Una de las preguntas que nos hemos hecho todos en algún momento de
la vida ha sido
“¿qué hago yo
aquí?”
Porque si uno lo piensa, desde un punto de vista básicamente
material, ante la mera observación de los seres vivos, cada criatura que nace,
su misión fundamental es crecer, multiplicarse y extender su prole por la mayor
extensión de territorio posible, lo cual se ve limitado porque el resto de
seres vivos que pretenden lo mismo, entra en competencia tipo “modelo de Lotska
y Volterra”, hasta que en su conjunto, el ecosistema llega a un clímax de
estabilidad que es lo que hace que la visión de la Naturaleza impresione, a la
vez, de bella pero también salvaje.
Y ya está, porque tras el pleno desarrollo de los individuos viene
su involución, su envejecimiento y finalmente su muerte. Y tras la muerte, se
descompone el cuerpo que regresa a la tierra para convertirse en nutriente de
las plantas de alrededor y así volver al principio y cerrarse así el ciclo de
la vida.
Todo eso es lo que ha maravillado al ser humano desde que es capaz
de pensar. Pero si uno se mete en
mayores profundidades, casi ya filosóficas, ve que el horizonte temporal de la
vida desde sus orígenes, al menos en La Tierra, hace 3.500 millones de años, se
ha proyectado hacia una evolución biológica que partiendo de las primitivas
micelas orgánicas ha ido desarrollándose en todos los escalones evolutivos,
cuya descripción sirve para todo un tratado de Biología, que comenzó a escribir
Charles Darwin durante su épico viaje del Beagle entre 1831 y 1836 (sin
olvidarnos de Lamarck que ya apuntó esta teoría cuando Darwin apenas era un
proyecto en 1809, año en que nació; lo que pasa es que a Lamarck nadie le hizo
ni caso. Y Alfred R. Wallace, que llegó a la misma conclusión que Darwin, pero
le pilló en el otro extremo del mundo, en Australia y tampoco nadie le hizo
caso. Darwin estaba en la City).
Así que, el sentido de la vida natural es el desarrollo de las
especies, lo que Asimov denominaba “la épica marcha de los philos”,
hasta llegar al ser humano, al Hombre, que básicamente recibe de Dios el mismo
mandato “creced y multiplicaos y, dominad la tierra”. Es lo que hemos
hecho, crecer, multiplicarnos y dominar la tierra. Lo que pasa es que nos hemos
pasado de frenada y nos hemos pasado siete pueblos en multiplicación, mucho más
allá de lo que da de sí la pobre Tierra, a la que hemos querido dominar y
someter hasta convertirla en nuestra esclava. Por eso se resiste y protesta de
la forma que lo está haciendo.
Este tipo de reflexión no viene en el catecismo, ni en las
doctrinas religiosas, porque viene a contrapelo respecto de lo que es el
horizonte temporal del ser humano para las religiones, que no es otra cosa que
portarnos bien aquí, para tener nuestro salvoconducto a la otra vida, donde
todos viviremos de fábula en presencia del Creador.
Pero realmente, creo que una reflexión sobre nuestro papel en este
mundo, en la vida, es importante, más allá del mandato bíblico de Génesis 1,
20.
Porque con la llegada de la inteligencia consciente, la cosa no ha
mejorado respecto de cuando la vida se regía bajo la inteligencia (llamémosla
inconsciente o inercial) de los seres vivos. Porque fue cuando el primer ser
vivo se hizo consciente y se preguntó sobre sí mismo, la clásica pregunta sobre
qué hago yo aquí, que la cosa se torció y el Plan de Dios se empezó a venir
abajo, sobre la base del puñetero demonio y el pecado original y todas esas
cosas.
Fue el origen del “yo” y su pregunta “qué hago aquí”, lo que torció
todo el invento de la Creación. Echarle la culpa al demonio y a la tonta de Eva
que se creyó lo de la manzana, en el fondo es como explicarles a los niños que
los bebés vienen de París, traídos en el pico de una cigüeña. Pero el mito ha
calado tanto, que está en la base y los cimientos de las principales
religiones, especialmente las tres del Libro, porque tanto el judaísmo, como el
islam y el cristianismo, parten de la maldición de Eva.
En Oriente la cosa no es tan radical. Según el budismo, el bien y el mal son
aspectos diferentes, pero naturales, propios e inseparables de la vida; de
acuerdo con lo cual, no se puede catalogar a ningún individuo ni grupo de
individuos meramente como “buenos” o “malos”. Todo ser humano es capaz de
actuar con suprema nobleza, así como también, con maldad. De acuerdo con el
budismo, el bien y el mal no son cualidades absolutas, sino relativas. Un acto
puede ser malo o bueno según el impacto que cause, en uno como en otros, por lo
que no puede ser medido por reglas de conducta abstractas. Podría decirse que
un individuo obra mal cuando actúa con egoísmo, es incapaz de comprender las
conexiones que entrelazan a las personas, alberga la intención de lograr un beneficio
propio a expensas del perjuicio de otros, o considera que la vida es algo
desechable y no un fin preciado en sí. El bien, por el contrario, es lo que
genera y enriquece las conexiones humanas, lo que recupera y restaura las
relaciones de la sociedad humana.
Es aquello
de la teoría del error, que se comete cuando en un proceso de aprendizaje, el
individuo no consigue alcanzar los fines de la acción, pudiendo provocar con su
error daños a terceros. Esto es un error, hay culpa, pero no hay “dolo”, concepto
jurídico que se refiere al “engaño, fraude o simulación llevados a cabo
maliciosamente con la intención de dañar a alguien”. La acción
pasa de ser un error, para convertirse en culpa, en acción mala.
Así que el advenimiento del ser humano supone el hecho de, cuando
la inteligencia natural, inercial, es capaz de ser consciente de hacer el bien
o hacer el mal.
Así que la clave del ser humano es la consciencia, ser consciente,
darse cuenta de y caer en la cuenta de… “para qué estamos aquí”.
La pirámide de Maslow
Maslow describe en su famosa
pirámide la estructura básica de la motivación humana, lo que mueve al hombre a
vivir y desarrollar su vida en este mundo. Todo comienza con hacer exactamente
lo mismo que hacen los demás seres vivos, los animales, es decir, satisfacer
las necesidades biológicas en esa constante lucha contra el caos y la muerte.
Así que lo primero a cubrir es la necesidad de respirar, ya que no podemos
pasar más de (habitualmente) treinta segundos sin aspirar aire. Después beber,
pues no podemos pasar un solo día sin reponer agua y electrolitos. Después
comer, pues tras unos cuantos días, todo comenzará a complicarse.
Luego viene, de haber podido
sobrevivir, a la búsqueda de la seguridad, ya que, en relación con la
meteorología y los ciclos de día y noche, necesitamos buscarnos abrigo, tanto
de ropa como de albergue. Lo de la ropa nos viene de haber perdido el pelaje de
los animales. Y lo del albergue viene por protegernos de los meteoros, del frio
o del calor. Pero también, protegernos de las amenazas, ya que otros congéneres
competirán con nosotros por los mismos recursos para sobrevivir; incluso
nosotros podemos ser el recurso que ellos necesitan.
Y, por último, para cumplir
el mandato bíblico, viene el creced y multiplicaos, esto es, la necesidad de
procrear y, con ello, la atracción sexual y el instinto de protección de la
prole. Todo ello, muy salvaje, casi sin distinción entre nosotros y los
animales.
Pero más allá de la
satisfacción de estos tres niveles de necesidades básicas, Maslow coloca en el
cuarto nivel algo que, también desde los niveles animales supone una necesidad
a cubrir, el reconocimiento de los demás. Es también una constante en los
animales, especialmente en los mamíferos, donde el concepto “macho alpha” lo
tenemos muy asumidos y, en algunos casos llega a ser patológico, de modo que
esa tendencia natural a sentirnos valorados por los demás, es consustancial.
Nos agrada y hasta necesitamos ser válidos y vivir en pertenencia con el grupo
y, aunque sólo sea en un “primus inter pares”, ser reconocidos por
nuestros valores puede convertirse de un deseo natural a una auténtica
obsesión. Se podría decir que el reconocimiento está en la tenue línea que
separa la vida animal de la vida consciencial. Nótese que no hablo de vida
animal y vida inteligente, porque científicamente está demostrado que la
inteligencia es una cualidad de los seres vivos, en la medida en que es la
cualidad de saber defenderse de las amenazas y aprovechar las oportunidades
para sobrevivir. Hablo de vida animal y vida consciencial, en el sentido de
referirnos a seres conscientes que son capaces de tomar consciencia de ellos
mismos frente al mundo que les rodea, cosa que, de momento, parece exclusiva
del ser humano (aunque yo no estoy tan seguro). En la evolución tecnológica,
sabemos de la existencia de “inteligencia artificial”. El problema vendrá
cuando esa artificial inteligencia alcance el grado de “consciencia
artificial”; y parece que estamos en ello, persiguiendo ese momento que se ha
denominado “punto de singularidad”.
En la vida no consciente,
los errores con efectos negativos en terceros no tienen dolo, porque no hay
intencionalidad. En la vida consciente, porque lo es (consciente), sí existe
intencionalidad. Y es la intencionalidad la que transforma la voluntad en amor,
si se persigue el bien común o en odio, si prevalece el egoísmo.
Y llegamos a la cumbre de la
Pirámide, la autorrealización, o según Maslow,
“la necesidad que tiene la persona de convertirse
en lo que es capaz de ser”
Es la cumbre donde el ser
humano es capaz de intuir que hay algo más de lo que sucede en este mundo. Y
por ello “aspira”, que de ahí viene el término “espíritu”. Maslow, que era un
humanista, reconocía ese deseo innato de aspirar a algo más allá de las cosas,
a tener esa intuición de que la vida consciente no tiene demasiado sentido si
de lo que se trata es de hacer lo mismo que hacen el resto de los animales, es
decir, cubrir los cuatro niveles inferiores de la Pirámide. Porque para cubrir
esas cuatro necesidades, no hacen falta las alforjas que nos han sido dadas.
Ningún animal vive (que sepamos) el drama psicológico y espiritual de no
encontrar respuesta al “qué hago yo aquí”. Porque esta pregunta es la que se
hace un ser vivo que sea consciente de sí mismo, como una entidad individual,
un “yo” frente a todo lo que me rodea.
Aprendiendo a ser
Es la aparición del “yo”
como entidad, lo que supone el problema, la toma de consciencia de “yo mismo”,
de verme aquí sin saber por qué, pero atareado desde cuando sale el Sol hasta
el ocaso en conseguir satisfacer los tres primeros niveles de la Pirámide, a
riesgo de la propia vida y de la de mi descendencia. Así que lo más probable es
que a falta de otras motivaciones, el “yo” se pase la vida tratando de comer,
de protegerse del frío y de las amenazas y, a ser posible, de engendrar prole,
por aquello del “gen egoísta”, esa curiosa reflexión que expuso Richard
Dawkins en su libro en 1976, por la que, aquí, el que manda es el gen, que es
el que sobrevive, usando a los individuos como simples eslabones para
perpetuarse generación tras generación. Es decir, un asunto de pura física, de
pura supervivencia.
Pero un ser consciente
enredado en asuntos meramente animales, le pasa lo que al diablo, que cuando no
tiene otra cosa que hacer, con el rabo mata moscas, es decir, todo el pedazo de
cerebro inteligente y consciente que tenemos, ocupado simplemente en
sobrevivir, es como utilizarlo solamente en un 5% de su capacidad, que eso dice
que es a lo que tenemos desarrollado nuestro cerebro.
Así que todas aquellas
personas que, lamentablemente, sólo aspiran a lo sumo a satisfacer sus
necesidades básicas, sexuales y de reconocimiento de los demás, a ese mirarse
al espejo y pensar “pero qué guapo y qué listo soy”, tratando que los
demás le reconozcan su guapura y su listeza y, con esas aspiraciones tratar
hasta de llegar a ser presidente, son personas raquíticas como tales personas,
como tales seres conscienciales, ampliamente infrautilizados y aburridos. Y
porque se infrautilizan y se aburren, con el rabo matan moscas, haciendo daño a
los demás mediante su egoísmo superlativo.
O dicho de otro modo,
aquellas personas que creen que no hay más cera que la que arden, que sólo
existe lo que existe en el mundo físico, lamentablemente son seres
consciencialmente raquíticos, sin más aspiración que satisfacer las mismas
necesidades que pueda tener un lobo macho alfa.
Si alguien quiere atribuir
al demonio este desaguisado de vida, que lo haga, pero en el fondo, la
narrativa expuesta basada en Maslow, puede explicar perfectamente la razón de
por qué estamos aquí, para aprender a ser.
Marta y María
Por si no os habéis dado cuenta, lo que acabo de describir
es la historia de Marta y de María, siendo Marta, la mente que toma consciencia
de sí misma desde el minuto uno de su existencia y se pregunta qué hace aquí,
mientras que María es el alma dormida que nace de modo embrionario y que lleva
la friolera de cien mil años (por poner una cifra redonda en relación con el
tiempo transcurrido desde que el Hombre apareció en La Tierra) evolucionando en
esa entidad individual y colectiva que denominamos Humanidad.
Parece, por tanto, que la respuesta a ese “qué hago yo
aquí”, puede que no sea otra que la de “aprender a ser” alma consciente de sí
misma, ese ser humano capaz de saltar del cuarto nivel de Maslow al quinto, de
autorrealización, basado en el Encuentro con el Creador. Es decir, que más allá
de mitologías y aspiraciones humanas, la punta de la Pirámide supone el
descubrimiento de la vida transcendente y con ello, el encuentro del Hombre con
la Divina Realidad.
Filosofía perenne
Más allá de todos los sistemas de pensamientos y de todas las
religiones, la idea global y universal sobre la que gravita el encuentro del
ser humano con la Divida Realidad, recibe el nombre de Filosofía perenne. Es el
máximo factor común de todas las culturas, las que hace posible su unificación,
más allá de las diferencias culturales y sociales.
Acuñada por el filósofo alemán Gottfried Leibniz (1646-1716), la Filosofía perenne es un término metafísico que reconoce una
Divina Realidad en el mundo de las cosas, vidas y mentes. En el campo de la
Psicología, esa divina Realidad se encuentra en el alma. Para la Ética, pone la
última finalidad del hombre en el conocimiento de la Base inmanente y
trascendente de todo ser.
Los rudimentos de la Filosofía perenne se encuentran en las tradiciones de todos los
pueblos y culturas del Mundo, tanto primitivos como plenamente desarrollados y
religiones superiores.
Se puede encontrar la primera versión de este Máximo Factor Común
hace veinticinco siglos, en los grandes pensadores de la Era Axial (ver capítulo 4 de esta serie, Una historia
de amor). La Filosofía perenne se ocupa de una realidad divina inherente al
múltiple mundo de las cosas. Y esta Realidad sólo puede ser aprehendida por los
puros de corazón y pobres de espíritu.
En la India hay dos tipos de textos, los “shruti” o textos directos, inspirados de primera mano
y los “smriti”, que se basan en los
shruti, y extraen de ellos la autoridad y el contenido.
Los shruti son los libros sagrados, que por incrustadas sus
lecturas en las liturgias, terminan creando respeto insensible a los que
asisten a los ritos. La Filosofía perenne trata de evitar estos libros, porque
mediatizan hacia una determinada religión.
Los smriti son textos escritos por santos, que tienen la virtud de
la vivencia personal, y son en ellos en los que Huxley basa la antología.
Los teólogos han tratado de crear una teología empírica, de la
experiencia, pero han fracasado, porque ha sido, a la postre, escrita no por
los protagonistas que han vivido esa experiencia, sino por teólogos de
profesión. La Filosofía perenne, vivida, puesta en
práctica, mediante la ascesis y la mística se convierte en sabiduría perenne,
patrimonio común de toda la Humanidad, que trasciende por derecho propio
cualquier ideología o religión.
La narrativa que he utilizado hasta este momento, desde
el principio de estos capítulos, puede que a algunos, sobre todos los que no
han pasado del cuarto nivel de Maslow, les suene a religión, pero en realidad,
aunque haya mencionado innumerables veces a Jesús de Nazareth, pero si acaso el
Camino de Santiago hasta Compostela puede tener un mascado símbolo cristiano o
católico, la aventura de Marta y de María es simplemente universal. Otra cosa
es que cada uno, dependiendo de la fe de sus padres o de la ausencia de fe, se
vea tentado a recorrerlo según sus propias creencias o intuiciones. Pero el
recorrido descrito, que es el inevitable recorrido que da sentido a la vida del
ser humano en este mundo, no puede ser otro que el aprendizaje del Ser que
somos.
Salimos de una evolución de seres biológicos e
inteligentes, con inteligencia inercial, para convertirnos en seres biológicos
con inteligencia consciencial y es esa evolución de la consciencia el
aprendizaje del Ser que somos y que hemos de descubrir a lo largo de toda nuestra/s
vida/s.
Para
esto estamos aquí, para pasar de ser a Ser.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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