Si prestamos atención a la parte más sólida de nuestro cuerpo, nos
encontramos con nuestros huesos. Entre los componentes que los forman se halla
el silicio; uno de los dos elementos, junto con el oxígeno, que más abundan en
la corteza de nuestro planeta.
Se ha estudiado la capacidad del silicio, como mineral, a la hora
de grabar información y también de emitirla. Esta posibilidad del silicio nos
lleva a plantear la capacidad de memoria que pueden almacenar nuestros huesos.
Nuestros huesos, más allá de contener en su núcleo la memoria de
nuestro ADN (conteniendo éste toda la información de nuestra evolución como
especie y la de cada línea de vida de nuestros dos apellidos), almacenan
también la información de experiencias que, a lo largo de nuestra vida, nos han
calado muy adentro.
Hay dos formas en las que, al parecer, las experiencias quedan
grabadas en nuestro sílice; una es por presión y la otra por placer.
Aquellas experiencias que nos comprimen por dentro, que nos generan
presión o dolor, hacen que, con esa misma presión interna, la información quede
grabada. Si la situación de presión o de dolor se mantiene en el tiempo, es
cuando se puede observar posteriormente la cualidad emisora del sílice; pues
habiendo pasado la situación que generaba tal estado interno, puede que, desde
dentro, aún la sigamos manteniendo o transmitiendo externamente, como algo que
irradiamos a través de nuestros gestos, nuestra postura o nuestra mirada.
Por suerte, algunas pruebas muestran que las experiencias que nos
producen placer, no sólo también se graban, sino que la forma que tienen de
impregnar el sílice es más profunda y duradera que la información que se graba
por presión o por dolor.
Ante este paradigma, no sólo podemos plantear la posibilidad de que
para salir cuanto antes de estados mantenidos de dolor o presión es
recomendable recurrir al placer, sino que si el placer que buscamos, más allá
del que aporta lo efímero y material, lo obtenemos de lo verdaderamente
importante y trascendente (de aquello que provoca una sonrisa en nuestra
esencia y más que placer, lo sentimos como regocijo y gozo) podríamos borrar
memorias de dolor arrastradas desde tiempos más remotos.
Es entonces, cuando compruebas lo bien que le sienta a tu parte más
sólida vivir desde tu esencia, cuando concibes el sentido profundo que tiene
cuidar este planeta. Su sílice también tiene memoria, por lo tanto, no tiene
sentido maltratarle ni aportarle presión.
Caminar por La Tierra respetándola y mimándola, ayuda a limpiar sus
memorias de dolor y a despertar su placer de Ser.
Habitar por este precioso planeta logrando que sienta regocijo con
nuestros actos y con nuestra presencia, tiene como resultado que la emisión de
placer que por ello generará su sílice, calará en el nuestro y ampliará la
vibración y amplitud de nuestra consciencia.
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Autor: Andrés Tarazona (andres@andrestarazona.com)
Todos los jueves, desde el 7 de noviembre de 2019, Andrés comparte en este blog una serie de publicaciones centradas en
el Diseño Sentido: interiorismo y diseño consciente de viviendas, comercios y empresas que mejoran la calidad de vida.
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