Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

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27/7/10

Comparte con nosotr@s: “Ecos Jovianos”, de Mirta Rodríguez

ECOS JOVIANOS

Se sintió debilitada de pronto, las rodillas comenzaron a doblarse, era evidente que el oxígeno escaseaba.

“Tanto ozono y para qué” exclamó.

Revisó el medidor y pudo comprobar que no se equivocaba. Empujó la tecla roja y el nivel comenzó a subir hasta equilibrarse en Full.

“Menos mal”, pensó, mientras volvía a sentirse rozagante y fuerte como un unicornio enamorado. Siempre le habían gustado los unicornios. Pero ahora ya no era tan niña sino que se había convertido en una de las mejores biólogas, su magna cum laude lo atestiguaba fehacientemente.

Dio dos pasos adelante –si a eso se le podía llamar pasos- en realidad, dos zancadas despatarradas de más de medio metro y fue literalmente sentada en el suelo de Ganímedes

¡ Qué vista impresionante…qué paisaje increíble!

Montañas, valles, cráteres y ríos de lava.

Hielo y silicatos por doquier, con agua congelada en la superficie.

Repitió como un loro para sí las lecciones recibidas: numerosos cráteres de impacto que mayormente muestran sistemas radiales brillantes, aquéllos que no los presentan son quizás los más viejos…bandas claras alternando con bandas oscuras,… deformación de la capa de hielo… eso convierte a Ganímedes en un territorio moteado.

Motas. Las lágrimas pueden parecer motas en un continente liso y claro como una camisa o un vestido… los seres humanos lloran por motivos variados… vida o muerte… emoción o tristeza… amor o desamor… aceptación o renuncia.

Allí estaba ella, en la más grande de las lunas de Júpiter y hasta donde se sabía la mayor de las pertenecientes a nuestro sistema solar, buscando encontrar la forma de hacer nacer vida vegetal en ese suelo tan precario o tan absurdamente desconocido para el hombre.

Estaba sola, algo que siempre le había apasionado.

Se acostó sobre el hielo y contempló el firmamento lleno de puntitos brillantes… wow!!!... todo silencio, soledad, negrura y brillos estelares… no podía pedir más. Se sintió arrastrada hacia su adolescencia cuando descansaba su espalda en su terraza grande, sobre baldosas color terracota para hurgar el cielo estrellado, preguntándose por la inmensidad del universo y por la creación.

Una suave inducción sensorial -¿motivada por qué?- la condujo a cerrar los ojos.

Sintió un ruido desconocido, como algo rasgando el hielo del suelo y pugnando por salir

A los cinco minutos, una caricia verde la rozaba con cuidado, con ternura, con delicadeza suma….

¿Cómo sabía que era verde si tenía los ojos cerrados y el traje espacial que impedía que una sola de sus células epidérmicas asomara al exterior?

Abrió los ojos. Una enorme planta trepadora crecía y crecía a su costado derecho en forma exponencial, a milésimas de segundo.

Su mente negaba lo que veía.

Inmediatamente su mano buscó, palpando, la bolsa de semillas seleccionadas.

Se habían desparramado, a través de un pequeño agujero, en la tela supuestamente irrompible.

Sonrió. Murphy hubiera dicho “lo que no debe romperse, se romperá en el momento que menos lo esperas”.

“Hola” le dijo y la planta se inclinó, genuflexa, aunque ella supo interpretar el gesto sin tanto sentido peyorativo.

“¿Eres mi Creadora?” –preguntó la planta que, obviamente, sabía hablar.

“Sí y no”, contestó ella, algo confundida. “Pero más bien digamos que sí”.

En la fría inmensidad de una de las lunas de Júpiter, una bióloga recibida con honores, se quedó cuestionando el motor inmóvil de Aristóteles y sus sucedáneos.

Algo le cosquilleaba sobre el labio superior… despertó de su largo sueño con la rara sensación que todo roce extraño nos provoca. Era de día. La planta había decuplicado su tamaño y cubría casi todo el espacio para ella visible desde esa posición decúbito dorsal.

Volvió a preguntarse cómo podía sentirla a través de una vestimenta especial tan aislante como la que llevaba puesta. Buscó inútilmente alguna rasgadura, algún pequeño resquicio, algo que justificara que la planta pudiera siquiera tocarla como lo hacía

Pero nada pudo descubrir.

“Otro misterio y van…”, pensó mientras se sorprendía constatando que todos sus lectores trabajaban a full, sin ningún tipo de desperfecto ni disfunción.

“Buenos días, dormilona“, exclamó el ejemplar vegetal que no lograba identificar.

Debiera tratarse de un liquen, esa asociación de alga y hongo que soporta temperaturas tan frías.

Además es lo único que traía en su “bolsa de niña explorador” como le llamaba al envoltorio herméticamente cerrado que la NASA le había encargado en esta misión.

Pero la científica surgía de entre las pobres neuronas de la ciudadana respetuosa de las normas y proba laburante que ella era, amén de sus otros roles… por lo cual no podía dejar de plantearse serias dudas… eso no era un liquen, sin lugar a suspicacia alguna… salvo que los líquenes en Ganímedes se transformaran en una trepadora gigante, al mejor estilo de una vicia faba, vulgarmente llamada haba, que alcanza una altura que supera apenas el metro y medio luciendo tan recta y erguida como ésta compañera que la consideraba su Diosa.

No pudo dejar de pensar en el hecho que la planta hablaba. Esa sola circunstancia tan extraordinaria hacía que todo lo demás perdiera consistencia, o, cuando menos, interés.

“¿Qué tengo hasta ahora?” –se preguntó la bióloga- “Un liquen que no es un liquen, una especie vegetal que tiene la facultad del habla y del discernimiento, que a mayor abundamiento me considera su Creador… y que sigue creciendo cubriendo toda superficie que encuentra disponible”, pensó mientras miraba azorada hacia todos los costados que habían sido alfombrados por este sujeto viviente de color verde.

Como era de suponer no halló respuesta satisfactoria alguna, no en su memoria, no entre los conocimientos científicos acumulados en su córtex parieto- temporal vaya uno a saber gracias a qué conexión sináptica.

Entró en un sueño profundo, viscoso como melaza, en el que fue cayendo en capas o por tramos, cada uno más tibio que el anterior

Se vio el primer día de trabajo en el Instituto de Biología Molecular, subiendo la escalinata de mármol blanco de la entrada… bajando las mismas escaleras con una felicidad que se le caía a cataratas cuando lograron hacer que germinaran porotos de soja en condiciones climáticas críticas y suelo congelado… besando al único hombre que había amado y con el que habría tenido hijos… viéndolo morir en el quirófano después del accidente… recuperó el dolor lacerante de renunciar a ser madre ese mismo día y para siempre… retornó vertiginosamente a su niñez, a los días de juegos con barbies y nintendos… se vio en brazos de su padre durante esos 40 días que tuvo el sueño invertido a los 3 meses de edad… volvió a mordisquear el pezón de su madre para saciar su hambre…

Se sentía tan bien, tan confortable, tan cálida, tan contenida. “Me quedaría aquí para siempre” pensó. “Quédate” exclamó la planta desde lejos.

La noticia dio vueltas a la Tierra por todos los medios conocidos. Ese jueves nadie habló de otra cosa, las redes sociales eran verdaderos hervideros, todo el mundo quería opinar, los círculos académicos habían salido de su habitual letargo y daban conferencias a cada instante… El Hubble lo atestiguaba, el Galileo había enviado imágenes impresionantes, la NASA enloquecía: Ganímedes, una de las lunas de Júpiter aparecía verde, de un verde clorofila inmensamente bello. Ganímedes tenía vida y la mostraba al universo con orgullo,

Se especulaban adelantos exitosos de la última misión.

Científicos alejados por diferencias insalvables volvían a juntarse para la ocasión, sonrientes para las fotos y excitados para el reportaje

Pocos días más tarde, un pequeño apartado de una revista electrónica de la NASA mencionaba la presunta desaparición de la bióloga varias veces premiada que formó parte de la expedición a la luna de Júpiter.

Nadie podía explicar la falta de noticias sobre su posible paradero. Se habían rastreado las nuevas praderas y sembradíos de la otrora desierta y congelada Ganímedes con todos los medios tecnológicos a mano. No se la había podido encontrar.

La hipótesis más aceptada fue que posiblemente cediera el suelo debajo de la científica y la arrastrara hacia adentro, en las profundidades de los denominados cráteres de impacto.

No dejaba familia detrás.

No se supo de amigo alguno.

Una decena de conocidos que habían investigado con ella balbucearon algunas palabras.

No alcanzaban para un obituario.

No lo hubo

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2 comentarios:

  1. ¡Un bello y tierno relato, Mirta Cristina! En él se dice que nunca más se supo de aquella joven bióloga: ¿Me permites apuntar una posibilidad, por si acierto y así podríamos tener todavía la esperanza de encontrarla?
    Había una vez un Principito...
    ...Y en su pequeño Planeta crecían hierbas malas y hierbas buenas como resultado de semillas de esas dos naturalezas opuestas.
    Pero las semillas dormían en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se le ocurrió despertar en forma de una pequeña flor que él no conocía, y también le habló al Principito y le dio -coqueta y mimosa, mientras se desperezaba- los buenos días. Posteriormente descubrió que aquella brizna extraña, tan hermosa como única, había germinado de una semilla traída de no se sabía dónde... Pero otras hierbas de su planeta no tenían esa delicadeza de saludar, y además se convertían con el tiempo, en unos gigantescos Baobabs maleducados que amenazaban con destruir su planeta... Por varios motivos, su única Rosa corría peligro, así que él emprendió un viaje a nuestro Planeta, en busca de un cordero... Y como el resto ya lo sabemos, tal vez la bióloga haya también descubierto que en Ganímedes germinan igualmente malas hierbas que terminen amenazando a su querida y delicada criatura traída con tanto amor, también de fuera, y ella haya vuelto, presurosa, a La Tierra, en busca de que alguien le dibuje un cordero... Si fuera así, espero que no tenga problemas y encuentre a una persona "que no sea mayor y tenga imaginación" y le dibuje a la primera, ese cordero.
    Un abrazo.
    Regla

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  2. El relato es una preciosidad. Y el apunte de R.C., muy agudo, casi la base para una segunda entrega de estos Ecos.
    Un abrazo

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