Y él así le decía:
—Ve y llena tus manos de pétalos de rosas y cuando se ponga el sol por el horizonte, pon un pétalo en cada lugar donde levantaste el mal contra tu hermano. Después, al día siguiente, vuelve por todos los lugares recogiendo los pétalos de rosas que pusiste; y cuando los reúnas todos, serás perdonado.
Y él se fue muy contento para hacerlo. Pasaron varios días y volvió al maestro con el rostro triste y, con la angustia en sus labios. Así le decía:
—Amado maestro, hice todo cuanto tú me mandaste; mas cuando fui a recoger los pétalos que había depositado sobre los distintos lugares de mi mal, ya la mano del viento de la tarde se los había llevado de allí y, en su lugar, no encontré nada.
Entonces el maestro lo miró con compasión y así le respondió:
—Aún más lejos que ha lanzado el viento los pétalos de la rosa, lanzó la maledicencia los pensamientos que tú depositaste en cada corazón contra tu hermano. Y más difícil que agrupar los pétalos es agrupar el mal que hiciste y quemarlo para que no se extienda más... Que esto te sirva de ejemplo y, desde hoy, cierra la boca a la crítica. Desde hoy, mírate en todo aquello que es fuera de ti, para que tus pensamientos sean de alabanza. Desde hoy, mira en tus hermanos aquello de bueno que los inunda y no acrecientes lo malo que los afea: porque mira si un árbol tiene flores hermosas cuando lo toca la mano de la primavera; y, sin embargo, ¡cuántos hay que sólo observan de él la rama que yace seca y no dio flores!
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