Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

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5/7/10

Comparte con nostr@s: “Nuevo día y nuevas reflexiones en el convento”, de José Manuel Piñero

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NUEVO DÍA Y NUEVAS REFLEXIONES EN EL CONVENTO

El abad mayor de la universidad de Sevilla, el beneficiado Alonso Gómez, que además de otros múltiples cargos, también era beneficiado de la iglesia de San Miguel, fue convocado y asistió como testigo de privilegio en el concilio sinodal. Todos los vicarios y curas del arzobispado emplazados se reunieron en el palacio arzobispal y llegado la hora del día 15 de enero de 1572, desde allí salieron todos acompañando al arzobispo Don Cristóbal de Rojas y Sandoval, encaminándoles hasta la iglesia y la sacristía mayor; se había dispuesto dentro de la misma una tarima de madera en alto sobre el suelo, donde había un sitial y silla pontifical, desde este lugar se leyeron las constituciones, que se traían en un volumen de papeles bien pequeño.

Por el Cabildo asistieron como diputados, el deán don Alonso de Rebenga, don Jerónimo Manrique, arcediano de Ecija, Don Pedro Velez de Guevara, prior, el Doctor Luciano de Negron, el doctor Gil de Ebadilla, don Antonio de Erasso, y el doctor Zumel, canónigos, y Fernando Pérez de Alcedo, racionero entero y todos los demás miembros de la clerecía convocados. Leídas las constituciones y aprobadas “per verbum placent” con una y única sección se acabó el sínodo; entre los asistentes, también estaba D. Bernardo de Rojas y Sandoval hermano del arzobispo, enviado por su majestad el Rey, y que mas tarde ostentó el Arzobispado de Toledo y el Cardenalato de España con el titulo de Santa Sabina. En este concilio, los beneficiados han salido gravemente perjudicados en sus privilegios, sin embargo por temor, todos consintieron, aunque serán muchos los pleitos a los que tiene que enfrentarse con éxito el Arzobispo.

El hermano Tomas, ha sido uno de los invitados al concilio, y en el convento estamos esperando sus noticias; se desencadenaba un gran vendaval y soplaba un fuerte viento, lo advertíamos por la inclinación de los cipreses del claustro, y las azaleas que se doblegaban en una sola dirección como si se prosternasen ante el campanario de la Capilla. Nuestro convento es un edificio sólido, de espesos muros a juzgar por lo hondo de las ventanas, y están protegidos por grandes guardacantones. Entre las baldosas del patio medraban hierbajos y los setos estaban sin recortar, sólo algunas flores aparecían arrastradas por el viento, apenas aplastadas por los breves paseos que en él realizábamos. En un ángulo oscuro, pues ya había comenzado a caer la noche, se percibía rumor de pequeños portazos de pupitres cerrándose, que venia de la biblioteca, estos ruidos nos hacía columbrar que los hermanos estaban concluyendo su trabajo. De las paredes de la biblioteca no pendían ningún cuadro con imágenes de Vírgenes o Cristos, solo había grandes estantería que cubrían las cuatro paredes de aquel inmenso salón y sobre la puerta de entrada un crucifijo de madera. En un rincón se levantaba un aparador de roble, donde se guardaban legajos, y repartido en dos hileras atravesándolo por el centro, estaban los pupitres unidos unos con otros que servían como escritorios a los hermanos aspirantes, así como a los hermanos copistas. El suelo era de piedra lisa y blanca. Había varias sillas de forma antigua y pintadas de negro, con altos respaldos, repartidas en desigual orden a lo largo de la sala. Encima del aparador se veían grandes tarros de tinta, que proveían a los pequeños tinteros de cerámica incrustados en los pupitres, que utilizaban para realizar sus labores todos los hermanos de la congregación.

Deposité la bujía en el alféizar de la ventana de mi aposento, el hermano Tomas no había regresado y la oscura noche se había adueñado del cielo, mañana nos notificara las deliberaciones a que se ha llegado en el cónclave. Siempre he confiado en la sindéresis, de nuestro representante y su concepción fácil pero esmerada de las cosas. Había allí, en un ángulo, varios libros polvorientos, en mi mesa de escritorio. Miré el mueble con los viejos libros que despertaron mi curiosidad. Éste también era un placer que había perdido y olvidado casi, en los largos años de renuncia, y que me recordaba ahora los años de estudioso con íntima hondura. De pie primero, luego sentado, hoje´´e uno de los libro que contenía muchas narraciones educativas, mezcla curiosa de palabrería magistral y verdadera sabiduría, de pedantería de filisteos y genuino espíritu religioso. Hallarme delante de los libros, meter en ellos la mano buscando pescar aquí y allá conocimientos, era un placer olvidado, pues mi promoción a responsabilidades mas alta, dentro de la jerarquía, habían ocupado todo el espacio de mi tiempo; ahora observo que cada promoción a cargos mas altos dentro de la jerarquía, no eran pasos hacia una mayor libertad, sino al contrario se había convertido en una mayor subordinación a la disciplina y la responsabilidad. Mientras trataba de penetrar en el alma del libro con una mezcla de respeto y diversión, cayó ante mis ojos, una cita, que saludé, sonriendo con un gesto, como si me hubiera sido enviada justamente para este día: “la espera y la paciencia son los instrumentos mas poderoso de los hombres sabios”. La acepté de buena gana y cerré el libro. Fue la primera vez que tuve tal idea y por cierto no creí entonces, mientras vencía las grandes tareas de mi asimilación en los cargos y el viento hinchaba mis velas, no creí, lo confieso, muy íntimamente en la posibilidad de que yo también sería un día una persona mayor y estaría cansado de la labor y de la vida; no creía que un día podría encontrarme apabullado y confundido ante la tarea de sacar de la manga ideas renovadas para transmitírselas a los nuevos hermanos. Recordaba, cuando después de una desilusión, una disputa, una excitación, me refugiaba en la meditación, al comienzo esto fue para mí un bienestar, una distensión, un respirar hondo, un retorno a energías buenas y amigas. Yo deseaba conquistar el mundo, comprenderlo, obligarlo también a comprenderme, quería afirmarlo y posiblemente renovarlo y mejorarlo, quería, en fin, fundir y conciliar en mi persona todo el espíritu religioso del fundador de mi orden, Francisco de Asís, y estos pensamientos me reunían con los buenos espíritus de mi juventud. En resumen deseaba convertir nuestros principios, en sangre y carne en los jóvenes legos del monasterio.

Meses atrás el hermano Benjamín, fue invitado a abandonar el convento, sus continuos interrogantes, había socavado la fe de muchos condiscípulos, y el hermano Tomas, debido a su profunda fe, empleaba la convicción como un criterio de verdad; no quería estar continuamente planteándose nuevos interrogantes, que sin cesar, este díscolo hermano hacia nacer en su cabeza y en las de sus compañeros. Llegó a pensar, que el chico estaba enfermo. Lo que él denominaba su enfermedad era en el fondo más bien una costumbre, una rebeldía, un defecto de carácter, es decir, un concepto, un modo de vivir, antijerárquico por excelencia, completamente individualista. Se adaptaba a la organización existente sólo hasta donde era necesario para ser simplemente tolerado en la Orden. Pero los convencimientos del hermano Tomas eran muy profundos en su fe, y por lo tanto con muy poca defensa ante interrogantes que no pudiese contestar. Recuerdo el día, que explicando el misterio de la Inmaculada Concepción, poniendo de ejemplo, que era como un rayo de sol que atraviesa el cristal sin dañarlo, y de esta manera, por obra y gracia del Espíritu Santo fue como concibió Maria a nuestro Señor Jesucristo. Benjamín peguntó si había tenido hinchazón en su vientre o si sintió los dolores del parto. Todas estas pequeñas preguntas ahondando en los matices, exasperaba al hermano Tomas, no era que llevara ninguna premeditada maldad en las mismas, sino que su espíritu inquieto, le obligaba a hacerla, sin mas ni mas, a esto había que añadir su conocido afán de notoriedad, buscando sobresalir con su gran inteligencia, apabullante percepción de la realidad e independencia, de sus demás compañeros. La gota que colmó el vaso antes de que le llegara la invitación de su salida, fue cuando realizó una pregunta, que en su larga, probada y eficaz trayectoria de enseñante, nunca le había surgido: ¿No es nuestro convento un mundo artificial, esterilizado, magistralmente diseñado, un mundo a medias, sólo aparente, donde vivimos un mundo sin vicios, sin pasiones, sin hambre, sin jugo ni sal, un mundo sin familia, madres, niños, y aun sin mujeres? La vida de los instintos la sometemos mediante la meditación; las cosas peligrosas, audaces y de grave responsabilidad, como la economía, el derecho, la política, han sido dejadas a otros desde muchas generaciones atrás, cobardemente; en buena protección, sin preocupaciones alimenticias, sin muchas obligaciones molestas, llevamos una vida de abejorros o de zánganos, y para no aburrirnos, practicamos diligentemente todas las especialidades cultas, creamos músicas y escritos, mientras afuera, en la inmundicia del mundo, pobres hombres azuzados, viven la verdadera vida y hacen el verdadero trabajo. Benjamín descendiente de una gran familia noble, se había dado cuenta de una hipocresía inherente a la Iglesia, que diferenciaba que los poderosos solo cometen pecados, y los villanos delitos, que merecen la cárcel u otras penas de mayor gravedad. La mayoría de los pertenecientes a la gran nobleza o a la muy alta curia, con sus actos nos conducían a pensar, que no creían en nada que no fuesen sus propios intereses de familia, pero que no era conveniente que estos pensamientos llegasen a los villanos, pues en su incultura podrían llegar a pensar que si Dios no existe todo está permitido, y estos pensamientos solo son privativos de los nobles y poderosos. Esto colmó la paciencia del hermano Tomas, hombre virtuoso, que ha dedicado toda su vida dejando lo mejor de si mismo, en cada batalla, buscando un poco de gloria y algo de posteridad, dentro de su orden, se vio obligado a tomar lo que pensaba que era la decisión mas acertada y devolvió al hermano Benjamín, al mundo que realmente pertenecía.

Supimos posteriormente que había encontrado nuevos camaradas que le instruyeron en los placeres del mundo. Ha bebido y, también, frecuentado mujeres públicas; ha experimentado todos los recursos para aturdirse, ha escupido y ridiculizado todo lo decente, todo lo respetable, todo lo ideal. No duró mucho esta crasitud, pero sí lo suficiente para quitarle al final hasta la ultima capa del barniz franciscano, que habíamos tratado de impregnarle, abandonó voluntariamente la seguridad y la paz de espíritu a la que estaba predestinado. Cuando luego, más tarde, vino a despedirse de sus antiguos compañeros y profesores, comprendió que había exagerado y que hubiera necesitado un poco de técnica de la meditación, pero se había vuelto demasiado orgulloso para volver a intentarlo. Su familia lo ha mandado al Nuevo Mundo, sus libertinas ideas, seguramente encontraran refugio en algunas mentes libres, de aquellos parajes. Lo veremos cuando vuelva dentro de varios años. Dios le ayude, y encuentre sosiego su espíritu, poseía el valor de enfrentarse a las cosas prohibidas.

Fuertes ruidos de cerrojos, y el chirrido de las bisagras de los portalones, presagiaban la vuelta de nuestro hermano Tomas, el fuerte viento había amainado, y de nuevo la paz y la quietud se aplomó sobre el convento; mañana nos hará llegar las deliberaciones del concilio, y rezaré antes de dormirme, para que no hayan sido muy gravosa para nuestra congregación; soplé la llama de la bujía que tenia en el alfeizar, todo oscureció y una pequeña hilera de humo salió huyendo rápidamente del pabilo, buscando el techo de mi celda, mañana será otro día, y traerá de nuevo, nuevas ilusiones, nuevos temores.

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Otros textos de José Manuel Piñero publicados en el Blog:

+Lilith, no Eva, fue la “primera mujer” (6 de diciembre de 2009)

+Ángeles y demonios (27 de diciembre de 2009)

+Cuento suizo (11 de marzo de 2010)

+Pequeñas cosas en Viernes Santo (6 de abril de 2010)

+Poesía (19 de abril de 2010)

+Esfinges en noche de insomnio (4 de mayo de 2010)

+Cuento de Alí y el harén del sultán (31 de mayo y 1 de junio de 2010)

+Preguntas y reflexiones de un día en el convento (14 de junio de 2010)

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