Mensaje a la nada en un https

¿Quién iba a pensar que te encontraría debajo de la cama de hierro de mis abuelos, escondida de la luz del día, haciendo travesuras?

¿Quién iba a pensar que te encontraría, cuando dejé de buscarte, después de pasar tantas vidas tratando de encontrarte?

Y ahora que te me has aparecido inesperadamente, empezaré por agradecer la familia que me diste, las coordenadas geográficas que pusiste en el GPS de la cigüeña, para que pudiera escuchar trinos de sinsontes, ladridos de perros y pregones, antes que bocinazos y chirridos en el pavimento por las ruedas de los coches en las grandes ciudades. 

Por la puntería que tuviste de soltarme en un hogar con abuelos, provistos con paciencia para poner en fila los cuatro taburetes que teníamos y ser los pasajeros del autobús que yo conducía. Por los padres casi analfabetos, menos en las enciclopedias que me leyeron con cada gesto de cariño. 

Agradecer por el milagro de los ríos donde me bañaba encueros,  el olor misterioso a tierra mojada después de los aguaceros, a guayabas maduras y jutías. 

Por mis volteretas y estados febriles tratando de encontrar la miel de abejas en la casa de los comejenes, el brillo de las estrellas y un techo donde guarecerse. 

Porque de no haber sido por tantos errores, jamás se me habría ocurrido buscarte en el silencio, en los bolsillos rotos de los pantalones de bombaches que usaba cuando era niño. No se me habría ocurrido doblar las rodillas y darte por perdida, ni tomar ron de caña para desentenderme de los fracasos y el hastío que provoca el miedo. 

De repente ahora que te he encontrado, cuando ya nos vamos conociendo y hemos charlado, tú empeñada en embarrarme en el entrecejo tus misterios, yo cada vez más asombrado, más curioso y otra vez pequeño, recordando cuando dejaba que mi padre tomara mi mano para pasar el puente endeble sobre el río, justo ahora, te quiero pedir algo:

No te me des toda de repente como esas mujeres fáciles de la calle, no me enseñes tu cuerpo voluptuoso de valles apacibles y promontorios, como cantos de sirena.

Déjame seguir un poco más creyendo en los reyes magos, en la inocencia de los espejismos, en la función de títeres y marionetas que interpretamos, déjame, querida consciencia, seguir un poco más entre, los que estando vivos para siempre, le tememos a la muerte. 

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Autor: José Miguel Vale (josemiguelvale@gmail.com)

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