Grabado
de 1888 que muestra un supuesto "misionero cristiano" asomándose
más allá del límite de la Tierra, representada como una superficie plana
cubierta por la bóveda celeste.
Tras los capítulos hasta ahora, he tratado de exponer algo parecido
al proceso por el que la persona es capaz de romper el techo de cristal del
cuarto nivel de la pirámide de Maslow y asomarse al océano que está más allá de
lo que la simple mirada a lo material es capaz de alcanzar, y así asomarse al Océano
del Misterio. Un poco como el misionero medieval buscando las respuestas que no
conseguía obtener de la versión ptolemaica del Universo.
El largo viaje de Marta y de María, tiene como resultado el girón
que el misionero medieval le hace a la bóveda celeste para descubrir lo que ocultan
las estrellas que, suponía, conseguiría tocar y descubrir, si era capaz de
llegar al final de la Tierra plana.
Visto desde una perspectiva trascendente, nuestro particular
universo, incluido el que conforman las galaxias y los átomos, esos 42 órdenes
de magnitud que separan el tamaño de un quark y el diámetro estimado de los
confines del Universo, es tan simple como el universo que creía ver el
explorador del grabado, aunque no creo que los astrofísicos estén de acuerdo
con este calificativo de “simple”.
Para los que son incapaces de ir más allá de esa autorrealización
personal que supone el subidón de autoestima de saber que “yo puedo, yo
valgo y yo sé”, por la que tenemos esa, a veces enfermiza, tendencia de ir
más allá en nuestros proyectos, ese espíritu de la colina que ha caracterizado
al ser humano en la Historia, posiblemente, con quedarse en ser los reyes del
mambo de lo que sea, es suficiente como para sentirse autorrealizado. Para los
que intuyen ese más allá de las cosas, esa vida trascendente, toda la
complejidad del Universo conocido, es sólo el principio.
En el Capítulo 4 hablábamos de la Era Axial y de cómo en torno al
Siglo VI antes de Cristo, coincidieron, en una portentosa alineación de
planetas, prácticamente los sabios que ahora reconocemos como los fundadores de
la Filosofía perenne. En una convergencia asombrosa, desde Oriente a Occidente,
por esas fechas, un puñado de hombres sabios, Confucio, Buda, Lao Tse, Isaías,
Zoroastro, Sócrates… llegaron a la misma conclusión general respecto de la
filosofía de la vida, de la relación del Ser humano con la Creación -referí
entonces la novela de Gore Vidal, “Creación”-. Y seis siglos después,
viene Jesús de Nazareth, para decir la última palabra.
Se podría decir que la Filosofía perenne es pareja al desarrollo de
las religiones. De hecho, prácticamente todas las religiones anclan sus raíces
en la Filosofía perenne, en sus conceptos, en sus ideas, en su visión de la
existencia. Es más, en la medida en que los códigos religiosos se aproximan a
las bases de la Filosofía perenne, es en la medida en que se asemejan entre sí;
y en la medida en que desarrollan dogmas y rituales ajenos a la Filosofía
perenne, es en la que se separan entre sí, entrando en ocasiones en
competencia, antagonismo, rivalidad y serio enfrentamiento.
De caramelos y envoltorios
Dice Consuelo Martín que “la Verdad une, la mentira separa”.
Si se acepta este aserto, diríamos que la Filosofía perenne es la Verdad que
une a los diferentes sistemas de pensamiento y religiones del mundo, y los
dogmas particulares son los que separan a estos sistemas y religiones. ¿Se
concluye que los dogmas entran en el terreno de la mentira? Ninguna religión va
a aceptar que sus dogmas son mentira, porque sería negar “su mayor”, lo que les
fundamenta. Aquí se entra en un desconsolado planteamiento. Si los dogmas de
cada religión fueran también basados en la verdad, entonces, ¿por qué existe
tanta divergencia entre unos y otros? La razón, a mi entender, es puramente de
apariencia cultural. Cada pueblo tiene su forma de ver la vida, en función de
su historia.
Se podría asimilar este problema al hecho de que un mismo caramelo,
constituido por los mismos ingredientes, cada persona en función de sus gustos,
apetencias, tradición, etc, lo envolviera en un papel diferente. A la simple
inspección, tendremos diferentes caramelos, unos verdes, otros azules, otros
amarillos, dependiendo del color del envoltorio. Con los ojos de la cara son diferentes
caramelos. Pero si nos atreviéramos a desenvolver los caramelos, veríamos que
todos son iguales y saben igual. Pero claro, hay que atreverse a quitar el
envoltorio y ver el caramelo tal cual es.
Los caramelos son la Divina realidad y los envoltorios son los
dogmas y doctrinas religiosas que la envuelven. La cosa está en que por
educación, se ha enseñado a las gentes a fijarse en el envoltorio, y meditar
exclusivamente sobre sus colores y formas de los dibujos, haciendo de ellos lo
fundamental, sin detenerse a considerar qué es lo que envuelve. Así, los
sistemas religiosos terminan siendo adoradores de envoltorios, olvidando para
la generalidad de las gentes el contenido que acogen.
La Filosofía perenne ignora totalmente todo lo relacionado con el envoltorio,
porque es absolutamente secundario, como que, una vez cumplida su función de
envolver y de atraer por sus atractivos colores plateados y dibujos, sólo tiene
un destino, el cubo de la basura o, para enseñárselo a otros, volver a envolver
en él el caramelo, para hacerlo atractivo y comprensible. Pero la Historia ha
creado mucho ruido en torno a la fabricación de envoltorios, de modo que
antropológicamente, los envoltorios han sido, siguen siendo y seguirán siendo
el primer punto de contacto del ser humano con la Divina realidad. Probablemente
ha de ser así, para que el mundo crea. O dicho de otra forma, la
Religión es el medio, pero no el fin.
Dicho esto, no hay que subestimar el envoltorio, aunque con él, el
culto a la Divinidad se haya atomizado en mil formas distintas. La razón
estriba en que la Divina base, tal cual, es bastante etérea, y la percepción
individual de su presencia es demasiado sutil, como para que los humanos, uno a
uno, sepa llegar a conocer su existencia y aprenda a “comer” el caramelo. El
envoltorio hace el caramelo “visible” a los ojos del cuerpo y de la mente, lo
que es extremadamente importante. Y si cumpliera su función tal y como está
pensado, haría que el ser humano, supiera que hay que quitar el envoltorio para
ver el caramelo tal y como es. Y así las religiones cumplirían “religiosamente”
su función, que pasaría a un segundo plano cuando el alma entrara en contacto
directo y sin intermediarios con la Divinidad.
El Sueño del Planeta
Todos aquellos que, de alguna forma, hemos intuido a lo largo de
nuestra vida que, la pluralidad de pensamiento respecto de las preguntas
existenciales del ser humano, no son sino consecuencia de las circunstancias en
las que nos ha tocado vivir, reflejadas en ese sueño del Planeta que por la educación
nos ha sido aportado; al haber sentido la inevitable intuición de que la
realidad de lo que nos rodea, sólo en apariencia es poliédrica, pero en su
esencia, todo tiene que converger en torno a principios básicos comunes, tarde
o temprano terminamos cayendo en la
cuenta de que en realidad, el sueño del Planeta es ese factor común unificador
de todas las cosas.
En realidad, lo que percibimos como poliédrico no es más que la
atomización del sueño del Planeta, del sueño de la Humanidad en múltiples
sueños locales, múltiples formas de ver lo mismo, como múltiples formas de ver
una montaña según la contemplen un geólogo, un montañero, un guardabosques, un
dominguero o un poeta. Cada uno la observa y se fija en lo que a él le
interesa, pero la realidad es la misma. Cada uno forja su particular sueño
sobre la montaña, de modo que el geólogo escribe sobre los geosinclinales y
plegamientos alpinos que han conformado la montaña, el montañero escribe sobre
las posibles rutas para alcanzar la cima, el guardabosques lo hace sobre el estado
de conservación de la flora y la fauna, al dominguero le interesa conocer dónde
se puede tomar una tortilla de patatas con su familia y el poeta busca la
inspiración para echar unos versos.
Queda claro que todo el discurso que, a lo largo de esta serie
hemos llevado a cabo, está centrado, no en descartar el sueño del Planeta, sino
de descubrirlo y hacerlo íntimamente nuestro, es decir, de ir eliminando de los
diferentes sueños del planeta local en el que nos hemos desarrollado, lo que es
apariencia, para buscar la esencia que es factor común a todos los sueños de
las comunidades donde hemos crecido y hemos sido educados. Decíamos que la
cuestión no es rechazar el sueño del Planeta, sino hacerlo nuestro plenamente
conscientes de su contenido y mensaje. En ese esfuerzo, se incluye otro, no
menos importante de ver qué de común tienen los diferentes sueños particulares de
los otros planetas, de las otras culturas, comunidades y sociedades que, por
razón de lugar de nacimiento, no hemos tenido acceso a sus diferentes sueños,
hasta alcanzar a comprender que en realidad, decir “sueño del Planeta” es decir
el sueño único de la Humanidad, lo que la unifica y comprender que las
diferentes versiones locales, filosóficas y religiosas, no son sino
peculiaridades debidas a la cultura y tradiciones, que sin ser malas, ayudan a
esa convergencia para quedarnos a lo que es común al Ser Humano como especie,
pero, tanto más se quedan en pura apariencia, mero envoltorio, cuanto más
parafernalia y oropel doctrinal y litúrgico añaden al envoltorio, acaso para
que parezca más atractivo a las gentes sencillas.
Ese factor común de todos los sueños humanos, de todas las
filosofías y de todas las religiones es lo que se ha venido en denominar
“Filosofía perenne”. En el cruce de culturas y creencias entre el Oriente y el
Occidente, entre el Norte y el Sur, uno puede observar que es imposible
unificar nada, si no existe un elemento común que unifique todo.
De la misma forma que la ciencia desarrollada en Oriente y en
Occidente, obligadamente tienen que tener como factor común las leyes y los
principios de la Física, la Química y la Biología, porque es imposible que en
Oriente la constante de gravitación sea 9,8 y el Occidente sea 9,4 (por
ejemplo), porque las leyes naturales rigen en todos los rincones de nuestro
planeta y en todos los confines de Universo, así, la filosofía de Oriente y
Occidente, tienen que tener necesariamente puntos de encuentro basados en
“algo” que sea común a ambas. Ese “algo” común a ellas, a todas las filosofías
del mundo es Dios, la Divina Realidad, necesariamente única en cualquier rincón
del Universo, aunque cada sabio la denomine con diferentes nombres.
La aventura de Marta y de María ha sido la que cualquier ser humano
necesita llevar a cabo para salir de su pequeño mundo, donde prima las tareas
de Marta, la forma de ver Marta las cosas y los enredos y trajines necesarios
para satisfacer los niveles básicos de Maslow para, poco a poco, año a año,
poder avanzar, primero en esa intuición de que “algo más hay ahí fuera, pero
sobre todo aquí dentro”, y segundo en esa necesaria expansión de la
consciencia, en ese despertar de María, para poder experimentar la Presencia de
la Divina Realidad en nuestra vida.
La forma tradicional de llevar a cabo este proceso ha sido mediante
la religión (la que re-liga al hombre con Dios), pero a lo largo de la segunda
mitad del Siglo XX se han abierto otros canales de aproximación a la Divina
Realidad, sobre la base de esa Filosofía Perenne, que de un modo inconsciente
se ha venido conformando durante milenios, sin que hubiera ningún sabio que la
enarbolara como tal, pero que entre todos los grandes sabios y hombres y
mujeres de Dios que en el mundo han sido, han levantado la arquitectura de lo
que podemos considerar uno de los mayores logros de la Humanidad, que no es
otra cosa que llegar a ser consciente de Dios, de la Divina Realidad.
Sólo aquellos que son capaces de quitarle el envoltorio al caramelo
existencial, llegar a Finisterre; reconocer que, como medio para conocer el
caramelo, ha sido esencial la vivencia religiosa, pero que llegado a esa
expansión consciencial, el camino que queda es la travesía oceánica, están en
disposición de comprender la Divina base en la que se sustenta la Filosofía
perenne.
Este es el desafío, tratar de conceptualizar todo aquello que nos
une, de tal modo, que sepamos intuir la “no dualidad”.
No se trata, en mi opinión, de convertirnos en unos expertos en la
teoría de las religiones como Mircea Elíade, o en conocer en profundidad los
principios de budismo, del zen, del hinduismo, el sufismo o el cristianismo; no
se trata de convertirnos en enciclopedias andantes en todos estos temas.
Simplemente se trata de aceptar la “no dualidad”, que más allá de las
apariencias, en esencia, Todo es Uno, lo que de una forma o de otra, todos los
grandes sabios y maestros espirituales han expresado, aunque no obstante, han
sido Jesús de Nazareth y Sánkara, los que, a mi juicio, mejor y más claro
dejaron este hecho.
De Jesús, nada más tengo que decir que no haya dicho ya, pero sí
quiero referirme a Adi Sánkara (788-820AD), maestro hindú, expositor de la
doctrina advaita vedanta, las últimas vedas centradas en la no dualidad.
Vivió en una época en el que el hinduismo era un completo caos. Secta tras secta, aparecían y se expandían por doquier. El número de
religiones creció hasta llegar a alcanzar la asombrosa cifra de setenta y dos (la
verdad une, la mentira separa). La lucha entre sectas hizo acto de
aparición. No había paz en ninguna parte. Como sucedió en su tiempo con Buda, Sánkara
llegó en el momento justo de poner orden en todo aquel desastre, y consolidó lo
que podemos denominar la versión definitiva del hinduismo, el vedanta
advaita.
La Filosofía perenne le debe su fundamento a la síntesis del
cristianismo, el budismo zen, el sufismo y el vedanta advaita. Aceptar
este hecho supone que cada cual, cada tribu, cada pueblo o cada nación siga su
camino desde su cultura y el sueño de su pequeño planeta, pero siendo conscientes
de que sus peculiaridades son fruto de tradiciones y culturas milenarias, pero
que ello no impide que nos sintamos unidos todos los seres humanos en aquello
fundamental que nos une.
El espíritu de Asís
Hace treinta y cinco años, en 1986, Juan Pablo II sorprendió al
mundo al convocar la Primera Conferencia Interreligiosa del mundo en Asís,
Italia. La base de la idea del Papa era que las tradiciones religiosas del
mundo disponían de “profundos recursos” con que abordar los conflictos internacionales.
Uno de ellos era su compromiso con la oración”. El Papa dio la consigna: “no
rezar juntos sino estar juntos para rezar”. No podía ser una oración
conjunta universal sino que se debía “encontrar una fórmula para que cada cual
pueda rezar a su manera y reunirse luego con los otros”, pero siendo
conscientes de que lo que nos une es muchísimo más que lo que nos separa. En
2002, el teólogo portugués Joao Souto, hacía esta pregunta: ¿Sigue vivo el
espíritu de Asís? La hacía, supongo, por los malos resultados que había
conseguido la iniciativa con relación al motivo fundamental, orar por la paz
del mundo, tras la Guerra de los Balcanes, el 11S, Afganistán y demás conflictos enquistados por la faz de
la Tierra.
La pregunta se basaba en cuatro cuestiones fundamentales a saber:
Es decir, Dios une, pero el poder de cada uno de los líderes
religiosos es lo que nos separa.
Tal parece que “todos estos” de la foto, tiene pinta de que se
quedaron en Finisterre, pero no han sabido dar el paso definitivo, montarse en
la barca y aventurarse en el Océano de Dios, porque si lo hubieran hecho, se
habrían deshecho de sus correspondientes envoltorios, para mostrar el caramelo,
que no es otro que la simple y desnuda “naturaleza humana”. Los ejércitos
visten también de uniforme para saber diferenciar en el campo de batalla al
amigo del enemigo… a los míos de los otros.
Un católico y un budista, el uno con sotana y el otro con kasaya
azafrán, aparentan ser diferentes, sin embargo vistos completamente desnudos,
son exactamente iguales, salvo sus rasgos morfológicos, ambos tienen los mismos
órganos y músculos en sus cuerpos.
Pues ese es el caramelo, el ser humano desnudo, si sabemos ver en
él, en ese cuerpo desnudo, la misma esencia de la Divida Realidad.
Este es el fundamento de la Filosofía perenne.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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