Como
las higueras de los caminos. Como los chopos que juntos se miran en el río.
Como los almendros del valle de Abdalajís, cuando se visten de blanco en
primavera. Como los atardeceres.
Así
es la quietud del maestro.
Y
unos padres que venían con sus hijos le pidieron:
—Hermano
mayor nuestro, háblanos de los niños.
Y
él, sentándose en un recodo del camino a la sombra de unos álamos, invitó a
todos a sentarse, y así les decía:
—Son
los niños la esperanza materializada de una nueva generación. Son ellos un
nuevo impulso de las generaciones para subir más alto en la evolución. Ellos
son como flores tempranas que con alborozo buscan el camino hacia el sol de la
sinceridad y el cariño. Y como las hiedras esperan la humedad de la tarde,
ellos esperan la comprensión.
»Mirad
que un niño es una semilla que las manos de sus padres han de sembrar con
cariño en la tierra de las circunstancias, pero sin apartarle el alimento de la
«explicación».
»Yo os diría: aprended a ser hermanos en edad de vuestros
hijos, y ellos os enseñarán un mundo que se adormeció en vosotros porque no
supisteis retenerlo. Ellos no pueden subir hasta vosotros; sin embargo,
vosotros sí podéis descender hasta ellos para ayudarles a florecer; mas ¿con
cuánta delicadeza cuidaréis el jardín de sus sentimientos para que no se
marchite? ¿Con cuánto mimo seréis su cobijo sin ser su cárcel? ¿Seréis su
aliento sin ser su ahogo?
»¿Acaso un hombre no es la educación de un niño? Mas
¿cuántos hombres hay en que la «educación» mató al niño? ¿Cuántos hay que todos
los días tapan la boca a su niño interior y se van de la mano de la hipocresía
y de sus amigas la mentira y la apariencia?
»¿Acaso
no se ha hecho de la educación la ciencia de enseñar a saber aparentar?
»Así
se diría del hombre que cuando llega a cierta edad hay de todo en él menos de
«él mismo». Esto es lo que crea hacia fuera un mundo ficticio y aparente lleno
de formulismos y complejos, mas alejado de la naturalidad.
»Y
mirad que es la madre flor fecundada por el polen la que en su sacrificio se
deshoja y marchita para dar el fruto, su hijo, y todo esto lo hace en el
silencio de su corazón. Así mismo es la madre la que se ha de sacrificar en sus
hijos y llevarlos por el camino de sus albores, con la ternura y el calor que
solo ella puede darles.
»Sabed que toda civilización
empieza a declinar cuando la mujer olvida qué es ser madre. Las generaciones
que nacen de ella no son equilibradas y los frutos que trae su vientre, ¿a qué
amparo vienen a nacer?
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Autor: Cayetano Arroyo
Fuente: Diálogos con Abul Beka (Editorial Sirio)
Nota: En homenaje a la memoria de Cayetano Arroyo y Vicente Pérez Moreno,
un texto extraído de los Diálogos de Abul Beka se publica en este blog todos los
miércoles desde el 4 de octubre de 2017.
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