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Willigis Jäger, en su libro “La ola es el mar”, refiere cómo la soberbia humana llega a tal extremo que se puede comparar con la que tendría una ola que se considerara algo diferente, separado del Mar océano que la sostiene.
El alma humana está tan llena de sí misma, que se cree que es algo diferente a lo que le aporta su propia esencia. Hasta incluso llega a negar que exista su propia esencia, que es la Divina realidad.
Pretender siquiera insinuar a los sobresaturados egos de nuestro tiempo, que se dirijan a Dios… ¿para qué? Si vamos de sobrados.
En medio de la actual pandemia global de una falsa espiritualidad sin Dios, la relación con la divinidad más es cosa de creyentes convencidos que de una mayoría de escépticos y negacionistas de lo trascendente.
Pero al hablar de la puerta de salida “EXIT”, que induce al interior de las personas, lo que no puede salir por la puerta es ese ego que nos domina y hace de las personas gigantes de soberbia, seres tan inflados de ella, que más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja.
La mente inflada de soberbia, de avaricia y de gula no puede llamar a Dios “abba”, porque “abba” significa papaito, como llama un niño de pecho a su padre o a su madre. No es propio de la gente engreída.
Un niño pide, busca y llama a su padre porque él ni puede, ni vale ni sabe cómo resolver los problemas, cosa que un engreído y prepotente ciudadano del mundo sería incapaz de reconocer.
Así que esa vana gloria que gastamos los humanos es la que impide que sepamos encontrar la puerta de salida y, aunque pasáramos delante de ella y la viéramos, seríamos incapaces de reconocerla.
Sin embargo, nuestro interior está inquieto porque, no obstante, el corazón del ser humano sabe que algo no va bien, que la sociedad en la que vivimos está enferma y que planea sobre todos nosotros una amenaza fantasma, cada vez más explícita y evidente; y buscamos la forma de solucionar nuestros desaguisados, pero aún imaginándonos y deseando mundos de amor y paz, renunciar a nuestros principios basados en nuestra innata ambición y soberbia, hace imposible dar pasos en la dirección correcta.
Así que la puerta de salida, que pone EXIT, sigue oculta en la espesa nube del desconocer, porque la “ola” sigue ignorando al mar.
Los únicos que pueden pasar por la puerta que pone EXIT, ¡son los niños! Los hombres y mujeres inflados de sí mismos simplemente no caben por la puerta, en caso de que la hubieran encontrado. No pueden, como un elefante no puede entrar por el agujero de una gatera, por donde salen y entran los gatos de la casa. Simplemente no cabe. Es como la tienda de artículos infantiles que tiene dos puertas, una grande para los adultos y otra pequeña para los niños. Si quisiera entrar un adulto por la de los niños, como poco se tendría que agachar e incluso gatear. ¡Qué humillación para un ego tan inflado!
A Nicodemo le espantó cuando Jesús le dijo que si no nos hacíamos como niños (nacer de nuevo), no podríamos entrar por la puerta del Reino de los Cielos, la que pone “EXIT”.
Pues lo siento, pero esta es la clave y, por esta imposibilidad radicada en nuestra soberbia es por lo que la enfermedad social que vivimos, sólo puede agravarse hasta que nuestro mundo reviente y arrase con todo.
Sólo los niños sobrevivirán a la gran tribulación, sólo los que sean capaces de llamar a Dios “Abba”, “papi”. Esta es una sentencia incómoda que negaremos hasta que la tensión emocional provocada por la desolación y la tribulación nos arrebate por la fuerza nuestra egóica soberbia y ambición. Pero puede que ya sea tarde.
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