El ataque japonés a la
base naval norteamericana de Pearl Harbor (Hawai), el 7 de diciembre de 1941,
que significó la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, fue una
ofensiva militar sorpresa efectuada por la Armada Imperial nipona destinada a
neutralizar el poder de la Flota de los Estados Unidos en las aguas del
Pacífico y garantizar así la esfera de influencia de Japón en el sureste
asiático. La base naval fue bombardeada por 353 aeronaves japonesas, que
incluían cazas de combate, bombarderos y torpederos que despegaron de seis
portaaviones, entregando un saldo final de cuatro acorazados norteamericanos
hundidos y 188 aviones destruidos, además de severos daños en otros cuatro
acorazados, tres cruceros, tres destructores, un buque escuela y un minador. En
total murieron 2.403 estadounidenses y otros 1178 resultaron heridos de diversa
consideración.
El ataque a Pearl Harbor conmocionó profundamente al pueblo
estadounidense y provocó directamente la entrada de los Estados Unidos en la
Segunda Guerra Mundial, tanto en los teatros de guerra de Europa como del
Pacífico. Al día siguiente del ataque, el 8 de diciembre, los Estados Unidos
(cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt calificó el ataque del 7 de
diciembre como “una fecha que vivirá en la infamia”), le declararon la guerra
al Imperio del Japón, y el apoyo interno en Norteamérica a la no intervención
en el conflicto mundial, que había sido fuerte, desapareció de golpe, mientras
que la asistencia clandestina al Reino Unido fue remplazada por una alianza
plena. Consecuentemente, la Alemania Nazi y la Italia Fascista le declararon la
guerra a los Estados Unidos el 11 de diciembre, en respuesta a las operaciones
puestas en marcha en contra de la potencia asiática del eje, con lo que la
guerra se volvió mundial.
Desde aquel 7 de diciembre de 1941 se ha especulado mucho si el
ataque a Pearl Harbour fue una sorpresa o, por el contrario, los americanos
tendieron una trampa a los japoneses para que estos entraran en una guerra que
los norteamericanos estaban seguros de poder ganar. Así la opinión pública de
los Estados Unidos, antibelicista en su mayoría, se decantaría contra el “Eje”.
¿Sabía el presidente Roosevelt de la inminencia del ataque de antemano? ¿Hubo
una maniobra del gobierno de Estados Unidos para encubrir la verdad?
Por lo pronto, se sabe que el 7 de noviembre de 1941, un mes antes
del ataque, el gabinete de Roosevelt discutió la posibilidad de si los Estados Unidos
estaban en condiciones de hacerle la guerra al Japón. El presidente preguntó el
parecer de la opinión pública, y Cordell Hull, uno de sus secretarios de
Estado, le contestó que los ciudadanos tenían poca comprensión por los asuntos
exteriores y que el Congreso sólo se decidiría por una declaración de guerra
después de muchos meses de discusión. Así, Roosevelt se encontraba, al igual
que ante una potencial intervención armada en Europa, atado de manos ante las
barreras constitucionales. No podía tomar la ofensiva, por lo que era necesario
que el adversario lo hiciera. Por otra parte, todas las posibilidades de
intervenir en los acontecimientos mundiales sin hacer entrar en combate a las
fuerzas armadas americanas, habían sido agotadas. No existía ningún medio de
presión y la política exterior estadounidense había quedado en los hechos
totalmente estancada.
En cuanto al hecho mismo de si el gobierno de Roosevelt estaba
enterado del inminente ataque japonés a Pearl Harbor, existen interesantes
datos para tomar en cuenta. Los servicios de inteligencia australianos, días
antes del ataque, sorprendieron a un grupo de portaaviones de la Flota Japonesa
en dirección a Hawai, por lo que enviaron a Washington la información de lo
ocurrido. Pero, al parecer, Roosevelt la ignoró tomándola por un rumor de
intereses políticos difundido por los Republicanos.
Según consta en varios archivos históricos, el 6 de diciembre de
1941 el presidente Roosevelt recibió un mensaje interceptado por la Marina de
los EE.UU, enviado desde Tokio a una de las embajadas japonesas en Washington y
que estaba cifrado en el código diplomático de alto nivel japonés. Una vez
leído el mensaje, que declaraba la intención de Japón de poner fin a las
relaciones con los EE.UU., Roosevelt habría afirmado: “Esto significa guerra”.
El contenido de la transmisión también fue conocido por los generales George
Marschall y Leonard Gerow y los almirantes Harold Stark y Richmond Kelly
Turner, altos rangos militares en Washington, y los únicos autorizados para revelar
ese tipo de información confidencial a sus subordinados que se encontraban en
los potenciales escenarios de guerra.
Sin embargo, esta crucial información jamás llegó a oídos de los
uniformados que realmente necesitaban saberlo: el Almirante Husband E. Kimmel,
comandante en jefe de la Flota de los EE.UU. en el Pacífico, en Pearl Harbor
(Hawai), y el Teniente General Walter Short. Hasta el militar más ingenuo sabía
que en caso de que los japoneses atacaran en el Pacífico, el objetivo natural
sería la base naval de Pearl Harbor. Al amanecer de la mañana siguiente todos
los temores se volverían realidad: los japoneses atacaron Pearl Harbor en un
supuesto ataque sorpresa. Kimmel y Short no recibirían el mensaje descifrado de
la declaración de guerra hasta por la mañana, cuando el ataque ya había
comenzado en el Pacífico.
Posteriormente, los comandantes en jefe del Ejército y la Marina de
los EE.UU., Marshall y Stark respectivamente, declararían después que el
mensaje no se les había enviado a Kimmel y a Short, que después serían
destituidos de sus puestos y serían crucificados por la opinión pública
americana, porque la cantidad de transmisiones diplomáticas interceptadas por
los mandos en Hawai era tan grande que una más no serviría sino para
confundirles. Las investigaciones internas llevadas a cabo por el Ejército y la
Marina durante las últimas semanas de 1941 y las primeras de 1942 concluyeron
en todo caso que Stark y Marshall habían faltado a su deber al no informar a
los mandos en Hawai. Dichas conclusiones, por cierto, fueron ocultadas a la
opinión pública.
Posteriormente
tanto Marshall como Stark testificarían que no recordaban dónde se encontraban
la noche que se recibió la declaración de guerra. Más tarde, un amigo íntimo de
Frank Knox, Secretario de la Marina de los EE.UU., revelaría que Knox, Marshall
y Stark habían pasado la mayor parte de la noche del 6 de diciembre de 1941 con
el presidente Roosevelt en la Casa Blanca, aguardando el bombardeo de Pearl
Harbor y la consecuente oportunidad de EE.UU. para entrar en la Segunda Guerra
Mundial.
Para hacer aún más confusa la situación, los mandos americanos en
Pearl Harbor también ocultaron o ignoraron numerosas advertencias sobre un
inminente ataque. La más importante fue una transmisión diplomática que se
interceptó, enviada a través de un falso boletín meteorológico de una estación
de radio de onda corta japonesa, que decía “higashi no kaze ame”, que significa
“viento del Este, lluvia”. Los estadounidenses ya sabían que éste era el código
utilizado por los japoneses para referirse a la guerra con EE.UU. y a un
inminente ataque, pero los altos mandos del Ejército negaron la existencia del
mensaje, aunque posteriormente éste sería recuperado.
Pero ¿Por qué
Roosevelt y los altos mandos sacrificarían a parte de la Flota de los EE.UU. en
el Pacífico y a los miles de soldados que allí se encontraban? Algunos postulan
que la decisión había sido tomada mucho antes de Pearl Harbor: la guerra contra
las potencias del Eje Berlín-Roma-Tokio era vista como ineludible, y sólo un
ataque contra territorio americano podría convencer a la opinión pública de
entrar a la guerra.
El contraalmirante Robert Theobald, quien se encontraba al mando de
uno de los destructores en Pearl Harbor, escribiría después que “la solución del
presidente Roosevelt se basó en el simple hecho de que para protagonizar una
pelea, hacen falta dos, pero uno de esos dos tiene que empezarla”. El
historiador John Toland, en tanto, aseguró que “ese puñado de hombres,
venerados y honrados por millones de personas, se convencieron a sí mismos de
que era necesario faltar al honor por el bien de la nación y provocaron la
guerra que Japón había tratado de evitar”. El vicealmirante Frank Beatty,
ayudante del entonces secretario de la marina Frank Knox, explicaría que “antes
del 7 de diciembre tuve muy claro que estábamos empujando a Japón hacia una
esquina. Yo creía que el deseo del presidente Roosevelt y el del primer
ministro Churchill era de que entrásemos en la guerra, ya que ellos creían que
los aliados no podían ganar sin nosotros y que todos nuestros esfuerzos para
que los alemanes nos declararan la guerra habían fallado. Las condiciones que
impusimos a Japón, como el embargo que les impusimos para que salieran de
China, por ejemplo, eran tan severas que sabíamos que no podrían aceptarlas.
Los estábamos forzando tan severamente que deberíamos saber que reaccionarían
contra los Estados Unidos. Todos sus preparativos militares apuntaban en esa
dirección”.
Sin embargo,
otros autores han preferido desmentir de plano tales versiones. El historiador
militar Daniel Martínez, quien trabaja para el Monumento Nacional Pearl Harbor
en Hawai, aseguró que “esta historia es sólo un mito y es el tipo de teoría
conspirativa inventada para vender libros. Roosevelt quería ir a la guerra
contra Alemania y lo último que necesitaba era una guerra en dos frentes. En la
víspera del ataque a Pearl Harbor, Roosevelt le escribió al emperador Hirohito
de Japón en un intento desesperado por evitar un conflicto militar con Tokio.
Aunque los servicios de inteligencia en Washington sabían que un conflicto con
Tokio era inminente, no había indicios de que la base naval de Hawai se
convertiría en el primer objetivo. Muchos estadounidenses creían que las bases
militares estadounidenses en Filipinas eran un objetivo mucho más probable para
los japoneses. Nuestra vigilancia era por entonces muy rudimentaria y Estados
Unidos también estaba cegado por su sentido de superioridad. Había una
sensación de que los japoneses no podían ser capaces de hacer algo así. Los
veíamos como inferiores, militar e incluso racialmente. Lo único irrebatible es
que la entrada de Estados Unidos en el escenario bélico cambió totalmente el
curso de la Segunda Guerra Mundial”.
Hoy, a de 78 años del ataque japonés a Pearl Harbor, la mayoría de
los historiadores creen que, si bien el presidente Franklin Roosevelt y los
altos mandos militares norteamericanos eran conscientes de la probabilidad de
un ataque japonés, no sabían con exactitud el cuándo y el dónde éste se produciría.
Visto lo visto, sigamos con más aspectos. Los hechos y las
decisiones que llevaron a que el bombardeo japonés sobre Pearl
Harbor fuese
inevitable son todavía materia de discusión. No solo por la voluntad japonesa,
sino por la estadounidense: lejos todavía de la verdad absoluta, hay
historiadores que defienden que
Franklin D. Roosevelt necesitaba de una agresión japonesa para empujar a un Congreso aislacionista a la guerra. Pero hubo momentos, y protagonistas de esos momentos, que
guiaron el conflicto entre japoneses y estadounidenses hacia la diplomacia. Y
también hacia la guerra. Son nombres propios que, en alguna medida, no pudieron
–o no quisieron- evitar el ataque.
La primera víctima, en este caso política, de Pearl Harbor fue Fumimaro Konoe, primer ministro
japonés en dos etapas (1937-39 y 1940-41). Konoe fue, en 1937, la solución
política al aumento de ascendencia de los militares en el gobierno japonés, que
había llevado a la expansión militar del Imperio por el Asia continental. Su
fracaso en las negociaciones de paz con China le llevó a salir del gobierno,
pero retornó apenas un año más tarde. Pese a que, lentamente, se había
convertido en un militarista moderado, trató que la diplomacia fuese la
herramienta principal de Japón.
Eso le llevó a firmar, el
13 de abril de 1941 el Pacto de Neutralidad entre Japón y la URSS, necesario
toda vez que, también bajo el mando de Konoe, Japón se había sumado al eje
Berlín-Roma un año antes. Cuando Estados Unidos sancionó comercialmente a Japón
tras la invasión Indochina, en julio de 1941, Konoe trató de reconducir la
situación por la negociación, aunque las principales voces de la Armada
japonesa hablaban abiertamente de una solución militar. En octubre del 41, ante
la imposibilidad de cerrar un acuerdo satisfactorio para Japón y superado por
la presión del ejército, Konoe dimitió de su cargo. La diplomacia solo le
sobreviviría 40 días, hasta el 26 de noviembre de 1941. El mismo día en que se
rompían las negociaciones que inició el primer ministro dimitido, la flota
japonesa partía hacia Pearl Harbor.
Aunque el primer ministro
japonés el 7 de diciembre de 1941 y durante gran parte del conflicto fuera
Hideki Tojo, ministro de Guerra en el gabinete de Konoe, el gran impulsor del
ataque por sorpresa fue Isoroku
Yamamoto. Almirante de la Armada Imperial japonesa, fue el primero en
pensar en Pearl Harbor como objetivo. Lo hizo tan pronto como en 1940, tras la
firma del Pacto Tripartito por parte de Tokio, y ante el convencimiento de que
la única forma de derrotar a EE.UU. sería atacando primero. La idea de
bombardear Pearl Harbor sonaba a locura. Tanto que, cuando en enero de 1941 el
embajador estadounidense en Tokio, Joseph Grew, supo que Japón se planteaba
atacar la base lo transmitió a Washington con una nota de incredulidad. Tras
preparar durante meses el ataque –hubo que rediseñar los torpedos nipones para
que fueran eficaces en aguas de poco calado como las de Pearl Harbor- presionó
al Estado Mayor hasta que, el 20 de octubre de 1941, su plan quedó aprobado y
pendiente de aplicación. Con Tojo como primer ministro tras la dimisión de
Konoe, solo quedaba buscar la fecha adecuada para el ataque. Al contrario que
Tojo, que fue detenido y juzgado por crímenes de guerra, Yamamoto nunca fue
sometido a juicio. Estados Unidos le eliminó en 1943 en la llamada Operación
Venganza.
Pero no sólo Japón
deseaba el ataque. EE.UU. también lo deseaba, y más que nadie, con matices, Franklin D. Roosevelt. El presidente
del New Deal, en el inicio de su tercer mandato, se encontró con que el
Congreso limitaba su capacidad para entrar en la guerra que ya se desarrollaba
en Europa. Con instinto político, Roosevelt sabía que Estados Unidos no podía
permanecer aislada del mundo, a pesar de la experiencia de la Primera Guerra
Mundial y del alto precio que el entonces presidente, Woodrow Wilson, pagó por
implicarse personalmente en la resolución del conflicto. No obstante, el
Congreso le había impedido ayudar a la República española en 1938; y en la
campaña de las presidenciales del 40 se había comprometido a no enviar a
norteamericanos a guerras en el extranjero. La única opción que tenía era
permitir que Japón atacara primero. Documentos de la época –la advertencia del
embajador Grew, mensajes desencriptados que ordenaban a los diplomáticos
japoneses en Washington que se deshicieran de material y documentación, o
incluso un dibujo detallado del puerto de Pearl Harbor hecho por un cónsul
japonés- demuestran que Estados Unidos era consciente de que se preparaba un
ataque, pero no de la dimensión del mismo. Roosevelt dejó hacer con el
convencimiento de que podría soportar el golpe, y que la consecuencia de una
declaración de guerra contra Japón conllevaría una declaración de guerra por
parte de Alemania e Italia. Tras el ataque, la opinión pública estadounidense
se transformó, y pasó del aislacionismo a la beligerancia. Paradójicamente,
quizá Pearl Harbor fue la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial ganada
por el equivalente japonés a Roosevelt.
El equivalente japonés a
Roosevelt fue Hideki Tojo,
ministro antes que primer ministro (1941-1944) y responsable del grado
ascendente de la militarización de Japón. El ascenso de Tojo en la década de
los años 30, ya como general, le condujo al ministerio de Guerra, donde su
influencia sobre el emperador Hirohito acabó siendo mayor que la del primer
ministro Konoe, al que reemplazó. La exhibición de fuerza nipona en Manchukuo,
de la que fue responsable, le llevó a repetir la experiencia no solo en Pearl
Harbor, sino en las conquistas subsiguientes: Hong Kong, Singapur, Birmania o
las Filipinas. Su estrella se truncó tras la Batalla del Midway, un desastre
para Japón, que perdió cuatro de los seis portaaviones que participaron en
Pearl Harbor. Los siguientes dos años fueron un goteo de derrotas para Japón en
una guerra lenta y pesada condicionada por la extensión del Pacífico. El
fracaso le llevó a dimitir en 1944. Tras la rendición nipona, en 1945, trató de
suicidarse. Fue detenido, juzgado por crímenes de guerra y ejecutado en 1948.
La revisión de la historia le ha exculpado en parte, ya que muchas de las
decisiones que se le atribuyeron correspondían en realidad a Hirohito.
Seguramente, el Japón de posguerra podría prescindir de Tojo, pero no de su
emperador.
Precisamente el desempeño
de Hirohito, emperador del
Japón, en la Segunda Guerra Mundial es un misterio, como representante que era
de una institución tan misteriosa como la Familia Real japonesa. Aunque no
llegó a ser acusado como criminal de guerra, ya que Estados Unidos consideró
que su importancia representativa en Japón como una garantía de estabilidad y
decidió sobrecargar de culpa al almirante Tojo, y estudios posteriores de la
realidad japonesa entre 1941 y 1945 han atribuido a Hirohito responsabilidades
mayores sobre decisiones militares. Fue Hirohito, por ejemplo, el que
desautorizó al primer ministro Konoe, forzando su dimisión, en los días previos
a Pearl Harbor, como fue Hirohito el que desoyó de nuevo a Konoe, en 1945,
sobre la conveniencia de poner fin a la guerra. Al término del conflicto,
Hirohito tuvo que renunciar a su condición divina y aceptar que Japón se
convirtiera en una monarquía constitucional. Formalmente, se le presentó como
una víctima de una deriva militar incontrolable. El tiempo ha demostrado que no
fue así.
En todo caso, si algo
pudo evitar Pearl Habor y sus consecuencias fue la diplomacia, al frente de la
cual, por la parte estadounidense, estaba Cordel Hull. Hull, secretario de Estado de Roosevelt, que había
entrado, a través del Senado, en la vida pública tan pronto como en 1907, era
el encargado de conducir las negociaciones de paz entre Japón y Estados Unidos
tras el bloqueo comercial de julio de 1941. En noviembre de 1941 ambas partes
parecían haber alcanzado un acuerdo, con cesiones de cada lado, que se
prolongaría por tres meses y sería renovable. El pacto, bajo el nombre de Modus
Vivendi, parecía satisfacer a Tojo, premier japonés, y a Roosevelt, a través de
Hull, su hombre de confianza. Sin embargo, todo se vino abajo en una noche,
cuando el pacto acabó transformado, por parte estadounidense, en la llamada
Nota Hull que merece un comentario aparte más adelante. Con el acuerdo roto,
Hull todavía tuvo que ver como el mismo 7 de diciembre de 1941 el embajador
japonés Nobura, aparentemente desconocedor del ataque a Pearl Harbor, le entregaba
un nuevo documento de negociació.
Aunque para Nobura la
situación ante Hull debió ser vergonzante, su equivalente diplomático en Tokio,
Joseph Grew, vivió una situación
más grave. La sensación de ser víctima del síndrome de Cassandra debió ser
inevitable aquel 7 de diciembre de 1941 –día 8 ya en Tokio- cuando supo del
ataque a Pearl Harbor. Más de diez meses antes, el 27 de enero de 1941, Grew
había enviado un mensaje a Washington DC: “Hay un rumor que sostiene que los
japoneses, en caso de romper [las negociaciones] con Estados Unidos, están
planeando un ataque sorpresa masivo en Pearl Harbor”. La advertencia de Grew
cayó en saco roto por lo imposible, aparentemente, de la operación. Pero ahí
quedó. En todo caso, la incredulidad de Grew pudo restar fuerza a la
advertencia: más preocupado por las relaciones que por la diplomacia, cuando
supo de la ruptura de las negociaciones entre EE.UU. y Japón, volvió a la
embajada con la intención de cambiarse de ropa para jugar al golf. No pudo
hacerlo: fue arrestado, junto al resto de personal diplomático, e internado
durante meses. El encierro, no obstante, fue grato: según su secretario
personal, cada mañana Grew jugaba un partido de golf, su deporte favorito.
Cuando regresó a Estados Unidos a finales de 1942 se incorporó al gabinete de
Cordel Hull, donde trató de compensar la inocencia, tal vez irresponsabilidad,
que exhibió en 1941. Grew intentó convencer al presidente Truman de que la
rendición de Japón sería posible si se garantizaba la pervivencia del emperador
y sin llegar a aplicar la propuesta del secretario de Estado Byrnes: lanzar la
bomba atómica en territorio japonés. Huelga decir que Grew fracasó, que la
bomba se lanzó dos veces y que, en efecto, Japón se rehízo conservando la
figura imperial, tal y como había vaticinado.
Abordemos ya el tema de la nota Hull y que alguien supo del ataque japonés a Pearl Harbor avisando a los EEUU y que los mismos le desoyeron. Empecemos, ¿acaso la nota Hull, es un error de traducción que consiguió destrozar la vía diplomática?
Si fue un error de traducción, fue el más dramático de la historia.
Aunque Pearl
Harbor pueda
significar el fracaso de la diplomacia a la hora de evitar una guerra, cabe
preguntarse qué es lo que hizo fracasar la diplomacia. Más de 70 años después,
la tesis de Tosh Minohara, profesor del Instituto Internacional de Estudios
Asiáticos, señala a los servicios de
contraespionaje y a los traductores
como causantes del fin de las conversaciones.
La situación en noviembre de 1941 entre Japón y Estados Unidos era
de preacuerdo. Ambas delegaciones parecían satisfechas con el pacto de Modus Vivendi, que limitaba la acción
militar nipona en Asia y acababa con las sanciones estadounidenses sobre el
comercio y acceso a materias primas de Japón. No obstante, todo aquello se
rompió la noche del 25 al 26 de noviembre de 1941, cuando Estados Unidos cambió
de postura y remitió otro documento a los negociadores japoneses: la Nota Hull. El texto, llamado así por
el secretario de Estado Cordel Hull,
no solo ignoraba las condiciones del
Modus Vivendi sino que tenía la apariencia de un punto final en la
negociación.
Según Minohara, que ha
tenido acceso a los documentos de contrainteligencia japoneses,
estadounidenses, chinos y británicos, uno de los puntos acordados en la
negociación se encontró con la resistencia del líder chino Chiang-Kai shek, que fue informado de
una condición crítica del Modus Vivendi: la aceptación por parte de EE.UU. de
la existencia de Manchukuo, algo
que China se negó a aceptar. Pero el punto crítico fue un problema meramente
lingüístico. Como recuerda Florentino Rodao en Historia y Vida, Estados
Unidos no quiso contar con traductores de inglés a japonés de origen nipón, lo
cual acabó suponiendo un problema. Cuando el 25 de noviembre la embajada
japonesa hizo llegar el documento negociador al gabinete de Hull, los
traductores confundieron una expresión japonesa que significaba “plan de compromiso final” y la
tradujeron por “propuesta absolutamente
definitiva”. Washington consideró que el documento no era de negociación, sino un ultimátum. Lo que dio lugar a su
propio ultimátum, a la Nota Hull, que conllevó el fracaso de las negociaciones
y, subsiguientemente, al bombardeo de Peral Harbor.
Las consecuencias
colaterales tras el inicio de la contienda tuvieron consecuencias,
observémoslas. Una es que la diplomacia estadounidense no confiara en
traductores de origen nipón de cara a las negociaciones con Japón y eso indica
un síntoma de la poca confianza existente en la sociedad hacia los norteamericanos de origen japonés. Esa falta de confianza se convirtió en
discriminación en 1942, tras el ataque a Pearl Harbor. Cerca de 120.000
americanos de origen asiático y japoneses residentes en EE.UU. –dos terceras
partes de los internados eran, legalmente, estadounidenses - fueron confinados
en campos de concentración,
llamados “de reubicación”
ubicados fundamentalmente en el oeste de EE.UU. El miedo al espionaje, a la resistencia interna y a posibles
altercados, sumado al contexto de la guerra, disimularon el componente
evidentemente racista de la medida. Los centros estaban rodeados de alambres de
púas y con condiciones propias de un encarcelamiento. Los “reubicados” apenas
pudieron llevarse pertenencias personales. La situación duró hasta 1944, cuando
el ideólogo de la represión, el teniente coronel DeWitt, perdió el favor de Washington. No obstante, Roosevelt no
ordenó liberar a los retenidos hasta 1945, aunque los campos no fueron
completamente desmantelados hasta 1948.
Pero hay más
consecuencias y objetivos, observemos.
“Tora! Tora! Tora!” era el
mensaje en clave que debía transmitir la aviación japonesa para certificar que
el ataque a Pearl Harbor había cogido a los estadounidenses por sorpresa. El
encargado de radiarlo fue el líder de la primera oleada de bombarderos, Mitsuo Fuchida. Tras la guerra, el
piloto japonés vivió una experiencia epifánica que le convirtió en un declarado
pacifista, lo que le permitió encontrar una nueva vida, y le convirtió de paso
en la principal fuente de la versión japonesa del ataque. De hecho, asesoró a
los guionistas de la película “Tora! Tora! Tora!, en la que fue
retratado en el momento en el que –contó- exigió al almirante Yamamoto una tercera oleada de ataque
sobre Pearl Habor, sin que Yamamoto le hiciera caso. Años después de su muerte,
ocurrida en 1976, el papel de Fuchida fue puesto en duda. Desde 1971 se habían
encontrado divergencias entre su relato de la Batalla del Midway, en la que participó, y lo que realmente
sucedió. Algunos historiadores estadounidenses han concluido recientemente que
el aviador exageró su participación y responsabilidades en Pearl Harbor. Entre
ellas, han descartado por imposible la discusión entre Fuchida y Yamamoto, que
solo queda como verdad en la ficción.
La declaración de guerra
de EE.UU. a Japón tenía el evidente objetivo de impedir la expansión nipona en
el Pacífico, pero dentro de ese objetivo había puntos de obligado paso. Uno de
ellos era la devolución del golpe de Pearl Harbor con un bombardeo sobre Tokio
que intimidase a Japón, que se llevó a cabo en el marco de la Incursión Doolittle, el 18 de abril de
1942. El ataque tuvo efectos prácticos mínimos sobre Japón pero muchos y muy
positivos en el ánimo estadounidense. Pero el objetivo primordial, al margen de
la guerra, era ejecutar al
almirante Isoroku Yamamoto, el
ideólogo de Pearl Habor. Aunque una guerra pueda concluir con un juicio contra
los derrotados, Roosevelt no quería otro destino para Yamamoto que la muerte.
Además, matar a Yamamoto significaba matar a gran parte de la inteligencia militar japonesa: ése era
su valor dentro de la Armada Imperial. El 13 de abril de 1943, los servicios de
inteligencia de EE.UU. descifraron un telegrama cable japonés que advertía de
un viaje de Yamamoto en avión, protegido por seis cazas, y que detallaba el
recorrido del vuelo. EE.UU. activó entonces la Operación Venganza. 18 cazas P-38 estadounidenses salieron al
encuentro del convoy aéreo. Era el 18 de abril de 1943: el primer aniversario
de la Incursión Doolittle. Los pilotos estadounidenses sabían que iban a
eliminar a un alto cargo japonés, pero no se les comunicó que se trataba de
Yamamoto. Los P-38 interceptaron el convoy cerca de Papúa Nueva Guinea. El
bombardero que trasladaba a Yamamoto - al alto cargo militar japonés, en la
conciencia de los pilotos - trató de escapar, hasta que entre el fuego de
ametralladora y el vuelo bajo, acabó estrellándose en un bosque de la isla de
Boungaiville. Los japoneses encontraron al día siguiente el cadáver del
almirante. Tenía una herida de bala en la cabeza. Con su muerte, Japón perdió a
su gran activo militar y, en gran parte, la propia guerra.
Finalmente, ¿quién, cómo y de qué manera alguien se enteró del ataque a Pearl Harbor y lo comunicó a los americanos, quienes no lo consideraron, o no quisieron considerarlo como real? Pues Ricardo Rivera Schreiber, peruano es la respuesta y dejo dicho en una entrevista en el periódico peruano El Comercio en febrero de 1949: “Yo no busqué la información. Carecía de medios para ello. Vino a mí directamente de la manera más casual".
La información correspondía a la advertencia que recibió del ataque japonés a Pearl
Harbor, la base naval estadounidense en Hawaii, que ocurrió el
7 de diciembre de 1941. Rivera se enteró en enero de 1941, once meses antes.
¿Cómo se dio esta "casualidad"? Este hombre fue embajador del Perú en Tokio de 1939
a 1942. En esos años, la embajada peruana recibía un visitante
habitual: Yasukisu
Suganuma, un traductor japonés.,Este intérprete era, además,
primo de un trabajador del Ministerio de Marina de Japón, "que le informaba
constantemente sobre los preparativos de la escuadra japonesa para enfrentar a
Estados Unidos", según el libro Pearl Harbor. La
historia secreta, de Juan del Campo Rodríguez, que fue ministro del
servicio diplomático del Perú. El traductor Suganuma nunca había hablado con
Rivera, pero sí con Felipe Akakawa, "valet" del embajador o jefe del
personal de servicio de la delegación peruana. "Mi valet me contó muchas
veces vaticinios (de Suganuma) sobre diversos sucesos de política internacional
que siempre se cumplían", recordó Rivera en aquella entrevista
del Archivo Histórico de El Comercio.
Un
día de enero de 1941, el intérprete Suganuma llegó como siempre a la embajada
peruana en Tokio, pero esta vez, sus predicciones alarmaron a Akakawa: "Japón
poderoso, Japón va a la guerra y destruirá a la escuadra americana en el centro
del Pacífico", le dijo más tarde el valet a Rivera. El
embajador no prestó mucha atención a la primera advertencia. Pero el valet
Akakawa volvió "muy nervioso con la
misma información 10 días después". Rivera le preguntó si el ataque
sería en San Diego, California, donde Estados Unidos tenía una base naval. El valet le contestó “que no, que sería en el centro del Pacífico”. Para el embajador,
"el centro del Pacífico era Pearl
Harbor". Este nuevo detalle lo preocupó más. Sin embargo,
Rivera seguía dudando de que fuese verdad. Hasta que recibió la misma
información de una segunda fuente.
Furukido Yoshuda,
profesor de la Universidad de Tokio e intérprete del Ministerio de Guerra, era
amigo de Rivera. En una visita a la embajada, llegó "presa de gran excitación". Veía a su país "al borde de una gran desgracia, que le
traería la ruina para siempre" Además le dijo al peruano que "el almirante Isoroku Yamamoto había trazado
el plan para atacar la escuadra americana en Pearl Harbor y que había un
simulacro en una de las islas al sur de Japón". Las versiones del
traductor y del profesor de Tokio coincidían. Entonces Rivera decidió informar a Joseph Grew, embajador estadounidense en
Japón. Rivera Schreiber recuerda que Grew envió un cable a Franklin D.
Roosevelt, entonces presidente de su país: "Hasta aquí llegó mi intervención. Naturalmente no podía ir más allá".
Pero según el libro Pearl
Harbor. La historia secreta, el
embajador Grew envió un cable a Cordell Hull, entonces Secretario de Estado
americano, que decía lo siguiente: "Un funcionario de la embajada fue informado por mi colega peruano que
de diversas fuentes, incluida una japonesa, había escuchado que fuerzas
militares japonesas planeaban un ataque masivo de sorpresa contra Pearl Harbor
en caso de ‘dificultades’ entre el Japón y los Estados Unidos; que el ataque
envolvería el uso de todas las facilidades militares japonesas. Mi colega dijo
que se veía en la obligación de transmitir esta información porque le había
llegado de diversas fuentes, no obstante, el plan parecía fantástico".
Hoy el telegrama puede leerse entre los documentos diplomáticos de
las Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, digitalizados por la
Universidad de Wisconsin. Aquel cable pasó por los departamentos de Guerra y de
Marina de Estados Unidos y llegó hasta la dirigencia de la flota del Pacífico,
narra el libro Pearl Harbor. La historia secreta. Pero no le hicieron
caso. ¿Por qué? Según
Rivera, consideraron que se trataba solo de un rumor. Además,
como se lee, Grew no dice que el peruano hubiera hablado con él directamente,
sino con un "funcionario". También se dedujo, posteriormente en el
tiempo, que por aquellos instantes, la palabra “fantástico” se podría haber
interpretado como “Altamente improbable”. Otro dato, quizá exculpatorio, es que
por aquella época los militares americanos recibían miles de telegramas, toneladas,
y que podrían haber caído en la pila de mensaje que nunca nadie leyera. Fuera
como fuese, el ataque se produjo. Y tras aquello Rivero dijo: "Advertí con
anticipación del estallido de la guerra y de cuánto ha sucedido con una
previsión tal que yo mismo me quedo asombrado".
Llegados
aquí ¿quién fue el héroe, el villano, el psicópata, el hubris
o los estúpidos, o hubo varios. Eso queda a tu libre pensamiento.
Nota: La III parte de “Rojo
octubre…” será para inicios de diciembre, donde veremos que el anunciado “Octubre rojo” se ha quedado en rosita
apagado, observaremos lo peligroso de noviembre... y os daré los avisos de ese
brillante diciembre, que no lo creeré hasta que lo vea. para la semana
siguiente a ver si termino el texto de “Dualidad tridimensional” que me está
quedando muy chulo. Mientras tanto, a disfrutar del pollo yanqui y sus
consecuencias, pero sin meternos en la pelea, que nos están invitando a ello
incluso desde los medios de comunicación no oficiales y teóricamente espirituales.
=============================
Actualizaciones ¿¿¿…??? deeelij@gmail.com
=============================
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.