Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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9/8/21

Pelando patatas (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 32)

 


Dicen que hay una diferencia tremenda entre pelar patatas y pelar patatas. La misma diferencia, entre pasar la aspiradora y pasar la aspiradora o entre trabajar y trabajar.

O si me apuran, la misma diferencia que hay entre querer y amar.

Viendo las imágenes, ¿cuál puede ser la diferencia entre las dos, que en realidad son exactamente iguales, donde no cabe jugar al juego de buscar las siete diferencias? Porque no hay ninguna diferencia entrambas, píxel a píxel son exactamente la misma imagen.

Sí, sorprende que afirme que existe diferencia entre querer y amar. Y es que, en Castellano, aunque querer y amar son sinónimos con el mismo significado, sin embargo, existe un pequeño matiz que pasamos por alto, porque estamos más acostumbrados a expresar nuestro amor con el primer verbo que con el segundo, ya que parece que el segundo es como si fuera más poético -como más ñoña- que el primero, que es más de andar por casa.

Lo de querer y amar, empecemos por ahí, en el extremo el primer verbo expresa deseo de poseer al otro, mientras que el segundo expresa el deseo de entregarse al otro. Y no es lo mismo. Decimos “te quiero” porque en realidad con esta expresión mostramos el deseo de que seas para mí, de tenerte siempre, de sanar mi soledad, de disfrutar de tu presencia, porque contigo soy feliz. Si el otro expresa lo mismo, que me quiere, desea tenerme, tenerme siempre, sanar su soledad, disfrutar de mi presencia porque le hago feliz, entonces bien. Así que en un “yo te quiero” y un “tú me quieres”, ambos así mostramos nuestro amor y nos lo prometemos.

Y vivieron felices, comiendo perdices.

1.- Los tres atributos del amor

En diferentes capítulos hemos abordado las modalidades del amor, según Platón, hablando de eros, philias y agapé, es decir, el amor sexual, la amistad y la donación total. Los Orientales tienen definiciones equivalentes. Asocian el eros, el amor sexual, al “amor afectivo”, el que despliega esa química entrambos que provoca esas cosquillas que suben desde las uñas de los pies y estalla en ese embalamiento emocional que experimentamos los enamorados. Por otro lado está el “amor estimativo” en referencia a la philias o amistad, que es el que desarrollamos los seres humanos entre las personas de nuestro círculo más cercano o en el trabajo con aquellos con los que nos llevamos bien, con quienes desplegamos todo tipo de actitudes de estima y colaborativas; vamos, con quienes nos gusta entablar una agradable conversación mientras nos tomamos unas cañas.

Y luego está el “amor oblativo”, asociado al agapé platónico, o a la donación total, al amor incondicional. Este es el amor que queda para los héroes de las pelis, los que son capaces de defendernos hasta dar la vida por nosotros si hubiera el caso.

Mientras que el primer tipo de amor, el afectivo, lo experimentamos todos si, alguna vez nos hemos enamorado y el segundo, el estimativo, también lo experimentamos con nuestros amigos más cercanos, al menos; el tercero, el oblativo, salvo algún gesto heroico que nos atribuyan por circunstancias excepcionales, pocas o ninguna vez.

Es decir, para el eros o amor afectivo y para la philias o amor estimativo, con querer al otro, es suficiente, porque establecemos una relación en la que la cosa va de tener cerca al otro porque me hace feliz o me cae bien; que por supuesto, favores, todos los que quiera. Para el agapé o amor oblativo, no es suficiente con querer y mostrar el afecto haciendo favores, con desear tener y estar cerca del otro, sino que es necesario amar, es decir, donarnos, entregarnos, renunciar a nosotros para que el otro sea feliz.

Me supongo que ya sabes, querido/a amigo/a por donde voy. Y volviendo a lo de pelar patatas, puede que empieces a intuir la diferencia entre pelar y pelar, entre barrer y barrer o entre trabajar y trabajar.

Tras el subidón místico que puede, te haya producido (o no, a saber) el oceánico relato de Marta y María, tras el ¡corten! del final de la peli, quedándonos con la realidad cotidiana que todos vivimos cada vez que amanece, si el resultado de la peli es comprender que “todo lo que ves soy Yo” o, que finalmente, tras la experiencia, sientes que “todo vuelve a su Ser”, que volvéis a ser mente y alma y cuerpo “tal como éramos”, entonces comprenderás por qué no es lo mismo pelar patatas que pelar patatas.

Decíamos que las personas no somos ni buenas ni malas, sino que las juzgamos buenas o malas. Si las juzgamos como buenas, surge al menos ese sentimiento de simpatía o de empatía que nos abre la puerta a la amistad. Si las juzgamos como malas, es claro lo que viene después, el sentimiento de antipatía y en el extremo el clásico “que le den a ese hijo de puta”.

Y surge “el Muro” que explicábamos en el capítulo 3, el muro que separa a nosotros de ellos. Que se lo digan a los políticos (y seguidores) de un bando y de otro. Así nos va y nos irá siempre, si no cambia el corazón humano.

Después de cien mil años de Humanidad y diez mil de civilización, los seres humanos tenemos experiencia más que de sobra de hacia dónde nos ha llevado esta forma de ver a los otros y comprender, como diría un viejo jefe y maestro que tuve, que un Estado existe porque existe otro y un Ejército existe porque existe otro. Es decir, esta puñetera manía de juzgar a la gente como buena o mala o mediopensionista, ha llevado a la Humanidad a vivir enemistada, a desarrollar tribus, ciudades estado, reinos, imperios y sociedades rivales y enfrentadas, enredadas por los siglos de los siglos en conflictos y guerras. Y para poner la guinda al pastel, lo mismo ha sucedido con las religiones. Todas quieren lo mismo, pero como están afincadas en sus correspondientes tradiciones y creencias y, sobre todo, como cada una tiene su casta sacerdotal enemiga de la de la religión de al lado, el conflicto está servido.

Así se ha escrito la Historia, hasta que vino alguien que se atrevió a decir una soberana gilipollez: “no juzguéis y no seréis juzgados”. Lógicamente le mataron.

2.- Sé como el sándalo

Rabindranath Tagore tiene un hermoso poema con una frase fantástica:

“Sé como el sándalo, que perfuma el hacha que le hiere”

Y para remate, esta otra:

Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría.

Más o menos, entre el no juzgar y la actitud del sándalo, no existen diferencias. Es decir, para los Santos de Dios, perfumar el hacha que le hiere o no juzgar al otro es sinónimo y equivalente a:

“Todo lo que ves, soy Yo”

Es decir, cuando mente y alma se unifican, cuando Marta y María viven su séptima morada, cuando ya no ven nada que no sea Dios, porque para ella nada hay que no sea Dios o esté bendecido por Dios, es decir, cuando “todo lo que ve es Él”, cuando todo vuelve a su Ser, entonces cesan los juicios, cesan los recelos y el Mundo, la Vida, adquiere otro color y otra fragancia tal, que te induce no al amor afectivo o estimativo, no al eros o a la philias, sino al agapé, al amor oblativo, a la entrega incondicional.

Así que todo el rollo del Camino de Santiago y de la oceánica aventura, más allá de poder ser un guion para una película de Hollywood, es el proceso que Marta y María (mente y alma) precisan para poder llegar a amar simplemente como el sándalo, que perfuma el hacha que le hiere. Es decir a amar a aquel incluso que te pueda hacer daño, como el hacha hiere y hace daño al sándalo.

Esta actitud ante la vida supone una barrera prácticamente insuperable, porque frente al amor a los amigos, a la gente de bien, para la mente es inaceptable de todo punto, el amor -incluso oblativo, incondicional- a los que te hacen daño, a los que con toda la lógica del mundo son calificados como enemigos. Nadie puede criticarte que, al menos, te defiendas de aquellos que sabes, van a por ti, que te pueden hacer daño y que, por supuesto, sientas una intensa antipatía, si no desprecio por ellos. Y por supuesto, ante las ofensas recibidas, nadie puede criticarte porque respondas con mayores ofensas.

3.- Del ridículo buenismo

En el otro extremo tenemos la actitud del buenista, aquellas almas cándidas para las que “to er mundo e güeno”, como aquella simpática película de Manuel Summers de 1982, donde se mostraba precisamente eso, que en el fondo, todos somos buenos y que nos dejamos arrastrar por los buenos sentimientos hasta extremos que provocan la hilaridad de lo tontos que podemos llegar a ser.

El problema no está en piensa bien y acertarás, sino en emplear el natural buenismo de la gente, aprovecharse de ella y poder arrastrarla, como el flautista de Hamelín, hacia el barranco donde el malvado sacará pingües beneficios a partir de la buena fe de las gentes, como por ejemplo, ganar unas elecciones. Esta es una constante de los políticos, maestros consumados en el uso de la mentira y de las palabras talismanes tales como solidaridad, concordia, dignidad, sacrificio, magnanimidad, libertad, igualdad, progreso y demás exaltaciones de la buena fe para luchar por un mundo de amor y paz donde todos seamos iguales y etc., etc., etc. Porque ¿quién no enarbola la bandera de la igualdad, dignidad, concordia y la solidaridad? Así, cualquier soflama política está adornada con estas bellas palabras, con la falsa promesa de luchar por ellas. Pero finalmente, nada cambia.

El buenismo, en el fondo, no es sino la forma fácil de llevarse a la gente de calle para que los corderos apoyen a los lobos en sus ocultos y habitualmente perversos fines.

4.- De paloma y serpientes

Ante esta perversa estratagema, Jesús nos advierte con su clásico:

Sed cándidos como palomas pero astutos como serpientes

Porque:

Sabed que os envío como ovejas en medio de lobos.

Jesús no es un engañabobos que nos alucina, como los políticos, con bellas palabras y soflamas para que le sigamos sin tomar consciencia del mundo en el que vivimos. Él sabe muy bien que este es un mundo enconadamente hostil y agresivo para las personas de buena voluntad y califica de bienaventurados a aquellos que, por luchar por la justicia, son perseguidos, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Es decir, Jesús y, en general, los grandes sabios de la Antigüedad, porque las bienaventuranzas es un estilo de predicación anterior al Jesús, pero que Él empleó de modo abundante para hacer ver de cómo la felicidad exige sacrificios y en no pocas ocasiones sufrimiento y un amor oblativo hacia los que nos hacen daño (amar a los enemigos) y

Bienaventurados si os injurian y persiguen por mi causa, porque vuestra recompensa será grande en el Reino de los cielos.

Aquí, Marta y María han de caminar juntas, porque la candidez de María ha de tener la escolta de la astucia de Marta; la primera amando de modo oblativo, incondicional, tanto a los amigos como a los enemigos, hasta llegar a ser como el sándalo que perfume el hacha que le hiere, pero Marta, con su pragmática inteligencia, ha de ser consciente del resbaladizo terreno que ambas pisan y de los peligros que se ocultan a cada paso. No es una actitud de ataque, sino de defensa, de saber astutamente dónde está el peligro, para evitarlo o para aceptar enfrentarse a él, si eso redunda en que el conjunto de la situación pueda mejorar, despertar conciencias dormidas en la gente, dejando en evidencia la perfidia de aquellos que se ocultan en la sombra del buenismo.

En el fondo, la doble actitud de candidez y astucia supone el refinado desarrollo de un sistema de ataque y defensa, capaz de amar de modo incondicional (ataque) con un nivel de protección suficiente como para no caer como chorlitos ante las agresiones de los enemigos (defensa).

5.- Saber ver

Para ello, hemos de aprender a ver la Realidad en la realidad que ven nuestros ojos. Es decir, en condiciones normales, al abrir los ojos al mundo, uno lo que observa, tanto más cuanta más información tiene, es que en la vida hay una inmensa población buena, víctima de los salvajes planes de una minoría ávida de poder y de ambición, que por lo general, suele alcanzar las mayores cotas de relevancia política y los altos cargos de poder de las naciones y de las organizaciones empresariales. Es decir, vemos al pueblo tiranizado (eso sí, democráticamente) por los políticos y la corporatocracia. Y además, como las actitudes de los líderes suelen calar en las actitudes de los ciudadanos, llegamos a empatizar con aquellos y decimos que si ellos roban, mienten y se saltan las propias leyes, pues nosotros, por qué no vamos a hacer lo mismo. De modo que los comportamientos inmorales suelen extenderse desde arriba hacia toda la sociedad.

Así, el conflicto está servido, y así ha sido desde los orígenes de la Humanidad, consiguiéndose con ello el establecimiento de un bucle reforzador que termina desembocando siempre en conflictos armados.

Y así, en la relación con el otro (sirve para la relación de pareja) o con los otros (nuestros prójimos) o los de más allá (la sociedad), se suele establecer una sutil o manifiesta relación de desconfianza y de recelo, antes de bajar las defensas. María trata de amar, pero Marta tiene el escudo levantado salvo que su sistema de inteligencia haya evaluado las amenazas y comprobado que el riesgo no es significativo; un perfecto análisis de riesgos y evaluación de impactos.

Es ahora cuando hemos de aplicar el “everything you see is Me”, todo lo que ves soy Yo, porque en todo lo que ves está Dios, oculto en todas esas personas y situaciones que, tanto sufren las injusticias como en aquellas que las provocan. Todos los seres humanos, tanto si sufren como si son los causantes del mal y la injusticia, son víctimas del mismo mal e injusticia que sufren o provocan.

Y en el extremo:

“Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen”

Si te dijera, buen amigo, que toda la historia de Marta y María y de su aventura en el Camino de Santiago y en la Mar océana es simplemente el medio necesario para

conseguir ver a Dios en todo lo que sucede y ponerlo en todo lo que vayas a hacer…?

Es decir, todo consiste en alcanzar la Presencia de Dios, tanto en lo que uno pueda hacer y vivir y en todo lo que veamos, sucede a nuestro alrededor.

¿Dónde estaba Dios en los campos de concentración nazis?

Respuesta: en cada todos y cada uno de los prisioneros y prisionero en todos y cada uno de los militares nazis. Ahí estaba Dios.

Si eres capaz de ver a Dios ahí, comprenderás por qué “La vida es bella”, la maravillosa película de Roberto Benigni, de 1997, que rompió tantos corazones al verla.

Así que, si te levantas por la mañana, pones la radio o el televisor y, al ver la asombrosa cantidad de noticias que narran las tonterías que hacen el Gobierno y la Oposición y, las perversiones que todos los días saltan a las primeras páginas pero, no obstante, aciertas a afirmar que “la vida es bella”, entonces y sólo entonces entenderás por qué pelar patatas no tiene nada que ver con pelar patatas.

6.- Pelando patatas

Amar no es querer a alguien porque es buena y me hace feliz, sino para que sea buena y para hacerla feliz. Porque si sólo amamos a los que nos aman, ¿cuál es la recompensa? Pero si amamos a los que no nos aman, la recompensa será que, algún día, el muro de hielo y cemento que rodea sus corazones, acaso pueda ser demolido.

Y vuelta con la constante de este mundo, el mudo dual, el que nos separa los unos de los otros.

Nuestra misión en el mundo, posiblemente nuestra única razón de vivir es derribar muros de recelo y desconfianza, que dicho en Román paladino, es pelar las patatas que nos toca pelar, para hacer este mundo un poco mejor y, no pelar las patatas que nos toca pelar porque nos vemos obligado a ello por temor o “cagándonos” en los que nos obligan a ello bajo amenaza.

No es, por tanto, lo que hagamos, sino con qué actitud lo hagamos, si con la actitud proactiva de crear armonía y pensando en el bien de los demás, incluso de los creadores de miseria (amar a los enemigos), o con la actitud de permanente y egoísta cabreo porque el mundo (o nuestra pareja) no nos hace felices.

Para llegar a este nivel de Gracia, hay que, número uno, vivir en presencia de Dios y número dos, vivir en presencia de Dios, es decir, tener presencia tanto interior como exterior de Dios. Y ser conscientes “be mindfulness” de que la Divina Realidad es la principal constante de nuestra vida.

Lograr esto, ya lo hemos relatado, requiere todo un proceso vital que, partiendo del “yo puedo, yo valgo y yo sé”, sepamos llegar (ascética) al punto en el que yo ya, ni puedo, ni valgo ni sé, que es pasar de la travesía terrestre a la oceánica (mística) de nuestro proceso de plenitud consciencial, de nuestro camino de perfección.

Así que todo este espectacular relato tiene como finalidad, simple y llanamente nada menos que…

“SABER PELAR PATATAS”.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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