Decía Saramago respecto a la “Fiesta Nacional”: “Cuanto mas indefensa esta una criatura, mas derecho
tiene a que el hombre la proteja de la crueldad del hombre, si te gusta ver
como sufre, entonces no eres un ser humano, eres un monstruo”. Y Blasco Ibáñez en su
tiempo afirmó: “La única bestia en la plaza es la gente”.
Y es que esta practica abominable, llena de dolor y muerte, pone de manifiesto el grado de
incivilización de toda una nación.
Sin embargo, las Administraciones públicas financian estos
bochornosos espectáculos con más de 600 millones de euros al año del bolsillo
de todos los españoles.
Es indudable que intereses económicos y empresariales sostienen
esta vergonzosa práctica castiza y casposa. Conviene no olvidar que el 6 de
Noviembre de 2013, utilizando la mayoría en el Senado del PP, la Tauromaquia
fue declarada Patrimonio Cultural de España.
Así que, la diversión perversa de “arte y tradición” está
garantizada. La puesta en escena es perfecta .El supuesto combate y el sonido
de las trompetas resulta exultante y festivo.
El hombre dotado de herramientas necesita demostrar la superioridad de la que carece, como en tiempos
se hizo en el Coliseo romano. Es, indudablemente, el retrato de la cruel
cobardía de unos “valientes”.
Superioridad impostada sobre un ser indefenso, aturdido, y muy
asustado, que lo único que desea es huir y no embestir; porque huir, es su
propia condición de herbívoro.
Pero hagamos visible lo invisible.
Antes del espectáculo, los toros son sacados de su hábitat y se les
trasporta lejos. Salir de su medio natural les produce miedo y ansiedad. En ese
estado se les introduce en un chiquero, que es un asfixiante cajón donde apenas
pueden moverse, antes de ser lidiados Allí,
antes de pisar la plaza, pueden perder más de 50 kilos, pues además de no
suministrarles alimento y bebida, reciben golpes duros con sacos de arena en
todo el cuerpo y, sobre todo, en los riñones y testículos; y esos pesados sacos
permanecen colgados en su cuello.
Les provocan diarreas para que lleguen débiles a la plaza; y no
satisfechos con ello, les untan en las patas sustancias ardorosas que les
restan movilidad. También, se les suministra grasa en los ojos que, lógicamente
perturban su visión; amen de afeitarles los cuernos en vivo. Todo lo que sume
dolor, se supone les debilita. Y continuando
con esta perversa dinámica, se les raja músculos del cuello, para evitar
movimientos bruscos, con objeto de reducir riesgos a los toreros. Todo calculado
para martirizarles sin compasión de ningún tipo. Igualmente, se les introduce
algodones en lo profundo de sus fosas nasales, para dificultarles la
respiración. Y, posteriormente, hambrientos y sedientos (las “fiestas” suelen
ser en época calurosa), además de drogados, se les suelta para que desemboquen
en la plaza.
Por unos instantes, el toro cree que es libre… pero allí no hay hierba
que pastar… Y se encuentra con una plaza cerrada y un griterío humano que le
desconcierta… Sin salida para huir… Mira a un lado y a otro desconcertado… Allí
le esperan los instrumentos de tortura taurina. Es atormentado por el picador,
que rápidamente le clava una lanza en la
base del lomo. Esto hace que el pobre toro se debilite aún más y tenga
dificultades para levantar la cabeza… Comienza el desangrado… La herida es
profunda, se aprecia el goteo rojo en el albero. Por si fuera poco, vienen a continuación
los terribles pinchazos de las seis banderillas.
La gente ahora espera al torero. Es la estrella de la función. “El
valiente que se enfrenta a la bestia”. Dicen los taurinos que es el hombre y el
animal frente a frente. Sin comentarios.
Cuando el gentío ha disfrutado el tiempo suficiente, termina el
espectáculo. Entonces, se le clava una espada de más de 80 centímetros para que
alcance su ya sufrido corazón. Con ella se persigue matarle o dejarle
tetrapléjico. A veces, en esta sádica y terrible situación, se provocan escenas
dantescas acompañadas de gritos del animal moribundo, que con el ruido de la
plaza quedan amortiguados. Si no se logra el objetivo de matarle con la espada,
viene el puntillero para rematar la faena. Y aunque la Organización Mundial de
la Salud, en el año 2006, prohibió el uso de la puntilla por considerarlo cruel
e inhumano, en las corridas de toros todos los animales son apuntillados.
Existe un estudio bastante documentado en el que se afirma que las
respuestas cerebrales y espinales estuvieron presentes en el 91% de los bovinos
después de ser apuntillados. Lo que demuestra que no es fácil de realizarse y,
sobre todo, hasta que punto llega la crueldad de la fiesta nacional, pues con
este estudio conocemos que muchos toros, cuando se les corta oreja y rabo e
incluso son desangrados, aún permanecen conscientes.
Mas en esta fiesta sangrienta, no podemos olvidar otras victimas
muchas veces silenciada: los caballos.
Se utilizan caballos mayores, pues ya no poseen interés comercial. A
ellos, también se les somete a un enorme estrés porque se les vendan los ojos y
se les coloca papel mojado en el interior de la orejas, con objeto que no se
asusten y salgan corriendo; a muchos, hasta se les corta las cuerdas vocales
para evitar el relincho. ¡que mas da que sufran, si son ya viejos y van a morir
en las corridas!
Al no ver y apenas oír, pierden fácilmente el equilibrio, amen de
que suelen estar heridos por las espuelas del jinete y las cornadas del toro,
ya que el pobre caballo sirve de muro de contención cuando se cometen las
salvajadas con el toro. El peto que lleva no es para protegerle, sino para
ocultar al público las vísceras que tiene fuera.
Caen muchas veces a la arena y, debido al peto que lleva y las
heridas, no puede levantarse, por lo que el toro desconcertado le embiste y, en
muchas ocasiones, suele verse al caballo dar patadas de pánico e impotencia.
Este es el espectáculo dantesco de la plaza y a esto le llaman
fiesta, arte y tradición.
Esta hazaña se inmortaliza con aplausos, vítores, pañuelos agitados
y una multitud enardecida, indiferente al dolor inmenso producido. La crueldad
se disimula con halagos y vítores.
Escribía el filósofo francés Michel Onfray: ”Todo disfrute del
espectáculo de la pulsión de muerte revela el deseo de potencia del impotente”.
Este circo romano, impregnado de incultura e intereses económicos,
así como de una barbarie y crueldad subhumana, tiene que desaparecer. El
desprecio hacia el sufrimiento animal y
al derecho a su propia vida es un reto moral inmenso a la humanidad.
¡DEJEMOS VIVIR EN PAZ A LOS ANIMALES!
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Autora: Ruth Santiago Barragán
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