Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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10/11/20

¿Héroes, villanos, psicópatas, hubris o estúpidos? III. Deéelij

El ataque japonés a la base naval norteamericana de Pearl Harbor (Hawai), el 7 de diciembre de 1941, que significó la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, fue una ofensiva militar sorpresa efectuada por la Armada Imperial nipona destinada a neutralizar el poder de la Flota de los Estados Unidos en las aguas del Pacífico y garantizar así la esfera de influencia de Japón en el sureste asiático. La base naval fue bombardeada por 353 aeronaves japonesas, que incluían cazas de combate, bombarderos y torpederos que despegaron de seis portaaviones, entregando un saldo final de cuatro acorazados norteamericanos hundidos y 188 aviones destruidos, además de severos daños en otros cuatro acorazados, tres cruceros, tres destructores, un buque escuela y un minador. En total murieron 2.403 estadounidenses y otros 1178 resultaron heridos de diversa consideración.

El ataque a Pearl Harbor conmocionó profundamente al pueblo estadounidense y provocó directamente la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, tanto en los teatros de guerra de Europa como del Pacífico. Al día siguiente del ataque, el 8 de diciembre, los Estados Unidos (cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt calificó el ataque del 7 de diciembre como “una fecha que vivirá en la infamia”), le declararon la guerra al Imperio del Japón, y el apoyo interno en Norteamérica a la no intervención en el conflicto mundial, que había sido fuerte, desapareció de golpe, mientras que la asistencia clandestina al Reino Unido fue remplazada por una alianza plena. Consecuentemente, la Alemania Nazi y la Italia Fascista le declararon la guerra a los Estados Unidos el 11 de diciembre, en respuesta a las operaciones puestas en marcha en contra de la potencia asiática del eje, con lo que la guerra se volvió mundial.

Desde aquel 7 de diciembre de 1941 se ha especulado mucho si el ataque a Pearl Harbour fue una sorpresa o, por el contrario, los americanos tendieron una trampa a los japoneses para que estos entraran en una guerra que los norteamericanos estaban seguros de poder ganar. Así la opinión pública de los Estados Unidos, antibelicista en su mayoría, se decantaría contra el “Eje”. ¿Sabía el presidente Roosevelt de la inminencia del ataque de antemano? ¿Hubo una maniobra del gobierno de Estados Unidos para encubrir la verdad?

Por lo pronto, se sabe que el 7 de noviembre de 1941, un mes antes del ataque, el gabinete de Roosevelt discutió la posibilidad de si los Estados Unidos estaban en condiciones de hacerle la guerra al Japón. El presidente preguntó el parecer de la opinión pública, y Cordell Hull, uno de sus secretarios de Estado, le contestó que los ciudadanos tenían poca comprensión por los asuntos exteriores y que el Congreso sólo se decidiría por una declaración de guerra después de muchos meses de discusión. Así, Roosevelt se encontraba, al igual que ante una potencial intervención armada en Europa, atado de manos ante las barreras constitucionales. No podía tomar la ofensiva, por lo que era necesario que el adversario lo hiciera. Por otra parte, todas las posibilidades de intervenir en los acontecimientos mundiales sin hacer entrar en combate a las fuerzas armadas americanas, habían sido agotadas. No existía ningún medio de presión y la política exterior estadounidense había quedado en los hechos totalmente estancada.

En cuanto al hecho mismo de si el gobierno de Roosevelt estaba enterado del inminente ataque japonés a Pearl Harbor, existen interesantes datos para tomar en cuenta. Los servicios de inteligencia australianos, días antes del ataque, sorprendieron a un grupo de portaaviones de la Flota Japonesa en dirección a Hawai, por lo que enviaron a Washington la información de lo ocurrido. Pero, al parecer, Roosevelt la ignoró tomándola por un rumor de intereses políticos difundido por los Republicanos.

Según consta en varios archivos históricos, el 6 de diciembre de 1941 el presidente Roosevelt recibió un mensaje interceptado por la Marina de los EE.UU, enviado desde Tokio a una de las embajadas japonesas en Washington y que estaba cifrado en el código diplomático de alto nivel japonés. Una vez leído el mensaje, que declaraba la intención de Japón de poner fin a las relaciones con los EE.UU., Roosevelt habría afirmado: “Esto significa guerra”. El contenido de la transmisión también fue conocido por los generales George Marschall y Leonard Gerow y los almirantes Harold Stark y Richmond Kelly Turner, altos rangos militares en Washington, y los únicos autorizados para revelar ese tipo de información confidencial a sus subordinados que se encontraban en los potenciales escenarios de guerra.

Sin embargo, esta crucial información jamás llegó a oídos de los uniformados que realmente necesitaban saberlo: el Almirante Husband E. Kimmel, comandante en jefe de la Flota de los EE.UU. en el Pacífico, en Pearl Harbor (Hawai), y el Teniente General Walter Short. Hasta el militar más ingenuo sabía que en caso de que los japoneses atacaran en el Pacífico, el objetivo natural sería la base naval de Pearl Harbor. Al amanecer de la mañana siguiente todos los temores se volverían realidad: los japoneses atacaron Pearl Harbor en un supuesto ataque sorpresa. Kimmel y Short no recibirían el mensaje descifrado de la declaración de guerra hasta por la mañana, cuando el ataque ya había comenzado en el Pacífico.

Posteriormente, los comandantes en jefe del Ejército y la Marina de los EE.UU., Marshall y Stark respectivamente, declararían después que el mensaje no se les había enviado a Kimmel y a Short, que después serían destituidos de sus puestos y serían crucificados por la opinión pública americana, porque la cantidad de transmisiones diplomáticas interceptadas por los mandos en Hawai era tan grande que una más no serviría sino para confundirles. Las investigaciones internas llevadas a cabo por el Ejército y la Marina durante las últimas semanas de 1941 y las primeras de 1942 concluyeron en todo caso que Stark y Marshall habían faltado a su deber al no informar a los mandos en Hawai. Dichas conclusiones, por cierto, fueron ocultadas a la opinión pública.

Posteriormente tanto Marshall como Stark testificarían que no recordaban dónde se encontraban la noche que se recibió la declaración de guerra. Más tarde, un amigo íntimo de Frank Knox, Secretario de la Marina de los EE.UU., revelaría que Knox, Marshall y Stark habían pasado la mayor parte de la noche del 6 de diciembre de 1941 con el presidente Roosevelt en la Casa Blanca, aguardando el bombardeo de Pearl Harbor y la consecuente oportunidad de EE.UU. para entrar en la Segunda Guerra Mundial.

Para hacer aún más confusa la situación, los mandos americanos en Pearl Harbor también ocultaron o ignoraron numerosas advertencias sobre un inminente ataque. La más importante fue una transmisión diplomática que se interceptó, enviada a través de un falso boletín meteorológico de una estación de radio de onda corta japonesa, que decía “higashi no kaze ame”, que significa “viento del Este, lluvia”. Los estadounidenses ya sabían que éste era el código utilizado por los japoneses para referirse a la guerra con EE.UU. y a un inminente ataque, pero los altos mandos del Ejército negaron la existencia del mensaje, aunque posteriormente éste sería recuperado.

Pero ¿Por qué Roosevelt y los altos mandos sacrificarían a parte de la Flota de los EE.UU. en el Pacífico y a los miles de soldados que allí se encontraban? Algunos postulan que la decisión había sido tomada mucho antes de Pearl Harbor: la guerra contra las potencias del Eje Berlín-Roma-Tokio era vista como ineludible, y sólo un ataque contra territorio americano podría convencer a la opinión pública de entrar a la guerra.

El contraalmirante Robert Theobald, quien se encontraba al mando de uno de los destructores en Pearl Harbor, escribiría después que “la solución del presidente Roosevelt se basó en el simple hecho de que para protagonizar una pelea, hacen falta dos, pero uno de esos dos tiene que empezarla”. El historiador John Toland, en tanto, aseguró que “ese puñado de hombres, venerados y honrados por millones de personas, se convencieron a sí mismos de que era necesario faltar al honor por el bien de la nación y provocaron la guerra que Japón había tratado de evitar”. El vicealmirante Frank Beatty, ayudante del entonces secretario de la marina Frank Knox, explicaría que “antes del 7 de diciembre tuve muy claro que estábamos empujando a Japón hacia una esquina. Yo creía que el deseo del presidente Roosevelt y el del primer ministro Churchill era de que entrásemos en la guerra, ya que ellos creían que los aliados no podían ganar sin nosotros y que todos nuestros esfuerzos para que los alemanes nos declararan la guerra habían fallado. Las condiciones que impusimos a Japón, como el embargo que les impusimos para que salieran de China, por ejemplo, eran tan severas que sabíamos que no podrían aceptarlas. Los estábamos forzando tan severamente que deberíamos saber que reaccionarían contra los Estados Unidos. Todos sus preparativos militares apuntaban en esa dirección”.

Sin embargo, otros autores han preferido desmentir de plano tales versiones. El historiador militar Daniel Martínez, quien trabaja para el Monumento Nacional Pearl Harbor en Hawai, aseguró que “esta historia es sólo un mito y es el tipo de teoría conspirativa inventada para vender libros. Roosevelt quería ir a la guerra contra Alemania y lo último que necesitaba era una guerra en dos frentes. En la víspera del ataque a Pearl Harbor, Roosevelt le escribió al emperador Hirohito de Japón en un intento desesperado por evitar un conflicto militar con Tokio. Aunque los servicios de inteligencia en Washington sabían que un conflicto con Tokio era inminente, no había indicios de que la base naval de Hawai se convertiría en el primer objetivo. Muchos estadounidenses creían que las bases militares estadounidenses en Filipinas eran un objetivo mucho más probable para los japoneses. Nuestra vigilancia era por entonces muy rudimentaria y Estados Unidos también estaba cegado por su sentido de superioridad. Había una sensación de que los japoneses no podían ser capaces de hacer algo así. Los veíamos como inferiores, militar e incluso racialmente. Lo único irrebatible es que la entrada de Estados Unidos en el escenario bélico cambió totalmente el curso de la Segunda Guerra Mundial”.

Hoy, a de 78 años del ataque japonés a Pearl Harbor, la mayoría de los historiadores creen que, si bien el presidente Franklin Roosevelt y los altos mandos militares norteamericanos eran conscientes de la probabilidad de un ataque japonés, no sabían con exactitud el cuándo y el dónde éste se produciría.    

 

Visto lo visto, sigamos con más aspectos. Los hechos y las decisiones que llevaron a que el bombardeo japonés sobre Pearl Harbor fuese inevitable son todavía materia de discusión. No solo por la voluntad japonesa, sino por la estadounidense: lejos todavía de la verdad absoluta, hay historiadores que defienden que Franklin D. Roosevelt necesitaba de una agresión japonesa para empujar a un Congreso aislacionista a la guerra. Pero hubo momentos, y protagonistas de esos momentos, que guiaron el conflicto entre japoneses y estadounidenses hacia la diplomacia. Y también hacia la guerra. Son nombres propios que, en alguna medida, no pudieron –o no quisieron- evitar el ataque.

La primera víctima, en este caso política, de Pearl Harbor fue Fumimaro Konoe, primer ministro japonés en dos etapas (1937-39 y 1940-41). Konoe fue, en 1937, la solución política al aumento de ascendencia de los militares en el gobierno japonés, que había llevado a la expansión militar del Imperio por el Asia continental. Su fracaso en las negociaciones de paz con China le llevó a salir del gobierno, pero retornó apenas un año más tarde. Pese a que, lentamente, se había convertido en un militarista moderado, trató que la diplomacia fuese la herramienta principal de Japón.

Eso le llevó a firmar, el 13 de abril de 1941 el Pacto de Neutralidad entre Japón y la URSS, necesario toda vez que, también bajo el mando de Konoe, Japón se había sumado al eje Berlín-Roma un año antes. Cuando Estados Unidos sancionó comercialmente a Japón tras la invasión Indochina, en julio de 1941, Konoe trató de reconducir la situación por la negociación, aunque las principales voces de la Armada japonesa hablaban abiertamente de una solución militar. En octubre del 41, ante la imposibilidad de cerrar un acuerdo satisfactorio para Japón y superado por la presión del ejército, Konoe dimitió de su cargo. La diplomacia solo le sobreviviría 40 días, hasta el 26 de noviembre de 1941. El mismo día en que se rompían las negociaciones que inició el primer ministro dimitido, la flota japonesa partía hacia Pearl Harbor.

Aunque el primer ministro japonés el 7 de diciembre de 1941 y durante gran parte del conflicto fuera Hideki Tojo, ministro de Guerra en el gabinete de Konoe, el gran impulsor del ataque por sorpresa fue Isoroku Yamamoto. Almirante de la Armada Imperial japonesa, fue el primero en pensar en Pearl Harbor como objetivo. Lo hizo tan pronto como en 1940, tras la firma del Pacto Tripartito por parte de Tokio, y ante el convencimiento de que la única forma de derrotar a EE.UU. sería atacando primero. La idea de bombardear Pearl Harbor sonaba a locura. Tanto que, cuando en enero de 1941 el embajador estadounidense en Tokio, Joseph Grew, supo que Japón se planteaba atacar la base lo transmitió a Washington con una nota de incredulidad. Tras preparar durante meses el ataque –hubo que rediseñar los torpedos nipones para que fueran eficaces en aguas de poco calado como las de Pearl Harbor- presionó al Estado Mayor hasta que, el 20 de octubre de 1941, su plan quedó aprobado y pendiente de aplicación. Con Tojo como primer ministro tras la dimisión de Konoe, solo quedaba buscar la fecha adecuada para el ataque. Al contrario que Tojo, que fue detenido y juzgado por crímenes de guerra, Yamamoto nunca fue sometido a juicio. Estados Unidos le eliminó en 1943 en la llamada Operación Venganza.

Pero no sólo Japón deseaba el ataque. EE.UU. también lo deseaba, y más que nadie, con matices, Franklin D. Roosevelt. El presidente del New Deal, en el inicio de su tercer mandato, se encontró con que el Congreso limitaba su capacidad para entrar en la guerra que ya se desarrollaba en Europa. Con instinto político, Roosevelt sabía que Estados Unidos no podía permanecer aislada del mundo, a pesar de la experiencia de la Primera Guerra Mundial y del alto precio que el entonces presidente, Woodrow Wilson, pagó por implicarse personalmente en la resolución del conflicto. No obstante, el Congreso le había impedido ayudar a la República española en 1938; y en la campaña de las presidenciales del 40 se había comprometido a no enviar a norteamericanos a guerras en el extranjero. La única opción que tenía era permitir que Japón atacara primero. Documentos de la época –la advertencia del embajador Grew, mensajes desencriptados que ordenaban a los diplomáticos japoneses en Washington que se deshicieran de material y documentación, o incluso un dibujo detallado del puerto de Pearl Harbor hecho por un cónsul japonés- demuestran que Estados Unidos era consciente de que se preparaba un ataque, pero no de la dimensión del mismo. Roosevelt dejó hacer con el convencimiento de que podría soportar el golpe, y que la consecuencia de una declaración de guerra contra Japón conllevaría una declaración de guerra por parte de Alemania e Italia. Tras el ataque, la opinión pública estadounidense se transformó, y pasó del aislacionismo a la beligerancia. Paradójicamente, quizá Pearl Harbor fue la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial ganada por el equivalente japonés a Roosevelt.

El equivalente japonés a Roosevelt fue Hideki Tojo, ministro antes que primer ministro (1941-1944) y responsable del grado ascendente de la militarización de Japón. El ascenso de Tojo en la década de los años 30, ya como general, le condujo al ministerio de Guerra, donde su influencia sobre el emperador Hirohito acabó siendo mayor que la del primer ministro Konoe, al que reemplazó. La exhibición de fuerza nipona en Manchukuo, de la que fue responsable, le llevó a repetir la experiencia no solo en Pearl Harbor, sino en las conquistas subsiguientes: Hong Kong, Singapur, Birmania o las Filipinas. Su estrella se truncó tras la Batalla del Midway, un desastre para Japón, que perdió cuatro de los seis portaaviones que participaron en Pearl Harbor. Los siguientes dos años fueron un goteo de derrotas para Japón en una guerra lenta y pesada condicionada por la extensión del Pacífico. El fracaso le llevó a dimitir en 1944. Tras la rendición nipona, en 1945, trató de suicidarse. Fue detenido, juzgado por crímenes de guerra y ejecutado en 1948. La revisión de la historia le ha exculpado en parte, ya que muchas de las decisiones que se le atribuyeron correspondían en realidad a Hirohito. Seguramente, el Japón de posguerra podría prescindir de Tojo, pero no de su emperador.

Precisamente el desempeño de Hirohito, emperador del Japón, en la Segunda Guerra Mundial es un misterio, como representante que era de una institución tan misteriosa como la Familia Real japonesa. Aunque no llegó a ser acusado como criminal de guerra, ya que Estados Unidos consideró que su importancia representativa en Japón como una garantía de estabilidad y decidió sobrecargar de culpa al almirante Tojo, y estudios posteriores de la realidad japonesa entre 1941 y 1945 han atribuido a Hirohito responsabilidades mayores sobre decisiones militares. Fue Hirohito, por ejemplo, el que desautorizó al primer ministro Konoe, forzando su dimisión, en los días previos a Pearl Harbor, como fue Hirohito el que desoyó de nuevo a Konoe, en 1945, sobre la conveniencia de poner fin a la guerra. Al término del conflicto, Hirohito tuvo que renunciar a su condición divina y aceptar que Japón se convirtiera en una monarquía constitucional. Formalmente, se le presentó como una víctima de una deriva militar incontrolable. El tiempo ha demostrado que no fue así.

En todo caso, si algo pudo evitar Pearl Habor y sus consecuencias fue la diplomacia, al frente de la cual, por la parte estadounidense, estaba Cordel Hull. Hull, secretario de Estado de Roosevelt, que había entrado, a través del Senado, en la vida pública tan pronto como en 1907, era el encargado de conducir las negociaciones de paz entre Japón y Estados Unidos tras el bloqueo comercial de julio de 1941. En noviembre de 1941 ambas partes parecían haber alcanzado un acuerdo, con cesiones de cada lado, que se prolongaría por tres meses y sería renovable. El pacto, bajo el nombre de Modus Vivendi, parecía satisfacer a Tojo, premier japonés, y a Roosevelt, a través de Hull, su hombre de confianza. Sin embargo, todo se vino abajo en una noche, cuando el pacto acabó transformado, por parte estadounidense, en la llamada Nota Hull que merece un comentario aparte más adelante. Con el acuerdo roto, Hull todavía tuvo que ver como el mismo 7 de diciembre de 1941 el embajador japonés Nobura, aparentemente desconocedor del ataque a Pearl Harbor, le entregaba un nuevo documento de negociació.

Aunque para Nobura la situación ante Hull debió ser vergonzante, su equivalente diplomático en Tokio, Joseph Grew, vivió una situación más grave. La sensación de ser víctima del síndrome de Cassandra debió ser inevitable aquel 7 de diciembre de 1941 –día 8 ya en Tokio- cuando supo del ataque a Pearl Harbor. Más de diez meses antes, el 27 de enero de 1941, Grew había enviado un mensaje a Washington DC: “Hay un rumor que sostiene que los japoneses, en caso de romper [las negociaciones] con Estados Unidos, están planeando un ataque sorpresa masivo en Pearl Harbor”. La advertencia de Grew cayó en saco roto por lo imposible, aparentemente, de la operación. Pero ahí quedó. En todo caso, la incredulidad de Grew pudo restar fuerza a la advertencia: más preocupado por las relaciones que por la diplomacia, cuando supo de la ruptura de las negociaciones entre EE.UU. y Japón, volvió a la embajada con la intención de cambiarse de ropa para jugar al golf. No pudo hacerlo: fue arrestado, junto al resto de personal diplomático, e internado durante meses. El encierro, no obstante, fue grato: según su secretario personal, cada mañana Grew jugaba un partido de golf, su deporte favorito. Cuando regresó a Estados Unidos a finales de 1942 se incorporó al gabinete de Cordel Hull, donde trató de compensar la inocencia, tal vez irresponsabilidad, que exhibió en 1941. Grew intentó convencer al presidente Truman de que la rendición de Japón sería posible si se garantizaba la pervivencia del emperador y sin llegar a aplicar la propuesta del secretario de Estado Byrnes: lanzar la bomba atómica en territorio japonés. Huelga decir que Grew fracasó, que la bomba se lanzó dos veces y que, en efecto, Japón se rehízo conservando la figura imperial, tal y como había vaticinado.

        Abordemos ya el tema de la nota Hull y que alguien supo del ataque japonés a Pearl Harbor avisando a los EEUU y que los mismos le desoyeron. Empecemos, ¿acaso la nota Hull, es un error de traducción que consiguió destrozar la vía diplomática?

Si fue un error de traducción, fue el más dramático de la historia. Aunque Pearl Harbor pueda significar el fracaso de la diplomacia a la hora de evitar una guerra, cabe preguntarse qué es lo que hizo fracasar la diplomacia. Más de 70 años después, la tesis de Tosh Minohara, profesor del Instituto Internacional de Estudios Asiáticos, señala a los servicios de contraespionaje y a los traductores como causantes del fin de las conversaciones.

La situación en noviembre de 1941 entre Japón y Estados Unidos era de preacuerdo. Ambas delegaciones parecían satisfechas con el pacto de Modus Vivendi, que limitaba la acción militar nipona en Asia y acababa con las sanciones estadounidenses sobre el comercio y acceso a materias primas de Japón. No obstante, todo aquello se rompió la noche del 25 al 26 de noviembre de 1941, cuando Estados Unidos cambió de postura y remitió otro documento a los negociadores japoneses: la Nota Hull. El texto, llamado así por el secretario de Estado Cordel Hull, no solo ignoraba las condiciones del Modus Vivendi sino que tenía la apariencia de un punto final en la negociación.

Según Minohara, que ha tenido acceso a los documentos de contrainteligencia japoneses, estadounidenses, chinos y británicos, uno de los puntos acordados en la negociación se encontró con la resistencia del líder chino Chiang-Kai shek, que fue informado de una condición crítica del Modus Vivendi: la aceptación por parte de EE.UU. de la existencia de Manchukuo, algo que China se negó a aceptar. Pero el punto crítico fue un problema meramente lingüístico. Como recuerda Florentino Rodao en Historia y Vida, Estados Unidos no quiso contar con traductores de inglés a japonés de origen nipón, lo cual acabó suponiendo un problema. Cuando el 25 de noviembre la embajada japonesa hizo llegar el documento negociador al gabinete de Hull, los traductores confundieron una expresión japonesa que significaba “plan de compromiso final” y la tradujeron por “propuesta absolutamente definitiva”. Washington consideró que el documento no era de negociación, sino un ultimátum. Lo que dio lugar a su propio ultimátum, a la Nota Hull, que conllevó el fracaso de las negociaciones y, subsiguientemente, al bombardeo de Peral Harbor.

Las consecuencias colaterales tras el inicio de la contienda tuvieron consecuencias, observémoslas. Una es que la diplomacia estadounidense no confiara en traductores de origen nipón de cara a las negociaciones con Japón y eso indica un síntoma de la poca confianza existente en la sociedad hacia los norteamericanos de origen japonés. Esa falta de confianza se convirtió en discriminación en 1942, tras el ataque a Pearl Harbor. Cerca de 120.000 americanos de origen asiático y japoneses residentes en EE.UU. –dos terceras partes de los internados eran, legalmente, estadounidenses - fueron confinados en campos de concentración, llamados “de reubicación” ubicados fundamentalmente en el oeste de EE.UU. El miedo al espionaje, a la resistencia interna y a posibles altercados, sumado al contexto de la guerra, disimularon el componente evidentemente racista de la medida. Los centros estaban rodeados de alambres de púas y con condiciones propias de un encarcelamiento. Los “reubicados” apenas pudieron llevarse pertenencias personales. La situación duró hasta 1944, cuando el ideólogo de la represión, el teniente coronel DeWitt, perdió el favor de Washington. No obstante, Roosevelt no ordenó liberar a los retenidos hasta 1945, aunque los campos no fueron completamente desmantelados hasta 1948.

Pero hay más consecuencias y objetivos, observemos.

“Tora! Tora! Tora!” era el mensaje en clave que debía transmitir la aviación japonesa para certificar que el ataque a Pearl Harbor había cogido a los estadounidenses por sorpresa. El encargado de radiarlo fue el líder de la primera oleada de bombarderos, Mitsuo Fuchida. Tras la guerra, el piloto japonés vivió una experiencia epifánica que le convirtió en un declarado pacifista, lo que le permitió encontrar una nueva vida, y le convirtió de paso en la principal fuente de la versión japonesa del ataque. De hecho, asesoró a los guionistas de la película “Tora! Tora! Tora!, en la que fue retratado en el momento en el que –contó- exigió al almirante Yamamoto una tercera oleada de ataque sobre Pearl Habor, sin que Yamamoto le hiciera caso. Años después de su muerte, ocurrida en 1976, el papel de Fuchida fue puesto en duda. Desde 1971 se habían encontrado divergencias entre su relato de la Batalla del Midway, en la que participó, y lo que realmente sucedió. Algunos historiadores estadounidenses han concluido recientemente que el aviador exageró su participación y responsabilidades en Pearl Harbor. Entre ellas, han descartado por imposible la discusión entre Fuchida y Yamamoto, que solo queda como verdad en la ficción.

La declaración de guerra de EE.UU. a Japón tenía el evidente objetivo de impedir la expansión nipona en el Pacífico, pero dentro de ese objetivo había puntos de obligado paso. Uno de ellos era la devolución del golpe de Pearl Harbor con un bombardeo sobre Tokio que intimidase a Japón, que se llevó a cabo en el marco de la Incursión Doolittle, el 18 de abril de 1942. El ataque tuvo efectos prácticos mínimos sobre Japón pero muchos y muy positivos en el ánimo estadounidense. Pero el objetivo primordial, al margen de la guerra, era ejecutar al almirante Isoroku Yamamoto, el ideólogo de Pearl Habor. Aunque una guerra pueda concluir con un juicio contra los derrotados, Roosevelt no quería otro destino para Yamamoto que la muerte. Además, matar a Yamamoto significaba matar a gran parte de la inteligencia militar japonesa: ése era su valor dentro de la Armada Imperial. El 13 de abril de 1943, los servicios de inteligencia de EE.UU. descifraron un telegrama cable japonés que advertía de un viaje de Yamamoto en avión, protegido por seis cazas, y que detallaba el recorrido del vuelo. EE.UU. activó entonces la Operación Venganza. 18 cazas P-38 estadounidenses salieron al encuentro del convoy aéreo. Era el 18 de abril de 1943: el primer aniversario de la Incursión Doolittle. Los pilotos estadounidenses sabían que iban a eliminar a un alto cargo japonés, pero no se les comunicó que se trataba de Yamamoto. Los P-38 interceptaron el convoy cerca de Papúa Nueva Guinea. El bombardero que trasladaba a Yamamoto - al alto cargo militar japonés, en la conciencia de los pilotos - trató de escapar, hasta que entre el fuego de ametralladora y el vuelo bajo, acabó estrellándose en un bosque de la isla de Boungaiville. Los japoneses encontraron al día siguiente el cadáver del almirante. Tenía una herida de bala en la cabeza. Con su muerte, Japón perdió a su gran activo militar y, en gran parte, la propia guerra.

        Finalmente, ¿quién, cómo y de qué manera alguien se enteró del ataque a Pearl Harbor y lo comunicó a los americanos, quienes no lo consideraron, o no quisieron considerarlo como real? Pues Ricardo Rivera Schreiber, peruano es la respuesta y dejo dicho en una entrevista en el periódico peruano El Comercio en febrero de 1949: Yo no busqué la información. Carecía de medios para ello. Vino a mí directamente de la manera más casual".

La información correspondía a la advertencia que recibió del ataque japonés a Pearl Harbor, la base naval estadounidense en Hawaii, que ocurrió el 7 de diciembre de 1941. Rivera se enteró en enero de 1941, once meses antes. ¿Cómo se dio esta "casualidad"? Este hombre fue embajador del Perú en Tokio de 1939 a 1942. En esos años, la embajada peruana recibía un visitante habitual: Yasukisu Suganuma, un traductor japonés.,Este intérprete era, además, primo de un trabajador del Ministerio de Marina de Japón, "que le informaba constantemente sobre los preparativos de la escuadra japonesa para enfrentar a Estados Unidos", según el libro Pearl Harbor. La historia secreta, de Juan del Campo Rodríguez, que fue ministro del servicio diplomático del Perú. El traductor Suganuma nunca había hablado con Rivera, pero sí con Felipe Akakawa, "valet" del embajador o jefe del personal de servicio de la delegación peruana. "Mi valet me contó muchas veces vaticinios (de Suganuma) sobre diversos sucesos de política internacional que siempre se cumplían", recordó Rivera en aquella entrevista del Archivo Histórico de El Comercio.

Un día de enero de 1941, el intérprete Suganuma llegó como siempre a la embajada peruana en Tokio, pero esta vez, sus predicciones alarmaron a Akakawa: "Japón poderoso, Japón va a la guerra y destruirá a la escuadra americana en el centro del Pacífico", le dijo más tarde el valet a Rivera. El embajador no prestó mucha atención a la primera advertencia. Pero el valet Akakawa volvió "muy nervioso con la misma información 10 días después". Rivera le preguntó si el ataque sería en San Diego, California, donde Estados Unidos tenía una base naval. El valet le contestó “que no, que sería en el centro del Pacífico”. Para el embajador, "el centro del Pacífico era Pearl Harbor". Este nuevo detalle lo preocupó más. Sin embargo, Rivera seguía dudando de que fuese verdad. Hasta que recibió la misma información de una segunda fuente.

Furukido Yoshuda, profesor de la Universidad de Tokio e intérprete del Ministerio de Guerra, era amigo de Rivera. En una visita a la embajada, llegó "presa de gran excitación". Veía a su país "al borde de una gran desgracia, que le traería la ruina para siempre" Además le dijo al peruano que "el almirante Isoroku Yamamoto había trazado el plan para atacar la escuadra americana en Pearl Harbor y que había un simulacro en una de las islas al sur de Japón". Las versiones del traductor y del profesor de Tokio coincidían. Entonces Rivera decidió informar a Joseph Grew, embajador estadounidense en Japón. Rivera Schreiber recuerda que Grew envió un cable a Franklin D. Roosevelt, entonces presidente de su país: "Hasta aquí llegó mi intervención. Naturalmente no podía ir más allá".  Pero según el libro Pearl Harbor. La historia secreta, el embajador Grew envió un cable a Cordell Hull, entonces Secretario de Estado americano, que decía lo siguiente: "Un funcionario de la embajada fue informado por mi colega peruano que de diversas fuentes, incluida una japonesa, había escuchado que fuerzas militares japonesas planeaban un ataque masivo de sorpresa contra Pearl Harbor en caso de ‘dificultades’ entre el Japón y los Estados Unidos; que el ataque envolvería el uso de todas las facilidades militares japonesas. Mi colega dijo que se veía en la obligación de transmitir esta información porque le había llegado de diversas fuentes, no obstante, el plan parecía fantástico".

Hoy el telegrama puede leerse entre los documentos diplomáticos de las Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, digitalizados por la Universidad de Wisconsin. Aquel cable pasó por los departamentos de Guerra y de Marina de Estados Unidos y llegó hasta la dirigencia de la flota del Pacífico, narra el libro Pearl Harbor. La historia secreta. Pero no le hicieron caso. ¿Por qué? Según Rivera, consideraron que se trataba solo de un rumor. Además, como se lee, Grew no dice que el peruano hubiera hablado con él directamente, sino con un "funcionario". También se dedujo, posteriormente en el tiempo, que por aquellos instantes, la palabra “fantástico” se podría haber interpretado como “Altamente improbable”. Otro dato, quizá exculpatorio, es que por aquella época los militares americanos recibían miles de telegramas, toneladas, y que podrían haber caído en la pila de mensaje que nunca nadie leyera. Fuera como fuese, el ataque se produjo. Y tras aquello Rivero dijo: "Advertí con anticipación del estallido de la guerra y de cuánto ha sucedido con una previsión tal que yo mismo me quedo asombrado".

        Llegados aquí ¿quién fue el héroe, el villano, el psicópata, el hubris o los estúpidos, o hubo varios. Eso queda a tu libre pensamiento.

 

      Nota: La III parte de “Rojo octubre…” será para inicios de diciembre, donde veremos que el anunciado “Octubre rojo” se ha quedado en rosita apagado, observaremos lo peligroso de noviembre... y os daré los avisos de ese brillante diciembre, que no lo creeré hasta que lo vea. para la semana siguiente a ver si termino el texto de “Dualidad tridimensional” que me está quedando muy chulo. Mientras tanto, a disfrutar del pollo yanqui y sus consecuencias, pero sin meternos en la pelea, que nos están invitando a ello incluso desde los medios de comunicación no oficiales y teóricamente espirituales.

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