Y dijo:
—Había dos hombres en un pueblo. Uno siempre estaba en los lugares
públicos; y siempre estaba calumniando a sus vecinos y levantando testimonios
falsos de sus hermanos del pueblo; y nada más llegar algo a sus oídos, lo
agrandaba diez veces cuando salía de su boca; y nada más saber algo que dejaba
mal a alguien, decía: «Ya lo sabía... si esto no podía salir bien...». Y
siempre estaba colérico y los días eran amargos para él y las noches eran
tristes. Solo le escuchaban aquellos que en sus corazones eran iguales que él;
y entre ellos se justificaban y no veían sus torpezas.
»Y había otro que todas las mañanas se sentaba en la plaza pública
y sonreía a todos y a todos les daba ánimo; y a todos sus hermanos que le
pedían ayuda los socorría con el corazón y no pedía nada a cambio. Y cuando se
enteraba de algún problema, iba y, en silencio, pedía por el que lo tenía para
que le vinieran fuerzas y los trascendiera. Y su pecho se llenaba de plenitud
cuando estas cosas hacía. Y cuando le preguntaban de qué parte sacaba tanta
felicidad, él respondía: «Cuando levanto mi cuerpo por las mañanas, no debo
nada al día anterior; y cuando lo dejo por la noche, no debo nada al día por
venir.
»Cada día me trae lo que necesito y se lleva lo que no necesito.
Cuando mi mente quiere volar, me monto en ella, pero nunca la dejo ir sola:
este es el secreto».
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Autor: Cayetano Arroyo
Fuente: Diálogos con Abul Beka (Editorial
Sirio)
Nota: En homenaje a la memoria de Cayetano Arroyo y Vicente Pérez Moreno,
un texto extraído de los Diálogos de Abul Beka se publica en este blog todos los
miércoles desde el 4 de octubre de 2017.
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