El joven aprendiz fue a ver al viejo sabio del pueblo al que todos
consideraban un maestro, no por su conocimiento intelectual, que lo tenía
mucho, sino por su accionar que era ejemplo de unidad entre el pensar, el decir
y el hacer. El sabio se encontraba contemplando la belleza del lago del pueblo
bajo su árbol favorito en un atardecer anaranjado primaveral. El muchacho se
acerca muy respetuosamente y disculpándose por interrumpir tan solemne momento
le dice:
-Señor, ¿podría enseñarme a elegir entre lo bueno y lo malo?
El
sabio, sin quitar su mirada al reflejo del sol sobre el lago y esbozando una
pequeña sonrisa, le responde:
-Querido amigo, me alegro mucho que me lo preguntes, pues significa
que has llegado a llenar tu cabecita de ideas y conceptos. Tienes la
oportunidad de vaciarla.
-¿Y eso me ayudará a elegir lo que es lo bueno y lo que es lo malo
para mí?-, preguntó un poco incrédulo el joven.
-Si logras vaciar tu cabeza, ya no necesitarás elegir, pues solo
vivirás tomando el néctar que la Vida te pone por delante-, respondió el gran
maestro.
¿Y cómo consigo vaciar mi cabeza?, ¿no quedaré tonto?-, dijo el
aprendiz.
¡Uy!, novato experimentador-, replicó el sabio, -eso sí que es un desafío
de mayor preponderancia. No puedo decirte el “cómo”, tendrás que encontrar tu
método. Lo que si intentaré, para inspirarte, es acercarte a la grandeza de
encontrar y conectar con ese vacío. Ven, siéntate y cierra los ojos.
El sabio invitó con un gesto amoroso a que tomara lugar a su lado y
continuó diciéndole:
-Usa tus sentidos para estar en este momento, siente la brisa con tu
piel, escucha los sonidos de las aves y los insectos, toma los aromas de las
plantas que puedes transformarlos en sabores y hasta puedes percibir los
destellos de colores bajo tus párpados cerrados. Procura hacerlo de a una cosa
a la vez, con respiraciones intermedias y profundas.
El muchacho siguió las instrucciones del sabio y por unos minutos
pareció compenetrarse tanto con su entorno que sintió desaparecer y al
sorprenderse por tan sublime momento, un poco asustado, procuró describírselo
al maestro:
-No había separación entre mí alrededor y yo. Era como si todo
formara parte de mí. Yo era la brisa, yo era el canto y los aromas, el agua y
la tierra, el sol. ¡Qué maravilla maestro! No deseaba elegir nada, todo estaba
perfecto y mi cabeza liviana y vacía ayudándome a disfrutar de lo que estaba
pasando. ¿Qué fue lo que pasó señor?
El anciano, satisfecho por la sabiduría transmitida, le responde:
-La ilusión de la separación nos lleva a vivir desde la dualidad y
la necesidad de elegir se instala en nuestra cabeza. Si le quitas el poder que
le das a esa ilusión y se lo das al momento presente, a través de la belleza de
tu cuerpo, disuelves las barreras de la materia y consigues, por medio del
Vacío Sublime, la Unión con el Todo. Disfrútalo.
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