la Unidad).
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Autor: Emilio Carrillo
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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada
domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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