Al
finalizar, sus ojos estaban inundados por lágrimas vivas, duras y compungidas.
El cambio de una experiencia a otra constituía un abismo; de un depredador sin piedad, a un ser benévolo, complaciente,
generoso y entregado. Los polos opuestos de todo lo imaginable. ¿Qué
consecuencias podía deducir?
Veintidós páginas contaron la escasa historia, criticó internamente,
para detallar una vida llena de posibilidades en un ambiente de paz, destrozada
por unos dominadores carentes de toda moralidad y ética.
Decidió continuar. Quería comprobar con vértigo inusitado el siguiente
capítulo. Tenía que desentrañar el mensaje necesario para reparar sus
problemas. Pese a su momentánea tristeza, se lanzó a la caza del siguiente
personaje encarnado: Zenko.
Nuevamente encontró una descripción de alguien alto y muy fuerte de piel
negra, muy negra y brillante. ¿Otra vez de piel oscura?, se preguntó.
La curiosidad le pudo examinando el total de las páginas de ese
relato; sólo quince. Parecía que cada vez vivía menos en cada reencarnación.
Ello podría aportar algún dato. Lo anotó. La misma indagación realizó con la
descripción del capítulo contiguo. ¡Sorpresa! Ahora las páginas aumentaban a
veintiocho. Comprobó el resto, unos más, otros menos. A priori no podía
establecerse una comparativa. Ninguna lógica aparente. Desistió del inicial
intento continuando la lectura.
Ø “Zenko fue una vida llena de valor, coraje, vigor y honor.
Perteneció a una tribu que vivía cercana a la costa, la cual subsistía de la
pesca abundante entregada por un mar apacible y soleado. El resto de la dieta
la obtenían del fruto que los numerosos árboles de todo tipo ofrecían sin
cesar. Fue uno de los más destacados sin ser nunca jefe, pero su buen hacer
infundía gran respeto. Su inteligencia aportaba técnicas que permitían obtener
los alimentos de forma más fácil, ahorrando tiempo que era dedicado a la
diversión y el cuidado de la familia, los hijos y el grupo del que formaba
parte. En apariencia fue una experiencia exquisita, sin altercados notorios, en
un lugar donde las decisiones se tomaban en consenso, procurando el mayor
beneficio posible para el mejor desarrollo y bienestar; una bonanza
interrumpida por otra invasión, no para conquistar o dominar, sino para raptar
y esclavizar. Llegaron hombres que desembarcaron de grandes navíos, barcos cien
veces mayores que los que ellos jamás imaginaron construir. Su objetivo fue
capturar el mayor número de personas. Saquearon sus casas, violentando todo lo
que encontraron a su paso. Como no estaban preparados para la lucha y el
combate, no supieron defenderse del hostigamiento recibido. Todo se produjo en
un abrir y cerrar de ojos. Sangre y llantos se esparcieron por lo que dejó de
ser un punto de serenidad y felicidad. Finalmente fue encadenado por los pies
en la bodega de uno de aquellos gigantes buques de madera, y obligado a remar a
golpe de tambor. Un látigo castigaba al que no mantuviera el ritmo. Aquello
constituyó algo contra lo que no pudo ni quiso luchar. No estaba preparado.
Todos sus propósitos estaban perdidos, se esfumaron. Rápido en la toma de
decisiones, en un descuido de uno de los guardianes soltó el remo, lo asió por
los pies tumbándolo en el suelo. La trifulca duró segundos. Se apoderó de un
corto puñal, que envainado permanecía sujeto a la cintura del uniforme del
castigador, hundiéndoselo en su propio vientre. Murió en una agonía lenta y
dolorosa mientras se desangraba”.
¿Se
suicidó? Fue la gran cuestión que le asaltó. El debate se sembró en su pesar.
No encontraba consuelo. ¿Por qué? ¿Por qué? Indagaba con fluidez. Él hubiera
luchado por recuperar la libertad, por volver al hogar, por restablecer la
destrozada comunidad. Hubiera dado muerte a los captores. Habría hecho justicia
ante la ignominia; sin embargo, se rindió. De nuevo otra vida iniciada en
felicidad, torcida por la vehemencia implacable de seres dominantes, sin
escrúpulos.
- Buenas tardes, hora del
almuerzo – anunciaba Nunsi entrando con una bandeja isotérmica –. Bien, Jano,
tienes que comer y reponer fuerzas. Hay un excelente estofado de primero,
espinacas a la crema de segundo, y de postre un mus de chocolate con naranjas
que te hará degustar una de las mejores delicias de nuestro chef.
Jano no articuló palabra. Aún estaba sumido en su desasosiego.
Cariacontecido, se dejó hacer. Nunsi dispuso la mesa. Le ayudó en el
desplazamiento y permaneció a su lado animándole en una fluida conversación
mientras engullía sin apenas masticar. Ella percibió lo que podría estar
sucediéndole. No era ninguna novata. Conocía perfectamente el paso por el que
danzaba su existir en aquellos instantes. Ella, al igual que el resto de los
miembros de Nairda, pasó en su momento por lo mismo. El entendimiento
constituía una de las principales bazas para el perfecto desarrollo de su labor
sanitaria. Con su palabrería nada vana, fue sacando al piloto de la
introversión que le mantenía aislado de su antigua realidad. Llegado el postre,
Jano recuperaba el tono emocional. Aquella delicia le hizo reaccionar en mayor medida
que la conversación animada en forma de monólogo de su interlocutora.
- ¿Podría tomar un café, o se
ha prescrito lo contrario?
- Nada de eso. Puedes comer
cuanto quieras. Todas tus constantes están en perfecto estado. Pide lo que quieras,
se te dará sin problemas. ¿Te has quedado con hambre?
- No, en absoluto. Gracias.
Estoy repleto. Todo estaba muy rico y bien condimentado, pero tengo la
costumbre de concluir con un buen sorbo de ese líquido negro, bien caliente.
- Pues ahora mismo te lo
traeré. ¿Sólo, con leche, azúcar?
- Sólo. Dos de azúcar.
Gracias.
Solícita marchó en busca del encargo. Mientras, Jano, desplazó con
prudencia su cuerpo hasta el sillón. No tuvo tiempo suficiente. El café y Nunsi
estaban de vuelta encarando su acción.
- No deberías haberlo hecho. Es
mejor que me avises para moverte. Nadie, y tú menos, debería querer volver a
ver cómo sufres un nuevo resbalón. ¿Me avisarás la próxima vez? – encaró con
dulzura.
- Lo haré. Sólo quería
demostrarme que podía hacerlo, pero obedeceré, lo prometo.
Tomó el café con avidez. Quería continuar. Su cuerpo reclamaba una
pequeña siesta. Pero la mente, inquieta, ordenaba seguir perfilando. Lo que
todavía le costaba creer, es que ese fuera su pasado.
- Bien Jano. Aquí te dejo este
mando – sacado de uno de los cajones de la mesita de noche –, así no tendrás
que levantarte para pulsar el botón ámbar. ¿Lo usarás si me necesitas?
- Dalo por hecho. Gracias
Nunsi.
La puerta
se cerró dejándole dispuesto para recobrar su acción.
Ø “Gonzalo de Courcuviong
fue una especie de guerrero que luchaba en nombre de su dios; un género de
sacerdote militarizado. La orden religiosa a la que pertenecía tenía la extraña
misión de luchar contra una civilización
catalogada de infiel que realizaba exactamente lo mismo, salvo que su dios, al
parecer, respondía a otro nombre. La incongruencia de esa vivencia no tenía el
más mínimo sentido, a su entender: Miles de seres batiéndose a muerte porque
sus dioses reclamaban la misma parcela de terreno, bajo promesas de gloria para
ambos bandos si caían en pos de la victoria y aniquilación del enemigo feroz.
Ambas facciones creían estar en posesión de la verdad, y por ella sacrificaban
todo. El ambiente de continuos conflictos y saqueos, impregnados de
derramamientos de sangre cruentos, llenaban una y otra página. Unas veces
ganaban; otras salían vapuleados. Las pérdidas de vidas eran terroríficas. El
dolor, el odio y el rencor suponían la simiente sobre la que supuestamente
tendrían que crecer las respectivas civilizaciones en sus denodados empujes
hacia la autodestrucción. No parecía que ninguno de los dos ejércitos ganase el
conflicto que duraba demasiados años. Todo era un absurdo. Cada mañana se levantaba
realizando una serie de plegarias, implorando protección, subía a su caballo,
entraba en formación con los suyos y se disponían a la refriega. Su espada
partía en dos a los enemigos que osaban desafiarle. Con la puesta de sol,
regresaban a sus respectivas líneas, reponían fuerzas, dormían y vuelta a la
rutina con un nuevo amanecer. Todo parecía tremendamente monótono y agotador,
hasta que un día pudieron romper por los flancos al adversario, los acorralaron
embolsándolos y capturándolos, para posteriormente, realizar el intercambio de
prisioneros. Fue una gran victoria. En aquella ocasión su escuadrón fue
destacado con urgencia a la toma de un recinto religioso en terreno contrario,
el cual estaba cercano y constituía un punto de estrategia vital para el avance
de las tropas. El susodicho edificio se encontraba en lo alto de una elevada
cima. Al galope tendido, forzando el aliento de sus monturas, subieron sin
encontrar resistencias. Una vez en las inmediaciones descabalgaron, y con
prudencia y a pie, espada en mano, avanzaron escrutando posibles moradores. La
penetración fue tranquila, en silencio. El lugar parecía desierto. Gonzalo de Courcuviong avanzó por uno de
los flancos obedeciendo la orden dada. Luego subió una escalinata de pocos
peldaños que desembocaba en un largo pasillo cimentado de piedras, bajo el
amparo de una techumbre sostenida por arcos de medio punto. Estaba oscuro. La
luz solar estaba despidiéndose. Llegó hasta lo que parecía un portón lateral al
que se accedía tras bajar dos escalones. Una figura se perfiló en la penumbra.
La voz de una mujer asustada se asomó mostrando su rostro cubierto por un velo:
reclamaba piedad, quería seguir viva. Él nunca había matado fémina alguna, así
que, bajó su espada sujeta por su mano izquierda apoyando la punta sobre el
tosco y áspero suelo, dando a entender la intención de no hacer daño alguno con
su gesto. Ofreció su derecha para sacar aquella alma asustadiza del lugar y
ponerla a refugio, pero no tuvo tiempo para defenderse. Alguien por la espalda
clavaba sin piedad ni consuelo, con absoluto desprecio junto a un aullido
ensordecedor, una daga que penetró sin obstáculos hasta su corazón. Cayó sobre
sus rodillas sin poder ver a su agresor. Murió. Lo hizo sin encontrar las
maravillas prometidas. Murió como vivió, sin sentido aparente”.
El
sueño anteriormente reclamado había desaparecido ante tal espectáculo. Saber
más de sí, era el único objetivo a las cuatro y cuarenta y uno de la tarde,
además de procurar ingerir un nuevo café.
- Se ha encendido la luz ámbar
en el avisador de enfermería – llegaba la voz de Nunsi a través del intercomunicador
– ¿Ocurre algo Jano?
- Sí Nunsi. Quería, si es
posible, otro café.
- ¿Con algunas pastas?
- No es mala idea, gracias.
- Está hecho. Enseguida lo
tendrás.
Nicola D´angelo constituyó todo un pasmo
que hizo olvidar al monje combativo. En esta ocasión, él fue una mujer. ¿Una
mujer? La sorpresa hechizó sus ojos. Devoró las dieciocho exiguas páginas de
una vida corta, muy corta.
Ø “Fue la hija de una madre soltera,
algo tremendamente mal catalogado en la época en que se encuadraba la historia.
Una moralidad hipócrita reinaba como ley absoluta sobre cualquier otra
existente. Con su nacimiento, se extinguía la vida de su progenitora a la que
nunca conocería. Fue recogida y criada en un hospicio sucio, denigrante y
humillante. Allí fue sometida a toda clase de trabajos. La vida paupérrima
apenas albergaba posibilidad de subsistencia. Hasta los catorce años estuvo recluida
en aquel edificio rodeado por altos muros. La supervivencia era el fin
perseguido a toda costa, pero ella fue de las pocas elegidas para que
aprendiera a escribir y leer, un lujo que pocos podían alcanzar. Ello fue lo
que le hizo saberse superior a las demás. El conocimiento recabado por la
lectura de varios libros, abrieron su entendimiento. Tenía que salir de aquel
lugar de alguna manera. Ese fue su objetivo, al contrario que el resto de sus
compañeros, que sólo querían seguir trabajando para poder recibir algo de
alimento en medio de aquellas grandes penurias y tristezas. Ideó un plan que no
lo comentó con nadie. Sabía que podría ser traicionada por un simple trozo de
pan de maíz duro y negro. Pudo esconderse en la carreta de uno de los proveedores.
Una vez que calculó que estaba fuera del hospicio, saltó sin que pudieran
percibirla y corrió por las callejuelas sin mirar atrás. Lo hizo durante más de
treinta minutos, hasta que se sintió segura. Robó unas manzanas de un puesto
callejero. El hurto no fue percibido. Luego siguió caminando hasta encontrarse
en las inmediaciones del puerto. Sabía lo que era gracias a sus lecturas. Veía
por primera vez el mar, algo sin duda maravilloso que le atrapó de inmediato.
Deambuló por el muelle hasta que escuchó como alguien a gritos anunciaba la
necesidad de tripulación para un buque que zarparía al día siguiente antes del
amanecer, con la marea alta...”
- Aquí tienes el café y las
pasta. Disfrútalo – comentaba Nunsi interrumpiendo la asombrosa vivencia.
-
Gracias – contestó Jano devolviendo la mirada, al tiempo que deseaba
quedarse de nuevo en su soledad iluminadora.
- De nada. ¿Necesitas alguna
otra cosa?
- No, de veras.
- Perfecto. Entonces te dejo si
todo está bien – concluyó recogiendo la otra taza de café vacía. Salió como
entró, en silencio, sin perturbar la tranquilidad del paciente.
Ø “…Nicola fue admitida como grumete. Era habitual aceptar chavales
como tripulantes en ese período desaforado, duro y pérfido. El contramaestre no
percibió que era una chica, de lo contrario no hubiese sido admitida. Su
aspecto desaliñado y su tez maltratada ocultaban las facciones de mujer, al
igual que su amplio gabán impedía ver la prominencia de sus pechos.
Inmediatamente se le puso a fregar la cubierta, recoger cabos y ordenar la
bodega con las provisiones que se cargaban. La cena fue abundante por primera
vez en su vida. Durmió plácidamente en un colgante jergón caliente hasta el
momento de la partida. A las tres de la mañana, El Orfeón, el barco que le
conducía a la libertad soltaba amarras. A la salida de la bocana del puerto le
fue ordenado subir a lo alto del palo mayor; actuaría de vigía, avisando de la
proximidad de cualquier otro artefacto flotante que pudiera acercarse de forma
peligrosa. Aquellas aguas estaban, últimamente, rondadas por piratas. Le dieron
las indicaciones pertinentes, de forma muy tajante. Explicaron las voces que
debería dar, y el castigo que recibiría si se dormía o no hacía correctamente
su trabajo. Escalar por los cordajes era algo nada apetecible; pero a ella le
pareció algo novedoso y excitante. Desde
allí la perspectiva era magnífica. Pudo comparecer para dar testimonio del más
bello amanecer, el primero que sus ojos le permitieron percibir con nitidez. Todo
era por primera vez maravilloso y bello: buena cama y comida, un trato
exigente, pero no maltratador, y el descubrimiento de un nuevo existir. Tres
horas y media después, el viento soplaba con fuerza. Desde su posición el
oscilar del puesto que ocupaba era vertiginoso. Danzaba de un lado para otro
intentando otear el horizonte. Se mantenía aferrada a la barandilla de madera
con todas sus fuerzas procurando realizar correctamente su trabajo. Su estómago
iniciaba una maniobra para ella desconocida. Su vientre se descompuso. El
vómito fue la consecuencia consiguiente que produjo perdiera el agarre y
saliera precipitada al vacío. Su destino: el puente de mando. La fractura de su
cervical fue el fin de la iniciada libertad. La felicidad inundó sus últimas horas.
Al menos, concluyó disfrutando de cierta paz”.
Jano engulló, sin apenas masticar, las últimas pastas ayudadas por un
largo buche de café. Dejó el libro sobre la cama realizando algunas anotaciones
en el bloc. Llevaba cinco tránsitos a cada cual más escabroso. ¿Por qué ocurrió
todo aquello? ¿Quién le mandó meterse en tales fregados? Eran cuestiones que no
alcanzaba a resolver. Parecía no haber concatenación posible. Cada relato era
descriptiblemente distinto. ¿Qué podía enlazarlos? ¿Existía un punto común?
Nada, por más que pensó, indicaba algo que pudiera ofrecer una luz, un apoyo
desde el que perfilar la propuesta de Pitt.
Aún quedaba más de la mitad por leer. Quería terminar cuanto antes con
aquello. La curiosidad, defecto o virtud que no estaba entre sus cualidades, se
manifestaba fervientemente impulsando a la continuidad de los acontecimientos
escritos.
Al comienzo del nuevo relato, cierto sosiego
amainó la inquietud.
Ø “Esta vez Richard Moore era el hijo de una familia pudiente, rica, exquisita
y noble. Poseería, al fallecimiento de su padre y como hijo mayor, el título
que el mismo ostentaba. Su familia, desde hacia muchas generaciones, se sentía
orgullosa de portar el emblema de los Duques de Moore. Fue educado con finura y elegancia. Rodeado de los mejores
profesores, aprendió varios idiomas, además de notables conocimientos de
filosofía, matemáticas, física y astronomía. Llevaba una vida cómoda a la vez
que insípida. Todo lo tenía, y nada le complacía. El vacío de su vida parecía ser
su enarbolada bandera. Como primogénito, ingresó en el ejército alcanzando,
como correspondía a su rango, el perfil de un joven oficial que marchaba a la
conquista de territorios para engrandecer el imperio del país al que
pertenecía. Embarcó en un largo viaje de varios meses cuando tenía recién
cumplidos los veinte años, y formó parte de la plana mayor de mando del Gran
Mariscal de Campo que dirigiría la conquista de unas islas remotas. Cortés y
disciplinado, pero con pocas dosis de valentía y bravura, agradeció no tener
que entrar en ningún instante en combate, limitándose a transmitir las órdenes
que le eran dadas. Sólo estuvo en el campo de batalla tras el término de la
refriega, acompañando, sobre su montura, al Estado Mayor en las inspecciones
rutinarias que acostumbraban a realizar. Contemplar los cuerpos retorcidos y
ensangrentados no fue un espectáculo digno, le repugnaba, pero más que por el
horror del mismo, por el miedo que sentía ante el temor de poder verse inmerso
alguna vez en una situación similar. Nunca desenvainó el sable, ni su casaca se
manchó más que del polvo o el barro levantado por los cascos de los caballos.
Sí tenía, sin embargo, una gran virtud. Era fiel al mando al que servía, leal y
sincero, cuestiones nobles incrustadas desde su infancia las cuales le
acarrearían lo que más temía: la muerte. Cierto número de altos oficiales no
estaban de acuerdo con la manera de combatir del Mariscal. Éste, pese a saber
ostentar el mando con firmeza, carecía de algo que debe ser inherente al rango
que ostentaba: astucia y estrategia. Las pérdidas en las luchas eran
considerables. Hubo grandes discusiones en los planes de ataque antes de cada
batalla, pero el Mariscal siempre tomaba la más arriesgada. Conquistaba la
victoria, pero con un costo humano propio excesivo. El golpe de mando estaba
planificado desde hacía varios días, pero para ello habría que eliminar no sólo
al Mariscal, sino a los más allegados y fieles. Richard Moore, sin penas, ni glorias, abandonaba junto a otros
aquella vida después de ser envenenados, traicionados”.
¿Conclusión?: “Insipidez. Falta de valor. Temor”. Por fin extrajo algo
que creía tener cierto sentido tras ciento cuarenta y siete páginas, y algo más
de siete horas de lectura.
Ahora el ánimo cobraba aliento en la consecución de su labor. Algo de
chispa brotó. Un vestigio de luz apuntaba cierta dosis de unión en esas
experiencias.
Posdata:
En el artículo del día 1
de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre.
III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una
serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el
80% de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de
esta psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la
Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en
tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas
maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que,
con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis
tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una
formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os
habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas
(Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su
correo profesional: terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es
Para las
actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com
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