Mientras el Tribunal Constitucional tumba
la ley que impedía la muerte del toro en las plazas de Baleares,
la ciencia demuestra con datos empíricos la terrible crueldad que se esconde
detrás de todo espectáculo taurino. Informes científicos revelan que los toros
sufren desorientación, estrés y miedo cuando salen a una plaza o son forzados a
tomar parte en espectáculos como los correbous, según revela Avatma (Asociación de Veterinarios
Abolicionistas de la Tauromaquia y del Maltrato Animal). Ensayos
clínicos confirman que los animales, al igual que las personas, sufren alteraciones
metabólicas en su organismo ante situaciones de extremo peligro. Así, se han
detectado incrementos estadísticamente significativos de cortisol (marcador de
la reacción del estrés), además de aumentos, en mayor o menor medida, de otros
13 parámetros plasmáticos. “La conclusión del estudio es que los bovinos de
lidia requieren grandes ajustes internos cuando se enfrentan a cualquier tipo
de manipulación, por simple que esta sea”, según Avatma.
Las alteraciones no solo se pueden detectar
a nivel muscular, también en la oxigenación del toro y a nivel emocional. En el
caso de la especie bovina las manifestaciones externas de dolor o de
sufrimiento no suelen ser fáciles de reconocer a simple vista, lo que ha sido
aprovechado por los taurinos para propagar la idea de que el toro no sufre
porque es genéticamente bravo y siempre ataca hasta morir en una plaza. Nada
más lejos de la realidad. En libertad los toros pueden ser presas de otros
animales, de modo que está en su naturaleza ocultar sus reacciones para no
manifestar debilidad ante potenciales depredadores. “Sin embargo, se pueden
detectar en los animales que participan en festejos taurinos claros signos de
desorientación y constantes manifestaciones de estrés, ansiedad, miedo y
angustia que describiremos más adelante”, aseguran los expertos de Avatma.
Pero además de las reacciones de terror de
cualquier ser ante la posibilidad de perder la vida también se han detectado
alteraciones psíquicas. ¿Qué ocurriría si seres superiores y malvados lanzaran
a humanos indefensos a recintos cerrados para su diversión y disfrute? El
pánico sería tan atroz que se volverían locos. Algo similar ocurre con los
toros, ya que los veterinarios han detectado alteraciones neurológicas
irreversibles que podrían catalogarse como enfermedades mentales en los humanos
por el insoportable estrés emocional que llegan a sufrir.
“Los bovinos son animales gregarios que
necesitan estar al amparo de su grupo para sentirse seguros y, por tanto,
padecen un gran estrés y una intensa sensación de miedo por el simple hecho de
sacarlos de su ambiente natural y separarlos de sus compañeros de manada, o
cuando se encuentran en una situación de indefensión que no tienen capacidad de
resolver”, añaden los expertos. Además, la visión del toro es escasa, de manera
que los objetos que se mueven bruscamente ante ellos son los que más miedo le
provocan, ya que en la vida salvaje los depredadores aparecen de manera brusca
y repentina.
Todas estas reacciones las puede observar
por sí mismo todo aquel que asiste a una corrida de toros. Muchos animales
muestran incomprensión por lo que les está sucediendo, desorientación y
manifestaciones biológicas como respiración acelerada, embestidas constantes
(es su forma de luchar contra el estímulo agresivo), sacudidas violentas del
rabo, acción de escarbar en el suelo, apertura desmesurada del globo ocular
mostrando la esclerótica, resistencia a moverse o comportamientos de escape,
huida o evasión.
En general, según los estudios científicos,
se ha comprobado que los astados van perdiendo visión y capacidad sensorial a
medida que son toreados y picados (hasta quedar casi ciegos). Además, aquellos
animales que participan en varios espectáculos taurinos sufren doblemente cada
vez que son obligados a pasar por el mismo trauma.
Pero los
toros no solo sufren psíquicamente, también físicamente. Se les martiriza con bruscos
ejercicios para los que no están preparados (los bóvidos son herbívoros que se
pasan una gran parte del día alimentándose, rumiando y descansando). Los
estudios veterinarios determinan dos causas principales del sufrimiento físico:
la acidosis
metabólica (una bajada del pH en la sangre y tejidos por
debajo de 6,5, provocada por el ejercicio en forma de carreras, embestidas y
giros) y las lesiones musculares.
De ahí la respiración acelerada, la hiperventilación, el movimiento abdominal
trabajoso, la boca abierta, la lengua fuera, la disnea, alteraciones cardiacas,
alteraciones metabólicas y obnubilación.
Las lesiones musculares más
frecuentes son “alteraciones mitocondriales, pérdida del contorno poligonal de
fibras, centralización de núcleos, procesos de necrosis (muerte celular),
fragmentación fibrilar y vacuolización del sarcoplasma causada por hipoxia
celular, fibrosis, miopatías con atrofia e impotencia funcional de los
músculos, y degeneración y rotura de fibras”.
Y finalmente llegan las heridas más graves:
el toro es lanceado, banderilleado y muerto a espadazos (cuando no por
descabello). Llegados a ese punto no hay que ser veterinario ni experto
científico para entender que cualquier animal sufre heridas de un dolor
insoportable hasta que llega el momento de la muerte. Dislocaciones y fracturas
cervicales, golpes, politraumatismos, contusiones, hemorragias internas,
destrucción general de órganos vitales y en general una agonía que nadie con un
mínimo de sensibilidad y de humanidad debería considerar como una diversión o
“un arte”.
Los veterinarios llegan a la conclusión de
que el “reconocimiento empírico de que los animales pueden experimentar sensaciones
de dolor, angustia y sufrimiento implica definir como moralmente injustificable
cualquier daño intencionado que se les cause”.
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