Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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30/8/21

Filosofía perenne (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 35)

 

Grabado de 1888 que muestra un supuesto "misionero cristiano" asomándose más allá del límite de la Tierra, representada como una superficie plana cubierta por la bóveda celeste.

 

Tras los capítulos hasta ahora, he tratado de exponer algo parecido al proceso por el que la persona es capaz de romper el techo de cristal del cuarto nivel de la pirámide de Maslow y asomarse al océano que está más allá de lo que la simple mirada a lo material es capaz de alcanzar, y así asomarse al Océano del Misterio. Un poco como el misionero medieval buscando las respuestas que no conseguía obtener de la versión ptolemaica del Universo.

El largo viaje de Marta y de María, tiene como resultado el girón que el misionero medieval le hace a la bóveda celeste para descubrir lo que ocultan las estrellas que, suponía, conseguiría tocar y descubrir, si era capaz de llegar al final de la Tierra plana.

Visto desde una perspectiva trascendente, nuestro particular universo, incluido el que conforman las galaxias y los átomos, esos 42 órdenes de magnitud que separan el tamaño de un quark y el diámetro estimado de los confines del Universo, es tan simple como el universo que creía ver el explorador del grabado, aunque no creo que los astrofísicos estén de acuerdo con este calificativo de “simple”.

Para los que son incapaces de ir más allá de esa autorrealización personal que supone el subidón de autoestima de saber que “yo puedo, yo valgo y yo sé”, por la que tenemos esa, a veces enfermiza, tendencia de ir más allá en nuestros proyectos, ese espíritu de la colina que ha caracterizado al ser humano en la Historia, posiblemente, con quedarse en ser los reyes del mambo de lo que sea, es suficiente como para sentirse autorrealizado. Para los que intuyen ese más allá de las cosas, esa vida trascendente, toda la complejidad del Universo conocido, es sólo el principio.

En el Capítulo 4 hablábamos de la Era Axial y de cómo en torno al Siglo VI antes de Cristo, coincidieron, en una portentosa alineación de planetas, prácticamente los sabios que ahora reconocemos como los fundadores de la Filosofía perenne. En una convergencia asombrosa, desde Oriente a Occidente, por esas fechas, un puñado de hombres sabios, Confucio, Buda, Lao Tse, Isaías, Zoroastro, Sócrates… llegaron a la misma conclusión general respecto de la filosofía de la vida, de la relación del Ser humano con la Creación -referí entonces la novela de Gore Vidal, “Creación”-. Y seis siglos después, viene Jesús de Nazareth, para decir la última palabra.

Se podría decir que la Filosofía perenne es pareja al desarrollo de las religiones. De hecho, prácticamente todas las religiones anclan sus raíces en la Filosofía perenne, en sus conceptos, en sus ideas, en su visión de la existencia. Es más, en la medida en que los códigos religiosos se aproximan a las bases de la Filosofía perenne, es en la medida en que se asemejan entre sí; y en la medida en que desarrollan dogmas y rituales ajenos a la Filosofía perenne, es en la que se separan entre sí, entrando en ocasiones en competencia, antagonismo, rivalidad y serio enfrentamiento.

De caramelos y envoltorios

Dice Consuelo Martín que “la Verdad une, la mentira separa”. Si se acepta este aserto, diríamos que la Filosofía perenne es la Verdad que une a los diferentes sistemas de pensamiento y religiones del mundo, y los dogmas particulares son los que separan a estos sistemas y religiones. ¿Se concluye que los dogmas entran en el terreno de la mentira? Ninguna religión va a aceptar que sus dogmas son mentira, porque sería negar “su mayor”, lo que les fundamenta. Aquí se entra en un desconsolado planteamiento. Si los dogmas de cada religión fueran también basados en la verdad, entonces, ¿por qué existe tanta divergencia entre unos y otros? La razón, a mi entender, es puramente de apariencia cultural. Cada pueblo tiene su forma de ver la vida, en función de su historia.

Se podría asimilar este problema al hecho de que un mismo caramelo, constituido por los mismos ingredientes, cada persona en función de sus gustos, apetencias, tradición, etc, lo envolviera en un papel diferente. A la simple inspección, tendremos diferentes caramelos, unos verdes, otros azules, otros amarillos, dependiendo del color del envoltorio. Con los ojos de la cara son diferentes caramelos. Pero si nos atreviéramos a desenvolver los caramelos, veríamos que todos son iguales y saben igual. Pero claro, hay que atreverse a quitar el envoltorio y ver el caramelo tal cual es.

Los caramelos son la Divina realidad y los envoltorios son los dogmas y doctrinas religiosas que la envuelven. La cosa está en que por educación, se ha enseñado a las gentes a fijarse en el envoltorio, y meditar exclusivamente sobre sus colores y formas de los dibujos, haciendo de ellos lo fundamental, sin detenerse a considerar qué es lo que envuelve. Así, los sistemas religiosos terminan siendo adoradores de envoltorios, olvidando para la generalidad de las gentes el contenido que acogen.

La Filosofía perenne ignora totalmente todo lo relacionado con el envoltorio, porque es absolutamente secundario, como que, una vez cumplida su función de envolver y de atraer por sus atractivos colores plateados y dibujos, sólo tiene un destino, el cubo de la basura o, para enseñárselo a otros, volver a envolver en él el caramelo, para hacerlo atractivo y comprensible. Pero la Historia ha creado mucho ruido en torno a la fabricación de envoltorios, de modo que antropológicamente, los envoltorios han sido, siguen siendo y seguirán siendo el primer punto de contacto del ser humano con la Divina realidad. Probablemente ha de ser así, para que el mundo crea. O dicho de otra forma, la Religión es el medio, pero no el fin.

Dicho esto, no hay que subestimar el envoltorio, aunque con él, el culto a la Divinidad se haya atomizado en mil formas distintas. La razón estriba en que la Divina base, tal cual, es bastante etérea, y la percepción individual de su presencia es demasiado sutil, como para que los humanos, uno a uno, sepa llegar a conocer su existencia y aprenda a “comer” el caramelo. El envoltorio hace el caramelo “visible” a los ojos del cuerpo y de la mente, lo que es extremadamente importante. Y si cumpliera su función tal y como está pensado, haría que el ser humano, supiera que hay que quitar el envoltorio para ver el caramelo tal y como es. Y así las religiones cumplirían “religiosamente” su función, que pasaría a un segundo plano cuando el alma entrara en contacto directo y sin intermediarios con la Divinidad.

El Sueño del Planeta

Todos aquellos que, de alguna forma, hemos intuido a lo largo de nuestra vida que, la pluralidad de pensamiento respecto de las preguntas existenciales del ser humano, no son sino consecuencia de las circunstancias en las que nos ha tocado vivir, reflejadas en ese sueño del Planeta que por la educación nos ha sido aportado; al haber sentido la inevitable intuición de que la realidad de lo que nos rodea, sólo en apariencia es poliédrica, pero en su esencia, todo tiene que converger en torno a principios básicos comunes, tarde o temprano terminamos  cayendo en la cuenta de que en realidad, el sueño del Planeta es ese factor común unificador de todas las cosas.

En realidad, lo que percibimos como poliédrico no es más que la atomización del sueño del Planeta, del sueño de la Humanidad en múltiples sueños locales, múltiples formas de ver lo mismo, como múltiples formas de ver una montaña según la contemplen un geólogo, un montañero, un guardabosques, un dominguero o un poeta. Cada uno la observa y se fija en lo que a él le interesa, pero la realidad es la misma. Cada uno forja su particular sueño sobre la montaña, de modo que el geólogo escribe sobre los geosinclinales y plegamientos alpinos que han conformado la montaña, el montañero escribe sobre las posibles rutas para alcanzar la cima, el guardabosques lo hace sobre el estado de conservación de la flora y la fauna, al dominguero le interesa conocer dónde se puede tomar una tortilla de patatas con su familia y el poeta busca la inspiración para echar unos versos.

Queda claro que todo el discurso que, a lo largo de esta serie hemos llevado a cabo, está centrado, no en descartar el sueño del Planeta, sino de descubrirlo y hacerlo íntimamente nuestro, es decir, de ir eliminando de los diferentes sueños del planeta local en el que nos hemos desarrollado, lo que es apariencia, para buscar la esencia que es factor común a todos los sueños de las comunidades donde hemos crecido y hemos sido educados. Decíamos que la cuestión no es rechazar el sueño del Planeta, sino hacerlo nuestro plenamente conscientes de su contenido y mensaje. En ese esfuerzo, se incluye otro, no menos importante de ver qué de común tienen los diferentes sueños particulares de los otros planetas, de las otras culturas, comunidades y sociedades que, por razón de lugar de nacimiento, no hemos tenido acceso a sus diferentes sueños, hasta alcanzar a comprender que en realidad, decir “sueño del Planeta” es decir el sueño único de la Humanidad, lo que la unifica y comprender que las diferentes versiones locales, filosóficas y religiosas, no son sino peculiaridades debidas a la cultura y tradiciones, que sin ser malas, ayudan a esa convergencia para quedarnos a lo que es común al Ser Humano como especie, pero, tanto más se quedan en pura apariencia, mero envoltorio, cuanto más parafernalia y oropel doctrinal y litúrgico añaden al envoltorio, acaso para que parezca más atractivo a las gentes sencillas.

Ese factor común de todos los sueños humanos, de todas las filosofías y de todas las religiones es lo que se ha venido en denominar “Filosofía perenne”. En el cruce de culturas y creencias entre el Oriente y el Occidente, entre el Norte y el Sur, uno puede observar que es imposible unificar nada, si no existe un elemento común que unifique todo.

De la misma forma que la ciencia desarrollada en Oriente y en Occidente, obligadamente tienen que tener como factor común las leyes y los principios de la Física, la Química y la Biología, porque es imposible que en Oriente la constante de gravitación sea 9,8 y el Occidente sea 9,4 (por ejemplo), porque las leyes naturales rigen en todos los rincones de nuestro planeta y en todos los confines de Universo, así, la filosofía de Oriente y Occidente, tienen que tener necesariamente puntos de encuentro basados en “algo” que sea común a ambas. Ese “algo” común a ellas, a todas las filosofías del mundo es Dios, la Divina Realidad, necesariamente única en cualquier rincón del Universo, aunque cada sabio la denomine con diferentes nombres.

La aventura de Marta y de María ha sido la que cualquier ser humano necesita llevar a cabo para salir de su pequeño mundo, donde prima las tareas de Marta, la forma de ver Marta las cosas y los enredos y trajines necesarios para satisfacer los niveles básicos de Maslow para, poco a poco, año a año, poder avanzar, primero en esa intuición de que “algo más hay ahí fuera, pero sobre todo aquí dentro”, y segundo en esa necesaria expansión de la consciencia, en ese despertar de María, para poder experimentar la Presencia de la Divina Realidad en nuestra vida.

La forma tradicional de llevar a cabo este proceso ha sido mediante la religión (la que re-liga al hombre con Dios), pero a lo largo de la segunda mitad del Siglo XX se han abierto otros canales de aproximación a la Divina Realidad, sobre la base de esa Filosofía Perenne, que de un modo inconsciente se ha venido conformando durante milenios, sin que hubiera ningún sabio que la enarbolara como tal, pero que entre todos los grandes sabios y hombres y mujeres de Dios que en el mundo han sido, han levantado la arquitectura de lo que podemos considerar uno de los mayores logros de la Humanidad, que no es otra cosa que llegar a ser consciente de Dios, de la Divina Realidad.

Sólo aquellos que son capaces de quitarle el envoltorio al caramelo existencial, llegar a Finisterre; reconocer que, como medio para conocer el caramelo, ha sido esencial la vivencia religiosa, pero que llegado a esa expansión consciencial, el camino que queda es la travesía oceánica, están en disposición de comprender la Divina base en la que se sustenta la Filosofía perenne.

Este es el desafío, tratar de conceptualizar todo aquello que nos une, de tal modo, que sepamos intuir la “no dualidad”.

No se trata, en mi opinión, de convertirnos en unos expertos en la teoría de las religiones como Mircea Elíade, o en conocer en profundidad los principios de budismo, del zen, del hinduismo, el sufismo o el cristianismo; no se trata de convertirnos en enciclopedias andantes en todos estos temas. Simplemente se trata de aceptar la “no dualidad”, que más allá de las apariencias, en esencia, Todo es Uno, lo que de una forma o de otra, todos los grandes sabios y maestros espirituales han expresado, aunque no obstante, han sido Jesús de Nazareth y Sánkara, los que, a mi juicio, mejor y más claro dejaron este hecho.

De Jesús, nada más tengo que decir que no haya dicho ya, pero sí quiero referirme a Adi Sánkara (788-820AD), maestro hindú, expositor de la doctrina advaita vedanta, las últimas vedas centradas en la no dualidad. Vivió en una época en el que el hinduismo era un completo caos. Secta tras secta, aparecían y se expandían por doquier. El número de religiones creció hasta llegar a alcanzar la asombrosa cifra de setenta y dos (la verdad une, la mentira separa). La lucha entre sectas hizo acto de aparición. No había paz en ninguna parte. Como sucedió en su tiempo con Buda, Sánkara llegó en el momento justo de poner orden en todo aquel desastre, y consolidó lo que podemos denominar la versión definitiva del hinduismo, el vedanta advaita.

La Filosofía perenne le debe su fundamento a la síntesis del cristianismo, el budismo zen, el sufismo y el vedanta advaita. Aceptar este hecho supone que cada cual, cada tribu, cada pueblo o cada nación siga su camino desde su cultura y el sueño de su pequeño planeta, pero siendo conscientes de que sus peculiaridades son fruto de tradiciones y culturas milenarias, pero que ello no impide que nos sintamos unidos todos los seres humanos en aquello fundamental que nos une.

El espíritu de Asís

Hace treinta y cinco años, en 1986, Juan Pablo II sorprendió al mundo al convocar la Primera Conferencia Interreligiosa del mundo en Asís, Italia. La base de la idea del Papa era que las tradiciones religiosas del mundo disponían de “profundos recursos” con que abordar los conflictos internacionales. Uno de ellos era su compromiso con la oración”. El Papa dio la consigna: “no rezar juntos sino estar juntos para rezar”. No podía ser una oración conjunta universal sino que se debía “encontrar una fórmula para que cada cual pueda rezar a su manera y reunirse luego con los otros”, pero siendo conscientes de que lo que nos une es muchísimo más que lo que nos separa. En 2002, el teólogo portugués Joao Souto, hacía esta pregunta: ¿Sigue vivo el espíritu de Asís? La hacía, supongo, por los malos resultados que había conseguido la iniciativa con relación al motivo fundamental, orar por la paz del mundo, tras la Guerra de los Balcanes, el 11S, Afganistán  y demás conflictos enquistados por la faz de la Tierra.

La pregunta se basaba en cuatro cuestiones fundamentales a saber:

1.- ¿Podemos hablar? 2.- ¿Podemos trabajar juntos? 3.- ¿Creemos en Dios? 4.- ¿Podemos unirnos en una sola fe?  La respuesta a las tres primeras preguntas es “sí”. A la cuarta es radicalmente “no”. La razón no es otra que, lo que nos une es la Humanidad (hablar y trabajar juntos), en torno a Dios, pero lo que nos separa es la religión. Por lo tanto la religión no es un motivo de unión, que sí lo es la naturaleza humana y Dios, sino de separación, porque como refleja la foto conmemorativa del encuentro, al ver a los líderes religiosos reunidos 


para rezar, lo que les separaba y les separa, es el envoltorio del caramelo, no Dios que, como reza el sabio proverbio veda “Uno sólo existe, que los sabios llaman con diferentes nombres”.

Es decir, Dios une, pero el poder de cada uno de los líderes religiosos es lo que nos separa.

Tal parece que “todos estos” de la foto, tiene pinta de que se quedaron en Finisterre, pero no han sabido dar el paso definitivo, montarse en la barca y aventurarse en el Océano de Dios, porque si lo hubieran hecho, se habrían deshecho de sus correspondientes envoltorios, para mostrar el caramelo, que no es otro que la simple y desnuda “naturaleza humana”. Los ejércitos visten también de uniforme para saber diferenciar en el campo de batalla al amigo del enemigo… a los míos de los otros.

Un católico y un budista, el uno con sotana y el otro con kasaya azafrán, aparentan ser diferentes, sin embargo vistos completamente desnudos, son exactamente iguales, salvo sus rasgos morfológicos, ambos tienen los mismos órganos y músculos en sus cuerpos.

Pues ese es el caramelo, el ser humano desnudo, si sabemos ver en él, en ese cuerpo desnudo, la misma esencia de la Divida Realidad.

Este es el fundamento de la Filosofía perenne.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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