¿Desea usted de veras amar y ser feliz? ¿Sí?
Bien. Pues lo primero que le diría es que, a partir de este
momento, deje de lamentarse de las cosas malas que le suceden. Deje de quejarse
por el modo de ser de los demás. Deje de preocuparse por su pasado y su
futuro. Perdone y olvide de veras todas las injusticias de que ha sido víctima.
Y, además, ejercite lo siguiente:
Primero. Medite en que Dios quiere ahora que usted sea plenamente
feliz, y que Él está ofreciéndole su infinito amor y felicidad, y es tan sólo
voluntad de usted el abrirse y permitir que este océano de gozo y alegría llene
todo su ser.
Segundo. Que, realmente, el amor y la felicidad no entran por
fuera, sino que entran por dentro, entran por el yo profundo, por el corazón
interior. Cuando yo espero el amor o la felicidad del exterior es justamente
cuando todo empieza a funcionar mal, cuando todo se estropea. Dios hacia yo.
Éste es el trayecto único de entrada del amor, de la alegría, de la paz, de la
felicidad. Lo exterior es tan sólo el campo donde yo expreso, exteriorizo lo
que hay dentro.
Tercero. En la medida en que yo doy el amor que hay en mí y la
felicidad que hay en mí, en la medida en que me obligo a expresar el grado,
pequeño o grande, de amor o de felicidad, de gozo, que hay en mí, en ese mismo
grado este amor y esta felicidad crecerán. El único medio de que crezcan en mi
personalidad es que yo exteriorice, comunique, entregue lo poco o mucho que hay
en mí… Es una ley básica del crecimiento. Sólo crezco en la medida en que doy,
en que ejercito, en que exteriorizo. El crecimiento no se produce nunca de
fuera hacia dentro, sino de dentro hacia fuera. Por lo tanto, si espero que el
exterior me dé felicidad, me dé plenitud de amor, estoy esperando en vano. Sólo
en la medida que yo exprese, en que yo invierta en el mundo mi caudal, mi
capital, grande o pequeño, sólo en esa medida crecerá en mi interior.
Cuarto. Por lo tanto, he de liberar cada persona y a la vida en
general de mis exigencias de que me den felicidad, de que se comporten conmigo
de una manera determinada, de que me den esto o me den lo otro. He de
liberarlas de esta exigencia interior.
Podríamos, también hacer otro enfoque de la situación y decir:
Piense profundamente en estas cosas, piense con frecuencia, y con
calma, hasta que llegue a descubrir:
a) Que nuestra vida es un desarrollo, y no una adquisición, de amor
y felicidad.
b) Que, en cada momento y situación, sea agradable o desagradable,
es mi actitud, y sólo mi actitud, lo que determina si voy a vivir esta
situación como algo positivo y feliz, o todo lo contrario.
c) Que el sentido de mi vida es llegar a ser un foco irradiante en
la humanidad de la plenitud de amor, gozoso y felicidad de Dios.
d) Que cuando yo consigo hacer a alguien un poco más feliz, estoy
aumentando, por una reacción en cadena, la felicidad de muchas personas. Aquel
a quien he comunicado algo de felicidad podrá, a su vez, expresarse de un modo
más feliz, y esparcirá esta felicidad a más y más personas. En cambio, cuando
estoy exigiendo que la otra persona me dé felicidad, amor, amabilidad, estoy
aumentando, a través del mismo mecanismo, el deseo y la exigencia en muchas
personas. La persona que se siente exigida por mí, a su vez exige de otras. Hay
que ver, pues, la importancia fundamental de que el amor sólo puede crecer con
el amor, nunca con la demanda, nunca con la exigencia. El crecimiento del amor
siempre es centrífugo, nunca centrípeto.
e) Debido a que el amor y la felicidad son la expresión natural e
inevitable de mi propio ser, de mi yo real, no tiene sentido que ponga
condiciones para amar, y ser feliz. No es que yo deba amar sólo si la otra
persona es así o hace esto o lo otro. Yo amo gratuitamente, y soy feliz
simplemente porque yo mismo soy este amor. Y cuanto más feliz soy, más consigo
ser yo mismo.
Por consiguiente, no se trata de que yo dé algo que los otros me
han de agradecer, o que me han de corresponder. Cuando doy amor, doy lo que soy
y gracias a este dar, yo soy más yo mismo, aumento mi plenitud, mi realidad.
Soy yo quien debería estar agradecido al otro por poderle amar, por poderle
comunicar felicidad.
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Autor: Antonio Blay
Fuente:
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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada
domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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